E L P
R O B L E M A D E L A P A Z ( *)
POR
ALVARO D'ORS
Revista Verbo 1992 nº 307-308 pp. 803-820
Hemos seleccionado en este artículo una sección dedicada al
pacifismo, tema tabú ante el que hay que postrarse de hinojos, pero en modo
alguno criticar.
Al prescindir del derecho de la guerra, la guerra ha dejado
de ser un duelo entre ejércitos, para hacerse total, indiscriminada y de
aniquilamiento. Han proliferado las guerras sucias, que no
merecen el nombre de guerra, pero lo son. Cuando se rechaza la guerra
como algo inadmisible, proliferan las violencias de la que he llamado «guerra
unilateral», es decir, el «terrorismo».
Contando estos últimos y los descritos anteriormente hay
más de 35 conflictos actuales, generalmente guerras no declaradas, con un total
aproximado de 37 millones de muertos (el 78 % de la población española).
PACIFISMO.
(del
Problema de la paz)
Por
ALVARO D'ORS
Porque, ¿qué es el pacifismo? El pacifismo es la negación
del derecho de guerra. ¿Qué es, en
cambio, la paz? La paz es la abstención de guerra. Y no es lo mismo abstenerse
de algo que negar su existencia. No es lo mismo abstenerse prudentemente del
exceso del vino que pretender exterminar las viñas. No es lo mismo callarse
cuando debe guardarse silencio, que imponer la absoluta mudez; no es lo mismo
no mirar que cegarse.
Como ocurre con todo lo que es contrario a la naturaleza,
el efecto del pacifismo no ha sido la paz; el pacifismo es propaganda ideológica,
y la paz verdadera es un acto o una situación, no una ideología.
La paz es la actualización de una virtud, que, como todas
las virtudes, requiere esfuerzo personal para el hombre tarado por los
vestigios del pecado. La paz Idílica de un estado de naturaleza es un mito
pagano y luego del Iluminismo, pero un mito cuyos efectos perturbadores han
sido muy graves para el pensamiento moderno.
Como la misma palabra indica, la paz es, en primer lugar,
un apaciguamiento, un pacto, que presupone una anterior hostilidad, del mismo
modo que la virtud supone un esfuerzo para superar el riesgo del pecado. Pero
la paz es también la situación de un orden justó que hace innecesaria la
guerra. Esto quiere decir que no podemos dejar de contar con la guerra, pasada
o futura, como tampoco podemos olvidarnos de la presencia del pecado.
La pretensión pacifista de eliminar toda guerra ha tenido
consecuencias muy inconvenientes para la humanidad.
En primer lugar, al prescindir del derecho de la guerra,
ésta, que sigue existiendo, se ha quedado sin un derecho conforme al que poder
juzgar sobre ella. La guerra ha dejado de ser un duelo entre ejércitos, para
hacerse total, indiscriminada y de aniquilamiento.
Por otro lado, al no admitirse la guerra como algo posible
e incluso eventualmente justo, han proliferado las guerras sucias, que no
merecen el nombre de guerra, pero lo son. Del mismo modo que, cuando termina
una guerra por un armisticio, siempre existe la posibilidad de que el vencido
la continúe haciendo de manera desordenada y sin derecho, a modo de guerra
sucia de «partisanos» o «maquis», así también, cuando se rechaza la guerra como
algo inadmisible, proliferan las violencias de la que he llamado «guerra
unilateral», es decir, el «terrorismo».
Por último, al considerar toda beligerancia como injusta,
el vencedor no puede resistir la tentación de juzgar al vencido como criminal,
y esto es precisamente lo ocurrido también con el «terrorismo»: el error de
juzgarlos como criminales, que no son, cuando habría que combatirlos como
enemigos sucios, que realmente son.
Esta desvirtuación de la guerra es muy propia del pacifismo
que domina en las democracias de hoy. Esto, evidentemente, no tiene nada que
ver con la auténtica paz. Por eso he dicho yo en alguna ocasión que la paz es
mucho mejor que la guerra, pero el pacifismo es peor que la guerra que no puede
eliminar del mundo.
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