martes, 12 de enero de 2016

E L P R O B L E M A D E L A P A Z ( ALVARO D'ORS)

E L  P R O B L E M A  D E  L A  P A Z ( *)
POR
ALVARO D'ORS


Revista Verbo 1992 nº 307-308 pp. 803-820


Hemos seleccionado en este artículo una sección dedicada al pacifismo, tema tabú ante el que hay que postrarse de hinojos, pero en modo alguno criticar.

Al prescindir del derecho de la guerra, la guerra ha dejado de ser un duelo entre ejércitos, para hacerse total, indiscriminada y de aniquilamiento. Han proliferado las guerras sucias, que no merecen el nombre de guerra, pero lo son. Cuando se rechaza la guerra como algo inadmisible, proliferan las violencias de la que he llamado «guerra unilateral», es decir, el «terrorismo».

Contando estos últimos y los descritos anteriormente hay más de 35 conflictos actuales, generalmente guerras no declaradas, con un total aproximado de 37 millones de muertos (el 78 % de la población española).



PACIFISMO.
(del Problema de la paz)
Por
ALVARO D'ORS

Porque, ¿qué es el pacifismo? El pacifismo es la negación del derecho de guerra. ¿Qué  es, en cambio, la paz? La paz es la abstención de guerra. Y no es lo mismo abstenerse de algo que negar su existencia. No es lo mismo abstenerse prudentemente del exceso del vino que pretender exterminar las viñas. No es lo mismo callarse cuando debe guardarse silencio, que imponer la absoluta mudez; no es lo mismo no mirar que cegarse.
Como ocurre con todo lo que es contrario a la naturaleza, el efecto del pacifismo no ha sido la paz; el pacifismo es propaganda ideológica, y la paz verdadera es un acto o una situación, no una ideología.
La paz es la actualización de una virtud, que, como todas las virtudes, requiere esfuerzo personal para el hombre tarado por los vestigios del pecado. La paz Idílica de un estado de naturaleza es un mito pagano y luego del Iluminismo, pero un mito cuyos efectos perturbadores han sido muy graves para el pensamiento moderno.
Como la misma palabra indica, la paz es, en primer lugar, un apaciguamiento, un pacto, que presupone una anterior hostilidad, del mismo modo que la virtud supone un esfuerzo para superar el riesgo del pecado. Pero la paz es también la situación de un orden justó que hace innecesaria la guerra. Esto quiere decir que no podemos dejar de contar con la guerra, pasada o futura, como tampoco podemos olvidarnos de la presencia del pecado.
La pretensión pacifista de eliminar toda guerra ha tenido consecuencias muy inconvenientes para la humanidad.
En primer lugar, al prescindir del derecho de la guerra, ésta, que sigue existiendo, se ha quedado sin un derecho conforme al que poder juzgar sobre ella. La guerra ha dejado de ser un duelo entre ejércitos, para hacerse total, indiscriminada y de aniquilamiento.
Por otro lado, al no admitirse la guerra como algo posible e incluso eventualmente justo, han proliferado las guerras sucias, que no merecen el nombre de guerra, pero lo son. Del mismo modo que, cuando termina una guerra por un armisticio, siempre existe la posibilidad de que el vencido la continúe haciendo de manera desordenada y sin derecho, a modo de guerra sucia de «partisanos» o «maquis», así también, cuando se rechaza la guerra como algo inadmisible, proliferan las violencias de la que he llamado «guerra unilateral», es decir, el «terrorismo».
Por último, al considerar toda beligerancia como injusta, el vencedor no puede resistir la tentación de juzgar al vencido como criminal, y esto es precisamente lo ocurrido también con el «terrorismo»: el error de juzgarlos como criminales, que no son, cuando habría que combatirlos como enemigos sucios, que realmente son.

Esta desvirtuación de la guerra es muy propia del pacifismo que domina en las democracias de hoy. Esto, evidentemente, no tiene nada que ver con la auténtica paz. Por eso he dicho yo en alguna ocasión que la paz es mucho mejor que la guerra, pero el pacifismo es peor que la guerra que no puede eliminar del mundo.

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