René Guénon
EL DEMIURGO
Título original: "Le Démiurge" (firmado como T.
Palingénius).
Publicado inicialmente en la revista "La Gnose",
noviembre y diciembre
de 1909 y enero de 1910. Forma el capítulo 1º de la I parte
de
Mélanges, París, Gallimard, 1976. Utilizamos la traducción
al
castellano realizada por Pedro Vela y Antonio Guri aparecida
en la
revista SYMBOLOS, nº 8, Guatemala, 1994.
Hay unos cuantos problemas que constantemente han preocupado
a los
hombres, pero el que se ha presentado generalmente como más
difícil
de resolver es el del origen del Mal, con el que han topado,
como si
fuera un obstáculo infranqueable, la mayoría de los
filósofos y
sobre todo los teólogos: "Si Deus est, unde Malum? ¿Si non est, unde
Bonum?"
(1). Este dilema es, en efecto, insoluble para aquellos que
consideran la Creación como la obra directa de Dios, y que,
en
consecuencia, están obligados a responsabilizarle del Bien y
del Mal.
Se dirá sin duda que esta responsabilidad es atenuada en
cierta medida
por la libertad de las criaturas; pero, si las criaturas
pueden escoger
entre el Bien y el Mal, es que uno y otro existían ya, al
menos en
principio; y si las criaturas son susceptibles de decidirse
a veces en
favor del Mal en lugar de hacerlo siempre hacia el Bien, es
que son
imperfectas. ¿Cómo entonces Dios, si es perfecto, ha podido
crear
seres imperfectos?
Es evidente que lo Perfecto no puede engendrar imperfección,
ya
que, si esto fuera posible, lo Perfecto debería contener en
sí mismo
lo imperfecto en estado principial, con lo que dejaría de
ser lo
Perfecto. Lo imperfecto no puede entonces proceder de lo
Perfecto por
vía de emanación; entonces no podría resultar más que de la
creación "ex nihilo", ¿pero cómo admitir que algo
pueda proceder
de la nada, o, en otros términos, que pueda existir alguna
cosa
carente de principio? Por otra parte, admitir la creación
"ex nihilo"
sería admitir el aniquilamiento final de los seres creados,
ya que lo
que ha tenido un comienzo debe también tener un final, y no
hay nada
más ilógico que hablar de inmortalidad en tal hipótesis.
Pero la
creación así entendida es un absurdo, puesto que es
contraria al
principio de causalidad, que es innegable para todo hombre
sincero y
medianamente razonable, con lo que podemos decir al igual
que Lucrecio:
"Ex nihilo nihil, ad nihilum nihil posse reverti"
(2).
No puede haber nada que carezca de principio; ¿pero cuál es
este
principio?, y, ¿en realidad no hay más que un Principio
único de
todas las cosas? Si se considera el Universo total, es
evidente que
contiene todas las cosas, puesto que todas las partes están
contenidas
en el Todo. Por otro lado, el Todo es necesariamente
ilimitado, ya que,
si tuviera un límite, lo que hubiera más allá de este límite
no
estaría comprendido por el Todo, siendo esta suposición
completamente absurda. Lo que carece de límite puede ser
llamado
Infinito, y como lo contiene todo, es el principio de todas
las cosas.
Por otra parte el Infinito es necesariamente
"uno", porque dos Infinitos
que no fueran idénticos se excluirían el uno al otro;
resultando de
esto que no hay más que un Principio único de todas las
cosas, y
este Principio es lo Perfecto, pues el Infinito sólo puede
ser tal si
es lo Perfecto.
Así lo Perfecto es el Principio supremo, la Causa primera,
que
contiene todas las cosas y las ha producido todas; pero
entonces, puesto
que no hay más que un Principio único, ¿de dónde salen todas
las
oposiciones que normalmente se consideran en el Universo: el
Ser y el
No-Ser, el Espíritu y la Materia, el Bien y el Mal? Nos
encontramos
aquí con la misma pregunta del comienzo, y ahora podemos
formularla de
una manera más general: ¿cómo ha podido la Unidad producir
la
Dualidad?
Algunos han creído que debían admitir dos principios
distintos,
opuestos el uno al otro, pero esta hipótesis está descartada
por lo
dicho anteriormente. En efecto, estos dos principios no
pueden ser ambos
infinitos, pues entonces se excluirían o se confundirían; si
sólo
uno fuera infinito, éste sería el principio del otro; y, si
ambos
fueran finitos, no serían verdaderos principios, ya que
decir que
aquello que es finito puede existir por sí mismo, es admitir
que algo
puede salir de la nada, puesto que todo lo finito tiene un
principio
lógico, si no cronológico. En este último caso, en
consecuencia,
uno y otro, siendo finitos, deben proceder de un principio
común, que
es infinito, lo que nos vuelve a llevar a la consideración
de un
Principio único. Además, muchas doctrinas que observamos
como
dualistas no lo son más que en apariencia; en el
Maniqueísmo, como
en la religión de Zoroastro, el dualismo no es más que una
doctrina
puramente exotérica, cubriendo una verdadera doctrina
esotérica de
la Unidad: Ormuz y Ahrimán son los dos engendrados por
Zervané-AkérEAné, y deben fundirse con él al final de los
tiempos.
La Dualidad es entonces necesariamente producida por la
Unidad,
puesto que no puede existir por sí misma; pero, ¿cómo puede
ser
producida? Para comprenderlo debemos considerar primeramente
a la
Dualidad bajo su aspecto menos particular, que es la
oposición del Ser
y del No-Ser; por otra parte, puesto que uno y otro están
forzosamente
contenidos en la Perfección total, es evidente, en
principio, que esta
oposición no puede ser más que aparente. Entonces valdría
más
hablar únicamente de distinción; pero ¿en qué consiste esa
distinción? ¿existe, en realidad, independientemente de
nosotros, o
no será simplemente más que el resultado de nuestra forma de
ver las
cosas?
Si por No-Ser no entendemos más que la pura nada, es inútil
seguir hablando, pues ¿qué podemos decir de aquello que no
es nada?
Pero otra cosa distinta sería considerar al No-Ser como
posibilidad de
ser; con lo que el Ser sería la manifestación del No-Ser y,
entendido de este modo, el Ser estaría contenido en estado
potencial
en el No-Ser. La relación entre el No-Ser y el Ser es
entonces la
relación entre lo no-manifestado y lo manifestado, y podemos
decir que
lo no-manifestado es superior a lo manifestado, puesto que
es su
principio, ya que contiene en potencia todo lo manifestado
más lo que
no es, ni jamás ha sido, ni jamás será manifestado. Al mismo
tiempo, vemos aquí la imposibilidad de hablar de una
distinción
real, ya que lo manifestado está contenido en principio en
lo
no-manifestado; sin embargo no podemos concebir lo
no-manifestado
directamente, sino únicamente a través de lo manifestado.
Esta
distinción existe pues para nosotros y sólo para nosotros.
Si es así concebida la
Dualidad en cuanto a la distinción entre
Ser y No-Ser, con mayor razón debe serlo igualmente en sus
demás
aspectos. Con esto vemos el carácter ilusorio de la
distinción entre
Espíritu y Materia, sobre la que se han edificado -sobre
todo en los
tiempos modernos- gran cantidad de sistemas filosóficos,
como si se
tratara de una base inquebrantable; y desapareciendo esta
distinción,
de tales sistemas no queda nada. Además, podemos resaltar de
paso que
la Dualidad no puede existir sin el Ternario, ya que si el
Principio
supremo, al diferenciarse, da nacimiento a dos elementos
-que por otra
parte sólo son distintos en tanto nosotros los consideremos
como
tales-, éstos y su Principio común forman un Ternario. Y de
tal
forma esto es así que, en realidad, es el Ternario y no el
Binario lo
que es inmediatamente producido por la primera
diferenciación de la
Unidad primordial.
Volvamos ahora a la distinción entre el Bien y el Mal, que
no es
en sí más que un aspecto particular de la Dualidad. Cuando
oponemos
Bien y Mal, consideramos generalmente el Bien como
Perfección o, al
menos, en un grado inferior, como una tendencia a la Perfección,
con
lo que el Mal no es otra cosa que lo imperfecto. Pero ¿cómo
lo
imperfecto podría oponerse a lo Perfecto? Hemos visto que lo
Perfecto
es el Principio de todas las cosas, y que, por otra parte,
no puede
producir lo imperfecto; de lo que resulta que lo imperfecto
no existe, o
que, al menos, lo imperfecto sólo puede existir como
elemento
constitutivo de la Perfección total, y, siendo así, no puede
ser
realmente imperfecto, y lo que llamamos imperfección no es
más que
relatividad. Así, lo que llamamos error es verdad relativa,
ya que
todos los errores deben estar comprendidos en la Verdad
total, sin lo
que ésta, estando limitada por algo que estaría fuera de
ella, no
sería perfecta, lo que equivale a decir que no seria la
Verdad. Los
errores, o, mejor dicho, las verdades relativas, no son sino
fragmentos
de la Verdad total; es pues la fragmentación la que produce
la
relatividad, y en consecuencia, podríamos decir que, si
relatividad
fuera realmente sinónimo de imperfección, podría considerarse
como
causa del Mal. Pero el Mal sólo es tal cuando se lo
distingue del
Bien.
Si llamamos Bien a lo Perfecto, realmente lo relativo no es
algo
distinto, ya que en principio está contenido en Él;
entonces, desde
el punto de vista universal, el Mal no existe. Existirá
únicamente
si consideramos las cosas bajo un aspecto fragmentario y
analítico,
separándolas de su Principio común, en lugar de
considerarlas
sintéticamente como contenidas en este Principio, que es la
Perfección. Así es creado lo imperfecto; el Mal y el Bien
son
creados al distinguirlos el uno del otro, y, si no hay Mal,
no hay
motivo para referirse al Bien en el sentido ordinario de
esta palabra,
sino únicamente a la Perfección. Es pues la fatal ilusión
del
Dualismo la que realiza el Bien y el Mal, y que,
considerando las cosas
bajo un punto de vista particularizado, sustituye a la
Unidad por la
Multiplicidad, y encierra así a los seres sobre los cuales
ejerce su
poder en el dominio de la confusión y de la división. Este
dominio
es el Imperio del Demiurgo.
Lo que hemos dicho respecto a la distinción del Bien y el
Mal
permite comprender el símbolo del Pecado original, al menos
en la
medida en que estas cosas pueden llegar a expresarse. La
fragmentación
de la Verdad total, o del Verbo -pues son lo mismo en el
fondo-, produce
la relatividad y es idéntica a la segmentación del Adam
Kadmon,
cuyas partes separadas constituyen al Adam Protoplastas, el
primer
formador. La causa de esta segmentación es Nahash, el
Egoísmo o el
deseo de la existencia individual. Este Nahash no es algo
externo al
hombre, sino que está en él, primero en estado potencial, y
sólo
deviene externo en la medida en que el hombre mismo lo
exterioriza. Este
instinto de separatividad, por su naturaleza, que es
provocar la
división, empuja al hombre a probar el fruto del Arbol de la
Ciencia
del Bien y del Mal, es decir, a crear la distinción entre
Bien y Mal.
Entonces sus ojos se abren, pues aquello que le era interior
se ha
convertido en exterior, a consecuencia de la separación que
se ha
producido entre los seres. Estos están ahora revestidos de
formas, que
limitan y definen su existencia individual, y así el hombre
se ha
convertido en el primer formador. Pero, en lo sucesivo,
también él
se encuentra sometido a las condiciones de esta existencia
individual,
está revestido de una forma, o, siguiendo la expresión
bíblica, de
una túnica de piel, y está encerrado en el dominio del Bien
y del
Mal, en el Imperio del Demiurgo.
A través de esta exposición abreviada y muy incompleta,
vemos
que el Demiurgo no es en realidad una potencia externa al
hombre; en
principio no es más que la voluntad del hombre en tanto
realiza la
distinción entre Bien y Mal. Pero seguidamente el hombre,
limitado
como ser individual por esa voluntad que es la suya propia,
la considera
como algo externo a él, y así deviene distinta de él.
Además,
como dicha voluntad se opone a los esfuerzos necesarios para
salir del
dominio en que él mismo se ha encerrado, la ve como una
potencia
hostil, y la denomina Satán o el Adversario. Remarquemos que
este
Adversario, que hemos creado nosotros mismos y que creamos a
cada
instante -ya que esto no debe considerarse como algo que
ocurrió en un
tiempo determinado-, no es malo en sí mismo, sino que
constituye
únicamente el conjunto de todo lo que nos es contrario.
Desde un punto de vista más general, el Demiurgo, convertido
en
una potencia distinta y considerado como tal, es el Príncipe
de este
Mundo del cual se habla en el Evangelio de Juan. No es,
propiamente
hablando, ni bueno ni malo, más bien es lo uno y lo otro,
puesto que
contiene en si mismo el Bien y el Mal. Se considera su
dominio como el
Mundo inferior, en oposición al Mundo superior o Universo
principial
del que ha sido separado. Pero hay que tener en cuenta que
esta
separación jamás es absolutamente real, sólo lo es en la
medida en
que la realizamos, pues este Mundo inferior está contenido,
en estado
potencial, en el Universo principial, y es evidente que
ninguna parte
puede realmente salir del Todo. Por otra parte, esto es lo
que impide
que la caída continúe indefinidamente; pero esto no es sino
una
expresión totalmente simbólica, y la profundidad de la caída
mide
simplemente el grado de separación realizada. Con esta
restricción
el Demiurgo se opone al Adam Kadmon o a la Humanidad
principial,
-manifestación del Verbo-, pero solamente como un reflejo,
ya que no
es una emanación, y no existe por sí mismo; eso es lo que
está
representado por la figura de los dos ancianos del Zohar, y
también
por los dos triángulos opuestos del Sello de Salomón.
Esto nos lleva a considerar al Demiurgo como un reflejo
tenebroso e
invertido del Ser, ya que en realidad no puede ser otra
cosa. Por tanto
no es un ser; pero después de lo dicho, puede considerarse
como la
colectividad de los seres en la medida en que son distintos,
o si se
prefiere, en tanto tienen una existencia individual. Somos
seres
distintos en tanto que creamos nosotros mismos la
distinción, que
sólo existe en la medida en que la creamos; y en tanto que
lo hacemos
somos elementos del Demiurgo, y, como seres distintos,
pertenecemos al
dominio de este Demiurgo, que es lo que se conoce como la
Creación.
Todos los elementos de la Creación, es decir las criaturas,
están pues contenidas en el Demiurgo, y, en efecto, sólo las
puede
extraer de sí mismo, puesto que la creación ex nihilo es
imposible.
Considerado como Creador, el Demiurgo produce primero la
división, y
no es realmente distinto de ella, ya que sólo existe en
tanto que la
división misma existe; después, como la división es la
fuente de
la existencia individual y ésta viene definida por la forma,
el
Demiurgo debe ser considerado como formador y entonces es
idéntico al
Adam Protoplastas, tal como hemos visto. Podemos decir
también que el
Demiurgo crea la Materia, entendiendo por esta palabra el
caos
primordial que es la reserva común de todas las formas;
después
organiza esta Materia caótica y tenebrosa donde reina la
confusión,
haciendo surgir de ella las múltiples formas cuyo conjunto
constituye
la Creación.
¿Debemos decir entonces que esta Creación es imperfecta?
Seguramente no se la puede considerar como perfecta; pero,
desde el
punto de vista Universal, no es más que uno de los elementos
constitutivos de la Perfección total. Sólo es imperfecta
cuando la
consideramos analíticamente, como separada de su Principio,
y lo es en
la misma medida que constituye el dominio del Demiurgo.
Pero, si lo
imperfecto sólo es un elemento de lo Perfecto, no es
verdaderamente
imperfecto, y de ahí resulta que en realidad el Demiurgo y
su dominio
no existen desde el punto de vista universal, al igual que
la
distinción entre Bien y Mal. Igualmente resulta que, desde
el mismo
punto de vista, la Materia no existe: la apariencia material
es una
ilusión, de donde no hay que sacar la conclusión de que los
seres
que tienen esta apariencia no existan, pues sería caer en
otra
ilusión: la de un idealismo exagerado y mal entendido.
Si la Materia no existe, la distinción entre Espíritu y
Materia
desaparece; en realidad todo debe ser Espíritu, pero
entendiendo esta
palabra en un sentido bien diferente del que le han
atribuido la mayor
parte de los filósofos modernos. Éstos, en efecto, oponiendo
el
Espíritu a la Materia, no lo consideran como independiente
de toda
forma, con lo que podríamos preguntarnos en qué se
diferencia de la
Materia. Si afirmamos que es inextenso, mientras que la
Materia es
extensa ¿cómo es que lo inextenso puede estar revestido de
una
forma? Por otra parte, ¿por qué definir el Espiritu? Ya sea
con el
pensamiento o de otra manera, es siempre a través de una
forma como se
lo quiere definir, y entonces ya no es Espíritu. En realidad
el
Espíritu universal es el Ser, y no tal o cual ser
particular; es el
Principio de todos los seres, y así los contiene a todos.
Por eso todo
es Espíritu.
Cuando el hombre alcanza el conocimiento real de esta
verdad, se
identifica e identifica todas las cosas con el Espíritu
universal.
Entonces para él toda distinción desaparece, de tal forma
que
contempla todas las cosas como estando en él mismo y no como
siendo
exteriores a él, pues la ilusión se desvanece ante la Verdad
como la
sombra ante el sol. Así, por ese mismo conocimiento, el
hombre es
liberado de las ataduras de la Materia y de la existencia
individual, ya
no está sometido al dominio del Príncipe de este Mundo, ya
no
pertenece al Imperio del Demiurgo.
III
De lo que precede resulta que el hombre puede, desde su
existencia
terrestre, liberarse del dominio del Demiurgo o del Mundo
hílico, y
que esta liberación se opera por la Gnosis, es decir, por el
Conocimiento integral. Señalemos que este Conocimiento nada
tiene en
común con la ciencia analítica y no la supone de ningún
modo. Es
una ilusión muy extendida en nuestros días creer que no se
puede
llegar a la síntesis total más que a través del análisis; al
contrario, la ciencia ordinaria es totalmente relativa y,
limitada al
Mundo hílico, tiene la misma existencia que éste desde el
punto de
vista universal.
Por otra parte, debemos indicar también que los diferentes
Mundos,
o, según la expresión generalmente admitida, los diversos
planos del
Universo, no son lugares o regiones, sino modalidades de la
existencia o
estados del ser. Esto permite comprender cómo un hombre
viviendo en la
tierra puede pertenecer en realidad, ya no al Mundo hílico,
sino al
Mundo psíquico o incluso al Mundo pneumático. Es lo que
constituye
el segundo nacimiento. Sin embargo, propiamente hablando,
éste no es
más que el nacimiento al Mundo psíquico, por el cual el
hombre se
hace consciente de los dos planos, pero sin alcanzar todavía
el Mundo
pneumático, es decir, sin identificarse con el Espíritu
universal.
Esta identificación sólo es alcanzada por aquel que posee
íntegramente el triple Conocimiento, por el cual es liberado
para
siempre de los nacimientos mortales; es lo que se expresa
diciendo que
solamente los Pneumáticos son salvados. El estado de los
psíquicos
no es más que un estado transitorio; es el del ser que ya
está
preparado para recibir la Luz, pero que todavía no la
percibe, que no
ha tomado consciencia de la Verdad una e inmutable.
Cuando hablamos de nacimientos mortales, entendemos las
modificaciones del ser, su paso a través de las formas
múltiples y
cambiantes; no habiendo en ello nada que se parezca a la
doctrina de la
reencarnación tal como la admiten los espiritistas y los
teosofistas,
doctrina que algún día tendremos la ocasión de explicar. El
Pneumático está liberado de los nacimientos mortales, es
decir,
está liberado de la forma, y por lo tanto del Mundo
demiúrgico; ya
no está sometido al cambio y, en consecuencia, carece de
acción;
éste es un punto sobre el que hablaremos más adelante. El
Psíquico, por el contrario, no sobrepasa el mundo de la
Formación,
que es designado simbólicamente como el primer Cielo o la
esfera de la
Luna; de allí regresa al Mundo terrestre, lo que no
significa que tome
un nuevo cuerpo en la Tierra, sino simplemente que debe
revestirse de
nuevas formas, sean cuales fueren, antes de obtener la
liberación.
Lo que acabamos de exponer muestra el acuerdo -podríamos
incluso
decir la identidad real, a pesar de ciertas diferencias en
la
expresión- de la doctrina gnóstica con las doctrinas
orientales y
más particularmente con el Vedanta, el más ortodoxo de todos
los
sistemas metafísicos fundados en el Brahmanismo. Es por este
motivo
que podemos completar lo dicho anteriormente respecto a los
diversos
estados del ser, reproduciendo algunas citas del Tratado del
Conocimiento del Espíritu de Sankarâchârya.
"No hay otro medio de obtener la liberación completa y
final que
el Conocimiento; es el único instrumento que desata los
lazos de las
pasiones; sin el Conocimiento no se puede obtener la
Beatitud".
"La acción, no oponiéndose a la ignorancia, no la puede
alejar;
pero el Conocimiento disipa la ignorancia, como la Luz
disipa las
tinieblas".
La ignorancia es aquí el estado del ser envuelto en las
tinieblas
del Mundo hílico, atado a la apariencia ilusoria de la
Materia y a las
distinciones individuales; mediante el Conocimiento -que no
pertenece al
dominio de la acción, sino que le es superior- todas las
ilusiones
desaparecen, tal como hemos dicho anteriormente.
"Cuando la ignorancia que nace de los afectos
terrestres es alejada,
el Espíritu, por su propio esplendor, brilla a lo lejos en
un estado
indiviso, como el Sol difunde su claridad cuando las nubes
se
dispersan".
Pero, antes de llegar a este grado, el ser pasa por un estado
intermedio, el que corresponde al Mundo psíquico; entonces
cree ser,
ya no el cuerpo material, sino el alma individual, puesto
que para él
no ha desaparecido toda distinción, porque todavía no ha
salido del
dominio del Demiurgo.
"Imaginándose que es el alma individual, el hombre se
asusta, como
alguien que toma por error un trozo de cuerda por una
serpiente; pero su
temor es alejado por la percepción de que él no es el alma,
sino el
Espíritu universal".
Quien ha tomado conciencia de los dos Mundos manifestados,
es decir
del Mundo hílico -conjunto de manifestaciones groseras o
materiales-,
y del Mundo psíquico, -conjunto de las manifestaciones
sutiles-, es
nacido dos veces, Dwidja; pero aquel que es consciente del
Universo no
manifestado o del Mundo sin forma, es decir del Mundo
pneumático, y
que ha llegado a la identificación de sí mismo con el
Espíritu
universal, Atmâ, éste y sólo éste puede ser llamado Yogui,
que
quiere decir unido al Espíritu universal.
"El Yogui, cuyo intelecto es perfecto, contempla todas
las cosas
como morando en él mismo, y así, por el ojo del
Conocimiento,
percibe que todo es Espíritu".
Notemos de paso que el Mundo hílico se compara al estado de
vigilia, el Mundo psíquico al estado de sueño, y el Mundo
pneumático al estado de sueño profundo. Debemos recordar a
este
propósito que lo no
-manifestado es superior a lo manifestado, por ser
su principio. Por encima del Universo pneumático no hay más
-según
la doctrina gnóstica- que el Pleroma, que puede considerarse
como
constituido por el conjunto de los atributos de la
Divinidad. No se
trata de un cuarto mundo, sino del Espíritu universal mismo,
Principio
supremo de los Tres Mundos, ni manifestado ni no-manifestado,
indefinible, inconcebible e incomprensible.
El Yogui o el Pneumático, ya que en el fondo es lo mismo, se
percibe, no ya como una forma grosera ni como una forma
sutil, sino como
un ser sin forma; se identifica entonces con el Espíritu
universal, y
estos son los términos con que Sankarâchârya describe ese
estado:
"Es Brahma, tras cuya posesión no hay nada que poseer;
tras el
gozo de su felicidad, ya no hay felicidad que pueda ser
deseada; y tras
la obtención de su conocimiento, ya no hay conocimiento que
obtener".
"Es Brahma, el que una vez visto, no deja otro objeto
que
contemplar; habiéndose identificado con Él, ya ningún
nacimiento
es experimentado; habiéndolo percibido, no hay nada más que
percibir".
"Es Brahma, esparcido por todas partes, en todo: en el
espacio
medio, en lo que está por encima y lo que está por debajo;
el
verdadero, el viviente, el dichoso, sin dualidad,
indivisible, eterno y
uno".
"Es Brahma, sin tamaño, inextenso, increado,
incorruptible, sin
rostro, sin cualidades o características".
"Es Brahma, el que ilumina todas las cosas; su luz hace
brillar el
sol y todos los cuerpos luminosos, pero que no se hace
manifiesto por su
luz".
"Penetra Él mismo su propia esencia eterna, y contempla
el Mundo
entero apareciendo como Brahma".
"Brahma no se parece en nada al Mundo, y fuera de
Brahma no hay
nada; todo lo que parece existir fuera de él es una
ilusión".
"De todo lo que se ve, de todo lo que se oye, sólo
existe Brahma,
y por el conocimiento del principio, Brahma es contemplado
como el Ser
verdadero, viviente, feliz, sin dualidad".
"El ojo del Conocimiento contempla al Ser verdadero,
viviente,
feliz, que todo lo penetra; pero el ojo de la ignorancia no
lo descubre,
no lo percibe, al igual que un hombre ciego no ve la
luz".
"Cuando el Sol del Conocimiento espiritual se levanta
en el cielo
del corazón, expulsa las tinieblas, penetra todo, abarca
todo e
ilumina todo".
Observemos que el Brahma del que aquí se trata es el Brahma
superior; hay que tener cuidado en distinguirlo del Brahma
inferior,
pues éste no es otra cosa que el Demiurgo, considerado como
el reflejo
del Ser. Para el Yogui, sólo hay el Brahma superior que
contiene todas
las cosas y fuera del cual no hay nada; el Demiurgo y su
obra de
división ya no existen.
"El que ha realizado el peregrinaje de su propio
espíritu, un
peregrinaje en el cual no hay nada que concierna a la
situación, al
lugar o al tiempo, que está en todo, en el que ni el calor
ni el
frío se experimentan, que constituye una felicidad perpetua
y una
liberación de toda penalidad; éste está por encima de la
acción,
conoce todas las cosas, y obtiene la eterna Beatitud".
IV
Después de haber caracterizado los tres Mundos y los estados
del
ser que les corresponden, y de haber indicado dentro de lo
posible en
qué consiste la liberación de la dominación demiúrgica,
debemos
retomar todavía el tema de la distinción entre el Bien y el
Mal, con
el fin de sacar algunas consecuencias de lo expuesto
anteriormente.
Para empezar, se podría estar tentado de decir lo siguiente:
si la
distinción entre el Bien y el Mal es ilusoria, si en
realidad no
existe, lo mismo debe suceder con la moral, pues es evidente
que la
moral está basada en esta distinción, a la que considera
esencial.
Esto seria ir demasiado lejos; la moral existe, pero en la
misma medida
que la distinción entre el Bien y el Mal, es decir, para
todo lo que
pertenece al dominio del Demiurgo; desde el punto de vista
universal, no
tendría ninguna razón de ser. En efecto, la moral no puede
aplicarse
más que a la acción; la acción supone el cambio, y éste sólo
es posible en lo formal o manifestado. El Mundo sin forma es
inmutable,
superior al cambio, por lo tanto a la acción, y es por lo
que el Ser
que ya no pertenece al Imperio del Demiurgo es no-actuante.
Esto indica que hay que tener mucho cuidado en no confundir
los
diversos planos del Universo, pues lo que se dice de uno
podría no ser
verdadero para el otro. Así, la moral existe necesariamente
en el
plano social, que es esencialmente el dominio de la acción;
pero no
cuando se considera el plano metafísico o universal, puesto
que
entonces ya no hay acción.
Establecido este punto, debemos señalar que el ser superior
a la
acción posee sin embargo la plenitud de la actividad; pero
es una
actividad potencial, una actividad no actuante. Este ser no
es inmóvil
-como se podría decir erróneamente-, sino inmutable, es
decir,
superior al cambio. En efecto, se identifica con el Ser que
siempre es
idéntico a sí mismo: según la fórmula bíblica, "el Ser
es el
Ser". Esto está relacionado con la doctrina taoísta,
según la cual
la Actividad del Cielo es no actuante. El Sabio, en quien se
refleja la
Actividad del Cielo, observa el no actuar. Sin embargo, este
Sabio -que
hemos designado como el Pneumático o el Yogui- puede actuar
aparentemente, como la Luna parece que se mueve cuando las
nubes pasan
delante de ella; pero el viento que aparta las nubes no
tiene influencia
sobre la Luna. Igualmente, la agitación del Mundo demiúrgico
no
tiene influencia sobre el Pneumático; y a este respecto
podemos citar
lo que dice Sankarâchârya:
"El Yogui, habiendo atravesado el mar de las pasiones,
está unido
a la Tranquilidad y se regocija en el Espíritu".
"Habiendo renunciado a los placeres que nacen de los objetos
externos perecederos, y gozando de las delicias
espirituales, está en
calma y sereno como la llama bajo un apagavelas, y se alegra
en su
propia esencia".
"Durante su residencia en el cuerpo, no es afectado por
sus
propiedades, como el firmamento no es afectado por lo que
flota en su
seno; conociendo todas las cosas permanece no afectado por
las
contingencias".
A partir de ahí podemos comprender el verdadero sentido de
la
palabra Nirvana, de la cual se han dado tantas falsas
interpretaciones;
esta palabra significa literalmente "extinción del
soplo o de la
agitación", o sea, el estado de un ser que ya no está
sometido a
ninguna agitación, que está definitivamente liberado de la
forma. Es
un error muy extendido, al menos en Occidente, creer que no
hay nada
cuando no hay forma, cuando en realidad es la forma lo que
no es nada y
lo informal lo es todo. Así, el Nirvana, muy lejos de ser el
aniquilamiento como han pretendido algunos filósofos, es por
el
contrario la plenitud del Ser.
De todo lo que precede, podríamos sacar la conclusión de que
no
hay que actuar; pero sería inexacto, si no en principio, al
menos en
la aplicación que quisiéramos hacer. En efecto, la acción es
la
condición de los seres individuales, pertenecientes al
Imperio del
Demiurgo; en el Pneumático o el Sabio en realidad no hay
acción,
pero en tanto que reside en un cuerpo, tiene las apariencias
de la
acción; exteriormente, es en todo parecido a los demás hombres,
pero
sabe que no es más que una apariencia ilusoria, y esto es
suficiente
para que esté liberado de la acción, puesto que es a través
del
Conocimiento como se obtiene la Liberación. Por eso mismo,
el que
está liberado de la acción ya no está sujeto al sufrimiento,
ya
que el sufrimiento es un resultado del esfuerzo, y por tanto
de la
acción, y esto es en lo que consiste lo que llamamos la
imperfección, aunque en realidad no haya nada imperfecto.
Es evidente que la acción no puede existir para aquel que
contempla todas las cosas en sí mismo como existiendo en el
Espíritu
universal, sin ninguna distinción de objetos individuales,
tal como
expresan estas palabras de los Vedas: "Los objetos
difieren simplemente
en designación, accidente y nombre, como los utensilios
terrestres
reciben diferentes nombres, aunque solamente sean diferentes
formas de
tierra". La tierra, principio de todas esas formas, es
en sí misma sin
forma, pero las contiene a todas en potencia; tal es también
el
Espíritu universal.
La acción implica cambio, es decir, la destrucción incesante
de
formas que desaparecen para ser reemplazadas por otras; son
las
modificaciones que llamamos nacimiento y muerte, los
múltiples cambios
de estado que debe atravesar el ser que todavía no ha
alcanzado la
liberación o la transformación final, empleando esta palabra
transformación en su sentido etimológico, que es el de
pasaje fuera
de la forma. El apego a las cosas individuales, o a las
formas
esencialmente transitorias y perecederas, es propio de la
ignorancia;
las formas no son nada para el ser que se ha liberado de
ellas, y por
eso, incluso durante su residencia en el cuerpo, no le
afectan en nada
sus propiedades.
"Así se mueve libre como el viento, pues sus
movimientos no
están afectados por las pasiones".
"Cuando las formas son destruidas, el Yogui y todos los
seres entran
en la esencia que todo lo penetra".
"Es sin cualidades y sin acción, imperecedero, sin
volición;
feliz, inmutable, sin rostro; eternamente libre y
puro".
"Es como el éter, expandido por todas partes, y que
penetra al
mismo tiempo el exterior y el interior de las cosas; es
incorruptible,
imperecedero; es el mismo en todas las cosas, puro,
impasible, sin
forma, inmutable".
"Es el gran Brahma, que es eterno, puro, libre, uno,
incesantemente
feliz, no dual, existente, perceptivo y sin fin".
Tal es el estado al que llega el ser por el Conocimiento
espiritual;
así es liberado para siempre jamás de las condiciones de la
existencia individual, liberado del Imperio del Demiurgo.
NOTAS
1. "Si Dios es, entonces, ¿de dónde el Mal?, si no es,
entonces,
¿de dónde el Bien?" (n. de los tt.)
2. "De la nada, nada surge; y a la nada, nada puede
retornar" (n. de los
tt.).
1 comentario:
Gracias!!!
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