jueves, 1 de agosto de 2013

Reseña: Shakespeare creador de la Franc-masonería


René Guénon

 

ESTUDIOS SOBRE LA FRANC-MASONERIA Y EL COMPAGNONNAGE

 

Volumen I. París, Éditions Traditionnelles, 1964.

 

Reseñas de libros

Febrero de 1938

 

ALFRED DODD. Shakespeare Creator of Freemasonry [Shakespeare, creador de

la Franc-Masonería] (Rider and Co., London). El autor de este libro ya

había publicado, hace algunos años, una edición de los sonetos de

Shakespeare tendente a reconstruir su composición original y a probar

que en realidad eran los poemas "personales" de Francis Bacon, quien a

su juicio habría sido hijo de la reina Isabel; además, Lord

Saint-Alban, es decir, el propio Bacon, habría sido el autor del

ritual de la Masonería moderna y su primer Gran Maestre. En esta obra,

por el contrario, ya no es cuestión de la identidad de Shakespeare,

que provocó y provoca aún hoy tantas controversias: se trata tan

sólo de demostrar que éste, quienquiera que fuese, incluyó en sus

obras, de manera más o menos velada, y a veces completamente

criptográfica, innumerables alusiones a la Masonería. A decir

verdad, nada hay en esto que pueda asombrar a aquellos que no comparten

la opinión demasiado "simplista" según la cual la Masonería

habría sido creada en su totalidad a comienzos del siglo XVIII; no

todo lo que "descifra" el autor es igualmente convincente, y, en

particular, las iniciales, salvo en los casos donde claramente se

presentan agrupadas de acuerdo a las abreviaturas que son de uso

masónico bien conocido, siempre pueden prestarse evidentemente a

múltiples interpretaciones más o menos plausibles; de todos modos,

aún descartando esos casos dudosos, parecería que quedan todavía

los suficientes como para dar la razón al autor en cuanto a esta parte

de su tesis. Lamentablemente, sucede lo contrario con las consecuencias

excesivas que pretende deducir, imaginándose haber descubierto con

ello al "fundador de la Masonería moderna": si Shakespeare, o el

personaje conocido con este nombre, fue Masón, debió haber sido

forzosamente un Masón operativo (lo que no quiere decir en modo alguno

un obrero), ya que la fundación de la Gran Logia de Inglaterra

representa claramente el comienzo, no ya de la Masonería sin

epítetos, sino de ese "empobrecimiento", si así puede decirse, que

es la Masonería especulativa o moderna. Para comprender esto no

debería partirse de esa singular idea preconcebida consistente en que

la Masonería operativa era algo más o menos semejante a los

"sindicatos" de nuestra época, y que sus miembros estaban únicamente

interesados en "cuestiones de salarios y de horarios de trabajo"85

Evidentemente, el autor no tiene la menor idea de la mentalidad y de los

conocimientos de la Edad Media, y, por añadidura, se opone a todos los

hechos históricos al afirmar que la Masonería operativa habría

dejado de existir a partir del siglo XV, y en consecuencia no habría

podido tener ninguna continuidad con la Masonería especulativa,

incluso aunque ésta se remonte, según su hipótesis, a finales del

siglo XVI; verdaderamente no entendemos por qué ciertos edictos

habrían logrado más resultados contra la Masonería en Inglaterra

que los que edictos similares lograron en Francia contra el

Compagnonnage; y, por lo demás, quiérase o no, es un hecho que

siempre existieron Logias operativas, antes y aún después de 1717.

Semejante manera de ver las cosas entraña aún muchas otras

contrariedades; así, por ejemplo, los manuscritos de los Old Charges

no serían más que falsificaciones, fabricadas por quienes habrían

compuesto el ritual, con el fin de despistar las investigaciones y de

hacer creer en una filiación inexistente, disimulando así su

verdadero propósito, que habría sido el de revivir los antiguos

misterios bajo una forma modernizada; el autor no comprende que

semejante opinión, que equivale a negar la existencia de una

transmisión regular y reemplazarla por una simple reconstitución

"ideal", despojaría a la Masonería de todo valor iniciático real.

Dejemos de lado sus observaciones sobre los obreros "iletrados" que

habrían sido los únicos componentes de la antigua Masonería

operativa, en tanto que en realidad siempre "aceptó" miembros que no

eran ni obreros ni iletrados (en cada una de sus Logias había por lo

menos obligatoriamente un eclesiástico y un médico); además, el

hecho de no saber leer ni escribir (lo que entendido literal y no

simbólicamente no tiene la menor importancia desde el punto de vista

iniciático) ¿qué impedimento puede representar a fines de aprender

y practicar un ritual que, precisamente, jamás debía confiarse a la

escritura? Siguiendo al autor, parecería que los constructores

ingleses de la Edad Media ni siquiera tenían a su disposición un

lenguaje cualquiera con el cual expresarse85 Si bien es cierto que los

términos y las frases del ritual, en su forma actual, llevan el sello

de la época isabelina, ello no prueba en absoluto que no se trate

simplemente de una nueva versión confeccionada a partir de un ritual

mucho más antiguo, y seguidamente conservada tal cual por el mero

hecho de que el lenguaje no sufrió cambios demasiado notorios a partir

de esa época; pretender que el ritual no se remonta más allá es

como si se quisiera sostener que la Biblia no data igualmente más que

de esta misma época, invocando en apoyo de tal afirmación el estilo

de la "versión autorizada", que algunos, por una curiosa coincidencia,

atribuyen por otra parte también a Bacon, quien, digámoslo de paso,

debería haber vivido mucho tiempo para poder escribir todo lo que se

le atribuye... El autor tiene razón al pensar que "las cuestiones

masónicas deben ser estudiadas masónicamente"; pero es precisamente

por tal motivo que debería haberse cuidado ante todo de no caer en el

prejuicio esencialmente profano de los "grandes hombres"; si la

Masonería es verdaderamente una organización iniciática, no puede

haber sido "inventada" en un momento determinado, y su ritual no

podría ser obra de un individuo (así como tampoco, por supuesto, de

un "comité" o agrupación cualquiera); que dicho individuo sea un

escritor célebre, e incluso "genial", no cambia absolutamente en nada

la cuestión. En cuanto a decir que Shakespeare no hubiera osado

incluir en sus obras ciertas alusiones masónicas si no hubiera estado,

en tanto que fundador, por encima de la obligación del secreto, es una

razón muy endeble, especialmente si se recuerda que además de

Shakespeare varios más hicieron lo mismo, e incluso de una forma

bastante menos velada: el carácter masónico de La Flauta Mágica de

Mozart, por ejemplo, es por cierto mucho más transparente que el de la

Tempestad... Otro punto sobre el que el autor parece forjarse muchas

ilusiones es el del valor de los conocimientos que pudieron tener los

fundadores de la Gran Logia de Inglaterra; es verdad que Anderson tuvo

el cuidado de disimular muchas cosas, e incluso es posible que fuera

más "por órdenes" recibidas que por propia iniciativa, pero ello fue

para alcanzar fines que por cierto no tenían nada de iniciático; y

si la Gran Logia custodiaba realmente ciertos secretos referentes a los

orígenes de la Masonería, ¿cómo explicar que numerosos

historiadores, miembros eminentes de la misma, hayan demostrado una tan

completa ignorancia al respecto? Por lo demás, dos o tres

observaciones de detalle acabarán por demostrar cuán errado está

en no desconfiar suficientemente de su imaginación (y probablemente

también de ciertas revelaciones "psíquicas" a las que discretamente

parecía referirse en su anterior libro): así, no cabe preguntarse, a

propósito de un pasaje de Anderson, "cuál es el grado que

corresponde a un Expert Brother", como si se tratara de algo misterioso

(y el autor tiene además ideas bastante absurdas sobre los altos

grados), pues esta expresión de Expert Brother se empleaba entonces

simplemente como sinónimo de Fellow Craft; el Compañero era

"experto", en el sentido latino de la palabra, mientras que el Aprendiz

todavía no lo era. El "joven de extraordinario talento" al que se

refería Thomas de Quincey no era Shakespeare, ni tampoco Bacon, sino,

evidentemente, Valentin Andreae; y las letras A. L. y A. D., que,

seguidas de fechas, figuran en una joya del Royal Arch, no fueron

grabadas para formar las palabras a lad, que se aplicarían al "joven"

en cuestión; ¿cómo se puede, sobre todo cuando se pretende en

cierto modo ser un "especialista" en interpretar iniciales, no saber que

estas letras no significan otra cosa que Anno Lucis y Anno Domini? Nos

sería posible señalar varias otras cosas del mismo tenor, pero

consideramos que no sería útil seguir insistiendo; subrayemos sin

embargo todavía que es muy difícil saber exactamente a qué se

está refiriendo el autor con Rosicrosse Masons; habla de los mismos

como si se tratara de una "sociedad literaria", lo que, aunque fuera

secreta, es algo muy poco iniciático; es cierto que para él la

Masonería es sólo un "sistema ético", lo cual apenas va mucho

más lejos y no es de un orden mucho más profundo; ¿y qué pensar

de la seriedad de una organización que no tuviera mayor secreto que el

de custodiar la identidad de su fundador? No será, por cierto, por el

nombre de una individualidad cualquiera, aunque sea el de un "gran

hombre", que jamás podrá resolverse válidamente la pregunta

suscitada por una "palabra" que ha sido deformada de tantas maneras

distintas, pregunta que, por otra parte, cosa curiosa, se lee en árabe

todavía más claramente que en hebreo: Mâ el-Bannâ?

 

 

 

 

 

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