René Guénon
ESTUDIOS SOBRE LA FRANC-MASONERIA Y EL COMPAGNONNAGE
Volumen I.
París, Éditions Traditionnelles, 1964.
Reseñas de libros
Febrero de 1938
ALFRED
DODD. Shakespeare Creator of Freemasonry [Shakespeare, creador de
la
Franc-Masonería] (Rider and Co., London). El autor de este libro ya
había publicado, hace algunos años, una edición de los
sonetos de
Shakespeare tendente a reconstruir su composición original y
a probar
que en realidad eran los poemas "personales" de
Francis Bacon, quien a
su juicio habría sido hijo de la reina Isabel; además, Lord
Saint-Alban, es decir, el propio Bacon, habría sido el autor
del
ritual de la Masonería moderna y su primer Gran Maestre. En
esta obra,
por el contrario, ya no es cuestión de la identidad de
Shakespeare,
que provocó y provoca aún hoy tantas controversias: se trata
tan
sólo de demostrar que éste, quienquiera que fuese, incluyó
en sus
obras, de manera más o menos velada, y a veces completamente
criptográfica, innumerables alusiones a la Masonería. A
decir
verdad, nada hay en esto que pueda asombrar a aquellos que
no comparten
la opinión demasiado "simplista" según la cual la
Masonería
habría sido creada en su totalidad a comienzos del siglo
XVIII; no
todo lo que "descifra" el autor es igualmente
convincente, y, en
particular, las iniciales, salvo en los casos donde
claramente se
presentan agrupadas de acuerdo a las abreviaturas que son de
uso
masónico bien conocido, siempre pueden prestarse
evidentemente a
múltiples interpretaciones más o menos plausibles; de todos
modos,
aún descartando esos casos dudosos, parecería que quedan
todavía
los suficientes como para dar la razón al autor en cuanto a
esta parte
de su tesis. Lamentablemente, sucede lo contrario con las
consecuencias
excesivas que pretende deducir, imaginándose haber
descubierto con
ello al "fundador de la Masonería moderna": si
Shakespeare, o el
personaje conocido con este nombre, fue Masón, debió haber
sido
forzosamente un Masón operativo (lo que no quiere decir en
modo alguno
un obrero), ya que la fundación de la Gran Logia de
Inglaterra
representa claramente el comienzo, no ya de la Masonería sin
epítetos, sino de ese "empobrecimiento", si así
puede decirse, que
es la Masonería especulativa o moderna. Para comprender esto
no
debería partirse de esa singular idea preconcebida
consistente en que
la Masonería operativa era algo más o menos semejante a los
"sindicatos" de nuestra época, y que sus miembros
estaban únicamente
interesados en "cuestiones de salarios y de horarios de
trabajo"85
Evidentemente, el autor no tiene la menor idea de la
mentalidad y de los
conocimientos de la Edad Media, y, por añadidura, se opone a
todos los
hechos históricos al afirmar que la Masonería operativa
habría
dejado de existir a partir del siglo XV, y en consecuencia
no habría
podido tener ninguna continuidad con la Masonería
especulativa,
incluso aunque ésta se remonte, según su hipótesis, a
finales del
siglo XVI; verdaderamente no entendemos por qué ciertos
edictos
habrían logrado más resultados contra la Masonería en
Inglaterra
que los que edictos similares lograron en Francia contra el
Compagnonnage; y, por lo demás, quiérase o no, es un hecho
que
siempre existieron Logias operativas, antes y aún después de
1717.
Semejante manera de ver las cosas entraña aún muchas otras
contrariedades; así, por ejemplo, los manuscritos de los Old
Charges
no serían más que falsificaciones, fabricadas por quienes
habrían
compuesto el ritual, con el fin de despistar las
investigaciones y de
hacer creer en una filiación inexistente, disimulando así su
verdadero propósito, que habría sido el de revivir los
antiguos
misterios bajo una forma modernizada; el autor no comprende
que
semejante opinión, que equivale a negar la existencia de una
transmisión regular y reemplazarla por una simple
reconstitución
"ideal", despojaría a la Masonería de todo valor
iniciático real.
Dejemos de lado sus observaciones sobre los obreros "iletrados"
que
habrían sido los únicos componentes de la antigua Masonería
operativa, en tanto que en realidad siempre
"aceptó" miembros que no
eran ni obreros ni iletrados (en cada una de sus Logias
había por lo
menos obligatoriamente un eclesiástico y un médico); además,
el
hecho de no saber leer ni escribir (lo que entendido literal
y no
simbólicamente no tiene la menor importancia desde el punto
de vista
iniciático) ¿qué impedimento puede representar a fines de
aprender
y practicar un ritual que, precisamente, jamás debía
confiarse a la
escritura? Siguiendo al autor, parecería que los
constructores
ingleses de la Edad Media ni siquiera tenían a su
disposición un
lenguaje cualquiera con el cual expresarse85 Si bien es
cierto que los
términos y las frases del ritual, en su forma actual, llevan
el sello
de la época isabelina, ello no prueba en absoluto que no se
trate
simplemente de una nueva versión confeccionada a partir de
un ritual
mucho más antiguo, y seguidamente conservada tal cual por el
mero
hecho de que el lenguaje no sufrió cambios demasiado
notorios a partir
de esa época; pretender que el ritual no se remonta más allá
es
como si se quisiera sostener que la Biblia no data
igualmente más que
de esta misma época, invocando en apoyo de tal afirmación el
estilo
de la "versión autorizada", que algunos, por una
curiosa coincidencia,
atribuyen por otra parte también a Bacon, quien, digámoslo
de paso,
debería haber vivido mucho tiempo para poder escribir todo
lo que se
le atribuye... El autor tiene razón al pensar que "las
cuestiones
masónicas deben ser estudiadas masónicamente"; pero es
precisamente
por tal motivo que debería haberse cuidado ante todo de no
caer en el
prejuicio esencialmente profano de los "grandes hombres";
si la
Masonería es verdaderamente una organización iniciática, no
puede
haber sido "inventada" en un momento determinado,
y su ritual no
podría ser obra de un individuo (así como tampoco, por
supuesto, de
un "comité" o agrupación cualquiera); que dicho
individuo sea un
escritor célebre, e incluso "genial", no cambia
absolutamente en nada
la cuestión. En cuanto a decir que Shakespeare no hubiera
osado
incluir en sus obras ciertas alusiones masónicas si no
hubiera estado,
en tanto que fundador, por encima de la obligación del
secreto, es una
razón muy endeble, especialmente si se recuerda que además
de
Shakespeare varios más hicieron lo mismo, e incluso de una
forma
bastante menos velada: el carácter masónico de La Flauta
Mágica de
Mozart, por ejemplo, es por cierto mucho más transparente
que el de la
Tempestad... Otro punto sobre el que el autor parece
forjarse muchas
ilusiones es el del valor de los conocimientos que pudieron
tener los
fundadores de la Gran Logia de Inglaterra; es verdad que
Anderson tuvo
el cuidado de disimular muchas cosas, e incluso es posible
que fuera
más "por órdenes" recibidas que por propia
iniciativa, pero ello fue
para alcanzar fines que por cierto no tenían nada de
iniciático; y
si la Gran Logia custodiaba realmente ciertos secretos
referentes a los
orígenes de la Masonería, ¿cómo explicar que numerosos
historiadores, miembros eminentes de la misma, hayan
demostrado una tan
completa ignorancia al respecto? Por lo demás, dos o tres
observaciones de detalle acabarán por demostrar cuán errado
está
en no desconfiar suficientemente de su imaginación (y
probablemente
también de ciertas revelaciones "psíquicas" a las
que discretamente
parecía referirse en su anterior libro): así, no cabe
preguntarse, a
propósito de un pasaje de Anderson, "cuál es el grado
que
corresponde a un Expert Brother", como si se tratara de
algo misterioso
(y el autor tiene además ideas bastante absurdas sobre los
altos
grados), pues esta expresión de Expert Brother se empleaba
entonces
simplemente como sinónimo de Fellow Craft; el Compañero era
"experto", en el sentido latino de la palabra,
mientras que el Aprendiz
todavía no lo era. El "joven de extraordinario
talento" al que se
refería Thomas de Quincey no era Shakespeare, ni tampoco
Bacon, sino,
evidentemente, Valentin Andreae; y las letras A. L. y A. D.,
que,
seguidas de fechas, figuran en una joya del Royal Arch, no
fueron
grabadas para formar las palabras a lad, que se aplicarían
al "joven"
en cuestión; ¿cómo se puede, sobre todo cuando se pretende
en
cierto modo ser un "especialista" en interpretar
iniciales, no saber que
estas letras no significan otra cosa que Anno Lucis y Anno
Domini? Nos
sería posible señalar varias otras cosas del mismo tenor,
pero
consideramos que no sería útil seguir insistiendo;
subrayemos sin
embargo todavía que es muy difícil saber exactamente a qué
se
está refiriendo el autor con Rosicrosse Masons; habla de los
mismos
como si se tratara de una "sociedad literaria", lo
que, aunque fuera
secreta, es algo muy poco iniciático; es cierto que para él
la
Masonería es sólo un "sistema ético", lo cual
apenas va mucho
más lejos y no es de un orden mucho más profundo; ¿y qué
pensar
de la seriedad de una organización que no tuviera mayor secreto
que el
de custodiar la identidad de su fundador? No será, por
cierto, por el
nombre de una individualidad cualquiera, aunque sea el de un
"gran
hombre", que jamás podrá resolverse válidamente la
pregunta
suscitada por una "palabra" que ha sido deformada
de tantas maneras
distintas, pregunta que, por otra parte, cosa curiosa, se
lee en árabe
todavía más claramente que en hebreo: Mâ el-Bannâ?
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