jueves, 1 de agosto de 2013

La ascensión del profeta


JEAN DURING:
 
LA ASCENSION DEL PROFETA

 

 

El mi'raj, el viaje celestial de Muhammad, es uno de los acontecimientos más relevantes de su misión profética, o sus milagros. De esta experiencia interior no habló mucho, pues muy pocos eran los que podían percibir cuál era su naturaleza real. Así, se discutió en vano para saber si este viaje se llevó a cabo fisicamente o tan sólo en espíritu. Los que creían en un viaje físico, no comprendían que el mi'raj era una visión, no un sueño, luego una experiencia mucho más fuerte que cualquier experiencia sensible, como lo sugiere el dicho: "Los hombres están soñando; cuando mueren despiertan". Parece ser que también dijo que estaba entre el sueño y la vigilia cuando el ángel fue a su encuentro. Aisha, su mujer, afirmaba que su cuerpo había permanecido en el mismo lugar. Lo que hemos de retener es que el mi'raj, pese a las apariencias, nada tiene de relato de las mil y una noches, sino que es el prototipo del ascenso del alma al mundo espiritual. Muchos místicos musulmanes han seguido más o menos la Vía trazada por el Profeta en el otro mundo. El caso más famoso es el de Abu Yazid al-Bistami, de quien se dice que, llegado al Loto del Limite, rechazó todas sus visiones como vanas ilusiones, a fin de acceder a Dios sólo, "volverse" Dios.

Hay también los conocidos textos de 'Attar (El lenguaje de los Pájaros) y Sohrawardi (Relato del Exilio Occidental). En estos tres casos, el sujeto se describe a sí mismo en forma de un pájaro que vuela a los mundos suprasensibles. En Europa, se conocieron muy pronto tradiciones del mi'raj por la traducción que se hizo al latín con el título de "Libro de la Escala". Este texto suscitó muchos relatos del mismo tipo, el más célebre de los cuales es la Divina Comedia de Dante.

La versión de la que proponemos aquí una traducción, está sacada de una obra persa del siglo XII (52011) de 'Abdol Fazi Rashidoddín Meybodi, discípulo del famoso sufí Ansari, y se titula Kash ol-Asrar wa 'oddat al-abrar, más conocido con el título de Tafsir-e Khwaja 'Abdullah Ansarí (1). Se trata de una compilación de diversas tradiciones referidas por Anas Ibn Malik, Abu Sa'id Khadari, Abu Hureira, 'Aisha, ibn Abbas, etc., ordenadas y empalmadas para que constituyan un relato homogéneo (2).

 

Por supuesto, ningún relato del mi'raj del Profeta tiene valor de testimonio seguro y completo. El Corán evoca el acontecimiento de manera lacónica, y, como para compensar ese silencio, los transmisores de tradiciones han añadido muchos detalles, tomados de otras tradiciones del Profeta.

 

El Enviado de Dios, con él sea la paz, dice: "El Arcángel Gabriel (3) apa­reció y me sacó del sueño. Me llevó a la fuente Zemzem y me hizo sentar. Me abrió el vientre hasta el pecho (4), y con sus propias manos me lavó las entrañas con agua de Zemzem (5). Con él estaba el arcángel Miguel, que sostenía un barreño de oro que contenía fe y sabiduría. Gabriel llenó con ellas mi pecho, y luego cerró la herida de tal modo que mi pecho quedó como estaba antes, sin que por to­do ello sintiera yo el menor dolor. Entonces me ordenó que hiciese mis abluciones y me dijo que fuese con él. Le pregunté que a dónde, y respondió: "A la corte de nuestros Dios, el Señor del universo y de las criaturas". Tomó entonces mi mano y me sacó fuera de la mezquita. Allí vi a Al­borac, que estaba entre Safâ y Marwa (6). Era un cuadrúpedo parecido a un asno o una mula. Su cara era semejante a la de una mujer; tenía orejas como de elefante, unas crines como las de un caballo, patas parecidas a las del camello, cola de ca­ballo y unos ojos como el planeta Venus; su lomo era de rubí escarlata, su vientre de esmeralda verde, y su pecho de perla inmaculada; tenía dos alas hechas de jo­yas resplandecientes, y llevaba en el lomo una silla tejida de oro y seda del paraíso. Gabriel dijo: Oh Muhammad, siéntate en la montura que llevó a Abraham en pe­regrinación a la Kaaba (7)".

"En cuanto le puso la mano en el lomo, Alborac se apartó. Gabriel la agarró de las crines, y oí un murmullo de perlas y rubíes. Entonces dijo Gabriel: "Cálmate, Alborac, y tranquilízate; ¿no conoces a Muhammad? Por Dios el Único, nunca profeta más querido por Dios se sentará en tu lomo". Cuando Alborac hubo oido sus palabras, sudó de confusión, agachó la cabeza y se echó en el suelo en señal de sumisión. Gabriel me sujetó al estribo pa­ra hacerse montar, y Miguel arregló mis ropas.

En camino, Gabriel iba a mi derecha, Miguel a la izquierda, y, delante, Rafael sujetaba las riendas. Alborac avanzaba a una velocidad prodigiosa sin dejar de comportarse según mi deseo; quería yo que avanzase, avanzaba; que saltase, sal­taba; que se detuviese, se detenía.

Durante aquel largo camino oí una lla­mada que venía del lado derecho: "¡Muhammad, detente, he de hacerte una pregunta!" Por tres veces me llamaron, pero yo no hice caso y seguí mi camino. Por el lado izquierdo oí tres veces la mis­ma llamada: "¡Oh Muhammad, hay una pregunta para el Profeta!" Y otra vez pasé de largo sin ocuparme de aquello. Cuando estuve más lejos, vi a una anciana cubierta de joyas que decía: "¡Oh Muhammad, ven hacia mi!". No le presté atención y continué. Entonces pregunté: "Gabriel, ¿qué era la llamada que oí a la derecha?". Respondió: "Era la invitación de los judíos. Si hubieses acudido, tu pueblo habría sido el de los judíos. Y la llamada que oíste a la izquierda era la de los cristianos; si hubieses acudido, tu pueblo habría sido el de los cristianos. Y la anciana que has visto, con sus joyas y ornamentos, era el mundo. Si hubieses ido hacia ella, tu comunidad habría esco­gido el mundo en vez de la vida eterna (8)".

Llegué a un palmeral, y Gabriel me di­jo: "Desmonta y haz la oración". La hi­ce, y luego me dijo que aquel país era Yatrib (9). Después, llegué al desierto, y también allí me ordenó desmontar y hacer la oración ritual. Y me preguntó: "¿Sabes qué lugar es éste" Dije yo: "Dios es más sabio". Respondió: "Es Medina, y allá están el Sinaí y la zarza en llamas. Después de esto llegue a una extensa llanura donde había fortalezas. Me dijo que hiciera la oración, cosa que hice, y luego me contó que aquel lugar era Belén donde nació Jesús. En aquel momento tu­ve sed, y vi un ángel que llevaba tres copas, en una había miel, en otra leche, y en otra vino. Me dijo: "Escoge y bebe lo que quieras". Tomé leche y un poco de miel. Gabriel dijo: "Por tu naturaleza y la de tu pueblo, sientes inclinación por lo sano y lo bueno. Mas si hubieses bebido vino, habrías cometido una falta contra tu pueblo y vuestra naturaleza"(10). Y los án­geles proclamaron: "Salud a Ti, oh Pri­mero, oh Último, oh Resurrector"(11)

Después de esto, vi un país triste, an­gosto y sombrío. De allí pasé a cruzar un país risueño, amplio y claro. Le pregunté a Gabriel: "¿Qué país era aquél, y cuál es éste?" Aquél era el infierno, y éste el paraíso. "Luego me tomó Gabriel de la mano y me llevó a una roca.

Llamó a Miguel, y Miguel llamó a to­dos los ángeles por sus nombres, para que hiciesen descender el mi 'raj desde el paraíso hasta el cielo de este mundo, y desde el cielo de este mundo hasta Jerusa­lén. Y el mi'raj era semejante a una escala (12) con un extremo apoyado sobre la ro­ca y el otro de crisolita verde. Y sus esca­lones, uno de oro, otro de plata, otro de rubí, y, luego, de esmeralda, y de perla.

Gabriel me puso en el primer escalón, y vi mil ángeles que cantaban la gloria de nuestro Señor muy amado, y cuando ad­virtieron mi presencia, me alabaron, y se acercaron a mí, anunciándome el paraíso para mi comunidad. Subí luego al segun­do escalón, y vi dos mil ángeles de la mis­ma clase; en el tercer escalón vi tres mil, y así sucesivamente hasta cincuenta y cinco escalones. Cuando llegaba a un nuevo es­calón, los ángeles se multiplicaban hasta que llegué al cielo de este mundo. Las criaturas del cielo preguntaron: "¿Quién es éste?" "Es Muhammad" dijo Gabriel. "¿Está elegido para la profecía? dijeron. "Si", respondió. Y ellos exclamaron:

"¡Exito para el y su pueblo! ¡Qué buen invitado!".

"A nuestra llegada, los ángeles se rego­cijaron y se anunciaron entre sí la buena nueva, saludándome y acogiéndome. Vi grandes ángeles cuyo representante es Esmail, que los tiene a todos bajo su auto­ridad. Con él estaban otros setenta mil ángeles, y, como los setenta mil ángeles, otros cien mil, todos ellos guardianes del cielo. Contemplaba su multitud cuando Gabriel dijo: "los soldados de Dios no co­nocen otra cosa que a Él". Luego vi a un hombre hermosisímo y de naturaleza ex­celente, y le pregunté a Gabriel quién era. Me dijo: "Es tu padre Adán". Lo saludé y él me devolvió así el saludo: "Bienveni­da a este hijo justo y al pueblo de este pro­feta justo.  ¡Qué buen huésped ha llegado!"

"Y vi las almas de los descendientes de Adán, que se presentaban ante él. Cuando pasaba el alma de un creyente, decía: "Alma pura y perfume puro. Poned su respaldo en el piso más elevado. "Y cuan­do veía el alma de un no creyente, decía: "Alma impura, olor impuro y sucio, po­ned su respaldo en el piso más bajo del in­fierno".

 

Y según la tradición referida por Ibn' Abbâs (13), el Profeta había conta­do: "En el cielo vi un gallo de un blanco intenso; bajo su plumaje había plumas verdes, de un verde intenso; su cresta era del color de la esmeralda verde, sus pies se apoyaban en la séptima tierra y su cabeza en el trono supremo, y tenía dos alas tan grandes que, si las abría, recubrían Orien­te y Occidente. Cuando hubo transcurri­do parte de la noche, abrió sus alas, las agító y cantó esta oración: "Alabado sea Dios, Señor Santo. Alabado sea Dios, el Grande, el Altísimo". En el momento en que cantó, se pusieron a cantar y agitar las alas todos los gallos de la tierra, y cuando se detuvo y calló, todos los gallos de la tierra se detuvieron y callaron. Luego, cuando hubo transcurrido otra parte de la noche, batió de nuevo las alas y proclamó esta oración: alabado sea Dios Altísimo, el Sublime, el Inmenso, el Destínador. Alabado sea Dios y su trono elevado". Y otra vez lo imitaron todos los gallos de la tierra. En cuanto vi aquel gallo, deseé contemplarlo de nuevo (12).

"Gabriel me llevó en sus alas al segun­do cielo.

La distancia entre el primer cielo y el se­gundo, dicen, era de quinientos años de viaje. Gabriel llamó para que los guar­dianes del segundo cielo abrieran paso. Preguntaron: "¿Quién va?" Respondió "Gabriel". "¿Y quién hay contigo?" "Es Muhammad". "¿El profeta de Dios?" "Si" "¡Bienvenido aquél al que se espera­ba! ¡Qué buena visita! Vi a dos jóvenes en el segundo cielo. Gabriel me dijo: "Uno es Juan Bautista, el otro es Jesús. Son pri­mos, salúdales" "Los saludé y me res­pondieron: "Bienvenida al hermano justo y el profeta justo". Luego me llevó al ter­cer cielo, y todo ocurrió de la misma forma. Vi a José, el que ostenta la Hermosu­ra. Lo saludé y me respondió con estas palabras: "Bienvenida al hermano justo y al profeta justo". Luego me condujo al cuarto cielo. Allí vi a Enoc, que me aco­gió en los mismos términos, y yo recité es­ta aleya del Corán: "Accedió a una digni­dad muy elevada". Luego me condujo al quinto cielo, en el que vi a Aarón (15) y lo saludé. Me respondió de igual forma y me acogió calurosamente.

"Según M.B. Ishaq, el Profeta dijo: "En el quinto cielo vi ángeles mitad de cielo, mitad de fuego", y todos decían: "Dios puede conciliar la nieve y el fuego. Así establece la amistad entre los creyen­tes". Tras esto, me llevó Gabriel al sexto cielo. Vi a Moisés, lo saludé, y él me respondió. Cuando lo dejaba se puso a llo­rar. "Moisés, ¿por qué lloras? le dije. Respondió "Lloro a causa de este hombre de cuyo pueblo entrará en el paraíso más gente que del mio". En el sexto cielo vi una morada que llaman la Morada glo­riosa. Es el lugar donde los escribas y secretarios consignan el Corán que Gabriel les enseña. Dios glorioso los lla­ma "los emisarios nobles e íntegros" (Co­rán 30,15). Después de esto me llevó al séptimo cielo. Los ángeles eran tantos allí, que no había el más mínimo lugar en que hubiera uno en oración derecho, inclinado prosternado. Y vi a Abraham (16) y lo saludé. Me respondió en estos términos: "Bienvenida al hijo justo y al profeta justo. Trae a tu pueblo contigo para aumentar el número de árboles del paraíso, cuya tierra es pura y amplia". Luego recité estas aleyas del Corán: "Los más cercanos a Él son los que han obede­cido a Abraham y al Profeta". Y en el séptimo cielo vila Morada Edificada (bayt al ma'mur), entré en ella e hice la oración. Ante ella había un mar en el que entraban por grupos los ángeles, luego, volvían a salir y se sacudían. Y de cada gota creaba el Todopoderoso un ángel que hacía la peregrinación a la morada edificada.

"También vi un ángel sentado en un trono con algo parecido a un vaso delante de él; en su mano había una mesa cubierta de inscripciones de luz que él escrutaba sin apartar nunca la cabeza ni a derecha ni a izquierda, como alguien que está pensa­tivo y triste. Pregunté: "Gabriel, ¿quién es?" Me dijo: "El ángel de la muerte, Muhammad. Tal como ves, está siempre absorto en su trabajo, que eternamente consiste en apoderarse de las almas" Le dije: "Gabriel ¿todo aquel que muere lo ve?" "Sí" dijo. "Pues entonces la muerte es un asunto grande y difícil". "Sí, Muhammad, pero lo que sucede después de la muerte es un asunto más grande y más difícil".

Y, acercándome, anunció: "He aquí a Muhammad, profeta de Misericordias, el Enviado de los árabes". Entonces lo salu­dó y me devolvió el saludo mostrándome sus atenciones y sus gracias. "Muham­mad, regocíjate de todo el bien que veo en tu comunidad". Dije: "Gracias a a Dios, el Dispensador me favorece". Luego, pre­gunté:  ''¿Qué  es  la mesa que contemplas?" "En ella está escrito el des­tino de los seres ", respondió. Está decre­tado que yo examine el destino de cada cual y que cuando llega a su fin le tome el alma". Yo dije: "¡Alabado sea Dios! ¿Puedes tomar desde aquí el alma de los seres de la tierra sin moverte de tu mora­da?" "Si -respondió-, el vaso que ves ante mí es semejante al universo, y todas las criaturas de la tierra están ante mis ojos. A todos los veo, y mi mano a todos alcanza, así cuando quiero, puedo arreba­tarles el alma".

 

Seguí más allá del séptimo cielo hasta que llegué al Loto del Límite, un ár­bol inmenso. "Un árbol plantado en el suelo, de tamaño extraordinario, más dul­ce que la miel y más delicioso que la nata. Sus hojas eran tan grandes como orejas de elefante". Del pie de este árbol salían cuatro ríos (17), dos aparantes y dos ocul­tos (bâtin). Gabriel dijo: "Los dos ríos aparentes son el Nilo y el Éufrates; los dos ríos secretos, corren en el paraíso". Vi una luz cegadora que brillaba en aquel ár­bol, y una mariposa viva de oro, así como una multitud de ángeles cuyo número sólo Dios lo sabe. Gabriel me dijo: "Muham­mad, ve delante". Dije yo: "¡Oh, no! Tú primero". Gabriel dijo: "Para Nuestro Dios Bienamado, eres tú más querido, y más digno que yo de avanzar". Entonces pasé delante y Gabriel seguía mis pasos, hasta que llegué al primer velo de los velos del Umbral del Todopoderoso. Gabriel ti­ró el velo diciendo: "Soy yo, Gabriel, y está conmigo Muhammad". Desde el otro lado del velo un ángel proclamó: "Dios es el más grande", luego pasó por la mano debajo del velo y me atrajo a si, mientras Gabriel quedaba tras el velo. Le dije: "Gabriel, ¿por qué te quedas?" (18). Me dijo: "Muhammad, es este el lugar que me corresponde, éste es el límite de la ciencia de las criaturas; el saber de las criaturas no puede extenderse más allá; llegado a este punto se detiene".

En un abrir y cerrar de ojos, el ángel me llevó de aquel velo al segundo, separado por una distancia de un siglo de viaje. De igual forma llamó, diciendo que era el guardían del primer velo y que Muham­mad lo acompañaba. El ángel del segundo velo exclamó: "¡Dios es grande!", pasó la mano por la cortina, me hizo pasar al interior, y en un abrir y cerrar de ojos me condujo al tercer velo, distante tres siglos de camino. Y así sucesivamente fui con­ducido al velo setenta". La anchura de cada velo equivalía a quinientos años de viaje; entre dos velos, la distancia era también de quinientos años. Dicen que es­tos velos están hechos de luz y tinieblas, de agua y nieve, y dicen también que algu­nos de estos velos es de perlas, otros, de mariposas de oro. Según otra tradición, Gabriel estaba con él cuando atravesó estos velos:

Entonces  vi una cortina verde (19) colgada de una cornisa, y su luz era tan brillante que eclipsaba a la del sol.

Gabriel me puso en la cornisa y dijo: "He vagado por todos los pisos del paraíso, de arriba abajo, hasta que fui colocado en este trono. Contempla el Trono, la tabla guardada y los porteadores del trono divi­no y de los misterios de Dios, el Magnífico. Cuando llegué a esta estación fui acogido por Dios Todopoderoso", Muhammad recibió revelaciones, con­templó lo que contempló, y oyó lo que oyó. Fue testigo del estado (maqâm) de Proximidad divina. Su alma conoció el es­tado de des-cubrimiento de los misterios (mukâshifah); su corazón conoció el gozo del Testigo de Dios (mushâhadah). Su espíritu probó la dulzura de la Visión, y su secreto (sirr) llegó al estado de Unión. Al contemplar este universo, lleno de te­mor respetuoso, de majestad, de orden y de divinidad, perdió conciencia de sí mis­mo. Quedó perplejo y agachó la cabeza. De esto nada puede explicarse con pa­labras, y ni el espíritu ni el alma pueden concebirlo. Quedó estupefacto y perdido hasta que una gracia emanada del Umbral del Gran Señor, del Señor de la Gloria, que devolvió el orden a su corazón, le echó una mirada y le testimonió sus gra­cias y favores. Dios le dijo "Mi profeta posee la fe en Mi libro, y ha transmitido Mi mensaje en la verdad, con rectitud, con exactitud"(20). Cuando Muhammad hubo oído aquellas palabras de gracia que Dios le prodigaba, y fue testigo de aquella bondad, se recobró y se irguió, su cuerpo se unió a su corazón, su corazón a su alma (jân), y su secreto a su yo sutil (zamir). Volvió a sentir ánimo, recobró el uso de la lengua y se acordó de su pueblo. Dijo esta aleya: "Y todos los creyentes tienen fe en Dios y Sus ángeles, en Sus libros y Sus Profetas. Y no hacemos ninguna distin­ción entre Sus profetas, como hacen los judíos y los cristianos"(21).

El profeta contó: "Después que hubi­mos cambiado confidencias con Dios, y que Él me hubo colmado de sus bonda­des, El que gobierna el universo ordenó: "Muhammad, vuelve a la tierra, di lo que has de decir y lleva el mensaje que has de llevar. Guarda esta cortina verde para que te cubras con ella y seas, por ella, elevado hasta el nivel del Loto del Límite".

»Cuando volví al Loto del Límite, Gabriel me dijo: 'Regocijate de la acogi­da, de la bondad, de la gracia y de la dig­nidad que has recibido por parte del To­dopoderoso. Nunca un ángel de los más cercanos, ni ningún profeta misionado llegó hasta la morada espiritual (manzilât) a la que has llegado, y nadie ha visto lo que tú. Da gracias a Dios Altísimo, sé agradecido, pues Él ama a los que Le dan las gracias". Entonces le referí a Gabriel una parte de las maravillas de la potencia divina que habia visto en tan alto lugar; le hice parte de aquel océano de agua, de fuego, de luz y de otras cosas, y él me dijo:  "Son los baldaquines de Dios Altísimo, en medio de los cuales se en­cuentra el Trono. Si no hubiese esta pan­talla, sus luces, y el resplandor de sus ve­los de oro aniquilaría todas las criaturas y muchas otras maravillas tan extraordinarias como nunca has visto". Yo exclamé: "Alabado sea Dios, el Inmenso, las mara­villas de su creación son incontables". Pregunté: "Gabriel, esos ángeles que he visto en aquella mar inmensa, dispuestos en tantas filas, y cuya esencia parece de pura luz, ¿quiénes eran?" Gabriel dijo:

"Eran los espirituales (ruhaniân), de los cuales dice el Señor Todopoderoso: El día de la resurrección, las almas y los ángeles estarán en filas", "Gabriel, he visto una muchedumbre inmensa en la mar altísi­ma, que estaba ordenada por encima de todas las dignidades y se encontraba alre­dedor del Santo Trono. ¿Quiénes son aquéllos seres?" Me dijo: "Son los queru­bines, lo más nobles y más grandes entre los ángeles, Muhammad. Su misión es de­masiado considerable para que pueda yo comprenderla o conocer su secreto".

Después de esto, Gabriel me tomó de la mano y me condujo a la puerta del paraíso para que yo lo viera, con sus grados y las moradas de los creyentes, los lugares que les estaban destinados y a donde habían llegado. En la puerta del Paraíso había escrito esto: "Por una limosna diez veces la recompensa; por un préstamo, dieciocho veces". "Gabriel -dije-, ¿cómo es que prestar es mejor que dar limosna?" Y él dijo: "Porque el mendigo siempre pide dinero, lo necesite o no. Pero el que pide prestado sólo lo ha­ce impulsado por la necesidad".

Luego entré en el Paraíso: vi casitas y castillos de nácar, de rubí y de esmeralda; las paredes eran de ladrillo de oro y plata, el suelo era de almizcle oloroso y el revestimiento era de azafrán. Vi un árbol de ra­mas de oro, hojas de seda, tronco de perla, y raíz de plata. Vi unos riachuelos, uno era de agua, otro de leche, otro de miel y otro de vino. También vi un río in­menso cuya agua era más blanca que la leche, más dulce que la miel y más perfu­mada que el almizcle; las piedras de su lecho eran perlas y rubíes. Gabriel dijo: "Muhammad, son el Kawthar y el Tas­nim, a los que el Todopoderoso ha conce­dido la gracia de hacerlos tuyos. Su fuente está situada bajo el Santo Trono; por ca­da palacio, casa o mansión solariega de las moradas del paraíso pasa un brazo de estos ríos, de tal manera que se mezclan miel, leche y vino. Dicen que hay una fuente en la que beben los servidores de Dios y se vuelven luminosos por su luz".

Salí del Paraíso y deseé ver cómo era el infierno. Vi un ángel de rostro muy feo, cruel, iracundo y amargo. Sentí miedo de él y le pregunté a Gabriel: "¿Quién es ese, que al verlo soy presa de temor y espanto?". Gabriel me dijo: "No es asombroso, pues todos nosotros, los án­geles, sentimos ante él el mismo temor y espanto. Es Malik, el señor del infierno; en él no fueron creadas ni alegría ni felici­dad, y jamás sonríe". Y le dijo: "Malik, éste es Muhammad; es el último profeta de los tiempos, el enviado de los árabes". Él, entonces, me miró, me saludó y cumplimentó y me anunció el paraíso. Le dije: "Dime cómo es el infierno". Res­pondió: "Lo cocieron mil años hasta que se puso al rojo, lo cocieron mil años hasta que se puso al blanco, lo cocieron otros mil años hasta que se puso negro. Ahora es negro, tenebroso como una montaña de fuego, y en él la gente se mata y se de­vora. Mohammed, si a un anillo de esta cadena de fuego lo pusieran sobre una montaña de la tierra, la quemadura fundiría la montaña como si fuera estaño, y llegaría hasta las entrañas de la tierra". Yo dije: "Malik, muéstrame una parte del infierno". Entonces me abrió un rincón de él: una llama de las llamaradas de la hoguera surgió negra y tremenda. El hu­mo cubrió los horizontes, que quedaron sumidos en tinieblas. Sentí un espanto in­menso ante aquella cosa horrible, tanto que no puedo expresarlo. Viendo aquello, perdí el conocimiento, y Gabriel tuvo que sostenerme y ordenó a Malik que devol­viera a su sitio aquel trozo del infierno (22).

El Profeta se alejó de aquel lugar, Gabriel lo tomó en sus alas y lo bajó al séptimo cielo. Encontró de nueva Moisés, que le dijo: "¿Qué te ha ordenado Dios Altísimo para tu comunidad?" Respon­dió: "cincuenta oraciones rituales cada día y cada noche". Moisés le dijo: "Muhammad, yo he visto a los hombres, los he conocido y puesto a prueba; los de tu comunidad son débiles y no tienen la capacidad de someterse a cincuenta ora­ciones. Vuelve y pide a Dios una reduc­ción". Entonces se volvió Muhammad y pidió una reducción de diez oraciones. Volvió con Moisés y volvieron a hablar. Moisés le dijo otra vez lo mismo: su co­munidad no tenía capacidad suficiente para cuarenta oraciones. Volvió atrás de nuevo y pidió otra reducción, y obtuvo diez oraciones menos. Después de haber ido cuatro veces a pedir una reducción, volvió a Moisés, y ésté lo mandó de vuelta tras haberle repetido las mismas palabras. Muhammad se volvió y pidió una última reducción, de tal suerte que las cincuenta oraciones quedaron en cinco. Después de hacer ido cinco veces, y haber reducido a cinco las oraciones, Moisés le dijo otra vez que volviese atrás y consiguiera una reducción mejor. Entonces dijo Muham­mad: "Después de todo esto me da ver­gúenza volver a la carga". Aceptó las cin­co y se sometió (23). Luego, cuando dejó a Moisés, oyó una voz tras de sí: "He consolidado Mi orden y he perdonado a Mi servidor. Y el día en que creé el cielo y la tierra, hice obligatorias para tu pueblo cinco oraciones, y lo que he decretado no cambia, y recompensa cincuenta veces ca­da día de oraciones, diez veces cada acto bueno".

 

Según algunas tradiciones, el Profeta dijo: "Cuando volvía al cielo terrenal, miré bajo el cielo y vi polvareda y humo, y oí un canto hechizante. Pregunté: "Gabriel, ¿qué es eso?" "Son los demo­nios, dijo, que se ponen ante los ojos de los hijos de Adán y les cierran las faculta­des de pensamiento y de reflexión para que no piensen en el mundo espiritual del cielo y de la tierra. De no ser así, ¿qué ma­ravillas podrían contemplar?". Luego me llevó Gabriel con el pueblo de Moisés, aquel del que dijo el Todopoderoso:

"Hay, en el pueblo de Moisés, un grupo que conduce la gente a Dios", y les hablé. Después de esto, volvimos al Templo de Jerusalén, a cuya puerta seguía estando Alborac".  El Profeta montó, con Gabriel, que le condujo de vuelta a La Meca, y, allí, lo devolvió a su lecho (24). Aún quedaban varias horas para que ter­minase la noche. Gabriel dijo: Muham­mad, cuéntale a tu pueblo todo cuanto has visto entre los grandes signos y los poderosos misterios del Dios de Gracia". Muhammad dijo: "Gabriel, me tratarán de mentiroso y no me creerán". Gabriel respondió: "Y qué te importa a ti sí ellos no creen?".

 

 

(1)                 Editado por 'Ali Asqar Hekmat, Teherán, Ibn Sina, T.V. (1338-9 h.).

 

(2)                 No obstante hemos aplicado al relato algunos re­cortes menores a fin de aligerar ciertos pasajes de autenticidad dudosa o de interés secundario.

 

 

(3)                 Gabriel, Miguel y Rafael son tres de los cuatro o cinco grandes ángeles enviados a los hombres. A Gabriel se lo identifica las más de las veces con el Espiritu Santo, el Logos cuya revelación le fue trans­mitida al Profeta en forma de Corán. Rafael es el ángel del socorro y la guía espiritual (es él quien su­jeta las riendas en el texto), pero según otras fuentes, este papel le corresponde a Miguel.

 

(4)              Según otras tradiciones, el Profeta sufrió esta operación en su infancia.

 

(5)                 El Zemzem es la fuente milagrosamente descu­bierta por Ismael y su madre Flagar, la sirva de Abraham. Sigue manando cerca de la Kaaba, y su agua es sagrada.

 

(6)               Son dos montículos de La Meca que señalan una etapa importante en las deambulaciones rituales de la peregrinación.

 

(7)             Alborac, animal fabuloso, corresponde, a mi en­tender, a la facultad de imaginación activa que le permite al iniciado visionar, visualizar, las verdades metafísicas en su aspecto sensible, como formas puras, así como desprender del mundo material formas ideales pero no menos reales. Así el Espíritu Santo toma el rostro del Angel, y la ciudad de Jerusalén es contemplada en su forma arquetípica. No obstante, esta facultad no puede abrirse sin la intervención de una gracia sobrenatural, sin lo cual amenaza llevar a la locura o a la perdición. Por eso, primero, Alborac está rebelde, y luego se calma ante la exhortación del Angel. Entonces, Muhammad, haciendo uno so­lo con su montura, empieza a evolucionar por el es­pacío terreno, o más bien por el reflejo imaginal de ese espacio, en la parte inferior del doble barzakh, al que toda forma terrena envía su imagen. Por eso du­rante el camino podrá ver la imagen de una caravana que se dirige concretamente a La Meca. Más tarde, después de haber dirigido la oración en Jerusalén, alcanza una región más elevada del barzakh, donde contempla, ya no el reflejo espiritual del mundo, si­no aquel mundo de las formas arquetipo del que los seres terrenales no son más que sombras hundidas en la materia. Allí descubre un aspecto del infierno pro­visional reservado a los malos antes de su compare­cencia al Juicio Final y su condenación definitiva.

Finalmente, en el estadio último, ya no halla a Albo­rac, pues el encuentro con Dios no requiere la misma facultad visionaria sino que se produce tras pasar por los velos de tinieblas y los velos de luz, que evo­can la noche de los sentidos, la aniquilación y supraexistencia.

 

(8)  La llamada de los judíos que viene de la derecha, entiendo que significa el rigor del dogma que conduce al fariseismo. La llamada de los cristianos a la iz­quierda, la religión del puro espíritu, que conduce a la trampa de las vanas especulaciones teológicas sobre la naturaleza de la Trinidad, la divinidad de Cristo, etc... Los judíos quieren confundir a Muhammad, corno habían hecho con Jesús hacién­doles preguntas que incumbían a la Ley exotérica. Los cristianos quieren hacerle una de aquellas pre­guntas que por aquel entonces habían dividido a la Iglesia suscitando disputas bizantinas.

 

(9)             Es el nombre antiguo de Medina, adonde emigra­ron los primeros musulmanes. Curiosamente, la misma ciudad aparece más adelante con su nombre nuevo.

 

(10)        Según otra tradición, le presentaron vino, agua y leche. El ángel le dijo: "Has sabido elegir la verada­dera naturaleza primordial (fítrah). Dios salvaguar­dará por ti a tu comunidad". Según otra tradición, dijo: "Si hubieras escogido el vino, tu comunidad se habría extraviado, y si hubieses elegido el agua, se habría dispersado". Según Ibn 'Arabí, la leche sim­boliza siempre el conocimiento, el vino simboliza la ebriedad y el amor espirituales, y el agua la pureza receptiva del alma (cf. La Sagesse des Prophétes, de Ibn 'Arabí. Traducción y comentarios de Titus Burckhardt, Paris 1979, pp. 160).

Después de que le hayan lavado las entrañas, y que haya pasado la prueba de las tres tentaciones, y las tres copas, Mohammed ha alcanzado el grado de pureza, de dominio y de sabiduría, requeridos para dirigir la oración de todos los profetas en la Jerusa­lén celestial. El hecho de dirigir la oración no señala realmente superioridad con respecto a los demás en­viados, sino que más bien indica que a partir de aho­ra, el Islam, está consagrado como religión univer­sal, con el privilegio de que le corresponde en cuanto último mensaje divino y última revelación del pasa­do y las culmina y lleva a la perfección.

No obstante, algunos místicos proponen otra in­terpretación: "Un día -cuentan- un grupo de místicos de la época habían venido a visitar a nuestro maestro Jalaluddin Rûmî. Uno de ellos le preguntó cuál era el misterio contenido en la tradi­ción del profeta: 'Dios Altísimo tiene un licor que ha preparado para sus santos: cuando lo han bebido, están embriagados, y cuando se sienten bien, se vuel­ven locos, etc.'. Para saber cuál era aquél liquido, Rûmi respondió: "Cuando Muhammad (que Dios lo bendiga y le dé la Paz) recibió el favor particular a que alude el Corán con sus expresiones «a la distan­cia de dos tiros de arco o incluso más cerca», domi­nó las partes eminentes de las verdades, contempló con el ojo de la inteligencia la belleza y la perfección del Ser, supremo único, tras haber descubierto las sutilezas indecibles y haber profundizado en los secretos de los tesoros inefables, le fueron enviadas por el Altísimo dos copas de luz, una llena de vino puro y otra llena de leche fácil de absorber, y se le in­dicó que debía escoger entre aquellas dos copas. El Profeta dijo: «He escogido la leche (para mi), y he ocultado el vino para los mejores de mí nación». En efecto, aquella época era el comienzo de los juicios traídos por los reglamentos de la ley canónica, y el refuerzo la base de las órdenes de la vía religiosa; conservó la copa mostrando el mundo de la verdad para los místicos de su nación y los espíritus distin­guidos de su comunidad; del perfume agradable de aquel vino viene que algunos santos perfectos se des­mayen durante los éxtasis y descubran (a los demás) los secretos". Aflaki: Les Saints des derviches tour­neurs (trad. Cl. Huart, París 1918, p. 179).

 

(11)             Peregrinación a Jerusalén, que es también un viaje en  el tiempo  de las  fuentes  históricas del monoteísmo, comienza el viaje en la dimensión ver­tical, que lo conducirá a la fuente metafísica del monoteísmo: el frente a frente con Dios.

 

(12)             La palabra mi'raj, de origen etíope, significa es­cala, y, por extensión, ascensión.

 

(13)             Uno de los más célebres transmisores de tradi­ciones, contemporáneo del Profeta.

 

(14)             Esta ave extraordinaria es el arquetipo celestial de todos los cuerpos terrenales, la forma primordial cuya visión no puede percibirse más que con la ima­ginación activa. Su canto consiste en una alabanza a Dios. Según el Corán, toda criatura, excepto el hombre, está en constante estado de adoración.

 

(15)                En el Islam, a Aarón, hermano de Moisés, se le considera investido de misión profética.

 

(16)          Los profetas, así como el orden de su encuentro varían según las tradiciones. Abraham ocupa el lu­gar más alto como fundador del monoteísmo.

 

(17)             Según algunos comentadores, estos cuatro ríos son las realidades ideales de la Forma y la Sustancia, de la Corporalidad y la Materia. También pueden significar los cuatro elementos de la Materia Prima (tierra, agua, fuego, aire).

 

(18)            Gabriel está obligado a detenerse allí porque só­lo el hombre tiene el poder de elevarse tan alto. Tal poder dimana del riesgo que ha asumido de tomar una condición material que igualmente le permite caer más bajo que ninguna criatura.

 

(19)             En el simbolismo esotérico de los colores, des­pués del negro luminoso de la aniquilación en Dios (fanâ) viene el verde esmeralda de la supraexistencia en Dios (baqâ). El verde es, pues, el color de la per­fección.

 

(20)             Este pasaje evoca un principio importante de la mística islámica. Lo único que Dios espera de un ser es que cumpla escrupulosamente el trabajo que le ha encomendado. Sólo a condición de esto puede el hombre conformarse al deseo divino y recibir todas las gracias que se desprenden del contentamiento de Dios. Para él, ese conocimiento es el único fin y la más alta felicidad interior. Muhammad nunca apun­tó a otra cosa que cumplir perfectamente su misión. Incluso en este instante inefable encuentra fuerza para recordarlo y aboga por su pueblo allí donde cualquier otro se hubiera sumido en el éxtasis, olvi­dándolo todo. Muhammad nunca aludió a su categoría espiritual; estaba totalmente sometido al designio divino, que aprendió a realizar sin añadirle ni quitarle nada, considerando suficiente el título de "servidor".

 

(21)                             Señalemos que la tradición no dice qué vio de Dios el Profeta, sino que refiere solamente un diálo­go. Más tarde, a los que le preguntarán, dirá que vio a Dios "con el corazon".

 

(22)                      Mientras que la primera imagen del infierno era muy concreta, la segunda, en su simplicidad, es mucho más terrible, como si Muhammad hubiese vislumbrado la nada causada por el alejamiento del Principio.

 

(23)             El número cinco tiene una importancia particu­lar en la tradición islámica: los cinco pilares de la fe activa, los cinco elegidos (Muhammad, 'Ali, Fátima, Hussein y Hassân), las cinco oraciones diarias, la estrella de cinco brazos y la mano de Fátima).

 

(24)             Según ciertas fuentes, el viaje fue tan breve en tiempo terrenal, que cuando el profeta volvió a en­contrarse en su habitación acababa de vaciarse una jarra que se había tomado en el momento en que Gabriel lo sacó del sueño.

 

 

(Publicado en "Cielo y Tierra", nº 6, Barcelona, 1983-84).

 

 

 

 

 

 

 

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