EL GENOCIDIO VENDEANO (ABRIL DE 1793 - JULIO DE 1794)
El abogado Villenave, el 15 de diciembre de 1794, con motivo proceso Carrier, da prueba en términos muy precisos con relación al contexto “Después de las batallas del Mans y Savenay la Vendée fue destruida. No quedaban más que algunos grupos rebeldes que Charette, Stofflet y el Rochejaquelein se esforzaban en agrandar. Las comunas volvían a entrar al orden. Iban a ser enteramente sumisa: la clemencia, la suavidad, la amnistía podían solas traer la paz a estas infelices regiones…”
Pero la Convención decidió lo contrario. Hentz y Francastel, Comisarios de la República, se explican este tema en el marco de un largo informe de 38 páginas redactadas en el vendimiairio año II para la Convención: “El pensamiento de una amnistía era odioso y la dignidad nacional lo rechazaba […] incluso si la guerra de Vendée estaba políticamente terminada” de donde el el sistema, prosiguen, avanzado por la Convención de que no habría medio de traer la calma en este país más que haciendo sacar todo lo que no era culpable y encarnizado, exterminando el resto y repoblándolo lo más pronto posible de republicanos que defenderían sus hogares…”
La idea de exterminar a la población vendeana es enunciada por primera vez el 4 de abril de 1793 por ciertos políticos y oficiales supeiores. El Ministro Barére, propone personalmente “un plan de destrucción total” por razones militares la con ocasión de un discurso pasado la posteridad: “ ¡Destruid lal Vendée! Valenciennes y Condé no están ya en poder del Austriaco; el Inglés no se ocupará más de Dunkerque, el Rin será liberado de los Prusianos; España se verá dividida, conquistada por los Meridionales. ¡Destruid la Vendée! Y Lyon no resistirá ya. Toulon se levantará contra los Españoles y los Ingleses y el espíritu de Marsella se destacará a la altura de la revolución republicana [...] la Vendée y aún la Vendée, he ahí el carbón político que devora el corazón de la República francesa; es ahí donde es necesario atacar [...] él es necesario afligir hasta su paciencia…” El primero de agosto,. la Convención vota la destrucción del Vendée: selvas, bosques, oquedales deben cortarse, decomisados los ganados, confiscado la vivienda, las cosechas cortadas. Sigue, el 1 de octubre del mismo año, la ley de exterminio: “Soldados de la libertad, es necesario que los bandidos de Vendée sean exterminados antes de finales de del mes de octubre: la salvación de la patria lo exige; la impaciencia del pueblo francés lo ordena, su valor debe cumplirlo. El reconocimiento nacional espera en esta época a todos cuyo valor y patriotismo habrán afirmado sin retorno la libertad y la república. ” La formulación es voluntariamente general y como no se da ninguna definición al calificativo de bandido, los responsables locales, encargados de las operaciones, exigen por escrito precisiones. Las respuestas no tardan: se refiere a los todos los residentes, Azules y Blancos confundidos. El abogado Villenave planteará por otra parte, más tarde, esta cuestión con motivo proceso Charette: ¿“Que se entendía pues por esta palabra “bandidos”? ¿Era esta solamente los rebeldes aún armados? Era también los rebeldes aún armados vueltos a entrar al orden y todos los habitantes de Vendée. ” La Vendée, exclama Turreau, el general en jefe del ejército del Oeste, debe ser un cementerio nacional…” los informes políticos y militares son de una precisión elocuente; es necesario eliminar prioritariamente a las mujeres “surcos reproductores” y a los niños “ya en trance llegar a ser de futuros bandidos”. Desaparece igualmente el riesgo de las represalias y de la venganza. Se crea incluso campos de exterminio que se les reservan como Noirmoutier. En Bourgneuf y en Nantes, se organizan ahogamientos especiales para los niños.
Los Vendeanos no deben ya reproducirse, de donde el recurso a una simbólica macabra que consiste cortar los sexos masculinos para hacerse, entre otras cosas, pendientes o para enarbolarlos en el cinturón como tantos trofeos, o hacer estallar cartuchos en el aparato genital de las mujeres. Desgracia al que protege a “estas lobas y a estos lobeznos”. El verdugo Lamberty hará la terrible experiencia: “Por haber ocultado el ahogamiento”, es detenido y condenado muerte. Ciertamente, algunos niños son confiscados” por Nanteses pero no pueden guardarlos sino bajo la promesa de garantizar los “regeneración”. Se ha abordado la cuestión de los Vendeanos azules en muchas ocasiones. Ciertamente, son republicanos y la han probado, pero son también vendeanos, lo que en si mismo constituye el más grande de los crímenes. Se decide pues también eliminarlos: “La muerte de un patriota es poca cosa cuando se trata de la salud pública”, explica el general Grignon. Carrier se pretende definitivo: “Por otra parte, explica, no puede tener lugar. Puedo afirmarle que no ha quedado un solo patriota en Vendée. Todos los habitantes de esta región tomaron una parte más o menos activa en esta guerra. ” Los representantes Hentz, Garreau y Francastel son tan categóricos `: “Todos los habitantes que están presente en el Vendée son rebeldes, todos encarnizados [...]. Sobre este punto, no estará terminada completamente la guerra más que cuando no haya ya un habitante en la Vendée. ” Esta voluntad declarada de exterminio total asombra republicanos que no están al corriente de las órdenes dadas. Algunos, como el alcalde de Fontenay-le-Comte, Mariteau, escriben su sorpresa y su indignación ante esta violencia: “El 12 nivoso año II la escena aumenta en horror, el general Amey va con su columna e incendia los todas las granjas desde La Rochelle hasta los Herbarios. Sobre una distancia de tres leguas, no se ahorra nada. Los hombres, las mujeres, incluso los niños de pecho, las mujeres embarazadas, todo fallecen por las manos de su columna. En vano, infelices patriotas, certificados de civismo la mano, demandaron vida a estos locos; no fueron escuchados; se los estranguló. Para acabar de pintar los delitos de este día, es necesario decir que el heno ha sido quemado en las granjas, los granos en los graneros, los ganados en los establos y cuando los infelices labradores, conocidos de nosotros por su civismo, han tenido la desdicha de ser encontrados desatando sus bueyes, no fue necesario más para fusilarlos. Se ha incluso tirado y herido a golpes de salva los ganados que se escapaban [...]. El general Grignon llega con su columna a los Herbiers. Nosotros fuimos a encontrarlo para conferenciar con él; le hicimos observarle que la ley prohíbe expresamente quemar los granos y los forrajes. Le aconsejamos cuidarlos para operaciones posteriores. El dice que los órdenes eran así, pero que no se habían ejecutado. Añadió en cuanto a los Herbiers, que éramos felices que su colega Amey estuviera allí, que sin eso se habría fusilado a los todos los habitantes sin distinción de patriota o de otro modo, porque que los órdenes del general en jefe apuntaban a masacrar, fusilar, e incendiar todo lo que se encontraba sobre su paso, que el había incluso fusilado municipios enteros, revestidos de sus bandas.
”
El 7 de noviembre , la Convención, con ocasión de una sesión solemne, va más lejos aún y raya del mapa de Francia la Vendée para llamarlo departamento Vengado. Su razonamiento es lógico: un hombre no puede rebelarse contra la República, el Vendeano no puede pues ser considerado como tal y como no- hombres no pueden tener bienes, por tanto un territorio, este territorio no puede ya tener nombre: en consecuencia, la Vendée es desbautizada. Como es necesario regenerar esta tierra, entre otras cosas repoblándola con buenos republicanos, se le da un nuevo nombre: el departamento Vengado.
Hasta el finales de diciembre de 1793, estas decisiones siguen siendo teóricas las tropas republicanas no controlan el territorio levantado. A partir de Savenay, la situación es diferente y la Convención decide pasar a la acción y darse los medios adecuados. Por lo tanto, la misión terrorista pasa antes de cualquier otra cosa.
Carrier se defiende del menor sentimiento magnánimo: “Que no se venga pues a hablarnos de humanidad hacia estos feroces Vendeanos; serán exterminados todos; las medidas adoptadas nos garantizan un pronto retorno a la tranquilidad en este país; pero es preciso no dejar a un solo rebelde ya que su arrepentmiento no será jamás sincero…” Lequinio exige incluso no hacer prisioneros; “La raza es maldita.” Algunos departamentos, incluso alejados del marco de la Vendée militar, toman medidas similares. Es el caso de el Eure: “Dejarles escaparse, escribe el representante del pueblo, el 20 pluvióso año II, sería compartir el crimen de su existencia. ”
Es preciso a continuación pasar de la teoría la práctica: el problema no es fácil tratar ya que se trata de eliminar a 815.000 habitantes que, por añadidura, son “tan malos republicanos” que se niegan a dejarse hacer y de destruir un territorio de 10.000 km2 difícil de acceso.
Tres grandes etapas se pueden distinguir.
La primera corresponde una fase científica. La idea es simple aunque difícil concretar por razones técnicas se trata, de acuerdo con las voces y las leyes de la Convención y el Comité se salud pública, de poner en marcha medios más eficaces de eliminación a gran escala. Para ello, se solicitan los servicios de uno de los más grandes químicos de la época: Antoine Fourcroy que no encontrará la solución. Un farmacéutico de Angers, médico de su estado y alquimista, llamado Proust, anticipo el arma química que consistiría en “una levadura propia a volver mortal el aire de toda una región”. Inventó “una bola de cuero llenada de una composición cuyo vapor retirado por el fuego debía asfixiar todo ser viviente muy lejos la redonda”. La prueba sobre ovejas en Ponts-de-Cé, en presencia de diputados, no tuvo resultado “y nadie estuvo incomodado”.
Otros, como el general Santerre, proponen el recurso a las minas: ¡“Minas, minas a fuerzas! ¡… humos soporíferos! Y luego caer encima…” Carrier somete la utilización del veneno: ¿“Lo que usted hace, explica el 9 de noviembre de 1793, es bello sin duda pero donde llevará esto a la nación? ¿a una victoria, quizá? ¿Qué hacen al pueblo vuestras victorias que no terminan nada? Es necesario emplear medios extremos. Habéis liberado el país de un chancro que le devora. El veneno es más seguro que toda su artillería. No temáis pues ponerlo en juego. Haced envenenar las fuentes de agua. Envenenad el pan, que abandonareis a la voracidad de este miserable ejército de bandidos, y dejad hacer el efecto. Tenéis espías entre estos soldados del papa que conduce un niño. Soltarles este regalo y la patria está salvada. Matad a los soldados de Lal Rochejaquelein a golpes de bayonetas, matadles a golpe de arsénico, eso es menos costoso y más conveniente. Le abro este dictamen al cual hice adherir mi sociedad popular y con sin-calzones como usted no le tengo necesidad de decir aún más. ”
Estos proyectos de envergadura, a pesar de un principio de ejecución, abandonados, debido a su incertidumbre, por medidas empíricas específicas como lo guillotina, llamada “la maquinilla de afeitar nacional”, “el molino silencio” o “la santa madre”, la bala, la bayoneta, el sable y la culata de los fusiles. Sin embargo, desde el mismo consentimiento de los republicanos, el conjunto de estos medios es demasiado lento, por lo tanto ineficaz, y sobre todo demasiado costoso; el verdugo encargado de la guillotina percibe 59 libras (50 libras para él, 9 libras para el portador) por cada cabeza cortada; las balas son escasas y sobre todo destinadas al esfuerzo de guerra vinculado a la conquista exterior; los bayonetas y los sables rompen demasiado fácilmente bajo los choques repetidos y las culatas, de los que se sirve como maza para hacer estallar los cráneos del los Vendeanos alineados en “serie”, no son suficientemente sólidas. Lo que es más , los verdugo-soldados, insuficientemente curtidos, se vuelve rápidamente ineficaces por “demasiado sensibles”. En cuanto al problema financiero, se parte del principio que el ejecutado se debe pagar su ejecución y en su defecto las comunas levantados y los departamentos, todo ello completado por la venta en subasta de las prendas de vestir, de los dientes, del cabello, etc. de los condenados. Se racionalizará y se globalizará el sistema por la Comisión de subsistencia, comisión dirigida por el inspector general Jean-Baptiste Beaudesson, encargado del pillaje de la Vendée.
Las grandes ciudades, y medias, son transformadas en ciudades de exterminio mediante el recurso entre otras cosas, de las “antecámaras de la muerte” y de los ahogamientos. “Las antecámaras de la muerte”, expresión de Carrier, están formadas por prisiones, como la del Bouffay en Nantes, los campos a cielo abierto en particular los campos sobre el Loira y los barcos-prisión de Angers, el Ponts-de-Cé, Nantes, etc. Estos lugares estaban concebidos como tantos “morideros” según la expresión nantesa a la moda. Se esperaba que los prisioneros apilados los unos sobre otros fueran a morir naturalmente, vencidos por la enfermedad, o en su defecto, entre-matarse. En realidad, los resultados decepcionaron ya que “estos perros no reventaban demasiado deprisa”: resulta necesario acelerar el proceso de donde el recurso a los medios usuales es decir la guillotina, los “fusilamientos” masivos y los ahogamientos fuentes de grandes y alegres festividades y de banquetes en los lugares mismos.
Durante mucho tiempo, se ha creído estos ahogamientos limitados a la única ciudad de Nantes (23 al menos se contabilizan de las cuales una de al menos de 1200 personas). En realidad, eso no es nada y se los encuentra un poco por todas partes: Angers, al Ponts-de-Cé, al Pellerin, etc.
Según los casos, estos ahogamientos son individuales, por pareja o en número. Los ahogamientos por pareja, llamados “matrimonios republicanos”, han divertido particularmente a los organizadores y marcado a los testigos debido a su carácter: se trata de unir desnudos (los vestidos son confiscados y vendidos por los verdugos) en posiciones obscenas un hombre y una mujer, preferiblemente el padre y la madre, el hermano y la hermana, un cura y una religiosa, etc. antes de lanzarlos el agua. Para los ahogamientos en gran número, el procedimiento es más largo: se apila “la carga humana” en una gabarra habilitada de carga; una vez largada, se hace que salten en pedazos las planchas, a hachazos: el agua salpica por todas las partes y en unos instantes el barco se hunde y los presos se mueren ahogados: en su defecto, se sablea inmediatamente a los supervivientes, de donde el nombre de “sablada” inventado por Grandmaison. Con el fin de cubrir los gritos, “los ahogadores afectan cantar muy alto”. Wailly, testigo de una de estos ahogamientos, dice de manera muy precisa lo que vio: “Dos gabarras cargadas de individuos, se detienen en un lugar llamado el Prado de los Duques. Allí, yo y mis camaradas, vimos la matanza más horrible que se pueda ver; más de 800 individuos de todas las edades y de todos los sexos fueron inhumanamente ahogados y cortados en pedazos. Oigo a Fouquet y sus satélites reprochar a algunos de entre ellos que no sabían dar golpes de sable y mostraban con su ejemplo cómo era necesario actuar. Las gabarras no se hundían bastante rápido hasta el fondo; se tiraban disparos de fusil sobre los que estaban arriba. Los gritos horribles de estas infelices víctimas no hacían más que animar aún más a sus verdugos. Observaba que fueron desnudados previamente todos los individuos a quienes se ha ahogado en esta noche, desnudos como la mano. En vano las mujeres reclamaban que se les dejaran sus camisas; todo se les rechazó y fallecieron. Sus rebaños, sus joyas, sus asignados fueron presa de estos antropófagos y lo que se tendrá dolor a creer, es que los que así los habían desnudado, vendían el día siguiente por la mañana estos despojos al mejor postor.” Numerosos son los testimonios de esta naturaleza, de los que se hace eco el abogado Tronson-Ducoudray, en el proceso Carrier. Más allá del simple alegato, se comprende lo que este hombre vio y oyó: “Ved a estas mujeres, a estas madres infelices precipitadas en los mares con sus niños. La infancia, la amable infancia […] se convierte en el objeto de la más increíble rabia. Un crimen, que las furias de la guerra hacen apenas creíble, se ha cometido en Nantes armada para la patria. Se masacra o ahoga a niños de diez, de cinco, de dos años, niños de pecho. Veo a estos desafortunados que tienden hacia sus verdugos sus brazos inocentes, sonriéndoles sobre el seno que los lleva y que un brazo feroz los arranca. Los veo forcejear a los gritos de su madre que los llaman aún [...]. Veo el río devolver sobre sus bordes a una mujer que tiene aún a su niño muerto sobre su seno, una muchacha entrelazada en torno a su madre [...]. Paso sobre el lugar está el instrumento del suplicio. Veo a un joven niño de trece años sobre el cadalso; dice al ejecutor esta palabra desgarrante: “¿Me harás mucho daño? Está atado sobre el tablero cuya proporción indica estos bárbaros quienes la justicia no concierne a los niños: Su cuerpo apenas alcanza la línea que responde a la dirección del cuchillo. En otro lugar […] son hombres, mujeres o niños quienes a quienes se fusila o se desgarra a golpes de sables y bayonetas…”
Los convencionales, con un deseo de economía (un barco pasado hundido cuesta 200 libras) se intentó la asfixia a partir de barcos herméticamente cerrados. Este medio sin embargo no se retiene a raíz de una denuncia el municipio: “E estertor de los moribundos molesta los vecinos…”
La tercera etapa sigue, lógico. El fracaso es flagrante a falta de plan global. La Convención pide a Turreau, el general en jefe del ejército del Oeste, concebirlo, lo que hace en términos muy precisos. Para llevar a cabo su misión, se basa en tres estructuras: las columnas infernales, o “colas de Robespierre”, que se ponen en marcha el 21 de enero de 1794, la flotilla sobre el Loira y la Comisión de subsistencia. Prudente, solicita el aval del Comité de salud pública que le es dado el 8 de febrero por la intermediaria de Carnot : “Te quejas, ciudadano general, de no haber recibido del Comité una aprobación formal a tus medidas. Le parecen buenas y puras pero, alejadas del teatro de operación, espera los resultados para pronunciarse: extermine los bandidos hasta el último, he ahí tu deber…” Se tranquilizan tanto que ya ha dado sus consignas, el 17 de enero, cuatro días antes de poner en marcha sus tropas:“Camaradas, entramos en el país insurrecto. Os doy la orden de echar a las llamas todo lo que sea susceptible de ser quemado y de pasar al filo de la bayoneta todo los habitantes que encontréis. Sé que hay algunos patriotas en este país; es igual, debemos sacrificarlo todo. ” El 24 de enero, o sea tres días después del principio de los “paseos”, recuerda las consignas y la finalidad de la operación: “Si mis intenciones son bien secundadas, no existirá ya en el Vendée, dentro de quince días, ni casas, ni subsistencias, ni armas, ni habitantes. Es necesario que todo lo que existe de bosque, de alto oquedal en la Vendée sea talado…”
Toda orden dada implica informes y los generales y otros responsables encargados de las operaciones, como buenos militares, las realizan escrupulosamente. En la hora presente, estos informes, redactados en doble ejemplar, según la voluntad de los políticos que desconfían de los militares, están, entre otros, depositados en los archivos militares del fuerte de Vincennes. El informe del general Caffin , del 27 de enero, los resume: “Había ordenado pasar al filo de la bayoneta a todos los canallas que se hubiera podido encontrar y quemar las granjas y las aldeas que próximas a Jallais; mis órdenes han sido puntualmente ejecutadas y, en este momento 40 granjas iluminan el campo…” . Del lado de los Vendeanos, las descripciones hechas revelan la atrocidad de la situación como la de las de Peigné, de Saint-Julien-de-Concelles: “Mujeres embarazadas eran tendidas y aplastadas bajo prensas. Una pobre mujer, que se encontraba en ese caso, fue abierta viva a la Bois-Chapelet, cerca de Maillon. La llamada Jean Lainé, de Croix-de-Beauchéne, fue quemada viva en su cama donde estaba retenida a causa de enfermedad [...].miembros sangrientos y niños de pecho eran llevados en triunfo en la punta de los bayonetas. A una muchacha La Chapelle fue tomada por los verdugos que, después de haberla violado, la suspendieron un roble. Cada pierna se ataba separadamente una rama del árbol y separada la una de la otra lo más lejos posible. Es en esta posición la partieron con su sable hasta la cabeza y el separaron dos…” Los registros clandestinos, como los del rector Pierre-Marie Robin, cura el Chapelle-Basse-Mer', en sus fríos descripciones se hacen eco de “esta carnicería”, expresión empleada por Napoleón hablando del Vendée.
Las peores atrocidades, informadas por los mismos revolucionarios, se cometen: en Ponts-de-Cé curten la piel de los Vendeanos con el fin de hacer calzones de caballo destinados a los oficiales superiores; en Angers, cortan las cabezas para disecarlas; en Herbiers, arrojan a las mujeres y a los niños, Blancos como Azules, en hornos; en Clisson, hacen fundirse de los cuerpos para recuperar grasa para los hospitales y los carros, etc
Todo sentimiento magnánimo está prohibido como lo proclama Carrier': “Que no se venga a hablar de humanidad hacia estos feroces Vendeanos; serán exterminados; las medidas adoptadas nos garantizan un pronto retorno a la tranquilidad en este país; pero es necesario no dejar a un solo rebelde ya que su arrepentimiento no será nunca sincero.” Lequinio` exige no hacer a prisioneros: “Si me está permitido decirlo, clama en la Convención, querría que se adoptara las mismas medidas en todos nuestros ejércitos; nuestros enemigos entonces, usando la recíproca, sería imposible en adelante que tuviéramos cobardes.” Si, por desdicha, un militar republicano viniera ser liberado, se debía reparar “esta mancha” y vengarse sobre la población. Los 5.000 Azules liberados por Bonchamps que agonizaba, el 18 de octubre de 1793, masacrando las poblaciones sobre el camino de vuelta sobre Nantes, no hicieron más que su deber republicano según la formulación oficial.
El genocidio se acompaña de la ruina del país: “Se trata, para el Ministro Barére, de barrer con el cañón el suelo de la Vendée y de purificarlo por el fuego.”
Si este genocidio, a pesar de las intenciones y la programación, no se lleva término, es solamente debido “a la debilidad de los medios”. Turreau se dice por otra parte desesperado “ya que le es terrible ver sospechar su celo y su opinión”. Además, se dice mal secundado.
El balance se impone: la Vendée militar, sobre una población estimada en 815.000 personas, perdió al menos a 117.000 miembros cuya gran parte a causa del sistema de despoblación denunciado en la época por Gracchus Babeuf, padre del comunismo, que habla por otra parte de populicidio. Además, al menos 10.300 casas sobre 53.273 contabilizadas solo en los departamentos del Loira-Inferior, de Deux-Sèvres y de un tercio de la Vendée han sido destruidos. Ciertas zonas por diversas razones han sido más afectadas que otras. Por ello Bressuire pierde un 80% de su hábitat; Cholet 40% de su población, etc
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