Capítulo XII EL VANDALISMO REVOLUCIONARIO
El vandalismo de la Revolución parece obvio. Ningún monumento, ninguna ciudad que no lleve las trazas de las destrucciones operadas durante este periodo capital. No obstante una tal fórmula suscita temibles problemas. Poner juntas estas dos palabras, es evidentemente decir que la Revolución ha sido vándala. Si la cuestión es antigua – ha nacido con la Revolución misma – no hay que olvidar que polémica.
Es preciso previamente resolver una cuestión de orden semántico: ¿como definir el vandalismo? En su acepción corriente, en efecto, se trata de “una tendencia a destruir estúpidamente, por ignorancia, obras de arte” (Le Petit Robert). Pero esta definición es demasiado restrictiva, pues no engloba los dos motivos principales del vandalismo: la especulación financiera, universalmente extendida, y la ideología política ¿Se puede poner al mismo rasero un especulador que arrasa una iglesia para revender los materiales, y una municipalidad decretando la destrucción de una estatua ecuestre de Luis XIV, ‘imagen insoportable de la tiranía’ Sin embargo es lo que ha producido la Revolución , con un raro placer.
…la Constituyente, la Legislativa y la Convención han tenido discursos concomitantes llamando al mismo tiempo a la destrucción de símbolos deshonrosos del pasado y la preservación de obras maestras de las artes, de las que el pueblo debía poder gozar.
Es aquí donde reside la clave de la lectura del vandalismo revolucionario. Más que la tontería o la astucia política, es preciso ver en esta actitud esquizofrénica la contradicción fundamental de la Revolución: no ha cesado de estar fundada sobre el reino de las teorías y de la abstracción, y de estar a la greña con los hechos y la encarnación. No era posible destruir toda Francia y purgarla de todos sus monumentos y obras de arte. Pero tampoco era posible a los nuevos dueños del país conservar intacto el decorado del pasado, que constituía un recuerdo permanente de los antiguos tiempos: las flores de lys embalsamaban siempre la monarquía, los campanarios góticos cantaban en todas partes la lengua de Dios. Entonces se operó a golpes, sin lógica, a veces con exceso, a veces con debilidad, decretando o dejando hacer. Y después de algunos años, el resultado fue un gran trastorno del paisaje monumental de ciudades, castillos e iglesias. Inmenso desastre para Francia, del que Chateaubriand a sido uno de los pintores más conmovedor, al mismo tiempo que un éxito inmenso de la Revolución.
Un último problema suscitado por este vandalismo es de orden contable. Menos complejo, no es menos delicado: ¿se puede redactar una lista completa de lo que ha desaparecido, aquilatar lo la medida exacta? Responder con la afirmativa vendría a ser tener un fichero gigantesco de la bibliografía histórica y topográfica de todas las comunas de Francia, pues el vandalismo revolucionario cubre el entero territorio de la nación. Ninguna iglesia, castillo, villa, en efecto que no lleve un estigma del acontecimiento refundador. Incluso si se pudiera ¿sería suficiente tal gestión para dar cuenta del capital de belleza e inteligencia que ha sido destruida por el hierro y por el fuego? ¿Que palabras podrían decir la emoción del rostro de una Virgen con el Niño del siglo XIII destruida a martillazos? ¿Qué descripción podría hacer sentir la magnificencia de una catedral medieval dinamitada y reducida a un montón de piedras? En su clásico Histoire du vandalisme, Louis Reau ha redactado un capítulo implacable y nutrido de innumerables ejemplos, que es a día de hoy la mejor síntesis de lo que se ha perdido
Más alinear los casos, más vale examinar los diferentes tipos de vandalismo en marcha bajo la Revolución, teniendo presente en mente su formidable interacción..
El primer tipo que se puede aislar es el vandalismo de pulsión, que pertenece propiamente a la gesta revolucionaria. El de una liberación acompañada de excesos y de derivas rápidamente incontrolables. Incluso los discursos de ruptura con el pasado que funda el periodo contienen en ese sentido todas las pérdidas por venir. …. Todos los discursos exaltados sobre los símbolos de la “tiranía” , los “nidos de bergantes”, las “marcas infames” de la esclavitud antigua, toda esa logorrea pueril e insensata , en el sentido primario del término, estas apelaciones a la purificación de Francia, debían llevar malos frutos.
Un segundo tipo podría ser definido como un vandalismo por procuración, un vandalismo en el que de alguna manera no se ensucian las manos. Se expresa de dos maneras bien conocidas. Ordenando la supresión de escudos de armas y blasones en todo el territorio francés (19 junio 1970) , la Constituyente ha abierto la vía a la destrucción de un inmenso patrimonio heráldico, que tocaba tanto a la historia como al arte, de numerosos monumentos que habían sido realizados por grandes escultores desde la Edad Media.
Mucho más grave, en cuanto que ha tenido más consecuencias – ciertas han durado hasta nuestros días- es el segundo caso. Nacionalizando los bienes del clero (noviembre 1789), después los de la corona y emigrados (1792-1793), poniéndolos en venta (los famoso “bienes nacionales”) , la Constituyente y la Legislativa perseguían un fin claro, reflotar el tesoro del Estado; quizá tuvieran también un fin oculto, formidable, no dicho, destruir una parte del parque inmobiliario de los edificios religiosos y principescos. Pues la venta de una iglesia o un gran dominio no podía ser otra cosa que su muerte. Sea una muerte inmediata por una destrucción, que procuraba materiales, después un terreno a repartir: la revolución suministró ahí una rica materia al vandalismo más corriente, el de la especulación. Sea una muerte lenta, por transformación en un uso contrario a su buena conservación: ¿cuantas iglesias convertidas en salas de espectáculos, fábrica de salitre, cuadras, incluso vivienda…? Asi han desaparecido grandes abadías (Jumiéges, Cluny, Chaalis, Orval…), grandes castillos reales o principescos ( Marly, Meudon, Chantilly, Choisy, Madrid en el bosque de Bolonia…) Como prueba el caso de la abadía de Royaumont, estas destrucciones podían ser igualmente por otra parte a la vez un buen negocio y teñidas de ideología, “ por miedo de la guillotina, porque el terror engendra la cobardía y el vandalismo antirreligioso había llegado a ser una prueba de cinismo “. Sería menester añadir que dieron lugar a invenciones notables, como ese sistema puesto a punto por un arquitecto fracasado, Petit-Radel,, y destinado a operar la destrucción de una iglesia medieval en ¡”diez minutos”!
El tercer y último tipo, el más repugnante es el vandalismo ideológico. Recubre las destrucciones ordenadas por el gobierno revolucionario y sus diferentes emanaciones administrativas contra los monumentos de la monarquía y de la Iglesia principalmente. Este vandalismo es propiamente la responsabilidad de la Iª República, entendida como periodo histórico y como régimen político. Nos resulta la más odiosa, pues anuncia numerosas destrucciones que han afectado las obras de arte y la inteligencia del siglo XX, en todos los puntos del globo y en dictaduras de todos los órdenes.
La joven República se encontraba en efecto frente a innumerables monumentos, cuadros, esculturas, libros, tapicerías, muebles… que cantaban la gloria secular de la monarquía francesa. A fin de no “herir” los ojos de los buenos ciudadanos, según la fraseología primaria del momento, fue preciso emprender una operación de amputación de esta memoria visible. Esta supresión real funcionó de dos maneras por destrucción y por mutilación.
El aspecto más espectacular fue la destrucción de efigies reales, perseguidas por todas partes. Centenas de cuadros, sobro todo retratos, fueron destruidos. Peor, pues subsiste a pesar de todo efigies reales pintadas, fue la suerte reservada a las estatuas, ecuestres o pedestres y a los bajorrelieves monumentales, obras admirables debidas a los mejores escultores italianos y franceses que adornaban los palacios reales y los edificios públicos, tanto en Paris como en provincias. … Cinco grandes estatuas desaparecieron en Paris, una en la plaza Bellecour de Lyon , cuyos edificios fueron arrasados por el cañón, una en Dijon, Nancy, Reims, Valenciennes, Caen, Montpellier, Bordeaux, dos en Rennes…La estatua de piedra de Luis XII en la fachada del castillo de Blois, el Carlos VII de Bourges, el Felipe el Hermoso a caballo de Notre Dame de Paris , el Enrique IV del ayuntamiento de Paris o el Luis XIV carcoleando en la fachada del ayuntamiento de Lyon sufrieron la misma suerte. Todas estas estatuas de piedra y de bronce fueron derribadas, destrozadas, dispersadas incluso fundidas, destrozando una suma de tesoros esculpidos inestimables.
En cambio para las grandes residencias reales, la República no operó por destrucción local, sino por mutilación. Así, por extraordinario, los más bellos símbolos de la monarquía han sobrevivido a la Revolución, y en primer lugar el conjunto de Versalles. En todos estos edificios el vandalismo ideológico se encarnizó en efecto sobre los símbolos y mutiló fachadas y decoraciones esculpidas, incluso agujas y campanarios cuando estos herían el sentimiento de igualdad (sic). Millares de flores de lys, de coronas, de iniciales reales, de estatuas y de bajorrelieves fueron cuidadosa, pacientemente… y costosamente martilleados. …Se llegó hasta rasgar encuadernaciones, arrancar los bordes de las tapicerías, cambiar partes de los muebles (el escritorio del rey en Versalles) .
El vandalismo antirreligioso tomó pronto el relevo. En este dominio, la fecha de 1792 es igualmente capital: cuando el rey fue eliminado, el odio antirreligioso y las persecuciones ligadas a la fe pudieron tomar un auge extraordinario, único en la historia del país desde el fin del imperio romano. Prohibir tosa práctica de fe, deportar o ejecutar a los miembros del clero, perseguir los fieles, poner a subasta los edificios religiosos nacionalizados, todo esto era a la vez inédito y relativamente fácil de hacer. Otra cosa era borrar una presencia monumental que habitaba las villas y ciudades de toda Francia desde más de mil años.
Existía no obstante un precedente anunciador: la transformación, en 1791, de la iglesia real de Sainte –Geneviève , la obra maestra de Soufflot, en “panteón de grandes hombre”: para dar al templo de la nueva religión un carácter de dignidad, el arquitecto Quatremère de Quincy había mutilado un monumento mayor de la arquitectura francesa destrozando la escultura religiosa, abatiendo los dos campanarios y el linternón de la cúpula, pero sobre todo obturando la casi totalidad de las ventanas periféricas que iluminaban generosamente la nave, para obtener un efecto más “sepulcral” . Pasando de la luz a la sombra , la gesta revolucionaria no podía ser más explícita.
El odio antirreligioso ha engendrado un número muy importante de destrucciones y mutilaciones de monumentos religiosos seculares, de iglesias parroquiales y hasta de catedrales enteras (como la de Saint-Lambert en Lieja), tipo ordinariamente preservado por razón de la masa a demoler.
En el exterior de los edificios, varios millares de estatuas, datando de la época medieval, del renacimiento y de la edad moderna, fueron abatidos, destrozados, decapitados…., los bajorrelieves rasgados (citemos, entre tantos otros, el caso de la iglesia de Notre-Dame de Dijon, donde las esculturas continúan a leerse en negativo sobre el portal principal). Muy pocas de estas mutilaciones fueron el fruto de un “furor” popular, tolerado por las autoridades de hecho. Fue preciso organizar, dar órdenes, montar andamios, pagar a tanto alzado, sistema en donde la administración desplegó su energía y dejó en consecuencia archivos.
En el interior los objetos litúrgicos, los vitrales, las tumbas de mármol o de bronce fueron destrozadas, desmontadas, desplazadas, llevando al mercado una cantidad increíble de objetos religiosos vendidos como materiales los que no habían sido destrozados. … Desgraciadamente este vandalismo viajó con las tropas francesas; además de las degradaciones en Bélgica, recodemos que en Roma, los franceses mutilaron la iglesia de Trinitá in Montoria en Pincio, y que destrozaron en el capitolio una gran estatua de Pietro Bracchi representante del papa Clemente XII.
Paris pagó un pesado tributo al vandalismo antirreligioso si se piensa en el número de iglesias y de conventos desaparecidos entonces. Citemos en la orilla izquierda Cordeliers, Saint-André-des-Arts, la Chartreuse, la iglesia de Bernardins, los Carmelitas, los Feuillantes, al biblioteca de la Saint- chapelle de Saint-Germain- des-Prés , en la orilla derecha Saint-Jean-en –Grève, San Pablo, los Feuillants, los Capuchinos, los Jacobinos, el Temple, los Mínimos… Ante este desastre uno se extraña de el Val-de-Grace , abadía de fundación real ligada al recuerdo de Ana de Austria, y la cúpula de los Inválidos de Luis XIV hayan sobrevivido. En cuanto a la catedral de Notre-Dame , puesta en venta durante el Terror, no encontró comprador.
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