lunes, 6 de julio de 2009

Sensibles e insensibles (José Jiménez Lozano Diario de Ávila 5 julio 2009)

A LA LUZ DE UNA CANDELA

JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO - PREMIO CERVANTES

Sensibles e insensibles

(Diario de Ávila 5- Julio-2009)

No creo que, entre nosotros los españoles, quiero decir, entre nuestros hombres públicos, haya ha­bido jamás, una formulación como la de don Fran­cisco Silvela, cuando habló de «sentimentalismo de­mocrático», es decir del sentimiento de la piedad y de la misericordia, de la sensibilidad, en suma, ante la suerte de los demás, y, sobre todo, de los más débiles, o los aplastados por la maquina misma del vivir colectivo. Tenía toda la razón del mundo, pero el he­cho de que esa su formulación sea tan señera y solitaria me parece que, ahora, mismo, no la augura ningún eco signi­ficativo.

En un pequeño y estupendo libro sobre la cultura española, y en tor­no a las reflexiones que hace sobre el destino dramático del Maestro fray Luis de León, escribe Trend que parece haber en los españo­les una especie de inhabilidad, o quizás de incapacidad para po­nerse en el lugar del otro. Y, sin duda, puede argumentarse que esa inhabili­dad o incapacidad, o ninguna volun­tad de ponerse en el lugar del otro está en nuestra condición humana, por lo menos por lo que el asunto tiene en sí de egoísmo, pero Trend no habla de mo­ral, sino de psicología; y, aunque desde luego es mas que arriesgado hablar de psicología y caracteres nacionales, como si la naturaleza conformase los hombres según la geografía, no cabe duda de que las peculiari­dades históricas y culturales sí lo hacen a través de los siglos.

No es cosa banal ni indiferente, en efecto, la comprobación, por ejemplo, de que, como ha mostrado don Julio Caro Baroja, aquellas páginas en las que transparece un hálito de piedad y de misericordia ha­cia el prójimo, puede decirse que han sido escritas por conversos del judaísmo, o por quienes de ellos descendían. Hasta el punto de que esos sentimientos delataban esos orígenes, pero tampoco quiere decir­se que todos los cristianos viejos fueran insensibles, naturalmente. Y sería suficiente pensar en un libro como «Tránsito y agonía de la muerte» de Alejo Vene­gas, que era un cristiano viejo, con sus extraordinarias páginas en las que nos pinta a los niños desampara­dos y «desambridillos».

Exactamente como en el mundo moderno los fa­mosos partidarios de los pobres,que suelen ser riquí­simos, presumen ruidosamente de ese partidismo y están todo el santo día con los pobres en la boca, co­mo voceando la mercancía, porque tal es su negocio.

¿De dónde puede venir un autismo moral tan bár­baro como la indiferencia ante el sufrimiento huma­no? Desde luego, el propio fray Luís decía de sus com­patriotas que eran un pueblo «inculto y duro», pero ¿y cuando lo que se llama cultura se acuerda tan es­trechamente con la indiferencia y la inmisericordia? ¿Y cuando la piedad y la misericordia se definen co­mo lacras de la cultura judeo-cristiana que hay que extirpar por perjudiciales al desarrollo del individuo y de los pueblos? Y tal convicción más o menos nletzscheana, y rodeada de aura científica, es, desde luego, la hoy triunfante.

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