A LA LUZ DE UNA CANDELA
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO - PREMIO CERVANTES
Sensibles e insensibles
(Diario de Ávila 5- Julio-2009)
No creo que, entre nosotros los españoles, quiero decir, entre nuestros hombres públicos, haya habido jamás, una formulación como la de don Francisco Silvela, cuando habló de «sentimentalismo democrático», es decir del sentimiento de la piedad y de la misericordia, de la sensibilidad, en suma, ante la suerte de los demás, y, sobre todo, de los más débiles, o los aplastados por la maquina misma del vivir colectivo. Tenía toda la razón del mundo, pero el hecho de que esa su formulación sea tan señera y solitaria me parece que, ahora, mismo, no la augura ningún eco significativo.
En un pequeño y estupendo libro sobre la cultura española, y en torno a las reflexiones que hace sobre el destino dramático del Maestro fray Luis de León, escribe Trend que parece haber en los españoles una especie de inhabilidad, o quizás de incapacidad para ponerse en el lugar del otro. Y, sin duda, puede argumentarse que esa inhabilidad o incapacidad, o ninguna voluntad de ponerse en el lugar del otro está en nuestra condición humana, por lo menos por lo que el asunto tiene en sí de egoísmo, pero Trend no habla de moral, sino de psicología; y, aunque desde luego es mas que arriesgado hablar de psicología y caracteres nacionales, como si la naturaleza conformase los hombres según la geografía, no cabe duda de que las peculiaridades históricas y culturales sí lo hacen a través de los siglos.
No es cosa banal ni indiferente, en efecto, la comprobación, por ejemplo, de que, como ha mostrado don Julio Caro Baroja, aquellas páginas en las que transparece un hálito de piedad y de misericordia hacia el prójimo, puede decirse que han sido escritas por conversos del judaísmo, o por quienes de ellos descendían. Hasta el punto de que esos sentimientos delataban esos orígenes, pero tampoco quiere decirse que todos los cristianos viejos fueran insensibles, naturalmente. Y sería suficiente pensar en un libro como «Tránsito y agonía de la muerte» de Alejo Venegas, que era un cristiano viejo, con sus extraordinarias páginas en las que nos pinta a los niños desamparados y «desambridillos».
Exactamente como en el mundo moderno los famosos partidarios de los pobres,que suelen ser riquísimos, presumen ruidosamente de ese partidismo y están todo el santo día con los pobres en la boca, como voceando la mercancía, porque tal es su negocio.
¿De dónde puede venir un autismo moral tan bárbaro como la indiferencia ante el sufrimiento humano? Desde luego, el propio fray Luís decía de sus compatriotas que eran un pueblo «inculto y duro», pero ¿y cuando lo que se llama cultura se acuerda tan estrechamente con la indiferencia y la inmisericordia? ¿Y cuando la piedad y la misericordia se definen como lacras de la cultura judeo-cristiana que hay que extirpar por perjudiciales al desarrollo del individuo y de los pueblos? Y tal convicción más o menos nletzscheana, y rodeada de aura científica, es, desde luego, la hoy triunfante.
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