miércoles, 18 de diciembre de 2024

Creación y cultura (Nicolás Berdiaev)

 El sentido de la creación

Nicolás Berdiaev

Ediciones Carlos Lohlé. Buenos Aires 1978.Pp.397-401  


Creación y cultura

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La cultura occidental, por su origen, es ante todo una

cultura católica y latina.1 Y esta cultura, en sus mani-

festaciones más perfectas, mantuvo el vínculo con la

Antigüedad, fuente eterna de toda cultura humana. Las

marcas de su origen sagrado quedaron impresas en esta

cultura surgida del culto. La raza latina, los pueblos románicos,

tienen la cultura en la sangre. Y, de hecho, es

cultura lo que está ligado por la sangre al mundo grecorro-

mano, a las fuentes antiguas, así como a la Iglesia,

occidental u oriental, que recibió la herencia de la cu!tu-

ra antigua. En el sentido estricto de la palabra, no existe

otra cultura que la cultura grecorromana, ni puede

existir. La cultura pravoeslava-católica asumió la sucesión

de la cultura grecorromana. La irrupción de la raza

germánica en la palestra de la historia europea señaló la

inoculación de una gota de sangre bárbara del Norte en

la sangre latina y civilizada de Occidente. La raza ger-

mánica es bárbara, no tiene en sí la primacía de un lazo

con el mundo antiguo. El individualismo de la Reforma

germánica fue un individualismo bárbaro y opuesto al

individualismo cultural del Renacimiento italiano. Lutero

y Kant son bárbaros insignes. El criticismo del pensamiento

alemán es un producto de la barbarie, que no

quiere saber que existe para toda cultura, como para

todo pensamiento, una primacía de hecho, natural, or-

gánica y suprapersonal. El protestantismo rechaza no

sólo la tradición sagrada de la Iglesia sino también la

herencia sagrada de la cultura. El individualismo alemán,

como el criticismo alemán, rompe con toda tradición

y le opone una especie de revuelta bárbara. Pero

toda cultura descansa sobre una tradición. El espíritu

germánico volcó en la vieja sangre latina de la cultura

europea elementos nuevos e indómitos; su misión fue

engrosar su aporte espiritual. Por no haberse adentrado

en caminos ya trazados, el pensamiento germánico bárbaro

creó las formas profundas de un criticismo religioso

y filosófico en el que el mundo objetivado se libera

de su sumersión en el sujeto, en la profundidad del espíritu.

Pero la irradiación y la claridad del pensamiento

latino permanecieron ajenos a estas formas brumosas

de meditación. El germanismo es el norte metafísico, y

la cultura germánica se elabora en tinieblas privadas

de sol. La genialidad misma de los grandes filósofos alemanes

nació de una ruptura con el sol, y no de una comunión

con las fuentes naturales de la luz. Pura y elevada,

pero bárbara, la cultura alemana permanece en gran

parte como una cultura de espiritualidad abstracta, extraña

a cualquier plástica encarnada en una figuración concreta.

La raza germánica no adoptó el cristianismo sino en

cuanto religión de pura espiritualidad, sin plástica y sin

tradición. Y la misión religiosa del germanismo consistió

en luchar contra un renacimiento del cristianismo en el

plano psico-corporal, contra la corrupción del catolicismo,

y en introducir en la vida religiosa el principio

exclusivo de la espiritualidad pura. La profundidad mística

de Meister Eckhart constituye el punto por el cual

se puede penetrar en lo que el espíritu germánico tiene

de elevado y original. Este espíritu es extraño al espíritu

de la Antigüedad y, en cambio, bajo una forma in.

esperada, pariente del de la India: el mismo idealismo,

la misma espiritualidad, el mismo apartamiento para

la encarnación concreta del ser, la misma convicción de

que toda individualidad es pecado. El germanismo quiere

ser puramente ario, y no deber nada al injerto religioso

del semitismo. El espíritu germánico se esfuerza

por desprender de sus profundidades un ente que no

puede concebirse en cuanto realidad. Lo que, por consiguiente,

hay que buscar en la cultura alemana es su

hondura, aunque bárbara, que es una especie de pureza.

Pero carece de sutileza y de elegancia. Aun en los más

grandes alemanes, aun en Goethe, hay algo de falta de

gusto y de grosería. La sutileza y la elegancia pertenecen

exclusivamente a la cultura francesa. Y son precisamente

 éstas las cualidades que predominan en la cultura. El

espíritu alemán edifica algo grandioso, pero que no es

cultural en el sentido estricto de la palabra, y no es en

vano que Nietzsche dijo que no había cultura en Alemania

y que la cultura era esencialmente francesa. Los

alemanes reflexionan sobre la cultura, hacen su crítica,

examinan todos los problemas que plantea, pero no la

poseen. Porque la cultura no puede ser crítica e individualista;

siempre es orgánica y universal. La raza alemana

detenta, con toda evidencia, una misión distinta

y providencial en el mundo de Occidente. La crítica

alemana, la música alemana, la filosofía alemana están

llamadas a grandes destinos. Pero esto no implica la

creación de la cultura más general y universal, digna

de propagarse entre todos los pueblos. El espíritu germánico

no creó normas universales de cultura, como querrían

hacerlo creer los Kulturträger alemanes. Hay mucho

que aprender en la mística y la filosofía alemanas,

pero es imposible difundir una cultura propiamente alemana.

La cultura latina, por el contrario, fue llevada

hasta el extremo de la universalidad. Los alemanes, además,

no han deseado este extremismo. Tienen una burguesía

santa y bárbara que elige quedarse a mitad de

camino en una media goetheano-kantiana. Esta cultura

abstracta perdió el sentido de lo extremo y de lo excesivo.

El espíritu germánico es lo menos apocalíptico

posible. Nietzsche no pertenece al espíritu alemán; en

él hay mucho de eslavo y se nutrió de la cultura francesa.

La filosofía alemana, empero, cumple una tarea

mundanal. Ayuda a la solución de la crisis mundanal,

pero de manera indirecta y por oposición: es la mística

alemana, que encarna el último mensaje dirigido al

mundo por la raza germánica y representa también el

aporte supremo de los alemanes a esta solución de la

historia universal. Hay en la mística de los alemanes 

una verdad eterna, pero ella no puede ser una fuente

general de cultura, no puede ser el peldaño que lleva a

una cultura superior 2. Son las fuentes antiguas del he-

braísmo y de Grecia las que subsisten siempre con su·

espíritu de concretización y de encarnación. Y la mística.

eslava, en gran parte apocalíptica, está ligada a los tiem-

pos y a las demoras de la historia universal, a la encar-

nación y a la escatología. La cultura eslava, entendida

en el sentido habitual de la palabra, está infinitamente

por debajo de la cultura alemana. Pero la raza eslava

recibió en su carne y en su sangre la primacía de la

cultura griega y bizantina. La raza eslava, por su posición

histórica, es antagonista de la raza germánica.

Puede aprender de ella, pero no puede inspirarse en ella

y fundirse con ella. Estamos más cerca de los latinos

aunque no sean semejantes a nosotros, de suerte que po-

demos aprender de ellos sin que amenacen absorbemos.

La influencia predominante de la cultura alemana significa

para la raza eslava el abandono de su misión supracultural

y apocalíptica.


1. VIACESLAV lVANOV dice muy bien: "No hay en Europa otra

cultura que la cultura helénica, que sometió a la latinidad y está

aún viviente en el mundo latino, echando nuevos brotes sobre el

antiguo tronco, trimilenario y carcomido, pero siempre viviente.

Se ha enraizado en la sangre y la lengua de las tribus latinas;

pero, en cambio, nunca pudo ser asimilada plenamente por los

elementos germanos y eslavos, que le son extraños por la sangre

y· por la lengua" (Bajo las estrellas ... ).


2. Encontramos tanto en Dreuss como en Chamberlain ese nacionalismo

alemán y este método alemán que quieren a toda costa

hacer surgir una religión del germanismo


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