domingo, 15 de diciembre de 2024

DECADENCIA Y RENOVACIÓN DEL ARTE CRISTIANO (Titus Burckhardt)

 Principio y métodos del arte Sagrado

Titus Burckhardt, Ediciones Lidium. Buenos Aires 1982 Pp. 136-139


 DECADENCIA Y RENOVACIÓN DEL ARTE CRISTIANO


III


Como la rotura de una presa, el Renacimiento produjo una cascada de fuerzas creadoras; los diferentes niveles de esta cascada son los niveles psíquicos; hacia abajo, la cascada se ensancha y pierde al mismo tiempo unidad y vigor.


En cierto sentido, la caída se anuncia antes del Renacimiento propiamente dicho, en el arte gótico. El estado de equilibrio es el arte románico, en Occidente, y el arte bizantino en el Oriente cristiano. El arte gótico, sobre todo en su fase avanzada, representa un

desarrollo unilateral, un predominio del elemento volitivo sobre el intelectual, un impulso más que un estado de contemplación. El Renacimiento se puede considerar una reacción, a la vez racional y latina, contra ese desarrollo precario del estilo gótico. No Obstante,el paso del arte románico al arte gótico es continuo, sin rupturas, y

los métodos de este último siguen siendo tradicionales —se basan en el simbolismo y la intuición—, mientras que con el Renacimiento la ruptura es casi total. Es cierto que no todas las ramas del arte tienen una evolución paralela; así, la arquitectura gótica sigue siendo tradicional hasta su desaparición, mientras que la escultura y la pintura del gótico tardío sucumben a la influencia naturalista.


El Renacimiento rechaza, pues, la intuición, vehiculada por el símbolo, a favor de la razón discursiva, lo que no le impide evidentemente ser pasional, muy al contrario, puesto que el racionalismo concuerda muy bien con la pasión. En cuanto se abandona u oscurece el centro del hombre, el intelecto contemplativo o el corazón, las otras facultades se escinden y aparecen antítesis psicológicas; así, el arte del Renacimiento es a la vez racionalista —es lo que expresa su utilización de la perspectiva y su teoría arquitectónica— y pasional, y la pasión tiene aquí un carácter global: es la afirmación del ego en general, la sed de lo grande y lo ilimitado.


Como la unión fundamental de las firmas vitales subsiste todavía en cierta manera, la antítesis de las facultades conserva la apariencia de un libre juego; no parece todavía irreductible, como en las épocas ulteriores, en las que la razón y el sentimiento se alejan uno del Otro hasta tal punto que el arte ya no puede contenerlos a la

vez. En el Renacimiento las ciencias todavía se llaman artes, y el arte se presenta como una ciencia.


Sin embargo, la caída se había iniciado. El Barroco reacciona contra el racionalismo del Renacimiento, la fijación de las formas en fórmulas grecorromanas y su disociación consecutiva; pero en lugar de vencer esta disociación mediante un regreso a las fuentes suprarracionales de la tradición, el Barroco trata de fundir las formas petrificadas del clasicismo renacentista en el dinamismo de una imaginación sin límites. Se liga voluntariamente a las últimas fases del arte helenista, cuya imaginación, sin embargo, mucho más mesurada, más tranquila y más Concreta; el Barroco está animado por una inquietud psíquica que la antigüedad no conocía.


Tanto si es mundano como si es místico, el arte barroco nunca irá más allá del ámbito del sueño; tanto sus orgías sensuales como sus memento mori macabros no son más que fantasmagorías. Shakespeare, que vivió en el umbral de esa época, pudo decir que el mundo estaba formado de la substancia «de la que están hechos los sueños»; Calderón de la Barca, en La es sueño, dice implícita-

mente lo mismo, yendo mucho más allá, como Shakespeare, del plano donde se desarrollan las artes de su tiempo.


El poder proteico de la imaginación desempeña un papel en la mayoría de las artes tradicionales, en las de la India especialmente; pero en este caso corresponde simbólicamente a la fuerza generadora de Mâya, la ilusión cósmica; para el hindú, el proteismo de las formas no es una prueba de su realidad, sino, al contrario, de su

irrealidad con respecto al Absoluto. No ocurre lo mismo con el arte barroco, que ama la ilusión: los interiores de las iglesias barrocas, como ll Gesu o San Ignacio de Roma, tienen algo de alucinante; para algunos, el arte barroco representa la última gran manifestación de la visión cristiana del mundo. Es sin duda porque el

Barroco aspira siempre a la síntesis; es incluso el último intento,sobre una base amplia, de una síntesis de la vida en Occidente. No obstante, la unidad que realiza procede más de una voluntad totalitaria, que funde todas las cosas en un molde subjetivo, que de una coordinación objetiva de las cosas a la luz de un principio transcendente, como es el caso en la civilización medieval.


En el arte del siglo XVII, la fantasmagoría barroca se petrifica en formas racionalmente definidas pero vacías de substancia; es como si la lava de la pasión se coagulara superficialmente en mil formas endurecidas. Todas las fases estilísticas Siguientes oscilarán entre estos dos polos de la imaginación pasional y el determinismo

racional. Pero la oscilación más amplia seguirá siendo la que va del Renacimiento al Barroco, y todas las siguientes serán menores. Por otro lado, en el Renacimiento y el Barroco es donde las reacciones contra la herencia tradicional se manifiestan con mayor violencia;

pues a medida que el arte se aleja, históricamente, de esta fase crítica, recupera cierta calma, cierta disposición, muy relativa por otra parte, hacia la «contemplación». Se observará sin embargo que la experiencia estética será más fresca, más inmediata y auténtica,allí donde esté más alejada de los temas religiosos: en determinada

«crucifixión» del Renacimiento, por ejemplo, lo que manifestará mayores cualidades artísticas no será el drama sagrado, Sino el paisaje; o en determinada «Sepultura» del Barroco el verdadero tema de la obra —es decir, lo que revela el corazón del artista— es

el juego de la iluminación, mientras que los personajes representados serán secundarios; esto es tanto como decir que la jerarquía de los valores se derrumba.


En todo este proceso de decadencia, lo que se discute no es necesariamente la calidad individual de los artistas. El arte es ante todo un fenómeno colectivo y los genios que emergen de la masa no pueden invertir el sentido del proceso general; todo lo más, pueden acelerarlo o, por el contrario, retardar algunos de sus ritmos. No es necesario decir que el juicio que formulamos sobre el

arte de los siglos postmedievales nunca toma como término de comparación el arte de nuestros días; el Renacimiento y el Barroco poseen una gama incomparablemente más rica de valores artísticos

y humanos que este último. destrucción progresiva de la belleza de nuestras ciudades lo prueba, por ejemplo.


En cada fase de la decadencia inaugurada por el Renacimiento Se revelan unas bellezas parciales y se manifiestan unas virtudes; pero todo esto no puede compensar la pérdida de lo esencial. ¿De qué nos sirve toda esta grandeza humana si la nostalgia del Infinito,

que nos es innata, queda sin respuesta?


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