martes, 1 de febrero de 2022

ESBOZO DE UNA CRÍTICA METAFÍSICA DE LA FILOSOFÍA SISTEMÁTICA (Georges Vallin)

ESBOZO DE UNA CRÍTICA METAFÍSICA DE LA FILOSOFÍA SISTEMÁTICA

La Perspective métaphysique

Georges Vallin

Presses Universitaires de France. Paris 1959 pp.195-219

 

Hemos distinguido anteriormente dos formas de "dogmatismo por un lado, lo que hemos llamado dogmatismo "tradicional ", por otra parte el dogmatismo filosófico, y dejábamos entender por qué razones el dogmatismo tradicional nos parecía debía ser menos "dogmático" es decir, menos limitado y menos exclusivo que el dogmatismo filosófico en la respuesta que dio al eterno problema del ser señalado por Aristóteles. Las raíces de la ontoteología en una tradición espiritual (hinduismo de un Ramanuja, el cristianismo de un Santo Tomás, etc.) implicaba una especie de adhesión más o menos indirecta e implícita a las limitaciones doctrinales de la ontοteolοgia con relación a la υniversalidad de la perspectiva metafísica que creíamos legítimo detectar en la raíz de cualquier tradición espiritual en general.

El ejemplo de la ontoteología tradicional de Occidente nos parece interesante en este sentido. El cristianismo, por intermedio de su de sus "dogmas" revelados, sus rituales y su moral, constituye al mismo tiempo un vínculo vital entre las formulaciones divergentes (tomismo y escotismo, por ejemplo), al mismo tiempo que un trampolín, tanto doctrinal como espiritual, para una eventual superación de las limitaciones dogmáticas. La experiencia espiritual del "místico" que vive su "fe" siempre tiende a vivificar la abstracción de las formulaciones doctrinales ; las especulaciones que son al mismo tiempo "teológicas" y "filosóficas" se denominan "teológicas": las especulaciones "filosóficas" se refieren en última instancia a esta "experiencia donde la "fe" constituye una especie de substituto perfectamente legítimo de la intuición intelectual, y se prolonga a veces en esta última, en los aspectos propiamente metafísicos de esta "mística": en Eckhart o Nicolas de Cusa, por ejemplo. Gracias a su orientación hacia la trascendencia por intermedio de una fe que tiene implicaciones intelectuales profundas, el filósofo cristiano tradicional mantiene una visión infinitamente más amplia y profunda de lo que dejan suponer sus formulaciones dogmáticas. Nos parece que a este respecto el papel del esoterismo implícito de los misterios revelados es un hecho capital. La "fe" cristiana del filósofo cuyas especulaciones "ontoteológicas" presentan una incontestable limitación es como un contrapeso, al menos virtual, al espesamiento dogmático del sentido del ser. También es notable que en los más grandes místicos. Es notable, además, que entre los más grandes místicos católicos, la "fe" que opera en la "caridad" permite a menudo a estos últimos encontrar, más allá de la esclerosis racionalizadora del aristotelismo que ha inspirado las formulaciones de la teología (1), las dimensiones platónicas o propiamente metafísicas de los misterios revelados: la intelectualidad metafísica de un  maestro Eckhart nos parece, en este sentido, una prolongamiento perfectamente natural y justificado de la teología cristiana. El entendimiento humano, a pesar del claro corte entre la teología natural y teología revelada, queda subordinada a la "fe", de una manera viva y concreta, y esta fe", que lleva implícitamente a la universalidad de la perspectiva metafísica, sin duda pasiva y virtual, pero sin embargo real, de la universalidad del Ser, más allá de las limitaciones explícitas de las formulaciones dogmáticas que aprisionando al Ser en el Siendo.

Lo que llamamos filosofía sistemática se caracteriza, recordémoslo, por la ruptura más o menos profunda de los vínculos concretos y vivientes que unían la especulación de la ontoteología tradicional a la tradición espiritual correspondiente y nos parecía corresponder de hecho con el desarrollo de los sistemas filosóficos desde Descartes hasta nuestros días

Si esta ruptura nos parece paradójicamente corresponder a un aumento o un engrosamiento del "dogmatismo"

(1) La teología de la Iglesia de Oriente, que ha permanecido al mismo tiempo mucho más "mística" que "teológica" y esencialmente platónica, siempre ha sido capaz de superar, especialmente gracias a su apofatismo, las limitaciones dogmáticas de la ontoteología aristotélico-tomista.

metafísico, mientras que uno de los méritos más importantes de Descartes es haber sustituido el principio de evidencia al principio de autoridad, es porque ella cava una infranqueable brecha entre el Intelecto y una razón  ahora bloqueada en la esfera de la inmanencia. La "fe de la ontoteología tradicional constituía, si no una verdadero intermediario entre el entendimiento del animal razonable y el Intelecto, al menos un sustituto de la intuición intelectual: la " fe" aparecía muy legítimamente en un san Anselmo o un Santo Tomás como teniendo que llevar al hombre a un mejor "comprender" lo que primero no hace más que "creer". La historia de la filosofía, o más bien la historia de la filosofía, o más bien la historia de los sistemas filosóficos no ha  comenzado verdaderamente más que el día en que el filósofo decidió que el hombre  no era más que animal razonable.

El espesamiento "dogmático" no concierne evidentemente al orden de las evidencias a las que esta apuesta por el mundo abrió de manera natural la inteligencia del hombre: el progreso de la ciencia: los progresos de la ciencia lo demuestra vivamente. Pero la razón, cortada de la "fe", y a fortiori del Intelecto, no podrá más que dogmatizar" interviniendo en el eterno debate sobre el "ser". Y esto de una manera doble: por un lado, afirmando más de lo que efectivamente sabe, es decir, es decir, al ir más allá de los límites de la experiencia que son asignados al entendimiento humano en tanto humano; por otro lado, por otra afirmando menos de lo que podría saber, es decir, por es decir, limitando de forma quizá arbitraria la experiencia de la que el hombre es capaz.

La primera forma de dogmatismo fue destacada por la crítica kantiana. El segundo nos parece que está enfocado por Heidegger cuando reprocha a la metafísica occidental haber confundido constantemente el Ser con el Siendo, es decir, haber encerrado el Ser que constituye el objeto de la metafísica dentro de unos límites que él trasciende.

Estas dos formas de dogmatismo nos parece sobre todo caracterizar la primera ontoteología clásica post-cartesiana y pre-kantiana, la segunda el temporalismo moderno que nos lleva de Hegel a Sartre. La "revolución copernicana "del idealismo kantiano constituye el punto de unión de estos dos dogmatismos de estos dos dogmatismos, en el sentido de que su legítima crítica de la ontología clásica nos parece que ha conducido de hecho a la constitución de un dogmatismo temporalista que ha encerrado el Ser o el Absoluto dentro de límites cada vez más limitados y estrechos. Esbozaremos los principales momentos de esta historia en el último capítulo de este trabajo, donde intentaremos poner en evidencia la continuidad entre estas dos formas de dogmatismo antimetafísico, ya que además la primera "crítica" de la metafísica, que de hecho inauguró la historia (virtual) de la filosofía occidental remonta a la revolución antiplatónica de Aristóteles, que nos parece haber determinado de una manera decisiva el carácter explícita o implícitamente sistemática, es decir dogmático de esta filosofía.

A partir de ahora es importante precisar que la distinción entre las dos formas de dogmatismo que acabamos de señalar y que ambos caracterizan a los "sistemas" filosóficos propiamente dichos (Spinoza, por ejemplo, para la primera forma, y Hegel o Bergson para la segunda) - a pesar de su importancia e interés - así como la distinción entre el dogmatismo tradicional y el sistemático, son mucho menos importantes que la distinción en virtud de la cual todas las formulaciones filosóficas o teológicas, "ontológicas"  o temporalistas se oponen, debido a la limitación fundamental que asignan al objeto de la "filosofía primera", a la universalidad o la integralidad de la perspectiva metafísica.

La esencia del dogmatismo no consiste quizá tanto en afirmar más del ser de lo que se conoce, como excluir de la experiencia del ser aspectos que son más o menos fundamentales. El dogmatismo "tradicional" de la ontología tomista, por ejemplo, a pesar de su enraizamiento más o menos implícito en la universalidad de la perspectiva metafísica, nos parece caracterizado por la exclusión fundamental, que contiene en potencia todas las demás y que se concierne al Ser o al Absoluto en su aspecto rigurosamente integral.

Nos parece legítimo, en relación con esta exclusión, hablar de dogmatismo, en la medida en lo que se querría hacer pasar por "impotencia" es tal vez, y así mismo, "rechazo".

El hombre se define entonces por su "humanidad", es decir por sus límites, poniéndose en penitencia, por así decirlo, ante las puertas del Ser. Por "humildad" se prohíbe a sí mismo tener acceso al Absoluto, y desarrollar las virtualidades de un ser del que el propio Descartes pudo decir que tiene en cierto modo "primeramente" la idea del Infinito" que de sí mismo (2).

(2) Cf. DESCARTES: Meditaciones Metafísicas (3ª Meditación).

Si aquí hay una "impotencia" radical, o, en otras palabras, si es cierto que la condición de “ animal razonable" constituye la esencia misma del hombre, hay que decir que el hombre parece haber sido capaz de hacer de esta necesidad una "virtud", o, para usar el lenguaje de Sartre, haberse "elegido" animal razonable, optando por lo finito y lo indefinido contra el Infinito del que tenía la idea dentro de él. Y el orgullo prometeico de una humanidad ávida de conquistar y poseer el mundo no nos parece muy alejado de la aparente humildad de una "criatura" por sus limitaciones.

En otras palabras, quizá no sea tanto en virtud de una evidencia absolutamente "cogente" que  el hombre afirma sus limitaciones sino por razón de una elección o una decisión.

O, si no tiene intuición intelectual, si no toma consciencia de las implicaciones de su idea del Infinito, es quizá porque rechaza abrirse a una evidencia que sería fatal para su ego, para su orgullo, para la falsa infinidad de su amor de sí.

Esta elección inicial de las limitaciones constitutivas del hombre en tanto que tal puede aparecer como raíz de las elecciones ulteriores en virtud de las cuales el hombre, o más bien el filósofo decidirá, no ciertamente al azar, sino bajo la imperio de las necesidades históricas consecutivas a esta elección inicial, evidencias que ordenará su visión del mundo, o más exactamente que condicionará las limitaciones dogmáticas inherentes a las diferentes visiones del mundo contradictorias que constituyen los sistemas filosóficos.

Después de estas observaciones generales, vamos a tratar de precisar la crítica del dogmatismo filosófico que nos parece que puede ser posible extraer de las implicaciones de la perspectiva metafísica que hemos dilucidado.

Consideraremos sucesivamente las dos formas de dogmatismo que distinguimos anteriormente y mostrar cómo la perspectiva metafísica nos permite superar, integrándolas, las contradicciones que engendran.

En primer lugar, es necesario situar la crítica kantiana a la "metafísica" y justificar su posible legitimidad en relación con relación a la crítica metafísica al dogmatismo de los sistemas. Kant nos parece que ha hecho un balance de las consecuencias de la revuelta antiplatónica de Aristóteles al situar con vigor la capacidad metafísica exacta del entendimiento aprisionado en  los límites de la antropología ontoteológica en general y su crítica nos muestra la relatividad de la distinción que habíamos hecho entre la ontoteología tradicional y la filosofía sistemática en la medida en que esta conserva los mismos principios que aquella: es quizás más fecundo  mostrar la unidad de la ontoteología en general, de la que encontramos los principios en la ontoteología tradicional de Aristóteles y Santo Tomás, o en la ontoteología sistemática de Spinoza y Leibnitz. Se trata siempre de una concepción "sustancial" del ser, tanto si se trata del Infinito como del mundo y del hombre. Dios se postula como Causa, como Energía productora o creadora de efectos que son reales, se trate de modos (Spinoza) o criaturas (Santo Tomás, Leibnitz). Estas limitaciones nos parecen correlativas a una antropología que define al hombre por su condición de animal razonable, o que identifica la esencia del hombre con esta condición.

El hombre, que no es más que un animal razonable, está como tal privado de intuición intelectual: la metafísica no puede corresponder en él más que a una exigencia, y no a una evidencia. La razón humana como tal, que parece organizada de manera para no conocer más que los objetos de la experiencia inmanente, es decir, fenomenal o espaciotemporal, no puede concebir el Absoluto más que como aquello que rinde razón de la existencia o la esencia de los objetos de esta experiencia.

El gran mérito de Kant es haber denunciado las ilusiones metafísicas de que abusa el entendimiento humano en tanto que acepta identificarse con sus condiciones limitativas. La crítica kantiana se encuentra preparada por la crítica tomista del argumento ontológico, que nos muestra que el animal razonable no tiene en tanto que tal intuición intelectual. No sabría llegar a Dios partiendo de una idea, sólo puede demostrarlo a partir de una existencia. San Tomás criticó y denunció por adelantado los sofismas de la ontοteοlogía de Descartes o Spinoza que se reposan en la ilusión de que el entendimiento humana como tal puede llegar a una evidencia intuitiva concerniente al Absoluto.

La crítica kantiana ha generalizado esta crítica aplicándola a todas las formas de ilusión metafísica de las que tal entendimiento puede ser abusado. Demostró que en rigor, no hay, para el entendimiento de la antropología ontoteológica , no más certitud demostrativa  que evidencia intuitiva concerniente al Absoluto

El entendimiento humano como tal implica una incoercible exigencia metafísica, pero esta exigencia no sabría nunca conducir a un hecho evidente. El argumento ontológico, que constituye el prototipo de todas las pseυdο-demostraciones metafísicas, presupone de hecho lo que pretende demostrar. El dogmatismo justamente denunciado por Kant reside en la confusión entre una exigencia y una evidencia: La οntοteología afirma más de lo que ella sabe. Desde el punto de vista de la perspectiva metafísica se podría decir que el dogmatismo consiste aquí en el hecho que la οntοteοlogía afirma del Ser más de lo que sus presuposiciones antimetafísicas no le permiten legítimamente el derecho de afirmar. Kant ha denunciado vigorosamente enérgicamente esta superación de la experiencia inmanente o fenoménica experiencia, que resulta ilegítima en la medida en que ninguna experiencia de otro tipo llene el  "concepto" que el entendimiento forma bajo la presión de una exigencia y no a la luz una evidencia. En otras palabras,  el entendimiento no puede especular "metafísicamente" más que bajo la presión de la voluntad. Sus evidencias o sus demostraciones metafísicas no son solo más que postulados camuflados. Lo Incondicionado no es todavía más que una "hipótesis", necesaria sin duda, pero rigurosamente indemostrable porque ninguna experiencia real, ninguna intuición intelectual le corresponde. No se plantea de alguna manera el mismo en el entendimiento, sino que es planteado por éste en virtud de una necesidad que experimenta ante la finitud misma de su experiencia "natural". Lo incompleto, es decir, la indefinidad inherente a los fenómenos espacio-temporales dados en esta experiencia exige una finalización que va más allá de los límites de esta última. Por un lado tenemos una experiencia o una evidencia que no es suficiente por ella misma, , sino que remite, por así decirlo, más allá de sí misma, y por otra parte, una exigencia que corresponde a la finalización de esta experiencia, pero a la cual no sabría por definición corresponder ninguna evidencia intuitiva, ni incluso una certeza demostrativa verdaderamente rigurosa. En tanto que especulación del animal razonable no sabría ser una ciencia. El entendimiento así definido no puede conducir más que a afirmaciones dogmáticas, que se basan en última instancia en una necesidad, una exigencia del querer, y no a enunciados especulativos, que se apoyan sobre las evidencias del Intelecto.

El Absoluto se encuentra entonces concebido en función de las necesidades de una razón inmersa en la experiencia, y no puede ser aquí concebido más que en función de estas necesidades. Reviste la limitación fundamental de Causa primera, de Condición suprema de la serie de fenómenos dados en la experiencia. La limitación del Absoluto es aquí correlativo de la impotencia de enfocarlo de otra manera que al término una exigencia; y es por lo que hemos podido decir más arriba que en verdad el argumento llamado "ontológico" se reduce al argumento "cosmológico", en el cuadro de la οntοteοlogía que se funda en las especulaciones racionales del animal razonable. Es en este sentido tendría lugar modificar la crítica kantiana  para adaptarla a la crítica metafísica que estamos esbozando.

La razón, que tiene necesidad del Absoluto para completar su experiencia no puede pues más apostar por ello y no demostrarlo. Kant tiene el mérito de haber sacado a la luz esta situación de la razón, mostrando las antinomias, es decir, las proposiciones contradictorias a las a las que necesariamente se ve abocado el entendimiento del animal razonable que intenta formular una respuesta a su demanda metafísica.

La razón por la que se aventura a ir más allá de los límites de su experiencia natural entra necesariamente en conflicto con ella misma.  Cuando afirma sobre el ser más de lo que efectivamente realmente sabe, o más exactamente más de lo que realmente puede saber en tanto que razón, se encuentra con demostraciones antinómicas que es incapaz de refutar. Además, es en virtud de una especie de necesidad interna que el entendimiento del animal razonable puede afirmar, con una apariencia de legitimidad similar, proposiciones contradictorias concernientes al Absoluto. El entendimiento remachado en la inmanencia parece necesariamente desgarrado entre actitudes antinómicas. Esta constatación kantiana nos parece del mayor interés desde el punto de vista de la perspectiva metafísica: nos parece que puede aplicarse no sólo a lo que Kant consideraba como la "metafísica", es decir, a las especulaciones de la ontoteología tradicional o "clásica", sino indiscutiblemente a todas las especulaciones de la filosofía sistemática.

Antes de enfocar más precisamente esta generalización de forma más precisa, consideremos en su principio las antinomias señaladas por Kant. Se sabe que Kant clasificó las afirmaciones "metafísico" (la tesis) en la categoría de dogmatismo" y las negaciones correspondientes a estas afirmaciones (la antítesis), en la categoría de "empirismo" (3).

Hemos visto en qué consiste el "dogmatismo" de las afirmaciones "metafísicas". Y se sabe que el empirismo se basa en la negativa a ir más allá de los límites de la experiencia, contentándose con la certitud parcial inherente a las regresiones indefinidas. Pero Kant ha demostrado que cuando el empirismo niega las proposiciones afirmadas por la tesis, se convierte el mismo en dogmático, afirmando a su vez más de lo que sabe (4). La afirmación tanto como la negación demostrativa concerniente al Absoluto exceden pues las capacidades intelectuales del animal razonable.

En otras palabras, el entendimiento parece estar sujeto a dos tentaciones contradictorias:

- La primera es ir más allá de los límites de la experiencia "posible" afirmando un Incondicionado que le parece fundar la unidad de esta experiencia.

- La segunda es encerrarse en los límites de experiencia negando la realidad del Absoluto.

Es, de hecho, solo la primera tentación que Kant supo realmente criticar. La lección que se desprende de esta crítica es que partiendo de lo condicionado, es imposible remontar a lo Incondicionado. El hombre que se ha encerrado en la finitud de la "experiencia" es el irremediable prisionero. Por lo tanto, no hay ni siquiera una prueba cosmológica de la "Existencia de Dios. Este paso al límite, que rechaza la razón en busca del Absoluto fuera de los límites de la "experiencia posible puede parecer, a los ojos de la razón, bastante vano y gratuito: la razón, que no hace más que exigir esta "posición" del Absoluto se da cuenta implícitamente de la trascendencia abstracta de este último, que no da cuenta realmente de una experiencia que deja, en consecuencia, fuera de ella. El empirismo siempre podrá refutar legítimamente el dogmatismo ontoteológico en nombre de sus presuposiciones comunes, mostrándole que la Causa , que como tal es todavía del orden de la experiencia , no sabría verdaderamente fundar y contener experiencia misma. El empirismo nos parece resentir legítimamente este pasaje al límite como una exclusión,

(3) Cf. Crítica de la razón pura - Dialéctica trascendental. Libro Il, cap. II.Tercera sección, p. 412 y ss. Traducción Trem-Pacaud (Alcan 1927).

(4) Cf. idem, o. e,. P. 417.

como una negación dogmática de la experiencia, más bien que como lo que lo hace verdaderamente razón.

Un Absoluto que es sólo Causa no le parece sin duda suficientemente "absoluto" para verdaderamente "fundar" lo relativo, para permitir integrar realmente lo indefinido.

Tal nos parece al menos la justificación metafísica de la crítica "empirista". La razón sabría encontrar, hablando de la experiencia sola, argumentos capaces de convencer al empirista. O más precisamente - porque las enunciaciones especulativas que explicitan las evidencias de la intuición intelectual no sabrían "convencer" más a este último - la razón no puede encontrar argumentos susceptibles de traer una certeza verdaderamente demostrativa en la dogmática misma. La "necesidad" que empuja al entendimiento limitado a afirmar el Absoluto no es rigurosamente interior. Y su relativa exterioridad puede resolverse en la gratuidad. Si la "metafísica" ha podido pasar tan legítimamente desde Kant por una manipulación gratuita y estéril de conceptos vacíos, es por razón del carácter esencialmente "exterior" de la necesidad con la cual el Absoluto se imponía a la razón humana, en el cuadro de la ontoteología. Y si el empirismo puede "dogmatizar" él también afirmando la imposibilidad de demostrar lo Incondicionado, no hace más que situarse en el mismo terreno que "dogmatismo" mismo, a saber sobre sobre el de la "experiencia posible" tomada como punto de partida. La razón "dogmática" no puede dejar de suscitar la oposición del entendimiento "empírico". Porque esta escapada en vacío hacia lo Incondicionado parece al entendimiento "empírico" excluir la experiencia en un doble sentido

1°) La razón limitada no tiene intuición intelectual; no tiene experiencia o evidencia, sino sólo una exigencia del Absoluto.

2°) La razón que postula el Absoluto de esta manera deja por así decir la experiencia, el mundo y lo finito", fuera de él. El resultado es una especie de yuxtaposición o coexistencia de opuestos. La exclusión del Absoluto por el empirismo ligado a la experiencia puede parecer entonces correlativa de la exclusión implícita de la experiencia del Absoluto que sólo se postula en virtud de una exigencia de la razón humana.

Pero para entender el "dogmatismo" de la metafísica dogmática criticado por Kant, es el dogmatismo mismo del empirismo, o más bien del dogmatismo de la "experiencia", que conviene poner en evidencia. Y es lo que Kant no pudo hacer. Por su propia crítica de la metafísica, que denuncia muy justamente las ilusiones dogmáticas del entendimiento limitado, reposa precisamente sobre el principio común que funda la doble posibilidad contradictoria de del "dogmatismo" y el "empirismo", a saber el dogmatismo mismo de la "experiencia posible". Porque quizá no sea tanto su búsqueda del Absoluto lo que suscita en el hombre las contradicciones justamente iluminadas por Kant, como dogmatismo de la "experiencia", que es por otra parte el del propio Kant. La exigencia de absoluto, de integralidad, de incondicionalidad que se mantiene constante en el entendimiento mismo limitado no suscita quizá contradicciones insolubles y exclusiones recíprocas sólo porque el hombre ha tenido cuidado de definirse de antemano por su ser-para-la-experiencia, o por su ser-para-el-mundo. Estas contradicciones no se deben al hecho de que el hombre aspire al Absoluto, sino a los presupuestos a partir de los cuales espera alcanzarlo. Y sabemos que a pesar de Kant, el filósofo que ha renunciado al "dogmatismo" ontológico no ha renunciado a plantear Absolutos, y a suscitar contradicciones infinitamente más agudas que las precedentes, sin dejar de permanecer en el orden estrictamente "humanista" de una "experiencia posible". Y la antinomia kantiana del empirismo y el dogmatismo pueden aparecer entonces como el prototipo de antinomias y exclusiones recíprocas que constituyen todos los sistemas filosóficos en tanto que tales.

Es la solución propiamente metafísica de las antinomias señaladas por Kant lo que nos iluminará sobre el dogmatismo que les ha suscitado, y que impregna el "criticismo" kantiano a, así como la ontoteología tan legítima y enérgicamente criticada por este último.

Sabemos que la universalidad de la perspectiva metafísica radica en su concepción rigurosamente integral del Infinito. Y hemos visto que el Absoluto sólo puede ser enfocado en su Infinitud más que mediante una captación inmediata e intuitiva que no es otra cosa que la intuición intelectual. El entendimiento que se abre a las implicaciones más profundas de la idea del Infinito, lo que no puede hacer más que superando las limitaciones de antropología dogmática, supera entonces natural y necesariamente las antinomias señaladas (5) por Kant

(5) No examinaremos aquí en detalle cada una de las antinomias  señaladas por Kant, sino su fundamento común, que radica en la oposición de "dogmatismo" y "empirismo".

al mismo tiempo que el "dogmatismo" metafísico mismo.

La idea de Infinito inmediatamente captada por la intuición intelectual (6), en virtud de una evidencia que supera toda exigencia y, por tanto, toda "creencia", toda “opinión", toda afirmación más o menos gratuita y arbitraria, nos pone en presencia de lo Incondicionado, que está más allá de toda Causa primera, y sabemos que en virtud de su "Infinidad ", que exige que el "no-ser" sea, de cierta manera, este Infinito se niega necesariamente a sí mismo, por así decirlo apareciendo como la Causa o el Uno-y-múltiple que está en el origen de la manifestación como tal. Es en este término absolutamente primero que nos parece residir la clave de la antinomia entre dogmatismo y empirismo.

1) El Infinito integralmente infinito ya no está más allá de la experiencia, en la medida en que constituye el objeto de la evidencia más inmediata y apodíctica. En la intuición intelectual es el Infinito que se afirma el mismo , por así decirlo, en mí, en  una "experiencia" que me es  infinitamente más próxima que no importa que experiencia, ya que coincide con la raíz misma de mi subjetividad.

2) Este Infinito no excluye la "experiencia", o más precisamente no deja fuera de él la indefinidad inherente a la "finitud" de la experiencia entendida en el sentido kantiano del término. Porque ya hemos visto que, por su trascendencia integral, es radicalmente inmanente a lo manifestado, que no era rigurosamente otra cosa que él. Mientras que la trascendencia abstracta afirmada por la ontoteología daba lugar a una especie de coexistencia del Infinito y  de lo finito, es decir, a una especie de exclusión mutua relativa de estos "opuestos" , la Trascendencia integral del Absoluto metafísico conduce a una integración rigurosa de lo indefinido en todas sus formas, pues la indefinidad de los múltiples grados de la manifestación, incluida la indefinición inherente a las condiciones espacio-temporales a las que se limita la experiencia posible según Kant, no es otra cosa que el reflejo cosmológico necesario de la Infinidad misma del Absoluto. Estamos aquí ante una verdadera coincidencia de opuestos; la Infinidad del Absoluto transpersonal supera la oposición abstracta entre "Dios la causa primera" y el mundo, en el la cual se encuentra como bloqueada la ontoteología

(6) Recordemos aquí la afirmación de Platón según la cual "lo que es absolutamente es absolutamente conocible" (Republ. V, 477 a).

tradicional y sistemática. Lo Incondicionado "exigido" al término de cualquier serie cosmológica (7) por un entendimiento que rechaza la incompletud, es decir, la indefinidad de su experiencia "natural", es prácticamente excluir esta indefinidad, que así se opone a él y limita su "Infinito".

La falsa Infinidad o más bien el Infinito "derivado" de la Causa primera que se postula a partir de la experiencia, no podría verdaderamente alcanzar realmente la indefinidad de esta última: tal nos parece ser la base de las antinomias kantianas. La infinidad metafísica captado en una evidencia inmediata integra simultáneamente la Causa primera y la indefinidad cosmológica: la dualidad antinómica de la "Causa sui' y del mundo da paso a una jerarquía ternaria: el Absoluto o el Uno manifiesta su infinidad integral en la indefinidad cósmica por medio del Ser o Dios: la relación entre  la experiencia y lo Incondicionado que su indefinidad  parece exigir no están realmente fundadas y justificadas más que a partir del Infinito captado en la intuición intelectual, y no de lo Incondicionado exigido por el entendimiento finito.

Es este rechazo a la experiencia integral o a la evidencia intelectual del Infinito lo que nos parece constituir, desde el punto de vista de la perspectiva metafísica, la raíz del dogmatismo filosófico dogmatismo filosófico en general.

Cuando Kant reconoce profundamente que el empirismo puede a su vez convertirse a su vez en "dogmático", afirmando más de lo que sabe, nos parece tocar la raíz misma del dogmatismo filosófico en general. Cuando el empirismo niega el Infinito, nos parece tener razón contra el dogmatismo ontoteológico, en la medida en que el Infinito captado a partir  de la experiencia no es ni verdaderamente infinito ni verdaderamente demostrable, pero no en la medida en que lo incondicionado se encontraría absolutamente fuera de nuestro alcance.  Es esta negación del Infinito lo que constituye el "dogmatismo" empirista. Pero es otra forma de la misma negación fundamental que constituía "dogmatismo dogmático" mismo. Esto es de dos aspectos correlativos de un mismo rechazo, de una misma ignorancia, de una misma limitación fundamental que empuja al hombre, afirmando sobre el Ser menos de lo que podría saber, para excluir de su experiencia del Ser aspectos

(7) Esta serie puede concernir a los distintos "grados" o "modos" de sustancia, tanto como los simple "fenómenos" espacio-temporales de la ontología kantiana.

fundamentales, o para encerrar al Ser en aspectos que se revelarán antinómicos. Los distintos sistemas filosóficos no son otra cosa: todos afirman más de lo que saben, en el sentido de que las limitaciones que asignan al Ser no corresponde tanto a la evidencia rigurosa y a una verdadera experiencia, sino a la decisión de plantear como real lo que se ajusta a un determinado deseo, a una necesidad, a una exigencia del querer. Y afirman igualmente menos de lo que podían saber en el sentido de que estas limitaciones y estas exclusiones son como una mutilación de esta experiencia integral del ser que la perspectiva metafísica asigna al hombre en la medida en que es capaz de intuición intelectual.

Cuando el entendimiento humano, encerrado dogmáticamente en sus limitaciones cosmológicas, se dirige al Absoluto partiendo de la experiencia, no integra esta última, ni da razón ella de forma verdaderamente demostrativa. Es con justa razón que la "experiencia" reclamará sus derechos sus derechos: después de Kant, Hegel exigirá para el devenir un derecho de ciudadanía en el reino del ser, y Bergson por ejemplo, tratará de promover un empirismo radical que no escamotee el misterio de la individualidad.

Pero cuando este entendimiento, o más bien esta subjetividad humana, que no aparece como real más que en tanto que "ser-en-el-mundo", se torna hacia la experiencia, sólo puede hacerlo prolongando y completando la negación y la limitación primera del Absoluto que dio lugar a una exclusión recíproca de lo finito y lo Infinito. O más precisamente cuando niega radicalmente la trascendencia de lo Absoluto -que la οntoteοlogía no alcanzaba más que de una manera totalmente externa y abstracta- cuando trata de fundar este Absoluto a nivel de lainmanencia; cuando el Ser, que está excluido de la Eternidad, se encuentra identificado con el Tiempo, la subjetividad humana no hace más que perpetuar el juego de antinomias y exclusiones que cierran el acceso a una experiencia verdaderamente integral. La subjetividad radicalmente exiliada de un Incondicionado trascendente y remachado al orden de la "inmanencia", lejos de respetar y justificar las articulaciones de la experiencia, no  acaba de hecho más que  en la mutilación de ésta última eligiendo el aspecto que ha decidido privilegiar en detrimento otras exigencias que quizás no lo sean menos.

La subjetividad humana, aislada de la intuición intelectual del Sí que, en la perspectiva metafísica, es del orden de la evidencia más inmediata, o que es el verdadero "dato inmediato de la conciencia" que capto por la "intuición", se encuentra simultáneamente cortada de la experiencia "inmanente”; o más bien, no puede enfocar esta última más que a luz sólo a la luz deformante de presuposiciones que limitan la amplitud y profundidad de su apertura a la experiencia del "mundo" mismo. Es por eso que el empirismo en general no sabría ser inocente. No basta con abrir los ojos al mundo para "desvelarlo" en su verdad. La mirada del esteta atento a la moviente singularidad de los seres y las cosas es quizás tan impura como la del científico que espía las leyes que rigen los "fenómenos". El uno y el otro han privilegiado de manera exclusiva un cierto tipo de realidad que están obligados a revelar en función de esquemas deformantes que consciente o inconscientemente han decido robar en el mundo. Cuando la subjetividad, por una aparente fidelidad a la "experiencia", se aleja del Infinito, que  solo le aparece más allá de éste último, ni siquiera consigue ser fiel al orden de la experiencia, porque esta fidelidad se basa en una infidelidad o una inatención fundamental a la integralidad de su "experiencia posible".  Al rechazar como una imposibilidad la intuición intelectual del Infinito fuera de los límites de la experiencia posible del hombre, la subjetividad nos parece que no consigue más que “transferir" esta intuición reprimida del Ser, más o menos degradada en una "exigencia" de "Totalidad", a planos que enmascaran por otra parte , al mismo tiempo que la plenitud infinita del Ser, las articulaciones indefinidas de la experiencia del mundo.

Este rechazo a la intuición metafísica condicionará las limitaciones y antinomias de una experiencia mutilada que se expresan en los sistemas filosóficos. Habíamos observado que la antinomia fundamental a que dio lugar la ontoteleología era como el paradigma de las antinomias que colisionarán sea en el mismo sistema filosófico o en dos sistemas opuestos. La raíz de todas las antinomias filosóficas nos parece residir en la manera sistemática es decir limitada y exclusiva en que la subjetividad remachada a "la experiencia inmanente" pretende captar, consciente o inconscientemente, el Ser o el Absoluto. Porque nosotros sabemos que aunque por orgullo o impotencia el hombre se exile del Infinito concebido según la integralidad de totalidad de su amplitud metafísica, no por ello renuncia a una visión de la realidad que se querría integral. Si rechaza el Absoluto en tanto que Trascendencia y no la busca más que dentro de los límites de la experiencia inmanente, es por una aparente preocupación de integridad y de "autonomía" concretas. El Absoluto concebido en estilo οntοteοlógico puede parecerle un fantasma anticuado que introduce un inútil desgarro y una alienación en la realidad cósmica y humana. La actitud marxista es bastante esclarecedora en este sentido. Y el marxismo ha tenido el mérito de demostrar que el "desinterés" del conocimiento científico no es quizás más que una piadosa ilusión de la retórica burguesa. La mirada que el hombre dirige hacia el "cielo estrellado" sobre nuestras cabezas, no a fin de descubrir detrás el simbolismo de las formas y los números la armonía pitagórica de las "esferas", sino a fin de arrancar sus secretos a una naturaleza de la que busca hacerse “dueño y señor", no es más que la expresión de una voluntad de potencia que quiere explicar y objetivar el mundo en vista de su domesticación. El Absoluto es entonces el hombre mismo, o la Materia, concebida en términos de una inteligibilidad que está en consonancia con el imperialismo de esta voluntad de potencia.

La esencia del dogmatismo que ordena la elaboración de los sistemas filosóficos en general nos parece  consistir en el hecho  de que el Ser sólo se capta a partir y en función de una  experiencia "inmanente" en la que el hombre se ha encerrado, por así decirlo (8).

La subjetividad consciente del animal razonable lleva a antinomias irreductibles, ya sea cuando trata de captar el Ser más allá y fuera de los "límites de su experiencia natural" (en el marco de la  οntoteοlοgía), ya sea que  intente captarlo en el mismo nivel y dentro de los límites de esta experiencia previamente mutilada.

La limitación de esta experiencia "filosófica" o "sistemática" del ser del ser nos parece revestir dos formas esenciales

 (8) Desde el punto de vista de la perspectiva metafísica, se trata de un rechazo que es simultáneamente ignorancia e impotencia y que se refiere al problema de la "caída" tal y como es posible concebirlo desde esta perspectiva. Debemos referirnos aquí a lo que hemos dicho sobre la Ignorancia que el Vedanta y el Budismo relacionan con el principio de individuación. Pero por el momento no hay duda del origen de esta negación del Infinito, sino más bien de las formas y consecuencias del dogmatismo de los sistemas filosóficos.

1°) A veces la subjetividad queda en contradicción con su "exigencia" del Absoluto o de unidad, constatando las antinomias en que se encuentra acorralada: los "sistemas" más profundos y válidos, como los un Kant o un Descartes, nos parecen ser de este tipo. En un sentido no se trata aquí de sistemas: pero lo que falta entonces a estas doctrinas, es un principio de unidad implicado en los sistemas del segundo tipo, así como en la perspectiva metafísica.

2°) A veces el pensamiento intenta resolver las contradicciones optando por uno u otro de los aspectos antinómicos, pero encierra entonces el Absoluto en la unidad abstracta y exclusiva de un sistema.

Estas son las contradicciones no resueltas de los sistemas del primer tipo que están en el origen de los sistemas del segundo tipo aparentemente más unificados: se sabe, por ejemplo, que el "problema" cartesiano de la unión del alma y el cuerpo, ha suscitado los sistemas de la ontoteología clásica que intentaría resolverlo (paralelismo, armonía preestablecida, οcasionalismo). Sin duda, estas "contradicciones" internas no se sienten necesariamente como tales dentro de estas doctrinas: la propia οntoteοlοgía tradicional vivía de la contradicción implícita y no sentida que hemos señalado entre lo finito y el Infinito concebido en su trascendencia abstracta. El dualismo mismo no es tanto "vivido" y "pensado" por el dualista en la contradicción que él implica que como una fidelidad a lo que le parece ser la experiencia. La ambigüedad del cartesianismo es bastante convincente a este respecto.

Siguen existiendo contradicciones, o exclusiones recíprocas mutuas, que nos parecen la consecuencia necesaria del rechazo de la intuición intelectual. La observación aparentemente "objetiva" de Kant de la las antinomias de la razón es quizás la consecuencia menos "dogmática" de este rechazo, pero su dualismo de "noúmeno" y "fenómeno, que no es más que una de las muchas falsificaciones filosóficas de la coincidencia metafísica de los opuestos, es tan "dogmática" en esencia como el sistema de Hegel, que pretende rechazar el escándalo "irracional" de la "cosa-en-sí", haciendo al "idealismo kantiano la punción de su realismo para fundar su "idealismo absoluto".

A veces, la contradicción, es decir, la coexistencia masiva y no resuelta de aspectos opuestos que se excluyen recíprocamente está instalada en el corazón mismo del sistema: y hay aquí  dogmatismo sistemático en el sentido de que hay una ausencia de unidad: todas las formas de "pluralismo" y de "dualismo que comportan en general una aparente preocupación por la  "verdad o una apertura no mutilante a la diversidad de la experiencia, viven, por así decirlo, de estas contradicciones internas, de esta yuxtaposición de elementos que no están integrados en la unidad orgánica de un conjunto coherente: coexistencia del alma y el cuerpo en Descartes , del fenómeno y del noúmeno  en Kant, del en-sí y el para-sí en Sartre, de las ontologías del objeto, de la existencia y de la trascendencia en Jaspers, etc...

A veces la contradicción parece ser expulsada del sistema enfocado en su unidad interna, pero esta vez, no se trata de oponer un sistema a sí mismo, sino los distintos sistemas entre sí: la preocupación por la "unidad" y la coherencia del sistema conduce a la oposición recíproca de los sistemas en general.

Esta contradicción, como ha demostrado Hegel, es un factor de desarrollo, es decir, de la historia de los sistemas, y pronto tendremos que examinar esta consecuencia del dogmatismo sistemático.

Un sistema no puede revestir su coherencia formal y aparente más que al precio de una negación masiva, es decir, una exclusión de los aspectos o principios opuestos a los que ella misma pone de relieve, aunque da la ilusión de integrarlos. La integración masiva equivale a la negación masiva, es decir, una exclusión efectiva. La Aufhebung hegeliana nos parece bastante característico en este sentido: todas las pseudo-integraciones posteriores del hegelianismo están potencialmente contenidas en su integración masiva y recíproca de lo finito y lo infinito.

Además, hay que recordar aquí que una formulación "filosófica " de la propia perspectiva metafísica misma escapa difícilmente a la apariencia de dogmatismo sistemático. Las divergencias que oponen entre ellos, sea los sucesores de Shankara, sea los neoplatónicos, son bastante notables en este sentido. Del mismo modo, las divergencias que nos habían permitido distinguir diferentes formulaciones "filosóficas" de la metafísica integral (neoplatonismo, Vedanta, Budismo del Gran Vehículo) no eran extrañas a las necesidades de una exposición unificada sobre el plano "formal", es decir revistiendo esta apariencia manifiesta de unidad doctrinal que permite a los historiadores de la filosofía hablar de los "sistemas filosóficos" de un Plotino , un Shankara o un Nagarjuna. Toda expresión y toda formulación doctrinal están inevitablemente sujetas a este riesgo. Pero también recordaremos que la limitación formal de la expresión o de la formulación que es condición aparente de la unidad doctrinal debe ser cuidadosamente distinguida de la limitación interna que es constitutiva del contenido doctrinal mismo.

La negación, en este último caso, no es más que aparente y formal, y vinculado únicamente a las exigencias de la expresión. Nos parece evidente que ningún representante "filosófico" de la perspectiva metafísica sabría tener la pretensión de expresar la verdad metafísica en la integralidad de sus implicaciones o en una formulación que sería absolutamente perfecta.

Si la oposición de los sistemas filosóficos como tales nos parece infinitamente más profunda e irreductible, es por razón de la limitación a priori que constituye su punto de partida común, y esta limitación , así como la exclusión recíproca de los sistemas que engendra, nos parece tanto más marcada cuanto se desvanecen  los últimos vestigios de la intuición intelectual. No sabría ser cuestión aquí (9) de revisar la extrema diversidad de las contradicciones internas de  los sistemas o de las contradicciones que oponen los sistemas entre ellos. Simplemente quisiéramos mostrar cómo la perspectiva metafísica nos parece superar algunas de las antinomias más características de la historia de la filosofía.

Ya hemos visto cómo el "No dualismo" metafísico supera la antinomia del monismo y del pluralismo. La Unidad del Uno concebida en su Infinidad integral no excluye, como hemos visto, sino que integra lo múltiple. No conduce ni a la coexistencia masiva de lo Uno y lo Múltiple, como la ontotelogía tomista, ni a la negación masiva, es decir, a la exclusión de esta última: la pluralidad indefinida de "mundos" o los grados de realidad, así como la multiplicidad indefinida de seres, que se encuentra aquí puestos en su

 (9) En nuestro trabajo sobre "Ser e individualidad", destacamos claramente la exclusión recíproca de las dos perspectivas sistemáticas que constituyen el instante lógico y el instante estético desde el punto de vista de la respuesta a la cuestión pregunta que nos hacíamos: ¿qué es un ser individual?

interioridad singular en virtud de una especie de esencia verdaderamente individual (10) coincide aquí, en virtud de la doctrina de la Ilusión cósmica o grados de realidad, con la Unidad trascendente del Uno. La misma doctrina de los grados de realidad supera la oposición masiva que separa el "espiritualismo" del "materialismo" y que es una variante de dualismo: el "Espíritu" en su forma "más pura" ya aparece aquí como impuro: la Personalidad y la consciencia de sí del Dios de la οntοteοlοgía aparece en efecto como la "materialización" principial del Absoluto que será el prototipo de toda "materialidad", es decir, de todas determinaciones o negaciones aparentes y ulteriores. Una de los méritos de Leibnitz y de la οntοteοlogía tradicional de Aristóteles y Santo Tomás es haber evitado el dualismo en el plano relativo de los seres finitos", si no han sabido evitar el dualismo fundamental entre un Espíritu puro -que no llegaron a concebir en su verdadera pureza - y el mundo. En la perspectiva metafísica, la "materia" es sólo un límite en el "descenso" del "Espíritu": no existe en su estado "puro", en acto. En ella misma es pura potencialidad, pero ella se encuentra implicada en el espíritu puro mismo.(Materia inteligible plotiniana, Maya como Potencia de Brahman ).

Es la integración metafísica de la antinomia que opone idealismo y realismo que querríamos sacar a luz y que corresponde, como hemos visto, a una de las mayores exigencias de ciertas filosofías contemporáneas. Una comparación entre el Cogito cartesiano y lo que por analogía llamaremos el Cogito metafísico podrá servirnos como punto de partida. La primera evidencia cartesiana es bastante análoga a la intuición metafísica por su aspecto subjetivo" (11) y por la negación del mundo que ella presupone. Cuando se interroga por la esencia del "yo", que ha descubierto intuitivamente que existe, sabemos que Descartes rechaza sucesivamente todas las determinaciones empíricas para no retener más que el pensamiento puro. Y se sabe que después del descubrimiento de un Dios exclusivamente trascendente al ego – que desde el principio está definido implícitamente por su irreductible

(10) Que la ontología sustancialista de Leibznitz no nos parecía poder justificar. Cf. Être et individualité, 1" parte, cap. 4.

(11) Recordemos que Deussen pudo utilizar en relación con la demostración shanhariana del Atman´la expresión por otra parte muy impropia de "prueba psicológica".

finitud al mismo tiempo que por el pensamiento puro – Descartes no encontrará el mundo más que a partir de una inferencia fundada sobre la bondad divina.

El aparente "idealismo" de la perspectiva metafísica tal como aparece particularmente en la  formulación vedántica, implica un movimiento de interiorización infinitamente más amplio, ya que el  Cogito metafísico hace la economía de la  'tercera Meditación'; la trascendencia radical conduce a la subjetividad a captar intuitivamente no su existencia en tanto "cosa pensante", es decir en tanto que efecto, sino su identidad esencial con un Absoluto que es más infinito realmente que el Dios οntοtheοΙοgico de Descartes. La interiorización de tipo "idealista", implicado por este paso al límite, trasciende la oposición de idealismo y realismo, que coexistían en el sistema de Descartes. El yo no está aquí “encerrado en sí mismo", ya que desde el principio está intuitivamente captado (12) como idéntico al Ser universal, o más bien a ese Sobre-ser que es el Uno plotiniano o el Sí shankariano. El yo no tiene que encontrar el mundo al final de una inferencia azarosa, como tampoco tiene que descubrirlo, por un argumento ontológico al que no tiene derecho, su "inversión" por la Infinidad degradada de un Absoluto que sólo es Causa creativa.

La identidad esencial del yo y el Ser conduce, como hemos visto, a la coincidencia de las contradicciones resultantes de la Ιnfinidad integral del Sí. El mundo no tiene que estar aquí inferido; es deducido en virtud de una rigurosa necesidad interna y no se sabría decir que es nada: él no es nada que no sea el Infinito mismo, pero sus diversos grados de realidad son como tantos reflejos, expresando cada uno de los cuales según su capacidad la Infinidad misma del Absoluto. El aparente "idealismo" del Sí, de la subjetividad infinita, coincide con el aparente "realismo" del Infinito, es decir, del Toda-Potencia expansiva por la que el Absoluto se manifiesta o se expresa limitándose.

No hay que dar ningún "salto" de Dios al mundo: la existencia del mundo es tan "necesaria" como la de Dios; no es más que la expresión continuada de la Infinidad que se expresaba en esta primera negación del Absoluto que constituía la existencia, o más bien el Ser de Dios, en tanto que Causa productora o Razón de las existencias finitas. El "yo" reencuentra por así decir la "existencia" de Dios

(12) Y no puesto.

tanto como la del mundo en virtud de la necesidad interna que conduce de la dialéctica ascendente a la dialéctica descendente.

La interiorización y el "subjetivismo" radical permiten encontrar la plenitud de la "realidad" del mundo, mientras que la interiorización del Cogito cartesiano tiene que presuponer los fundamentos esenciales de la antropología οntoteοlógica (si el hombre no es definido por Descartes como un animal razonable, la esencia del "yo" cartesiano se identifica, sin embargo, también con su condición de "efecto") nos parece que comporta:

1 °) La exterioridad de un Infinito que no es más que una Causa creadora y cuya pseudo "demostración" nos parece caer bajo nuestra crítica general de la οntοteοlοgia. Dios no sabría ser verdaderamente "demostrado" con todo rigor a partir de sus efectos.

2°) La exterioridad de un mundo que no puede ser más que inferido y demostrado, y en absoluto captado por la evidencia intuitiva.

La pseudointerioridad del idealismo en general no tiene otra alternativa que reducir el ser del mundo al percipi, para que sea una "representación" de la subjetividad, o postular, detrás de la representación que sólo es inmediatamente la "cosa" real: en los dos casos la subjetividad está exiliada de lo "real", ya sea haciéndola inaccesible sí misma, o que lo reduzca masivamente a una representación. Y la negación idealista nos parece tanto más masiva cuanto que limita esta representación a las determinaciones "cuantitativas" abstractas que encontramos especialmente en el determinismo mecanicista. El idealismo en su forma racionalista constituye uno de los aspectos privilegiados de esta voluntad de potencia o autonomía de la subjetividad humana en virtud de la cual limita consciente o inconscientemente su apertura a la realidad para imponer limitaciones a lo que queda capaz de concebir, las limitaciones que la hacen conforme a su deseo de objetivación.

La perspectiva metafísica nos permite ir más allá tanto de la abstracción de la "representación" así como del escándalo de la "cosa en sí". El hombre en tanto subjetividad conociente no está encerrada en su representación. El mundo no está en el yo: es el yo el que está en el mundo. Y este mundo excede infinitamente los límites del animal razonable, que en tanto que tal está como invertido o englobado por la Infinidad del Absoluto y la indefinidad de los mundos, es decir, de los grados de existencia u otras realidades que los del "mundo sensible". Pero si el mundo no está en el yo, es decir, en el Ego divinizado que es el Espíritu hegeliano (13) o el Ego husserliano, él está en el Sí, está envuelto y englobado en la Infinidad de un Absoluto al mismo título que "yo" mismo. Es porque el yo está integralmente envuelto por el Sí o por el Uno que también está envuelto por el mundo, del que no es, como ser, más que una parte. Se sabe que Plotino ha podido integrar este aspecto "cósmico" de la filosofía estoica en su doctrina rigurosamente metafísica. El hombre metafísico tiene un sentido agudo de la plenitud y el esplendor radiante del mundo, que refleja el esplendor mismo del "Bien". Su sentido de la Trascendencia integral florece en consciencia de la Totalidad: el sabio que vuelve del "Bien" a la "Cueva" ha reencontrado en el camino el "gran animal cósmico" platónico

Es porque el yo está en el mundo, al mismo tiempo que en el Sí al cual es esencialmente idéntico, que puede conocer el mundo, y en particular el mundo sensible, como una realidad, como un ser, y no como una "representación". Shankara (14) criticó vivamente el "idealismo" de ciertas escuelas budistas, en un estilo realista que recuerda el vigor de la argumentación tomista. El ser humano (15) en tanto que animal razonable está integrado en un mundo que no es "inmanente" a su conciencia. El realismo de Aristóteles conserva aquí sus derechos.

Este englobamiento "realista" va a fortiori más allá de la pura exterioridad de la "cosa en sí". El ego conoce intuitiva e inmediatamente el ser; pero la realidad no la invierte hasta el punto de refugiarse en la inaccesibilidad de la cosa en sí kantiana.  O más profundamente, hay un conocimiento que va más allá de la realidad empírica y constituye uno de los grados de la intuición intelectual. Tras el reflejo "objetivo" del "fenómeno" cambiante, la subjetividad, no más en tanto que animal razonable, sino en tanto

(13) El Espíritu hegeliano es la Subjetividad, que como tal, se identifica con el Absoluto, en contra de la perspectiva metafísica donde la subjetividad humana es inmediatamente transparente para un Absoluto que prohíbe que  plantearla en sus limitaciones existenciales.

(14) Cómo, en el H. Sutras, o. e., Il, 2, 28-3 (Cf. Trad. franc. de L. RENOU en Anthologie Sanskrite, p. 218) (Payot).

(15) Metafísicamente, un "hombre" es un ser humano: la humanidad se añade como una determinación a una esencia que la transciende -y la integra- así como no importa cualquier otra determinación.

que "hombre inteligible" o Intelecto, conoce el Arquetipo, la idea platónica, es decir, la Esencia metafísica de la que la esencia o la "forma" cosmológica no era más que un reflejo.

Si la "intencionalidad" conservara sus derechos legítimos a nivel del ego humano en tanto tal, la "inmanencia" recupera sus derechos, a nivel de una intelección intuitiva que forma parte de las posibilidades cognitivas del hombre metafísico. La innatabilidad de las Ideas en el plano del Intelecto trascendente es correlativa a la exterioridad relativa de los "fenómenos" en el plano de la opinión y del "entendimiento". Y asistimos aquí a una doble superación de lo que hemos llamado el dogmatismo de la intencionalidad.

Por un lado, en el nivel del Intelecto universal, la perspectiva metafísica postula una perfecta interioridad recíproca entre el pensamiento y el ser. El pensamiento puro que se piensa él mismo piensa al mismo tiempo en el Ser. Esta interioridad recíproca permite el "realismo", que sigue siendo válido a nivel del conocimiento ‘dóxico’ y 'dianoético' no convertirse en dogmático. Si el ser es anterior al pensamiento en el nivel de la finitud del ego humano, esta anterioridad no es exclusiva y generalizada. El pensamiento, incluso el humano, no se trasciende hacia una realidad que sería radicalmente otra que él , aunque alcance el ser y no una simple representación , pues el ser no es, en última instancia, otro que el pensamiento, incluso en el plano del Intelecto universal. El ser es coextensivo con el Pensamiento. El Intelecto no está encerrado en sí mismo, ya que pensándose piensa el Ser que el pensamiento finito encontrará los reflejos que serán relativamente externos a él. Pero este mismo plano del Ser puro que es idéntico al del Intelecto trascendente guarda aún un doble rastro del dogmatismo idealista y realista:

1) de dogmatismo idealista o espiritualista, en el sentido de que la realidad última parece residir aquí en una actividad pensante;

2) del dogmatismo de la intencionalidad, que presupone una exterioridad relativa que es correlativa a la interioridad recíproca del Pensamiento y del Ser.

La perspectiva metafísica, al ir más allá del plano del Ser o de la Inteligencia hacia el del Uno o del Sí, integra las últimas trazas de estos dogmatismos. El Absoluto está más allá de la distinción, incluso la principal, entre Ser y Pensamiento. La conciencia de sí que constituye el Intelecto plotiniano o del Ser puro está como englobado por el Sí que es análogamente "Conciencia pura" y más que Conciencia. La pura Inteligencia que piensa el Ser y lo Inteligible pensándose ella misma presupone un término anterior que está más allá del Ser y el Pensamiento (16).

El Sí es a la vez:

1°) pura Subjetividad que se encuentra alcanzada al término de un movimiento de trascendencia integral, y que supera las limitaciones "espiritualistas" e "idealistas" de la consciencia de sí mismo.

y 2° plenitud infinita de un Real que no alcanzo como lo Otro cuya alteridad me excluiría de su plenitud abstracta para rechazarme sobre mis limitaciones existenciales, sino como el Infinito al cual soy esencialmente idéntico. La dualidad relativa del Ser y del Pensamiento que corresponde a una especie de coincidencia de estos opuestos que son el idealismo y el realismo, se encuentra superada por la No-dualidad del Infinito metafísico que trasciende la "interioridad" subjetiva en tanto que ella implicaría la limitación del retorno sobre sí mismo al mismo tiempo que la exterioridad en tanto que ella implica la limitación que constituye la relación a un término, es decir, una salida "fuera de sí mismo", una expansión que sería una gradación ontológica.

Es en la superación de esta doble limitación principial que debemos buscar la raíz de la metadogmatismo de la metafísica, que se expresa vigorosamente en este pasaje de pasaje de Shankara (17): "Los dualistas permanecen obstinadamente apegados a las conclusiones a las que han llegado a través de su investigación personal… también se contradicen ellos los unos a los otros, mientras que el no dualista, él, no entra en conflicto con ninguno de ellos. "

(16) Cf. ΡLOTINO Eneadas. VI, 7, 40, p. 116, o. c.: ι El pensamiento no tiene algo que pensarMás que porque hay alguna cosa delante de él. "

(17) SΗΑΝΚΑRA: Comentarios al Mandukyopanisbad. Cap. 111. Parag.17 p. 251 (Trad. Santon) Ed. Adyar. 

No hay comentarios: