martes, 13 de agosto de 2019

Escolios a un texto implícito 22 (Nicolás Gómez Dávila)



 — Se comenzó llamando democráticas las instituciones liberales, y se concluyó llamando liberales las servidumbres democráticas.

 — Nada es suficientemente importante para que no importe como está escrito.

 — Las autobiografías interesantes podrían abundar si escribir la verdad no fuese problema estético.

 — La vida es un combate cotidiano contra la estupidez propia.

 — En las ciencias humanas sólo se debe generalizar para individualizar mejor.

 — El amor utiliza el vocabulario del sexo para escribir un texto ininteligible al sexo solo.

 — Cuidémonos de llamar “aceptar la vida” aceptar sin resistencia lo que degrada.

 — La mentalidad moderna es hija del orgullo humano inflado por la propaganda comercial.

 Creer que una verdad patente, claramente expresada, ha de convencer, no es más que prejuicio ingenuo.

 — Los problemas básicos de una época nunca han sido el tema de sus grandes obras literarias.
 Sólo la literatura efímera es “expresión de la sociedad”.

 — Proletario consciente en el vocabulario marxista significa pueblo convertido a los ideales burgueses.

 — No tengo pretensiones a la originalidad: el lugar común, si es viejo, me basta.

 — La “explicación” consiste finalmente en asimilar un misterio insólito a un misterio familiar.

 — Tan solo para defender nuestras convicciones subalternas poseemos abundantes argumentos.

 — Más que lo que dice, al imbécil lo delata su dicción.

 — El moderno conoce cada día más al mundo y menos al hombre.

 — La sinceridad, si no es en confesión sacramental, es factor de desmoralización.

 — Pedirle al estado lo que sólo deber hacer la sociedad es el error de la izquierda.

 — Nada suscita más desdén recíproco que la diferencia de diversiones.

 — El maquinismo embrutece porque le hace creer al hombre que vive en un universo inteligible.

 — No se suele llegar a conclusiones sino desatendiendo objeciones.

 — Del tedio cotidiano sólo nos rescatan lo impalpable, lo invisible, lo inefable.

 — El filósofo se desequilibra fácilmente; sólo el moralista no suele perder el juicio.

 — Las almas que el cristianismo no poda nunca maduran.

 — Lo vago y lo preciso, en el universo, no son zonas bien o mal conocidas, sino zonas de estructura diversa.
 La zona, por ejemplo, donde la buena voluntad basta, y la zona donde sólo el acierto cuenta.

 — Las palabras son las verdaderas aventuras del auténtico escritor.

 — Una reforma de la sociedad sólo puede esperarse de las contradicciones entre las insensateces humanas.

 Hacer lo que debemos hacer es el contenido de la Tradición.

 — El que no busca a Dios en el fondo de su alma, no encuentra allí sino fango.

 — La “liberación sexual” le permite al hombre moderno desentenderse de los múltiples tabús de otra índole que lo gobiernan.

 — El que se empeña en refutar argumentos imbéciles acaba haciéndolo con razones estúpidas.

 — No ha nacido escritor que no haya escrito demasiado.

 — El clero moderno afirma que el cristianismo pretende resolver los problemas terrestres –confundiéndolo así con la utopía.

 — Un simple arrebato de impaciencia suele suprimir pronto la distancia entre la utopía y el asesinato.

 — El hombre es animal educable, siempre que no caiga en manos de pedagogos progresistas.

 — Los lugares comunes de la tradición occidental son la pauta que no engaña en las ciencias humanas.

 — Todo hombre vive su vida como un animal sitiado.

 — Las filosofías comienzan en filosofía y acaban en retórica.

 — Siendo diálogo la filosofía, no hay razón para suponer que el último que opinó sea el que tiene la razón.

 — La vocación auténtica se vuelve indiferente a su fracaso o a su éxito.

 — El individualismo es cuna de la vulgaridad.

 — Lo más irónico en la historia es que prever sea tan difícil y haber previsto tan obvio.

 — Las intuiciones del filósofo a veces nos deslumbran; frente a sus raciocinios nos erizamos de objeciones.

 — La estupidez se apropia con facilidad diabólica lo que la ciencia inventa.

 — Donde la igualdad deja que la libertad entre, la desigualdad se le desliza.

 — El sociólogo nunca sabe, al manipular sus estadísticas, dónde importa la cifra relativa y dónde la cifra absoluta.

 — Donde el comunismo triunfa, el silencio cae con ruido de trampa que se cierra.

 — Conocer bien un episodio histórico consiste en no observarlo a través de prejuicios democráticos.

 — Entre los elegidos por el sufragio popular sólo son respetables los imbéciles, porque el hombre inteligente tuvo que mentir para ser elegido.

 — El hombre no tiene la misma densidad en toda época.

 — El vicio que aqueja a la derecha es el cinismo, y a la izquierda la mentira.

 — Saber no resuelve sino problemas subalternos, pero aprender protege del tedio.

 — Los que reemplazan la “letra” del cristianismo por su “espíritu” generalmente lo convierten en una pamplinada socio-económica.

 — Humanidad es lo que elaboraron en la animalidad del hombre la reticencia y el pudor.

 — Nada inquieta más al incrédulo inteligente que el católico inteligente.

 — El realismo de la fotografía es falso: omite en la representación del objeto su pasado, su trascendencia, su futuro.

 — La perfecta transparencia de un texto es, sin más, una delicia suficiente.

 — Nuestra vida es anécdota que esconde nuestra personalidad verdadera.

 — Hablar sobre Dios es presuntuoso, no hablar de Dios es imbécil.

 — Las personas sin imaginación nos congelan el alma.

 — El espectáculo de un fracaso es tal vez menos melancólico que el de un triunfo.

 — Ciertas ideas sólo son claras formuladas, pero otras sólo son claras aludidas.

 — Al repudiar los ritos, el hombre se reduce a animal que copula y come.

 — El hombre moderno no defiende enérgicamente sino su derecho a la crápula.

 La objeción del reaccionario no se discute, se desdeña.

 — En materia religiosa la trivialidad de las objeciones suele ser más obvia que la fragilidad de las pruebas.

 — Cuando los elegidos en una elección popular no pertenecen a los estratos intelectuales, morales, sociales, más bajos de la nación, podemos asegurar que subrepticios mecanismos anti-democráticos han interferido el funcionamiento normal del sufragio.

 — Al estallar una revolución, los apetitos se ponen al servicio de ideales; al triunfar la revolución, los ideales se ponen al servicio de apetitos.

 — Entre las causas de una revolución y su realización en hechos se insertan ideologías que acaban determinando el curso y hasta la naturaleza de los acontecimientos.
 Las “ideas” no “causan” las revoluciones, pero las encauzan.

 — Los que defienden las revoluciones citan discursos; los que las acusan citan hechos.

 — La falsificación del pasado es la manera como la izquierda ha pretendido elaborar el futuro.

 — “Tener sentido” es atributo irreductible, inanalizable, último, de ciertas presentaciones.

 — La sensibilidad es brújula menos susceptible de enloquecerse y de desorientar que la “razón”.

 — El día se compone de sus momentos de silencio.
 Lo demás es tiempo perdido.

 — El hombre solamente es importante si es verdad que un Dios ha muerto por él.

 — El afán moderno de originalidad le hace creer al artista mediocre que en simplemente diferir consiste el secreto de la originalidad.

 — No todos los vencidos son decentes, pero todos los decentes resultan vencidos.

 — Aun los gobernantes más austeros acaban asistiendo al circo para complacer a la muchedumbre.

 — Todo en la historia comienza antes de donde creemos que comienza, y termina después de donde creemos que termina.

 — Desigualdad e igualdad son tesis que conviene defender alternativamente, a contrapelo del clima social que impere.

 Ni declaración de derechos humanos, ni proclamación de constituciones, ni apelación a un derecho natural, protegen contra la arbitrariedad del estado. Sólo es barrera al despotismo el derecho consuetudinario.

 — Sus prejuicios no embrutecen sino al que los cree conclusiones.

 — De soberanía de la ley sólo se puede hablar donde la función del legislador se reduzca a consultar el consenso consuetudinario a la luz de la ética.

 — Las grandes teorías históricas se vuelven útiles cuando renuncian a querer explicar todo.

 — La comprensión de lo individual y la comprensión de lo general se condicionan en historia recíprocamente.

 — No hay ciencia humana tan exacta que el historiador no necesite corregirla y adaptarla para poderla utilizar.

 — Al hombre no lo educa el conocimiento de las cosas sino el conocimiento del hombre.

 — La patanería intelectual es el defecto que en este siglo menos sabemos evitar.

 — Determinar cuál es la causa y cuál el efecto suele ser en historia problema insoluble.

 — El hombre nunca calcula el precio de cualquier comodidad que conquista.

 — No hay casualidad en historia que no se supedite a la casualidad de las circunstancias.

 — La noción de determinismo ha ejercido un terrorismo corruptor de la faena filosófica.

 — Sólo se puede releer al que sugiere más de lo que expresa.

 — Nadie ignora que los acontecimientos históricos se componen de cuatro factores: necesidad, casualidad, espontaneidad, libertad.
 Sin embargo rara es la escuela historiográfica que no pretende reducirlos a uno solo.

 — “Necesidad histórica” suele ser meramente nombre de la estupidez humana.

 — El espectáculo de la humanidad no adquiere cierta dignidad sino gracias a la deformación a que el tiempo lo somete en la historia.

 — El político nunca dice lo que cree cierto, sino lo que juzga eficaz.

 — Más que del inquietante espectáculo de la injusticia triunfante, es del contraste entre la fragilidad terrestre de lo bello y su esencia inmortal en donde nace la esperanza de otra vida.

 — La retórica cultural reemplaza hoy la retórica patriótica, en las efusivas expectoraciones de los tontos.

 — Un tacto inteligente puede hacer culminar en perfección del gusto la austeridad que la pobreza impone.

 El hombre ya no sabe inventar nada que no sirva para matar mejor o para vulgarizar el mundo un poco más.

 — Sólo la religión puede ser popular sin ser vulgar.

 — Su libertad no libera al hombre de la necesidad. Pero la tuerce en imprevisibles consecuencias.

 — Cambiar un gobierno democrático por otro gobierno democrático se reduce a cambiar los beneficiarios del saqueo.

 — Es sobre las antinomias de la razón, sobre los escándalos del espíritu, sobre las rupturas del universo, sobre lo que fundo mi esperanza y mi fe.

 — El estado no se ha portado con discreción y mesura sino bajo la vigilancia celosa de burguesías ricas.

 — Las verdades subalternas suelen eclipsar las más altas verdades.

 — Aun cuando lograra realizar sus más atrevidas utopías, el hombre seguiría anhelando transmundanos destinos.

 — Las dudas no se disipan una a una: se disuelven en un espasmo de luz.

 — Es ante todo contra lo que el vulgo proclama “natural” contra lo que el alma noble se rebela.

 — Todo lo eximio en la historia resulta de equilibrios singularmente inestables.
 Nada dura ciertamente, pero lo mediocre dura más.

 — Sólo es transparente el diálogo entre dos solitarios.

 Formular los problemas de hoy en un vocabulario tradicional los despoja de falsos prestigios.

 — En los siglos espiritualmente desérticos, sólo cae en cuenta de que el siglo está muriéndose de sed el que aún capta aguas subterráneas.

 — La libertad no es fruto del orden sólo, es fruto de concesiones mutuas entre el orden y el desorden.

 — Mis convicciones son las mismas que las de la anciana que reza en el rincón de una iglesia.

 — La realidad última no es la del objeto que la razón construye, sino la de la voz a que la sensibilidad contesta.

 — Las ciencias humanas no son propiamente ciencias inexactas, sino ciencias de lo inexacto.

 — Hablan enfáticamente de “transformación del mundo”, cuando lo más a que pueden pretender es a ciertas remodelaciones sociales secundarias.

 — Lo que aconseja renunciar a las opiniones progresistas y atrevidas es la inevitabilidad con la cual tarde o temprano el tonto finalmente las adopta.

 — No viviría ni una fracción de segundo si dejara de sentir el amparo de la existencia de Dios.

 — No cometo la torpeza de negar los indiscutibles éxitos del arte moderno; pero ante el arte moderno en sí, como ante el arte egipcio o chino, me siento ante un arte exótico.

 — Después de experimentar en qué consiste una época prácticamente sin religión, el cristianismo aprende a escribir la historia del paganismo con respeto y con simpatía.

 — Ante el marxismo hay dos actitudes igualmente erróneas: desdeñar lo que enseña, creer lo que promete.

 — Filosofar es adivinar, sin poder nunca saber si acertamos.

 — Marxismo y psico-análisis han sido los dos cepos de la inteligencia moderna.

 — Estado sanamente constituido es aquel donde inmúmeros obstáculos embarazan y estorban la libertad del legislador.

 — Nuestras repugnancias espontáneas suelen ser más lúcidas que nuestras convicciones razonadas.

 — “Revolucionario” significa hoy individuo para quien la vulgaridad moderna no está triunfando con suficiente rapidez.

 — Aun cuando estén llenos de amenazas, no logro ver en los Evangelios sino promesas.

 — El emburguesamiento de las sociedades comunistas es, irónicamente, la postrer esperanza del hombre moderno.

 — Una sociedad civilizada necesita que en ella, como en la vieja sociedad cristiana, igualdad y desigualdad permanentemente dialoguen.

 — La envidia difiere de los demás vicios por la facilidad con que se disfraza de virtud.

 — La actividad política deja de tentar al escritor inteligente, cuando al fin entiende que no hay texto inteligente que logre tumbar ni a un alcalde de pueblo.

 — En el hombre inteligente la fe es el único remedio de la angustia.
 Al tonto lo curan “razón”, “progreso”, alcohol, trabajo.

 — El placer de adivinar el significado ingenioso de una metáfora pretende reemplazar, en la “poesía” moderna, la misteriosa jubilación del canto.

 — La fe no es una convicción que poseemos, sino una convicción que nos posee.

 — La frontera entre la inteligencia y la estupidez es movediza.

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