lunes, 14 de abril de 2014

En clave nacional (Juan Manuel de Prada)



JUAN MANUEL DE PRADA

ABC.es


Al español cabal, Europa siempre le ha provocado sarpullidos; pues intuye que es una construcción urdida para joderle

Ahora que no tenemos a un Julio Camba que rescate en la vejez sus artículos de juventud, para pasarlos de nuevo por la sartén de la prensa; ahora que no tenemos a un Valle-Inclán que intercale en sus novelas los cuentos que previamente había publicado en las revistas de la época; ahora que ni siquiera tenemos a un Emilio Carrere que complete sus manuscritos repescando capítulos de obras suyas anteriores… la llama del refrito la mantienen viva los tertulianeses, esos plusmarquistas del lugarcomunismo, que convierten la vida del teleadicto en un incesante día de la marmota, refritado de ideas mazorrales, lobotomizantes y archisabidas. A la vista de los candidatos que las facciones políticas de mayor ringorrango presentan a las elecciones europeas, el refrito tertulianés del momento, más repetido que el retuiteo de un comedor de fabada, consiste en decir: «Es que son unas elecciones en clave nacional».

El refrito tertulianés esconde, sin embargo, una verdad como un templo; aunque no, por supuesto, en el sentido mostrenco que los tertulianeses dan a la frase. Y es que, en efecto, en España el único modo de confundir y engañar a la gente para que vote en unas elecciones europeas consiste en urdir un trampantojo que la haga creer que se halla ante unas elecciones nacionales. Al español cabal, Europa siempre le ha provocado sarpullidos; pues, aunque no sepa verbalizarlo, intuye que es una construcción artificiosa urdida para joderle. Y así lo es, en efecto, en términos históricos: pues Europa se fundó para combatir a España (y a lo que España defendía) mediante una sucesión de rupturas que Elías de Tejada enumera muy sintéticamente: la ruptura religiosa de Lutero; la ruptura ética de Maquiavelo; la ruptura política de Bodino; la ruptura jurídica de Hobbes; y, por último, la ruptura definitiva que convierte en realidad palpable la desintegración provocada por las anteriores, mediante la Paz de Westfalia. Y todas estas rupturas encontrarían luego una desembocadura común y orgiástica en la Revolución Francesa. Esta Europa nacida para combatir, domeñar y destruir a España repele al español con conocimientos de Historia; y al español que no los tiene, le basta con meditar que, participando en las elecciones europeas, otorga poderes a una patulea de burócratas con cara de col de Bruselas para que elaboren un pandemónium de leyes y ordenanzas que permitan las intromisiones más abusivas en su vida y en su hacienda, así como en la vida y en la hacienda del Estado español, convertido ya en un títere (según explícitamente se reconoció en la reforma por la vía rápida del artículo 153 de lo que, desde entonces, podría llamarse nuestro Papel Mojado Constitucional).

Nos enseñaba Valéry que «la política es el arte de consultar a las gentes acerca de lo que nada entienden y de impedirles que se ocupen de aquello que les concierne». Definición que halla su prueba irrefutable en las elecciones europeas, donde este embeleco de expropiación política alcanza su máxima expresión; y es, en efecto, tan descarnada y voraz esta expropiación, tan lesivo para la soberanía española y tan adverso a lo que España es (o más bien ha sido) lo que se cuece en unas elecciones europeas, que las facciones políticas de mayor ringorrango necesitan disfrazar el despojo «en clave nacional». Así consiguen que la gente vote pensando ilusamente que, mientras otorga poderes para la confiscación de sus almas a los burócratas bruselenses, está haciendo profesión de fe conservadora o progresista. Y así se cumple aquello que afirmaba Nicolás Gómez Dávila: «El sufragio universal no pretende que los intereses de la mayoría triunfen, sino que la mayoría lo crea».

 

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