Confesiones
Jacobo Boehme.
" En el agua vive el pez, la planta en
la tierra,
El ave en el aire, el sol en el firmamento,
La salamandra debe siempre mantenerse
ardiendo,
Y es en el corazón de Dios donde Jacob Boehme
se siente en su elemento ".
ANGELUS DE SILESIA.
PROLOGO
Aceptar la vida es aceptar la existencia del
Mal. Y el Romanticismo, como filosofíade la vida, no podía sino admitir las
fuerzas demoníacas como algo positivo. William Blacke, que en muchos sentidos
anticipa a Nietzsche y a Jung, creía que el hombre podría alcanzar una
dimensión gigantesca cuando lograse integrar el cielo con el infierno, es decir
su cielo con su infierno, puesto que, como ya lo había dicho Boehme todos los
llevamos en nuestro propio interior.
Siendo el Demonio el señor de la tierra, este
dilema es también el del cuerpo y el espíritu. Dilema que el racionalismo no
fue capaz de superar; simplemente lo aniquiló suprimiendo uno de sus términos.
Esta calamidad comienza con Sócrates, para luego propagarse en todo el Occidente
y llegar hasta sus últimas consecuencias en esta mentalidad cientificista que
nos ha llevado hasta la ruina. Los Tiempos Modernos, en efecto, se edificaron
sobre la ciencia, y no hay ciencia sino de lo general. Pero como la
prescindencia de lo particular implica la exclusión de lo concreto, los Tiempos
Modernos se edificaron aniquilando filosóficamente el cuerpo. Y si los
platónicos lo excluyeron por motivos religiosos y metafísicos, la ciencia lo
hizo por razones heladamente gnoseológicas.
Entre otras catástrofes para el hombre, esta
proscripción acentuó su soledad. Porque la proscripción gnoseológica de las
emociones y pasiones, la sola aceptación de la razón universal objetivamente
convirtió al hombre en cosa, y las cosas no se comunican: el país donde mayor
en la comunicación electrónica es también el país donde más grande y aterradora
es la soledad de los seres humanos.
No quiero decir que esta civilización ignore
el cuerpo, quiero decir que le ha quitado aptitud cognoscitiva y dignidad
metafísica. Lo ha expulsado al reino de la pura objetividad, sin advertir que
al hacerlo cosificaban al hombre mismo, ya que el cuerpo es el sustento
concreto de la personalidad. La reivindicación del cuerpo por obra de las
filosofías existenciales, Nietzsche se había preguntado ya si debe dominar la
ciencia sobre la vida o la vida sobre la ciencia. En este interrogante y en la
respuesta que le dio se sintetiza la revolución antropocéntrica de nuestro
tiempo: el centro no será más ya el objeto, ni siquiera el sujeto trascendental,
sino la persona concreta,con una nueva conciencia del cuerpo que la sustenta.
Para Heidegger, ser hombres es ser en el mundo, lo que solo es posible por el
cuerpo; el cuerpo es quien nos individualiza, quien nos da una perspectiva del
mundo, desde el yo y aquí. No ya el Observador Imparcial y Ubicuo de la Ciencia
sino este yo concreto encarnado en un cuerpo. En ese cuerpo que se convierte en
un ser para la muerte. De donde la importancia metafísica del cuerpo.
Creo que la actualidad de Jakob Boehme
reside, precisamente, de su vínculo con esta dialéctica vital entre el cuerpo y
el espíritu, del sentido positivo que para él tiene el Mal. Y no me parece
exagerado colocarlo como un precursor de esa línea que une los nombres de
William Blacke, Nietzsche, Dostoievsky, Melville y Baudelaire.
El bondadoso místico de Goerlitz, mientras
trabajaba el zapato de alguna dama con sus trinchetas, meditaba "con gran
melancolía y turbación" en el insignificante puesto que la criatura humana
ocupaba en la vasta, terrible e indiferente naturaleza.
Sí, claro, Dios estaba en todas partes: en el
más pequeño de los bichitos como en el fuego de los remotísimos astros, en el
apacible mundo de un árbol como en el turbulento universo de nuestras almas.
Pero si justamente Dios está en todo, ¿por qué existen las enfermedades y
cataclismos, por qué mueren niños inocentes en medio de terribles dolores y
cómo es posible que seres indefensos sean torturados o mutilados en medio de
las guerras y persecuciones más atroces? ¡Qué permanente tentación la de esos
gnósticos que suponen al mundo gobernado por un triunfante Espíritu del Mal!
Sin duda que el zapatero de Goerlitz ha de haber cavilado más de una vez en
esta (aterradora) posibilidad. Pero era demasiado esperanzado y positivo para que
se entregara a este sombrío pensamiento. ¿No existía la posibilidad de una
Divinidad que incluyera en su sumo ser y en su suma potencia la totalidad del
bien y del mal, de la luz y de las tinieblas? Es seguro que pensará entonces en
Nicolás de Cosa y en su "coincidentia oppositorum", para llegar a esa
dialéctica cuasi-begeliana que es su teoría de un Dios dinámico que se
despliega a través del bien y del mal, para alcanzar la plenitud.
La vasta crisis de los Tiempos Modernos a la
que estamos asistiendo es la quiebra de la mentalidad cientificista, y a través
de ella acaso podamos acceder a una reivindicación de las fuerzas ocultas que
esa mentalidad proscribió, en una reintegración del hombre escindido. Según
Hegel, a los periodos más terribles de la historia se siguen las horas más
hermosas, porque de la "conciencia infeliz" que resulta de nuestra
conciencia del mal surge luego una venturosa plenitud; idea que Nietzsche
retoma cuando afirma que de la extrema decadencia resurge un nuevo clasicismo.
No sería inapropiado recordar en relación con estas reflexiones aquella de
Schopenhauer según la cual hay épocas en que el Progreso es Reacción y la
Reacción es Progreso. ¿No estamos precisamente en uno de estos estudios de la
historia humana, cuando resulta evidente el carácter reaccionario de una
actitud que en nombre del progreso nos ha traído la total enajenación y
cosificación del hombre?
Debemos agradecer a la señora Alicia Duprat,
profunda conocedora y admiradora de Boehme, la iniciativa de este libro en castellano
y su magnífica traducción.
ERNESTO SABATO
Santos Lugares, agosto de 1970.
INTRODUCCION
I
Jacobo Boehme, que en este libro nos revela
algunos de los secretos de su vida interior, figura entre los más originales de
los grandes místicos cristianos. Con un genio natural por las cosas del
espíritu, exhibía asimismo muchos de las características del vidente y del
metafísico; y su influencia sobre la filosofía ha sido por lo menos tan grande
como su influencia sobre el misticismo religioso.
Los místicos no nacen. Son como todo otro
hombre el producto de la crianza tanto como el de la naturaleza. La tradición y
el medio ambiente condicionan tanto su visión como su presentación. Así, la
peculiar y a veces difícil doctrina de Boehme será mejor comprendida cuando
sepamos algo de su vida exterior y las influencias que tuvo. Descendía de
campesinos y nació en 1575, en un pueblito cerca de Goerlitz, en la frontera de
Sajonia y Silesia, y mientras fue niño cuidaba ganado en el campo.
Dotado de una disposición piadosa, soñadora y
reflexiva, se dice que ya en la niñez tuvo visiones. Como no era
suficientemente robusto para el trabajo del campo, se le hizo aprendiz de
zapatero; pero sus excesivamente severas ideas relativas a moral le trajeron
problemas con los otros trabajadores, así fue despedido y se hizo zapatero
remendón ambulante. Durante este forzado exilio, que coincidió con la época más
impresionable de su juventud, Boehme captó algo de las insatisfactorias
condiciones en que se debatía la religión de su tiempo, las amargas disputas y
mutuas tolerancias que dividían a la Alemania protestante; el formalismo vacío
que pasaba por cristianismo. Entró en contacto con las especulaciones
teosóficas y herméticas que caracterizaban el pensamiento alemán contemporáneo
y que parecían ofrecer a muchos un escape de las irrealidades de la religión
institucional hacia regiones más espirituales.
Él, personalmente, estaba lleno de dudas y
conflictos interiores; torturado no solo por el ansia de certeza espiritual
sino también por los ingobernables impulsos y apasionados anhelos de la
adolescencia -ese "poderoso contrarium" del cual habla tan a menudo-
que suele ser sentido por el místico en su forma más exagerada. Sus apetencias
religiosas eran de las formas más simples: "Nunca deseé saber nada de la
Divina Majestad… Yo sólo buscaba el corazón de Jesucristo para refugiarme en él
de la colérica ira de Dios y los violentos asaltos del Diablo". Como San
Agustín en su estudio de los platónicos, Boehme estaba buscando "esa
patria que no es mera visión sino un hogar"; y en esto se revelaba ya como
un místico cabal. Sus anhelos y luchas en busca de la luz fueron recompensados,
como han sido en el caso de muchos buscadores al comienzo de su peregrinación,
por una intuición de la realidad, lo cual le resolvió por un tiempo las
desarmonías que le atormentaban. El conflicto dio lugar a un nuevo sentido de
estabilidad y una "bendita paz". Eso duró por siete días, durante los
cuales él se sintió "rodeado por la Divina Luz". Experiencia similar en
la vida de muchos otros contemplativos. A los diecinueve años Boehme volvió a
Goerlitz, donde se casó con la hija del
carnicero. En 1599 se transformó en maestro zapatero y se estableció en este oficio.
Al año siguiente, tuvo lugar su primera gran
iluminación. Su carácter fue peculiar e indicativo de su constitución psíquica
anormal. Habiendo pasado de nuevo por un periodo depresivo y atormentado, un
día él miraba los rayos del sol. Esto condujo (de una manera que cualquier
psicólogo entendería) su mente a un estado tal de sugestivilidad, que la
facultad mística tomó posesión abruptamente de su campo ental. Le pareció que
percibía una visión interior del verdadero carácter y significado de todas las
cosas creadas. Manteniendo este estado de lucidez, tan maravilloso en su
sentido de renovación que él lo compara con la resurrección de los muertos,
Boehme salió hacia el campo. Como Fox, poseído por la misma conciencia extática
halló que "toda la creación despedía otro olor más allá de todo lo que las
palabras puedan expresar", así Boehme
ahora miró dentro de lo profundo, dentro del corazón de las hierbas y el pasto,
percibiendo que toda la naturaleza ardía con la luz interior de lo Divino.
Era pura intuición, excediendo totalmente sus
facultades de discurso y pensamiento; pero la caviló en secreto "laborando
en el misterio como un niño que va a la escuela", y sintió su significado
"creciendo dentro de él" y desarrollándose "como una planta
nueva". La luz interior no era constante: su incontrolable naturaleza inferior
persistía, y a menudo le impedía el acceso hacia la mente exterior. Este estado
de desequilibrio psíquico y lucha moral, durante el cual él leyó y meditó
profundamente, duró casi doce años. Por fin, en 1610, aquello se resolvió con
otra experiencia, que coordinó todas sus intuiciones dispersas en una grande y
única visión de la realidad. Boehme sintió la urgencia de escribir lo que había
visto, y empezó en sus ratos de ocio su primer libro, la "Aurora". El
título de este libro, que él describe como "la Raíz o Madre de la
Filosofía, Astrología y Teología", muestra hasta qué punto él había
absorbido las nociones corrientes de teosofía; pero su propio y vivido relato
-una de las más notables descripciones de primera mano de escritura automática
o inspiracional que existen- muestra también qué pequeña parte juega su mente
exterior en la composición de este libro, que él "se apresuró a poner por
escrito en el impulso de Dios".
Boehme, como los antiguos profetas y muchos
videntes menores, estaba poseído por un espíritu, el cual ya sea que elijamos
considerarle un poder exterior a él o una fase de su propia y compleja
naturaleza, estaba disociado del control de su propia voluntad e "iba y
venía como una lluvia súbita". Se manifestaba en chorros de extraña y turbia
elocuencia, no controlada por la acción crítica del intelecto. El nos ha dicho
que durante los años cuando su visión estaba incubándose dentro de él,
"escudriñó muchas obras maestras de la literatura". Estas de seguro
incluían las obras de Valentine Weigel y sus discípulos, como asimismo otros
libros herméticos y teosóficos; y el fruto de estos estudios semi digeridos se
manifiesta en el simbolismo astrológico y alquímico que se suma a un estilo que
ya es de por sí oscuro. Como muchos visionarios, él era anormalmente sensible
al poder evocativo de las palabras, que usaba a menudo por su cualidad
sugestiva tanto como por su sentido. Se cuenta de él una historia, que oyendo
por primera vez la palabra griega "idea", se excitó vivamente y exclamó:
"Veo una doncella pura y celestial". Es a esta facultad que debemos
atribuir probablemente su amor por los símbolos alquímicos y la altisonante
jerga mágica de su época.
Habiendo caído una copia del manuscrito de
"Aurora" en las manos de Gregorius Richter, el "Pastor
Primarius" de Goerlitz, Boehme fue violentamente atacado a causa de sus
opiniones nada ortodoxas y aun amenazado con el exilio inmediato.
Finalmente se le permitió permanecer en la
ciudad pero se le prohibió seguir escribiendo. Él obedeció este decreto durante
cinco años que para él fueron un periodo de renovada lucha y depresión, durante
el cual estuvo dividido entre su concepto del respeto por la autoridad y la
imperativa necesidad de autoexpresión.
Sus opiniones, sin embargo, ya eran
conocidas. Le trajeron muchas persecuciones ,"vergüenza, ignominia y
reproches", dice él "brotando y floreciendo día a día", pero
también le ganaron amigos y admiradores de la clase educada, especialmente
entre los estudiosos locales de la filosofía hermética y del misticismo. Fue
bajo su influencia que Boehme -con su vocabulario ahora notablemente
enriquecido y sus ideas clarificadas como resultante de numerosas discusiones-
empezó de nuevo a escribir en 1619. En los cinco años entre esta fecha y la de
su muerte compuso sus principales obras. Su volumen -y también, debemos
confesar, sus frecuentes oscuridades y repeticiones- son prueba suficiente de
la furia con que el espíritu manejaba "la mano del escriba". Algunas,
sin embargo, parecen haber sido escritas con un cierto arte consciente, para
explicar puntos cruciales; pues las intuiciones de la realidad de Boehme,
primero confusas y desorientadoras, habían cedido su lugar a una visión más
lúcida. La "Aurora" se había convertido en "un día encantador y
brillante", en el cual su vigoroso intelecto era capaz de expresar lo que
había percibido "depositado y envuelto en las profundidades de la
Deidad". Así, las "Cuarenta Contestaciones" establecen su
respuesta a problemas planteados por el muy docto Dr. Walther, jefe de los laboratorios
químicos de Dresden. Su reputación se extiende ya a toda Alemania, y eminentes
estudiosos vienen a su taller a aprender de él. En 1622 renunció a la práctica
de su oficio y se dedicó enteramente a escribir y exponer.
La publicación del hermoso "Sendero
hacia Cristo", que fue impreso privadamente pro uno de sus admiradores en
1623 provocó un nuevo ataque de parte de su antiguo enemigo Richter. Por una
única vez, Boehme condescendió a la controversia, y replicó con dignidad a las
violentas acusaciones de blasfemia y herejía que se le hicieron. Fue, sin
embargo, obligado por los magistrados a abandonar la ciudad donde ya tenía una
gran cantidad de discípulos. Primero fue a la corte electoral de Dresden; allí
se reunió con los principales teólogos de la época, que quedaron enormemente
impresionados por su seriedad profética e intensa piedad y rehusaron mantener
la acusación de herejía. En agosto de 1624, la muerte de Richter le permitió
volver a Goerlitz; pero ya estaba moralmente enfermo, y murió el 21 de
noviembre de ese año, a la edad de cuarenta y nueve años.
II.
Al tratar de estimar el carácter de las
enseñanzas de Boehme, es importante examinar las fuentes de sus concepciones.
Aunque sus primeras revelaciones, surgiendo abruptamente de la región del
inconsciente, le parece a él que nada deben al arte de la razón, es indudable
que estaban fuertemente influidas por recuerdos de libros leídos, creencias
aceptadas y experiencias soportadas. Este "resplandor de relámpago"
en el cual él tenía sus súbitas visiones del Universo, también iluminaban la
estructura de su propia mente y le daban un nuevo significado y autoridad. Así,
a menudo es su propio drama interior el que ve reflejado en la pantalla
cósmica; un procedimiento que la doctrina "teosófica" del hombre,
como el microcosmos del Universo, le ayudaba a justificar. Su temperamento
inestable, con alternativas entre la depresión y la iluminación, su constante
sentido de lucha, sus abruptas evasiones hacia la luz -"el poderoso
contrarium" con el cual se mantenía en permanente combate- condicionan
este cuadro del eterno conflicto entre la luz y las tinieblas en el corazón
mismo de la creación; la materia prima de la naturaleza en pugna y el formativo
Espíritu de Dios. La "corriente de fuego vivo" que él siente en su
propio espíritu es su certeza de la fogosa energía creativa Divina.
Además, el Cristianismo Luterano que formó la
base de su vida religiosa contribuyó con muchos elementos a este esquema. De
allí el intenso dualismo moral, la oposición Paulina entre el "mundo
oscuro" de la naturaleza no regenerada y el "mundo de la luz" de
la gracia, las doctrinas de la Trinidad y de la regeneración, generalmente esos
símbolos tomados del Credo que él a menudo usa en un sentido teosófico. Es
familiar con la Biblia, haciendo constante, aunque a veces fantástico, uso de
su lenguaje e imaginería. Finalmente, los místicos germanos y los filósofos
herméticos del Renacimiento, a los cuales leía con fruición, le dieron mucho de
la materia prima de su filosofía. La alquimia en su época era todavía un
juguete favorito de las mentes especulativas; siendo comprendida parcialmente
en su sentido físico y parcialmente
en su sentido trascendente. La "doctrina
de las correspondencias", que es el tema de uno de los últimos trabajos de
Boehme, todavía era tomada seriamente como una guía para la medicina práctica;
el cocodrilo embalsamado todavía colgaba en el laboratorio, y el sapo y la
araña, eran cuidadosamente destilados. Pero así y todo para los alquimistas
espirituales la búsqueda de la Piedra, era la búsqueda de una perfección
ultraterrena, y la naturaleza humana era la materia para la "gran
obra".
Esta "ciencia hermética", en la
cual la química, la magia y el misticismo estaban extrañamente combinados, es
evidente que fueron una poderosa atracción para Boehme; y su influencia sobre
su trabajo no siempre fue afortunada. Pero su deuda con los más genuinamente
místicos escritores del siglo XVI, especialmente el reformador silesiano,
Caspar Schwenckfeld, y Valentine Weigel, es de muchísima mayor importancia.
Ciertamente, a través de Weigel, y tal vez también de primera mano, se
relacionó con Paracelso, cuya doctrina de la humanidad como la suma de tres
órdenes -el natural, el astral y el divino- él adoptó en "La Triple vida
del hombre" y "Tres Principios de la Divina Esencia". Es también
a través de Weigel que él traza su origen de los grandes místicos germanos del
siglo XIV; porque el santo pastor de Zschopau estaba totalmente empapado en los
trabajos de Tauler, y editó esa perla del misticismo cristiano, que es la
Theología Germánica. Boehme, por lo
tanto, estuvo muy lejos de ser un fenómeno espiritual aislado. Fue alimentado
por infinidad de fuentes; pero todo lo que recibió fue fundido y rehecho en el
crisol de su propia vida espiritual. El resultado fue una nueva creación, tan
única como la Piedra Blanca, que los alquimistas hacían de su mercurio, azufre
y sal; pero no le hacemos ningún honor ignorando los elementos de los cuales
surgió.
No es posible extraer de la vasta, prolífica
y a menudo difícil obra de Boehme ningún sistema cerrado de filosofía. A menudo
se repite, algunas veces se contradice, o esconde su sentido bajo un laberinto
de símbolos inconsistentes porque su trabajo jamás perdió el toque de su
carácter inspiracional. Pero a medida que estudiamos estos escritos,
gradualmente se esbozan ciertas líneas madres, ciertos caracteres fijos, que
nos ayudan a encontrar el camino en ese laberinto. Estas, cuidadosamente
captadas, nos capacitan para reconocer un orden y un sentido en ese caos, que a
menudo es solo aparente; gozar y comprender algo de esa revelación que
transformó al pequeño remendón sajón en un profeta del Reino de Dios.
El mapa de la realidad de Boehme está basado,
como el de la mayoría de los místicos, en el número tres; y tiene varios
interesantes puntos de contacto con el Neoplatonismo. El universo en su esencia
consiste en tres mundos, que son "nada menos que Dios mismo en Sus
maravillosas obras". Fuera y más allá de la Naturaleza está el Abismo de
la Deidad, "el Eterno Bien que es el Eterno", una definición
plotiniana del Absoluto que puede haber llegado a Boehme a través de Eckhart y
su escuela. Los tres mundos son la trinidad de emanaciones, a través de las
cuales la trascendente Unidad adquiere su autoexpresión. Boehme les llama el
mundo de fuego, el mundo de la luz, y el mundo de las tinieblas. Estas esferas
no se excluyen sino que son aspectos de un todo. Por ellas debemos entender un
Ser triple, o "tres mundos en uno", y todos tienen su parte en la producción
del mundo exterior de los sentidos, en el que vivimos.
El Fuego es la eterna y energética voluntad
Divina hacia la creación: esa vida en permanente agitación, nacida de un deseo
vehemente, que inspira el mundo natural del devenir. "Todo lo que está
destinado a ser algo debe tener Fuego"; es la autoexpresión del Padre. Del
fuego primordial o fuente de la generación, en su vigor, nace el par de
opuestos a través de los cuales la Divina energía se manifiesta: el "mundo
de las tinieblas" o del conflicto, el mal y la ira, que es la Eterna
Naturaleza en sí misma; y "el mundo de la luz", de la sabiduría y el
amor, que es el Eterno
Espíritu en sí mismo, el Nous platónico, el
Hijo de la teología cristiana. El mundo de las tinieblas representa aquella
cualidad de la vida que es reacia a todo aquello que llamamos divino; "la
naturaleza no regenerada", que para Boehme no era una ilusión, sino una
espantosa realidad. Es la esfera de la lucha indiscriminada y amoral, y de todo
lo que "muerde, odia, ataca y manifiesta arrogante voluntad propia tanto
entre los hombres como entre las bestias". El mundo de la luz es la esfera
de toda la determinada bondad y belleza; el estado del ser hacia el cual
debiera tender con todas sus fuerzas el impulso del devenir. Es el Verbo, o el
"Corazón de Dios", para diferenciarlo de Su Voluntad, que mantiene
dentro de sí todos aquellos valores a los
cuales nos referimos como divinos. En la Luz reside "el eterno
original de todos los poderes, colores y
virtudes". Aquí de nuevo, percibimos la influencia platónica en una de las
más características ideas de Boehme. Dentro y a través de esta Luz, los bastos impulsos de la fogosa fuerza de vida
son sublimados; su titánico celo se transforma en necesario para ello, porque
"nada sin oposición puede llegar a manifestarse".
El mundo exterior en el cual residimos de
acuerdo al cuerpo, es la creación del Fuego y de la Luz. Ignorando la
existencia separada del mundo de las tinieblas, que es así considerado solo
como un aspecto el Fuego, Boehme a veces habla de esta esfera física como del
tercer Principio Divino o espera del Espíritu Santo, el "Señor y Dador de
Vida"; quien es así asignado a una posición muy cercana al concepto de la
Psiquis de Plotino, o "Alma del Mundo". Este mundo exterior, dice él,
es "tanto lo bueno como lo malo, lo terrible tanto como lo
encantador" ya que en él el amor y la ira están siempre luchando
recíprocamente. "La vida de la naturaleza se transforma en Fuego y la vida
del Espíritu en Luz". El problema permanente del universo tanto como de la
vida humana, la esencia de su "salvación", radica en extraer la Luz
de su origen de Fuego, o sea extraer la belleza espiritual de la materia prima
que abunda en la energía de la propia naturaleza. Esta permanente maduración de
la vida desde la raíz oscura hacia la luz del espíritu es a veces llamada por
Boehme el "nuevo nacimiento de Cristo" y otras "el crecimiento
del lirio". Ello está sucediendo todo el tiempo; es la triunfante
autorealización de la perfección de Dios. Él ve el universo como un vasto
proceso alquímico, una marmita, perpetuamente destilando los metales viles para transmutarlos en oro
celestial.
Y como es en el cosmos, así también es en el
microcosmos que es el hombre. El también está en proceso de devenir. La
"gran obra" de los herméticos debe cumplirse en él, y él debe aceptar
su "angustia" -el conflicto entre el fuego y la luz.
"El hombre debe estar en guerra consigo
mismo si desea ser un ciudadano del cielo".El combate es inevitable y la
victoria es posible porque tenemos la esencia de los tres mundos dentro de
nosotros, y estamos "hechos de todos los poderes de Dios". La Luz
eterna "resplandece" en cada conciencia. "Cuando veo un justo
-dice Boehme- veo allí presentes los tres mundos". Por esta razón, la vida
humana es "una bisagra entre la luz y las tinieblas, y a cualquiera de
ellas que se entregue, en esa arderá".
Las posibilidades de aventura son infinitas.
El arco a través del cual oscila es tan ancho como la diferencia entre el cielo
y el infierno. Del fuego -angustia, esfuerzo y conflicto- no puede escapar, ya
que éste es la manifestación de esa voluntad que es la vida. Pero puede escoger
entre el tormento de su propio y aislado "oscuro fuego" –el anhelo
centrado en la propia voluntad que es la esencia del pecado- o el abandono de
sí mismo al divino fuego de la incansable voluntad divina hacia la perfección.
El uno eleva un vórtice dentro del eterno proceso: el otro contribuye con su
reserva de energía y amor a ese trabajo universal que transmuta los elementos
oscuros en luz, y supera la hendedura aparente entre "naturaleza" y
"espíritu". "Toda nuestra enseñanza" -dice Boehme- "se
reduce a mostrar al hombre como encender en sí mismo el divino mundo de la
luz". Ese mundo está aquí y ahora; y lo único a que aspiraba él era a
abrir los ojos de los otros hombres a esta realidad circundante e
interpenetrante. Todo se halla en la
dirección de la voluntad: "Lo que somos capaces de hacer de nosotros, eso
somos".
Para él, el universo era ante todo y primero
que todo un hecho religioso: sus fogosas energías, sus impulsos hacia el
crecimiento y el cambio, eran significativos porque eran aspectos de la vida de
Dios. Su visión cósmica era la resultante directa de su experiencia espiritual;
él la narró porque deseaba estimular en todos los hombres la vida espiritual,
hacerles darse cuenta que "El Cielo y la Tierra están presentes por todas
partes, y no es necesario más que un giro de la voluntad hacia el amor de Dios
o hacia Su ira, lo que nos coloca dentro de ellos". Cuando el ansia o
inquietud del devenir, el desesperado anhelo, que debiera conducir tanto el
destino individual como el cósmico hacia su límite; vuelve sobre sí mismo y se
transforma en un fogoso deseo de autodestrucción, una "rueda de
angustia"; eso significa que el proceso alquímico se echó a perder.
Entonces se produce lo que Boehme llama "la turba"; y la turba es la
esencia del infierno. Pero todo el que se somete al impulso de la Luz, por ese
mero acto tiene acceso al cielo del corazón de Dios; porque "el Cielo no
es nada más que la manifestación del Eterno, donde todo labora y desea en la
quietud del amor".
De aquí que al fin de esta vasta y dinámica
visión, esta deslumbrante armonía del universo científico y cristiano,
encontramos que los imperativos que gobiernan la entrada del hombre en la
verdad son morales; la paciencia, el coraje, el amor, el renunciamiento
(entrega de la voluntad). Estas virtudes evangélicas son la condición de
nuestro conocimiento de la realidad; porque "Dios reside en todo lo creado
pero nada lo llega a entender a menos que se haga uno con ÉL".
Esta es la doctrina de todos los grandes místicos,
y ellos han probado esta verdad consus propias vidas. Esa armonía de lo divino
y lo humano es el objetivo real del cristianismo: y nosotros no debemos olvidar
que Boehme por sobre todas las cosas fue un cristiano práctico; para quien su
religión era un proceso vital y no meramente un credo. El se quejó de que a los
ortodoxos de su tiempo les satisfacía creer que Cristo había muerto una vez por
ellos, pero que tal aceptación de la historia no salvaba a nadie.
"Un verdadero cristiano no es meramente
un nuevo hombre histórico" -él es un hecho biológico, la corona de la
"gran obra" de la alquimia espiritual. La historia cristiana es solo
"la cuna del Niño"; la estructura dentro de la cual la ley de
regeneración se manifiesta perpetuamente y el "hombre celestial",
ciudadano del eterno mundo de la luz, es dado a luz en el mundo del tiempo.
Esto, dice Boehme "querríamos de todo corazón que los que se titulan
cristianos de los dientes para afuera, pudieran descubrirlo y experimentarlo
por sí mismos, y así pasar de la historia a la sustancia". Fue justamente
de la plenitud de su propia experiencia que él escribió, como lo muestra la
colección de sus declaraciones personales. En ella vemos cuán próxima es la
conexión entre su vida interior y su visión "mística"; las grandes
demandas morales y los perpetuos conflictos que condicionaron su conocimiento
intuitivo de la realidad. Ese conocimiento fue el fruto de la "honesta
búsqueda" continuada desde la adolescencia hasta el fin de su vida
terrenal; de la voluntad y anhelos
porfiadamente y humildemente centrados en un único objetivo racional de su
deseo, y haciendo converger hacia ese único centro todos y cada uno de los
elementos de su naturaleza triple. Tan rendida dedicación es el fundamento de
todo sano misticismo, y solo se produce en aquellos que adquieren un notable
incremento de conciencia, un enriquecimiento de la vida inconcebible para los
demás.
"Elabora bien todos estos conceptos
-decía Boehme- y rápidamente verás y sentirás aparecer otro hombre con otro sentido,
y pensamientos y comprensión. Hablo de lo que sé y he descubierto por
experiencias; un soldado entiende de la guerra. Esto lo escribo por amor, como
uno que dice en su espíritu cómo le han pasado las cosas a él, para que sirva
de ejemplo a otros; para ver si alguno lo quiere seguir y descubra por sí mismo que ha dicho la verdad".
EVELYN UNDERHILL.
CAPITULO I
No es el arte el que ha escrito esto, ni hubo
tiempo tampoco para entrar a considerar cómo hacerlo correctamente de acuerdo
con la debida comprensión del arte de escribir, pero todo fue ordenado de
acuerdo al Espíritu, que a menudo actuaba de prisa; de esta manera es probable
que en muchas palabras hagan falta letras y en otros casos falten letras
mayúsculas en una palabra. La mano del escriba por no estar acostumbrada a la
tarea a menudo temblaba; y aunque pude haber escrito de manera más precisa,
correcta y simple, la razón por la cual no lo hice fue que el quemante fuego
forzaba esa velocidad en mí y tanto la mano como la pluma tenían que
apresurarse a obedecer. Pues ese fuego viene y se va como una lluvia súbita.
Soy incapaz de escribir nada por cuenta
propia, como un niño que no sabe ni comprende nada, no habiendo aprendido nunca
nada; y solo escribo lo que el Señor quiere manifestar a través de mí.
Nunca quise saber nada del Divino Misterio y
mucho menos quise saber la manerade buscarlo y encontrarlo. No sabía nada de
él, cual es la condición de los legos en su simplicidad.
Solo buscaba yo el Corazón de Jesucristo para
refugiarme en él de la colérica ira de Dios y de los violentos asaltos del
Diablo. Y oraba con unción al Señor pidiéndole hacerme llegar su Santo Espíritu
y su gracia; que se molestara en bendecirme y guiarme hacia él, y retirara de
mí todo aquello que conspirara en apartarme de él.
Me entregué en total renuncia a él, de modo
que no pesara mi voluntad sino la suya,y que él solo me guiara y dirigiera de
modo que finalmente yo pudiera ser criatura suya en su hijo Jesús.
En esta seria búsqueda y deseo (en la cual
sufrí muchas acerbas repulsas hasta quepor fin resolví más bien arriesgarme que
desertar) la Puerta se abrió para mí, y en un cuarto de hora vi y aprendí más
que si hubiese estado años en la Universidad, por lo cual mi admiración no tuvo
límites y me dirigí a Dios en alabanza por ello.
De modo que no solo me maravillé sino también
me regocijé; y de pronto me vino laurgencia de poner todo eso por escrito, como
en conmemoración de mí mismo, aunque con grandes dificultades pudo mi hombre
externo aprehender el sentido de todo aquello y menos aun expresarlo a través
de la pluma. A pesar de lo cual debo empezar a trabajar en este gran misterio
como un niño que va al colegio.
Lo vi en el interior de mí mismo como un gran
abismo, pues tuve una vista completa del Universo, como una compleja y dinámica
plenitud, dentro de la cual todas las cosas están ocultas y contenidas; pero me
fue imposible explicar aquello.
Y aquello se abrió en mí, de tiempo en
tiempo, como en una planta nueva. Estuvo conmigo por espacio de doce años como
si hubiese estado gestándose. Dentro de mi una poderosa compulsión se produjo antes que
pudiera ponerla por escrito; pero lo que iba lentamente elaborándose a mi nivel
mental, eso yo lo ponía enseguida por escrito.
Después, sin embargo, el Sol resplandeció en
mi un buen tiempo, aunque no constantemente,
porque algunas veces se escondía, y entonces yo era incapaz de saber ni de
comprender bien mi propia labor. El hombre debe entender que su conocimiento no
le pertenece, sino que es de Dios, que le manifiesta las Ideas de Sabiduría al
alma, en la medida que le complace hacerlo.
De ninguna manera debe entenderse que mi
razón es más grande o mejor que la de otros hombres vivientes, solo soy una
ramita del Señor y una pequeña y miserable chispa de luz; él puede colocarme
donde le plazca, que yo no lo voy a objetar. Ni tampoco debe entenderse que
ésta es mi voluntad natural, ni que hago esto a través de mi propia y pequeña
habilidad, porque si el Espíritu fuese retirado de mí, yo no sería capaz de
comprender mis propios escritos.
¡Oh, graciosa Gloria y gran Amor, cuán dulce
eres! ¡Y cuán amistoso y cortés! ¡Qué amable es tu sabor y gusto! ¡Qué
embriagadoramente exquisito es tu olor! ¡Oh, noble Luz, resplandeciente
Gloria!, ¿quién puede captar tu extraordinaria belleza? ¡Cuán gentil es tu
amor! ¡Qué curiosos y excelentes tus colores! Y todo esto por toda la eternidad.
¡Cómo expresarlo!
¿Y por qué o cómo puedo escribirlo yo, cuya
lengua balbucea como la de un niño que estuviese aprendiendo a hablar? ¿Con qué
podría yo compararlo? ¿Con qué encontrarle alguna similitud? ¿Compararle acaso
con el amor de este mundo? No, que eso es solo un valle de sombras...
¡Oh, inmensa Grandeza! No puedo compararte
con nada, sino tal vez con la resurrección de los muertos; allí, otra vez el
Amor de fuego se alzará en nosotros e inflamará otra vez nuestros astringentes,
amargos y fríos, oscuros y muertos poderes, y nos ofrecerá de nuevo su abrazo
cortés y amistoso.
Oh, Amor gracioso y amable, bendito Amor, y
clara y radiante Luz, quédate con nosotros, te lo ruego, porque se acerca el
crepúsculo.
CAPITULO II
Soy un pecador y hombre moral como tú y debo,
cada día y cada hora, desgarrarme, luchar y combatir con el Diablo, que me
aflige en mi naturaleza corrupta y perdida, en ese poder colérico que existe en
mi carne, como en todos los hombres,continuamente.
A veces, súbitamente, logro imponerme y otras
pierdo la partida; a pesar de lo cual él no me ha vencido ni conquistado, sino
que solamente ha adquirido cierta ventaja sobre mí. Si me abofetea, entonces me
repliego, pero el poder divino me ayuda de nuevo; entonces él recibe un golpe y
a menudo pierde la partida en la lucha.
Pero cuando él es vencido, entonces la puerta
celestial se abre en mi espíritu y el espíritu contempla el divino y celestial
Ser, no exactamente más allá del cuerpo, sino en la fuente del corazón. Allí
surge un resplandor de la Luz en la sensibilidad o pensamientos del cerebro, y
allí el Espíritu contempla.
El hombre está hecho de todos los poderes de
Dios, extraído de los siete espíritus de Dos, como los ángeles. Pero como es
material corruptible, no siempre el poder divino se manifiesta y desarrolla sus
poderes, operando en él. Y aunque se despliega en él, e incluso resplandece en
él, es incomprensible a la naturaleza corruptible.
Porque el Espíritu Santo no se sujeta en la
carne pecadora, sino que estalla como un relámpago, en la misma forma que la
chispa de fuego relampaguea en una piedra cuando el hombre la golpea.
Pero cuando este resplandor es captado en la
fuente del corazón, entonces el Espíritu Santo se alza en los siete espíritus
-fuente hacia el cerebro, como el amanecer del día, como la rojez del amanecer.
En esa Luz el uno ve al otro, lo siente, lo
huele, le toma el gusto y lo escucha como si la Deidad estera surgiera en él.
He aquí que el espíritu se asoma a la
profundidad de la Deidad. Porque el Dios próximo y lejano es todo uno; y el
mismo Dios está en su aspecto triple tanto en el cielo como en el alma del
santo.
Es de este Dios de quien tomo yo mis
conocimientos y no de ninguna otra cosa; ni quiero saber ni conocer otra cosa
que no sea ese mismo Dios. Y él es el que me da esta seguridad de mi espíritu,
y por eso yo creo y confío firmemente en él.
Aunque viniese un ángel del cielo a decírmelo
yo no lo creería, mucho menos me aferraría de eso, pues dudaría siempre sobre
su verosimilitud. Pero el Sol mismo se alza en mi espíritu y por lo tanto de
ello estoy absolutamente seguro. El alma vive en perpetuo peligro en este mundo; por esta razón
esta vida está muy bien definida como valle de miseria, lleno de angustia, un
ajetreo constante en que somos traídos, llevados, empujados, arrastrados,
combatidos.
Pero el cuerpo, frío y medio muerto, no
siempre comprende esta lucha del alma. ¿No sabe qué pasa, pero se siente pesado
y ansioso; va de una cosa a otra y de un lugar a otro lugar; en busca de
quietud y reposo.
Y cuando llega a donde va, no encuentra lo
que buscaba. Entonces se llena de dudas y confusiones; le parece que está
dejado de la mano de Dios. No comprende la lucha del espíritu, ni como éste a
veces está caído y otras exultante.
Tú debes saber que no escribo esto como quien
narra una historia que me hubiesen contado. Yo debo permanentemente librar ese
combate; y considero que ese esfuerzo que a veces parece derribarme, como a
cualquier otro hombre, es algo realmente aniquilador.
Pero justamente porque la lucha es tan
violenta y en razón de la seriedad con que abordamos el tema, me ha sido dada
esta revelación, y también el vehemente impulso de poner todo esto sobre el
papel.
Cuál es la secuela de todo esto, y en qué
puede traducirse: no lo sé en absoluto. Solo a veces tengo acceso a los
misterios del futuro en el abismo.
Cuando el resplandor surge en el centro, uno
ve a través de él, pero no puede aprehender, ni sujetar lo que ve; le sucede a
uno como en una tormenta eléctrica, cuando el resplandor del fuego surge
súbitamente y asimismo desaparece.
Así pasa en el alma cuando se abre una brecha
en pleno combate. Entonces contempla a la Deidad como el resplandor del
relámpago, pero la fuente y el despliegue de los pecados la cubre súbitamente
de nuevo. Pues el viejo Adán pertenece a la tierra, y no, a la causa de a
carne, a Dios.
En este combate he pasado pruebas terribles
que han amargado mi corazón. Mi Sol a veces se ha eclipsado y a veces
extinguido, pero siempre se alzó de nuevo. Y cuanto más a menudo se eclipsaba,
más resplandeciente y claro se alzaba de nuevo.
No escribo esto en mi propia alabanza, sino
para ilustrar al lector sobre la base de mi conocimiento, para que así no
busque en mí lo que yo no puedo darle, o piense de mí lo que no soy.
Pero lo que yo soy, lo puede ser también
cualquier hombre que luche en Jesucristo, nuestro Rey, por obtener la corona
del eterno Gozo y vivir en la esperanza de la perfección. Me maravilla que Dios
pueda revelarse tan plenamente a un hombre tan simple y que además a ese
precisamente le ordene escribirlo; sobre todo habiendo tantos hombres sabios,
que lo harían mejor y más exactamente que yo, que soy tan poca cosa y un ser
tan estúpido para el mundo.
Pero yo no puedo ni quiero oponerme a él,
aunque a menudo me opuse a él, y si no fuera su impulso y voluntad el que yo lo
hiciera, ya me habría retirado la tarea; pero lo único que obtuve con oponerme
fue recoger mis piedras para el edificio.
Ahora he trepado tan alto que no me atrevo a
mirar para atrás, pues temo al vértigo y ya no me resta más que un pequeño
trecho para llegar a la meta que mi corazón aspira, anhela y desea alcanzar en
plenitud. Mientras voy subiendo no siento el vértigo, pero cuando miro para
atrás y entreveo la posibilidad de regresar, entonces me viene el mareo y el
miedo de caer.
Por lo tanto he puesto mi confianza en el
Dios fuerte y ya veremos qué sucede. No tengo sino un cuerpo, el cual es mortal
y corruptible, gustosamente lo aventuraré en la empresa. Si la luz y el
conocimiento de mi Dios permanecen conmigo, tengo suficiente para esa vida y la
que le sigue.
Así no me enojaré con mi Dios, aunque en su
nombre tuviese que soportar ignominia, vergüenza y reproches, que brotan,
abotonan y florecen para mi cada día, de tal modo que me he hecho casi inmune a
ellos; cantaré con el profeta David: Aunque mi cuerpo y mi alma desmayen, de
todas maneras, oh, Dios, eres mi confianza y mi esperanza y también mi salvación
y el consuelo de mi corazón.
CAPITULO III
Los hombres han sido siempre de opinión que
el cielo está localizado a muchos cientos, mejor dicho miles de kilómetros de
distancia de la faz de la tierra, y de que Dios reside en ese cielo.
Algunos hubo que hasta intentaron medir esta
altura y esta distancia, y han fabricado al efecto artefactos extraños e
incluso monstruosos. Y yo ciertamente creía que el cielo, antes de mi
conocimiento y revelación de Dios, estaba constituido por esa circunferencia
redonda, de azur, color celeste que se extiende sobre las estrellas; suponiendo
que Dios, como Ser Absoluto tenía allí su residencia, reinando sobre el mundo
solamente en el poder de su Espíritu Santo.
Pero como todo esto me había causado ya
efectos chocantes, sin duda procedente del Espíritu, que parecía tener una
debilidad por mí, caí en un estado de profunda melancolía y gran tristeza,
especialmente cuando contemplaba el gran Abismo de este mundo, y también el sol
y las estrellas, las nubes, la lluvia y la nieve, y entraba a considerar en mi
espíritu la totalidad de la creación del mundo.
Encontré que todas las cosas contenían el
bien y el mal; amor y cólera; tanto las criaturas inanimadas como la madera,
piedras, tierra y elementos, y también el hombre y las bestias.
Y me detuve a considerar esa pequeña chispa
de luz, el hombre, cómo debía ser considerado con respecto a Dios, en
comparación con la gran obra del cielo y la tierra.
Y me compenetré del hecho que en todas las
cosas residía tanto el bien como el mal, en los elementos como en las
criaturas. Me vino una gran melancolía al considerar que ello ocurría con los
buenos y con los malos por igual; al ver que incluso las gentes más bárbaras
habitaban los mejores países y que en general tenían más prosperidad que los
virtuosos y buenos. Ni la lectura de las Escrituras, aunque estaba muy versado
en ellas, me daba ningún consuelo. El Demonio agitaba en mí esos pensamientos
rebeldes que prefiero ni recordar siquiera.
En esta aflicción y preocupación tan grandes elevé
mi espíritu; (aunque por entonces casi nada sabía al respecto), con todas mis
fuerzas lo alcé hacia Dios, como en una gran tormenta que arrasara con todo mi
corazón y mi mente, como asimismo con mis pensamientos y el total de mi
voluntad y resolución, proyectándolo en su lucha hacia el Amor y la
Misericordia de Dios, sin ceder hasta que él me bendijera, esto es hasta que me
iluminara con su Espíritu Santo, haciéndome conocer su voluntad, lo que me libraría
de la desesperación. Y entonces, súbitamente, mi espíritu irrumpió...
En un arrebato de celo decidí tomar al cielo
por asalto, y al infierno si fuere necesario, como si tuviese listas reservas
extras de virtud y poder, con la firme resolución de arriesgar mi vida en ello
(lo cual evidentemente no dependía de mí, sin la asistencia del Espíritu de
Dios), y entonces súbitamente mi espíritu iluminado por Dios rompió las puertas
del Infierno y se precipitó hacia Lo Profundo de la Divinidad
y sentí su abrazo de amor, como un novio que
abrazara, por fin, a su bienamada.La certeza del triunfo que inundó mi espíritu
y la grandeza de todo ello, fue tal que no cabe en palabras, ni dichas ni
escritas; ni puede ser comparada con cosa alguna sino tal vez con sentir como
la vida surge en medio de la muerte. Es como resucitar de entre los muertos.
Con esta luz mi espíritu fue capaz de ver a
través de todas las apariencias, de ver a Dios en todas las criaturas, aun en
las hierbas y el césped; supo quién era, como era y cuál es Su voluntad. Y en
esa luz, mi voluntad sintió el impetuoso impulso de describir el Ser de Dios.
Pero como no podía entonces aprehender los
más sutiles movimientos de Dios y comprenderlos a nivel racional, pasamos casi
doce años sin que me fuera concedida la exacta comprensión de todo esto.
Y sucedió conmigo como con un árbol nuevo,
que es plantado en el suelo y al principio parece joven y tierno, floreciente
al ojo, especialmente por la lozanía de su crecimiento, pero no da fruto
todavía y aunque tiene su florescencia, los capullos caen: hace falta que sea
batido por los vientos fríos, y azotado por el cierzo helado y la nieve para
que aquella madurez se traduzca en flor y fruto.
Así pasó conmigo: ese primer fuego solo fue
un principio y no una luz constante y duradera; y desde entonces muchas veces el
frío viento se abatió sobre él, pero sin lograr jamás extinguirlo.
A menudo el árbol sintió la tentación de ver
si podía dar ya fruto y se llenó de capullos. Pero los capullos fueron
arrancados hasta ahora en que ha llegado el momento del fruto.
Es de esta luz que yo obtengo ahora mi
conocimiento, mi voluntad, mi impulso y mis esfuerzos. Por lo tanto escribiré
este conocimiento de acuerdo con mi capacidad y dejaré al Señor hacer su
voluntad. Y aunque enfureciera a todo el mundo, al Diablo y a todas las puertas
del infierno, lo haré y observaré hasta ver qué intenta hacer el Señor de él.
Porque soy demasiado débil para conocer sus
propósitos. Y aunque el Espíritu a veces permite que a través de esa luz puedan
visualizarse algunas cosas futuras, de acuerdo con el hombre exterior soy
demasiado débil para aprehenderlas.
El espíritu animado o alma, que desenvuelve
sus poderes y se une a Dios, le comprende bien, pero el cuerpo animal solo
obtiene un reflejo, un relámpago breve de comprensión. Este es el estado de
movimiento interior del alma, cuando atraviesa la cutícula exterior por acción
del Espíritu Santo. Pero lo exterior se cierra de nuevo porque allí se enciende
la ira del Señor así como el fuego eclosiona de la piedra y lo sujeta cautivo
en su poder.
Entonces se aleja el conocimiento del hombre
exterior y él camina de acá para allá, afligido y ansioso, como mujer en
trabajo de parto, que de buena gana daría a luz si pudiera, pero no puede
hacerlo y continúa sufriendo.
Así pasa con el cuerpo animal cuando ha
gustado una vez siquiera de la dulzura de Dios. Se le abre el apetito y anda
ávido, con hambre y sed de él; pero el Diablo en el poder de la ira de Dios se
opone con todas sus fuerzas, y el hombre en este estado vive en perpetua
ansiedad y no le queda otra cosa que hacer sino combatir y luchar.
No escribo esto para mi gloria sino para
confortar al lector. Así tal vez, si se aviene a cruzar conmigo por este
estrecho puente, no se sentirá súbitamente desanimado y desconfiado cuando las
puertas del infierno y la ira de Dios le salgan al paso y se hagan presentes
ante él.
Cuando nos reunamos, sobre este estrecho
puente de la carne, para ir hacia aquella verde pradera hasta la cual la ira de
Dios no llega, seremos recompensados por todo lo que hemos tenido que soportar.
Y aunque hasta ahora el mundo nos tome por necios, debemos permitir que el
Diablos nos domine, apremie y ruja sobre nosotros.
Ahora fíjate; si diriges tus pensamientos en
lo que se refiere al cielo y concibes en tu mente lo que es, donde está y cómo
es, no necesitas llevar tus pensamientos a muchos kilómetros de distancia,
porque ese lugar, ese cielo, no es tu cielo.
Y aunque, en verdad, eso está unido con tu
cielo como un solo cuerpo, constituyendo un único cuerpo con Dios, tú no has
sido hecho para ser una criatura de ese lugar que está a muchos cientos de
miles de kilómetros de distancia, sino que fuiste hecho para un cielo de este
mundo, que contiene también tal abismo como nadie puede ni siquiera imaginar.
El verdadero cielo está en todas partes, aun
en ese lugar donde estás. Y así cuando tu espíritu presiona a trabé del astral
y de la carne y aprehende el movimiento interior de Dios, entonces allí está
muy realmente en el cielo.
Es innegable que hay un glorioso cielo con
sus tres planos en alto por sobre el abismo de este mundo, en el cual el Ser de
Dios, en compañía de sus ángeles se mueve y regocija con gran pureza, brillo y
belleza. Y solo podría negarlo el que no procede de Dios.
Tú debes saber que este mundo en sus pliegues
profundos e interiores desenvuelve sus propiedades y poderes, en unión con el
cielo que está más arriba. Así hay un Corazón, un Ser, una Voluntad, un Dios,
todo en todo. El movimiento exterior de este mundo no puede captar el movimiento exterior
del cielo que está sobre él, porque son el uno con respecto al otro como la
vida y la muerte; o como el hombre y una piedra son recíprocamente.
Hay un sólido firmamento dividiendo el
exterior de este mundo y el del cielo superior, y ese firmamento se llama
Muerte, que reina por doquier en el exterior de este mundo y constituye un gran
golfo entre ambos.
El segundo movimiento de este mundo está en
la vida; es el astral, del cual se genera el tercer y sagrado movimiento. Y
allí el amor y la ira se entrechocan permanentemente. Porque el segundo
movimiento yace en los siete espíritus de este mundo, y está en todas partes y
en todas las criaturas como asimismo en el hombre.
Pero el Espíritu Santo también reina en este
segundo movimiento y ayuda a generar el tercero, el santo movimiento.
Este, el tercero, es el claro y sagrado cielo
que se une con el Corazón de Dios, distinto de todos los cielos, y sobre todos
ellos, como un corazón.
Por lo tanto, hijo del hombre, no te
descorazones, ni seas timorato, ni pusilánime. Si en tu celo y honesta
sinceridad tú siembras la semilla de tus lágrimas, no la siembres en la tierra,
sino en el cielo, porque en tu movimiento astral las siembras y en tu alma la
maduras y en el reino del Cielo la posees y gozas.
Si los ojos del hombre fueran abiertos vería
a Dios en todas partes en su cielo; pues el cielo consiste en la profundidad de
todo.
Cuando Esteban vio el cielo abierto y al
Señor Jesús a la derecha de Dios, entonces su espíritu no ascendió al cielo
superior sino que penetró en el movimiento interior, donde el cielo está por
doquier.
Ni pienses tampoco que Dios es un ser que
permanece en el cielo superior y que el alma cuando sale del cuerpo asciende
alejándose a miles de kilómetros. No necesita hacer eso. Se ubica en el
movimiento interior y allí está con Dios, y con todos los santos ángeles y
puede de súbito estar arriba y de pronto abajo; no hay nada que la obstaculice.
Porque en el interior la Deidad superior o
inferior forma un solo cuerpo y es una puerta abierta. Los santos ángeles
conversan y caminan para arriba y para abajo en el interior de este mundo, al
lado de nuestro Rey Jesucristo; en la misma forma en que lo hacen en las
alturas en sus mansiones, regiones o cortes.
¿Dónde estaría o quisiera estar mejor el alma
del hombre que con su Rey y Redentor Jesucristo? Porque cerca y lejos en Dios
es una y misma cosa, una posibilidad de captación, el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo por doquier, en todas partes están.
La puerta de Dios en el cielo Superior, no es
otra, ni es tampoco más brillante, que laque está acá en este mundo. Y ¿dónde
podría haber dicha mayor que en ese lugar donde en cada hora, en cada momento,
hermosos, encantadores y adorables niños recién nacidos y ángeles llegan al
Cristo, pasando de la muerte a la vida? ¿Dónde podría haber mayor alegría que
allí donde en medio de la muerte, la vida se genera continuamente? ¿No aporta
cada alma consigo un nuevo triunfo? Y por supuesto hay acá para ella un
calidísimo y cordial saludo de bienvenida.
¿Consideras que mi manera de escribir es muy
terrenal? Si pudieras asomarte a mi ventana no pensarías que lo es. Aunque deba
usar un lenguaje terrenal, bajo él subyace un sentido auténticamente celestial
que en mi lenguaje exterior no soy capaz de expresar.
Me doy perfecta cuenta de que lo que digo
referente a los tres movimientos no puede ser aprehendido por el corazón de
cualquier hombre, especialmente si éste está sumergido, ahogado, inmerso en la
carne. Pero no puedo expresarlo en otra forma, porque es así no más; y como yo
me refiero al puro espíritu, porque en rigor de verdad no hay otra cosa, tal
corazón es totalmente inhábil de comprender esto, no pudiendo captar otra cosa
que no sea lo carnal.
No debes suponer que lo que escribo aquí es
algo dudoso, susceptible de ser cuestionado si es así o no; pues las puertas
del cielo y del infierno permanecen abiertas para el espíritu y en la Luz él
ensaya pasar a través de ambas, contemplándolas, probándolas y examinándolas.
Y aunque el Diablo no puede arrebatarme la
Luz, suele escondérmela a través del movimiento exterior carnal, de modo tal
que el astral sufre ansiedad y la sensación de encierro, como si le
aprisionaran.
Pero estos son solo sus turbios manejos con
los cuales disimula y oscurece la semilla del paraíso. Referente a esto el
Santo apóstol Pablo dijo que le habían puesto una gran espina en su carne y que
él había rogado fervorosamente al Señor lo apartara de sí, a lo cual el Señor
le respondió: Bástate mi gracia.
Porque él también había llegado a este lugar
y hubiese de buena gana preferido poseer la Luz sin obstáculos ni impedimento,
sentirla suya en el movimiento astral.
Pero no podía ser así; porque la ira mora en
el movimiento carnal y allí reside la corrupción. Si la ira fuese totalmente
retirada del astral, entonces él allí sería como Dios y sabría todas las cosas
como Dios las sabe.
Lo cual ahora en esta vida solo es accesible
como conocimientos al alma que desenvuelve sus poderes en unión con la luz de
Dios, y aun así esa alma no puede traerla de vuelta otra vez al astral. En la
misma forma que una manzana en un árbol, no puede entregar de nuevo su olor y
sabor al árbol o a la tierra, aunque proceda de ese árbol; así mismo sucede con
la naturaleza humana. El santo hombre Moisés estaba tan profundamente inmerso
en la Luz que aquella glorificó, clarificó e hizo resplandecer también el
astral, de tal manera que incluso la apariencia exterior de su cara radiaba el
mismo esplendor.
El también deseaba ver la luz de Dios
perfectamente en el astral; pero no podía ver pues el obstáculo de la ira yace
ante ella. Aun la naturaleza entrega y universal del astral en este mundo no
puede aprehender la Luz de Dios; por lo tanto el Corazón de Dios está
escondido, aunque resida en todo lo creado e interpenetrándolo todo.
Tú ves cómo la ira de Dios yace escondida en
el exterior de la naturaleza, y no puede ser despertada, a no ser que el hombre
la despierte, el cual lo hace a través de su envoltura carnal que desarrolla
una capacidad de activarse y unirse con la ira de la envoltura exterior de la
naturaleza.
Por lo tanto si alguno es condenado al
infierno no debiera decir que Dios lo ha hecho, o que desea que sea así. El
hombre despierta el fuego de la ira en sí mismo y si esto es atizado se une a
la ira de Dios y al fuego infernal como una sola y misma cosa.
Porque cuando tu luz se extingue, entonces
permaneces en la oscuridad. Dentro de la oscuridad se esconde la ira de Dios y
si la despiertas, arde dentro de ti.
Hasta dentro de una piedra hay fuego; si no
la golpeas, el fuego yace escondido; pero si la golpeas, el fuego estalla y si
en la cercanía hay un elemento combustible, éste se encenderá y arderá
convirtiéndose en un gran fuego. Asimismo sucede con el hombre, cuando inflama
el fuego de la ira que de otro modo yace dormido.
CAPITULO IV
Cuando contemplas el abismo que se extiende
sobre la tierra, no debieras decir que esa no es la puerta de Dios, donde Dios
reside en su grandeza; No, no, no pienses eso, porque la Santísima Trinidad
entera, Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo residen en el centro, bajo el
firmamento del cielo, aunque ese mismo firmamento no puede comprenderlo.
En realidad todo es como si se tratara de un
solo cuerpo, el movimiento exterior y el interior más el firmamento del cielo,
como también el movimiento astral que está allí dentro y en el cual reside la
ira de Dios, pero así y todo ellos son entre sí como el gobierno, estructura o
constitución en el hombre.
La carne significa el movimiento exterior, y
es la mansión de la muerte. El segundo movimiento en el hombre es el astral, en
el que se establece la vida, y donde permanecen juntos el amor y la ira de
Dios, luchando mutuamente. Hasta aquí se conoce el hombre a sí mismo, porque el
astral genera la vida del plano exterior, es decir de la carne. El tercer
movimiento se genera entre el astral y esa cutícula exterior y es llamado el
espíritu animado o alma y es tan grande como el total del hombre.
Ese movimiento, el hombre exterior no lo
conoce ni aprehende, ni tampoco el astral; pero cada espíritu fuente comprende
a esa fuente de donde procede, que se parece al cielo.
El hombre animado o alma debe presionar a
través del firmamento del cielo hacia Dios y vivir con Dios, y si no lo hace,
el hombre total no puede venir al cielo hacia Dios.
El hombre no puede ser integralmente libre de
la ira y del pecado porque los movimientos del abismo de este mundo tampoco son
totalmente puros ante el Corazón de Dios; siempre el amor y la ira luchan entre
sí.
En el segundo, el astral, donde el amor y la
ira están mutuamente en contra, reside un espíritu de vida y del firmamento del
cielo, el cual procede del espíritu.
Y el diablo puede llegar hasta la mitad de
este movimiento, solo hasta donde llega la ira y no más lejos; por lo tanto el
Diablo no puede saber cómo se genera la otra parte de este movimiento. Esta
otra parte del astral, que pertenece al amor, es el firmamento del cielo que
sujeta en cautividad la ira inflamada, junto con todos los demonios que allí no
pueden entrar. En ese cielo reside el Espíritu Santo, que procede del Corazón
de Dios, y lucha contra la ira, generando para sí mismo un templo en medio de
la ferocidad de la ira de Dios..Y en este cielo reside el hombre que teme a
Dios, incluso mientras todavía está dentro del cuerpo aquí en la tierra; pues
ese cielo está en el hombre, en la misma forma que en el abismo sobre a tierra.
Y en la misma forma también en que en ese abismo se debaten el amor y la ira,
asimismo lo hacen en el interior del hombre hasta que el alma se separa del
cuerpo, pero cuando esto sucede, ella reside solo en el cielo del amor o solo
en la ira.
Y en este cielo los santos ángeles residen
entre nosotros, mientras los diablos lo hacen en la otra parte. En este cielo
el hombre vive entre el cielo y el infierno y debe sufrir de la ira y soportar
muchos golpes, tentaciones y persecuciones, y a veces hasta tormentos y
opresiones.
La ira es llamada la Cruz, y el cielo del
amor es llamado paciencia, y el espíritu que se alza allí se llama esperanza y
fe, que une con Dios y lucha con la ira hasta vencerla y obtener la victoria.
¡Oh, teólogos! El espíritu aquí abre una
puerta para ustedes. Si no son capaces de ver ahora y alimentar vuestros
corderos y ovejas en la verde pradera, en vez del matorral seco, se harán
responsables de ello ante el severo implacable y colérico juicio de Dios; por
lo tanto tened esto en cuenta.
Tomo al cielo por testigo de que aquí yo
cumplo mi parte. El Espíritu me conduce a hacer esto y estoy obligado, sin
poder liberarme de esta responsabilidad, pase lo que pase, y cueste lo que
cueste.
El tercer movimiento en el cuerpo de Dios en
este mundo está escondido. En él reside el todopoderoso y sagrado Corazón de
Dios, donde nuestro Rey Jesucristo, con su cuerpo natural se sienta a la
derecha de Dios, como Rey y Señor de todo el cuerpo de este mundo.
El cuerpo de Cristo no es ya de la
consistencia dura, sino de la divina, de la naturaleza de los ángeles. Nuestros
cuerpos también lo serán en la resurrección, no teniendo ya la carne dura y los
huesos, sino serán como los ángeles; y aunque contendrán dentro de sí todos los
poderes y formas, ya no serán de la actual consistencia.
Cristo dice a María Magdalena en el jardín de
José, en el sepulcro, luego de la resurrección: “No me toques, porque todavía
no he ascendido a mi Dios y a tu Dios”, como si dijera: “Ya no tengo más mi
cuerpo animal, aunque me muestro ante ti con mi antigua forma, porque si no lo
hiciera, tú con tu cuerpo animal no podrías verme”.
Así durante los cuarenta días posteriores a
su resurrección, no siempre caminó en forma visible entre sus discípulos, sino
invisiblemente, de acuerdo con su propiedad angélica y divina. Cuando hablaba
con sus discípulos, se mostraba en forma palpable y conversaba en su propio
lenguaje, pues lo corruptible no puede aprehender lo divino. Y una prueba de
que su cuerpo era de calidad angélica es el hecho de que fue hacia sus
discípulos a través de las puertas cerradas.
Así puedes entender que su cuerpo se unió con
los siete espíritus de la naturaleza en el movimiento astral y en la zona del
amor; manteniendo al pecado, la muerte y al Diablo cautivos en la zona de la
ira.
Tú puedes así apreciar cómo tú estás en este
mundo por todos lados tanto en el cielo como en el infierno y que te mueves
permanentemente entre el cielo y el infierno en constante peligro. Puedes ver
como el cielo está en el hombre santo, y que por doquiera vayas o estés, si tu
espíritu coopera con Dios, en lo que se refiere a esa parte estás en el cielo,
y tu alma es en Dios. Es por eso que Cristo dice: “Mis ovejas me pertenecen y
ningún hombre puede arrebatármelas”.
De la misma manera tú ves también cómo estás
siempre en el infierno y entre los demonios si te mueves en la ira; si tus ojos
fueran abiertos verías cosas maravillosas, pero permaneces entre el cielo y el
infierno y no puedes ver ninguno de los dos, porque caminas por un puente muy
angosto.
Algunos hombres han logrado muchas veces, en
el espíritu astral entrar allí, a través de un éxtasis, como los hombres
designan este estado, y a pesar de estar en esta vida, han podido ver las
puertas del cielo y del infierno, y luego han dado testimonio de que muchos
hombres residen en el infierno con sus cuerpos vivientes. Haciendo gala de
ignorancia e indiscreción, el mundo ha reído de ellos con desprecio y escarnio,
pero lo que estos hombres decían era absolutamente verídico y tal como ellos lo
declaraban.
CAPITULO V
El Simple dice: “Dios hizo todo de la nada”.
Pero ese no conoce a Dios ni sabe lo que el mismo es. Cuando contempla la
tierra junto con el abismo que está sobre ella, este hombre piensa que todo
esto no es Dios, o piensa que Dios no está allí. Siempre ha creído que Dios
reside sobre el cielo azulado de las estrellas y reina, por decirlo así, a través
de algún espíritu que va de aquí para allá por el mundo en su sombra; y que su cuerpo
no está presente aquí abajo en la tierra.
Yo he leído opiniones similares en libros de
versados Doctores, y he hallado muchas opiniones, disputas y controversias de
este tipo entre los eruditos.
Pero en vista de que Dios me abre la puerta
de su Ser en su gran amor, y recuerda los pactos que ha hecho con los hombres,
fielmente, seriamente, y de acuerdo con mis capacidades, yo mostraré a ustedes
esas puertas abiertas hasta donde él me lo permita.
Esto no quiere decir que soy un experto en
estas cosas, sino que explicaré hastadonde yo soy capaz de entender.
Por el Ser de Dios es como una rueda, donde
muchas ruedas se entrecruzan, hacia arriba, hacia abajo, hacia los lados, pero
todas concéntricas, girando todas juntas.
Y cuando un hombre contempla esa rueda, se
maravilla y no puede de una sola vez aprehender el sentido de lo que está
mirando. Pero cuanto más contempla la rueda, más aprende de su forma, y cuánto
mas aprende más anhelo tiene de ella, porque cada vez ve algo más maravilloso.
Así nunca contemplo lo suficiente ni nunca aprende bastante.
Eso me pasa a mí también. Lo que no digo en
un lugar referente a este gran misterio, ustedes lo encontrarán en otra parte.
Y lo que no puedo describir aquí con respecto a la grandeza de este misterio y
a mi propia incapacidad, ya lo encontrarán en otra parte.
Porque este es el primer brote de esta rama
que arranca de su madre, como un pequeño que empieza a caminar y por supuesto
de entrada no puede correr.
Aunque el espíritu ve la rueda y está mas que
dispuesto a aprehender su forma en cualquier lugar, no es capaz de hacerlo
justamente por el giro de la rueda. Pero cuando el espíritu se le da la
oportunidad de volver a ver esa forma ya aprehendida, entonces va aprendiendo
cada vez más y se regocija y deleita en la rueda, anhelando volver a
encontrarse frente a ella.
Ahora observen: La tierra tiene justamente
las mismas cualidades y espíritus fuente que el abismo que esta sobre la tierra
tiene, o que el cielo tiene, y todo esto junto pertenece a un solo cuerpo. El
Dios universal es este único cuerpo total. Pero el pecado es responsable de que
ustedes no puedan enteramente verle o conocerle. A causa del pecado, tú, dentro
de este gran cuerpo divino, permaneces encerrado en la carne mortal y el poder
y la virtud de Dios se enconen de ti, como la médula de los huesos se esconde
de la carne.
Pero si tú en el espíritu irrumpes a través
de la muerte, que es la carne, entonces tú puedes ver el Dios escondido. Porque
la carne mortal no pertenece al movimiento de la vida, de modo que no puede
recibir ni concebir la Vida de la Luz como algo propio de ella, pero la Vida de
la Luz en Dios asciende de la carne y genera para sí misma, a través de ella,
un cuerpo celestial y viviente, que conoce y comprende a la Luz.
El cuerpo mortal es un cascarón del cual
emerge el nuevo cuerpo, como un grano de trigo sale de la tierra. El cascarón
no se alzará y vivirá de nuevo, sino que permanecerá para siempre en la muerte.
Contemplad el misterio de la tierra: así como
ella da a luz, así debéis hacer vosotros.La tierra no es ese cuerpo que sale
hacia la luz, pero es la madre de la cual procede, así también tu carne no es
el espíritu, pero es la madre del espíritu.
Y en ambos, en la tierra y en tu carne, la
Luz de la clara Deidad está escondida, pero de ambos emerge y se cobija en un
cuerpo que es diferente para cada especie.
Y como es la madre es el hijo: el hijo del
hombre es el alma que nace en el movimiento astral de la carne; y el hijo de la
tierra es el pasto, las hierbas, los árboles, la plata, el oro y todos los
minerales.
De la tierra sale el pasto, las hierbas y los
árboles, y de la tierra proceden la plata, el oro y los minerales. En el abismo
sobre la tierra emergen los maravillosos dones del poder y la virtud.
Ahora invito a todos los amantes de las
estimables y altamente consideradas artes de la filosofía y teología, ante este
espejo donde abriré las raíces y bases de estas materias.
Yo no uso sus tablas, fórmulas o esquemas,
reglas o maneras, porque no he aprendido de ellos. Tengo otro profesor, que es
la fuente viva de la naturaleza.
¿Qué podría yo, un simple lego, enseñar o
escribir acerca de su gran arte, si no me fuera dado por el Espíritu de la
naturaleza, en quien vivo y soy? ¿Me debo oponer a que ese Espíritu se
manifieste, donde y en quién le plazca?
Oh, hijo del hombre, abre los ojos de tu
espíritu, porque te mostraré aquí la verdadera, la real puerta de Dios. ¡Contempla!
Ese es el verdadero, único, solo Dios del cual fuiste creado y en el cual
vives; y cuando tú contemplas el abismo y las estrellas y la tierra, entonces tú contemplas a tu Dios.
En él tú vives y tienes tu ser, y ese mismo Dios te gobierna y de él tú obtienes tus
sentidos. Eres una criatura de él y en él; y si no, jamás habrías sido.
Ahora dirás que escribo de un modo pagano.
¡Cuidado con lo que dices! Observo cuidadosamente cómo son las cosas que te
digo. Porque no escribo paganamente, sino en el amor de la sabiduría; ni soy un
pagano sino que tengo el real conocimiento del único y grande Dios que es el
Todo.
Cuando tú contemplas el abismo, las
estrellas, los elementos y la tierra, entonces no aprehendes con tus ojos la
brillante y clara Deidad, aunque ella está ahí y en ellos; si no que tú ves y
aprehendes, con tus ojos, primero la muerte y después la ira de Dios.
Pero si elevas tus pensamientos y entras a
considerar donde está Dios, entonces tú aprehenderás el movimiento astral,
donde el amor y la ira se entrecruzan. Y cuando la fe se acerque a Dios, que
reina santamente en estos dominios, entonces tú llegarás a él porque habrás
llegado a su Corazón.
Y cuando esto esté hecho, entonces tú serás
como Dios es, que en sí mismo es el cielo, la tierra, las estrellas y los
elementos.
CAPITULO VI
¿Dónde buscarás a Dios? Búscale en tu alma
que procede de la naturaleza eterna, la fuente viva a través de la cual opera
lo divino.
¡Oh, si yo tuviera con mi pluma la habilidad
de poner en palabras el espíritu de conocimiento! Pero solo puede tartamudear
como una criatura que empieza a hablar, sobre esos grandes misterios; tan pobremente
puede la lengua terrenal expresar aquello que solo el espíritu comprende. No
obstante lo cual voy a tratar de ver si logro inclinar a alguno hacia la
búsqueda de la perla del perfecto conocimiento, de trabajar en las obras de
Dios en mi paradisíaco jardín de rosas; porque el anhelo por la eterna madre
naturaleza me fuerza a escribir y ejercitarme en éste, mi conocimiento.
No hay dinero, ni bienes, ni arte, ni poder
alguno que pueda llevarle a usted hacia el eterno descanso del eterno paraíso,
sino únicamente el conocimiento en el cual usted esfuerza su alma. Esa es la
perla que ningún ladrón puede robarle; búsquela y encontrará ese gran tesoro.
Nuestra habilidad y comprensión son algo tan
estrecho y raquítico que ya no tenemos ni idea de lo que pueda ser el paraíso.
Y a no ser que nazcamos de nuevo, el velo de Moisés cubre nuestra visión
continuamente y seguimos pensando que el paraíso es el lugar del cual él dijo:
“Dios colocó a Adán en el jardín del Edén que había creado para establecerlo
allí”.
¡Oh, hombre bienamado! El paraíso es la Dicha
divina. Es el Gozo divino, angélico, que sin embargo no está fuera de este
mundo. Cuando yo hablo de la fuente de dicha del paraíso, y de su sustancia, y
en qué consiste, no tengo para ello similitud en nuestro pobre lenguaje;
necesito del conocimiento y del lenguaje angélico para expresarlo; y aunque
dispusiera de él, con esta lengua no podría hacerlo. Es bien comprendido por la
mente, solo cuando el alma vuela en alas del Espíritu, pero con la lengua no
puedo expresarlo. A pesar de ello, continuaré tartamudeando como los niños,
hasta que se me dé otra boca con que hablar.
Sobre todo teniendo en cuenta que algo de la
gracia del poder de Dios me ha sido conferida para que pueda conocer el camino
hacia el paraíso, y cómo cada uno debe realizar el trabajo que Dios le ha
asignado, no descuidaré mi tarea sino que haré todo lo que pueda mientras
transito estos caminos.
Aunque apenas seré capaz de deletrear estos
temas pienso que mi tarea proporcionará suficientes elementos cuya correcta
elaboración les tomará a muchos todo el largo de su vida. El que piensa que lo
tiene todo ya sabido a este respecto, no ha empezado todavía por la primera
letra del paraíso, porque en esta escuela no hay doctores sino meros
aprendices. No hay nada tan cerca de cada uno de nosotros como el cielo, el paraíso y el infierno.
Y es la inclinación que usted demuestre hacia
cualquiera de ellos, y hacia cuál se dirige en particular, lo que determina la
cercanía a que lo tiene de sí mismo. Hay un movimiento entre cada dos de ellos,
y ambos movimientos están en usted. En uno, Dios le llama M y en el otro está
el Diablo llamándole. Usted hace la elección. Según con cual anda, es la opción
que ha hecho. El Diablo tiene en su mano poderes, honores, placer y dicha
mundana. Y en la raíz de todo esto, se agita el fuego del infierno y la muerte.
Dios tiene en su mano, cruces, persecuciones, miseria, pobreza, ignominia y
penas. Y en la raíz de todo ello también hay fuego. Pero en ese fuego está la
luz, y en esa luz la virtud, y en la virtud el paraíso. En el paraíso están los
ángeles, y entre los ángeles se encuentra la Dicha. La débil visión humana no
puede contemplarla; pero cuando el Espíritu Santo entra al alma, ésta renace en
Dios, y entonces se transmuta en criatura del paraíso y posee la llave del
paraíso, pudiendo ver a su alrededor.
Si usted ha nacido de Dios, entonces usted
puede comprender a Dios, al paraíso, al reino del cielo y el infierno; de cómo
las criaturas entran allí y de la creación de este mundo: pero si no es así,
entonces el velo cubre sus ojos como cubría los de Moisés.
Por lo tanto dijo Cristo: “Busca y
encontrarás; golpea y te abrirán”.
Si usted ha nacido de Dios, entonces usted
puede comprender a Dios, al paraíso, al reino del cielo y el infierno; de cómo
las criaturas entran allí y de la creación de este mundo; pero si no es así,
entonces el velo cubre sus ojos como cubría los de Moisés.
Por lo tanto dijo Cristo: “Busca y
encontrarás, golpea y te abrirán”.
Si usted no es capaz de comprender esta
frase, busque la humildad profunda del Corazón de Dios, y éste aportará una
pequeña semilla del árbol del paraíso a su alma; y si tiene paciencia, un
enorme árbol surgirá de esa semilla, como piensa usted que ha sucedido con el
autor de este libro. Pues él debe ser entendido como una persona muy simple, en
comparación con los hombres doctos; pero Cristo dijo: “Mi padre se perfecciona
en la debilidad; sí, Padre, te ha complacido esconder estas cosas de los sabios
y prudentes, y las has revelado a los niños”. La sabiduría de este mundo son
más sabios en su generación que los hijos de la luz, su sabiduría es algo ciertamente
corruptible mientras que esta sabiduría de que hablo continúa eternamente.
Busque esa noble perla; vale más que todo
este mundo junto; y nunca se separará de usted. Donde está la perla, ahí
también estará su corazón. No es necesario en esta vida que busque más el
paraíso, la dicha y la delicia celestial; busque solo la perla y cuando la
encuentre, habrá encontrado el paraíso y el reino del cielo. He escudriñado
muchas obras maestras de la literatura, esperando encontrar la alta y profunda
sabiduría de Dios, la perla de la comprensión del hombre; pero no pude hallar
nada de lo que anhelaba mi alma. Solo he hallado contradicciones y a veces me he
encontrado con que me prohibían seguir buscando, ignoro por cuál razón; a no
ser que fuese por el resentimiento que significa que otros vean o encuentren. Por
todo esto mi alma se ha agitado y se ha
llenado de dolor y angustia, como mujer en
trabajo de parto; y esto continuó en vano hasta que logré entender el sentido
de las palabras de Cristo, cuando dijo: “Debéis nacer de nuevo, si queréis
conocer el reino de Dios”. Esto al principio me confundió. Supuse que esto no
podía ser realizado en este mundo, sino solo cuando se hubiese salido de él- Y
entonces mi alma se angustió, codiciando la perla; pero, sometiéndose, pudo al
fin obtener la joya. Por lo tanto escribiré para conmemorar esto y para dar una
luz a los que buscan. Porque Cristo dijo: “Nadie prende una luz y la pone bajo
un almud, sino sobre el candelero y alumbra a todos los que están en casa”. Con
este fin, es que él da la perla de la divina sabiduría y conocimiento, a los
que la buscan; con el objeto de que ellos la den para calmar el ansia de los
buscadores, como ha recomendado encarecidamente.
Es efectivo que Moisés dice que Dios hizo al
hombre del polvo de la tierra. Y esa es la opinión de muchos. Yo tampoco sabía
cómo debía ser eso interpretado y por lo que Moisés dice tampoco lo habría
aprendido, mucho menos con los comentarios que se hacen a esas palabras. El
velo estaría sobre mis ojos todavía, aunque ello me perturbaba muchísimo. Pero
cuando hallé la perla, entonces miré a Moisés cara a cara y percibí que él
había escrito bien las cosas, pero no habíamos sabido entenderlas.
Ahora la cuestión es: ¿Cuál es la imagen de
Dios? Contemplen y consideren a la Deidad, y entonces ustedes darán con ella.
Dios no es un hombre animal; y el hombre debiera ser la imagen y semejanza de
Dios, el lugar de residencia de Dios. Dios es espíritu; en él hay tres
espíritus, esto es, las fuentes y poderes de la oscuridad, de la luz y de este
mundo. Él tuvo que haber hecho una imagen que contuviera estos tres elementos,
para que correctamente constituyera su semejanza. De modo que podemos entender
que Moisés dice que: Dios creó al hombre pero no de un terrón. El poder
formativo de donde lo arrancó es la matriz de la tierra, una quintaesencia de las
estrellas y elementos, que procedía de la matriz celestial que es también la
raíz de la tierra.
Ahora bien, el alma se establece en dos
puertas y toca dos principios, la oscuridad eterna y la eterna luz del Hijo de
Dios, como el Padre. Así puede estar en el cielo y en el paraíso, gozando de la
inefable Dicha de Dios el Padre, que se recrea en su Hijo, y puede oír las
inexpresables palabras del Corazón de Dios.
Allí el alma se nutre de todas las palabras
de Dios, pues no se alimenta de otra cosa; y allí canta las canciones
paradisíacas de alabanza a la exquisita fruta del paraíso que crece en la
virtud divina y constituye el alimento del cuerpo celestial y eterno.
¿Y puede no ser esto la dicha y el regocijo?
¿Podría no ser cosa agradable, el comer pan celestial en compañía de miles de
ángeles de todas clases y gozar de su comunión y fraternidad? ¿Puede existir
algo superior a esto? Allí no hay temor, ni cólera ni muerte; y cada voz y cada
palabra proclaman la salvación divina, su vigor, fuerza y poderío, y eso por
toda la eternidad. Ese es el lugar donde Pablo oyó palabras inefables que no le
es dado al hombre expresar.
CAPITULO VII
Gracias sean dadas a Dios que me ha
regenerado, por el agua y el Espíritu Santo, convirtiéndome en un ser viviente,
de modo que puedo ver en su Luz los grandes vicios innatos que hay en mi
envoltura carnal.
Así por ahora vivo en el espíritu de este
mundo en mi carne, y mi carne sirve al espíritu de este mundo, pero mi mente
sirve a Dios. Mi carne se genera en este mundo y está dirigida por la
quintaesencia de las estrellas y elementos, que reside en ella y es amo y señor del cuerpo y
la vida exterior; pero mi alma ha sido regenerada por Dios y ama a Dios. Y
aunque no pueda todavía aprehender y retener la sabiduría divina, a causa de
que mi mente recae en el pecado, de todos modos no podrá siempre el espíritu
del mundo mantener cautiva mi mente. Porque la Virgen, la divina Sabiduría, me
ha dado su promesa de no dejarme en esta miseria; ella vendrá a ayudarme a
través de su Hijo de Sabiduría. Debo asirme de él y él me llevará hacia ella en
el paraíso. ME lanzaré a esa aventura y atravesaré cardos y espinas, como pueda
para arribar a mi país original donde reside la Sabiduría. Confío en la promesa
fiel que me hizo cuando se me apareció y me ofreció que cambiara todo mi
tormento en una gran dicha. Cuando yo yacía en la montaña a medianoche, y todos
los árboles se abatían sobre mí, y la tormenta y el viento soplaban sobre mí, y
el Anticristo abría sus fauces para devorarme, ella vino, me confortó, y me
acogió como hijo.
Por lo tanto estoy contento y no me importa;
él tiene autoridad sobre este recinto transitorio de la carne; cuyo amo es él;
puede llevárselo si quiere, que yo de todos modos adonde iré será a mi país
original. Y así y todo el no es dueño absoluto de esa casa, no es sino el mono
de Dios, porque como un mono realiza toda clase de trucos para divertirse y
aparecer como la mejor y más astuta de las bestias, como lo es. Su poder pende
del gran árbol de este mundo y una tormenta de viento puede hacerlo desaparecer.
Tú preguntarás: “¿En qué consiste la nueva
regeneración? o ¿cómo se realiza en el hombre? Escucha atentamente, no cierres
tu mente, no permitas que esté llena solo del espíritu de este mundo, con su
pompa y poderío. Domina tu mente, haz que tu mente atraviese todo aquello y
sométela al amable amor de Dios, hasta el serio, inquebrantable propósito de
vencer los placeres del mundo y no preocuparte de ellos.
Considera que tu verdadero lugar no es este
mundo, que en él no eres sino un forastero encarcelado en una prisión; llama a
gritos al que tiene la llave de esa prisión; sométete a él en obediencia,
integridad, humildad, pureza y verdad. Y no corras tan afanosamente tras el
reino de ese mundo, que ya él correrá detrás de ti sin que lo incites. Y
entonces la Virgen pura, la Sabiduría de Dios, llegará a ti en lo alto y profundo
de tu mente y te conducirá hacia aquél que tiene la llave de la pureza del abismo.
Tú permanecerás delante de él y él te dará a comer del celestial maná que te aliviará
y refrescará. Te harás fuerte y atravesarás la puerta del abismo como la
estrella de la mañana, y aunque estés cautivo acá en la noche, te aparecerán
los rayos de la aurora en el paraíso, donde la Virgen pura reside, esperándote
con la dicha de los ángeles, que te acogerán dichosos en tu recién nacida mente
y espíritu. Y aunque continúes caminando acá, la noble Virgen te ayudará
todavía en la noche oscura.
Mira bien, no cierres la mente y la
comprensión; cuando tu mente te diga “Vuélvete”, sabes que has sido llamado por
la Sabiduría de Dios; vuélvete
instantáneamente, y fíjate dónde estás
alojado, en qué clase de cárcel está tu espíritu aprisionado; busca tu país de
origen, de donde salió tu alma y hacia dónde tiene que volver. Y si sigues el
consejo de la Sabiduría de Dios, lo hallarás en ti mismo, no después de esta
vida, sino en esta misma vida, en tu regeneración, pues la sabiduría sabrá encontrarte.
Y te darás cuenta de qué clase de espíritu ha escrito el autor de este libro.
CAPITULO VIII
Amado lector, te digo esto, que cada cosa
tiene su impulso en su propia forma. Siempre hace aquella misma cosa con la
cual el espíritu está impregnado y el cuerpo actúa laboriosamente en esa
dirección en que se ha inflamado el espíritu. Cuando entro a considerar y
pienso por qué escribo, así todas estas maravillas en vez de dejar que lo hagan
otros ingenios más agudos que el mío, descubro que mi espíritu arde con todo
esto que escribo; porque hay un fuego vivo que mueve estas cosas en mi espíritu
y alrededor suyo, por más que yo me proponga otra cosa; sin embargo afloran
permanentemente a la superficie y me sojuzgan, imponiéndoseme como una labor a
la que soy incapaz de sustraerme. Por lo tanto viendo que mi trabajo está en la
dirección en que mi espíritu me impulsa, lo realizará como un memorial,
exactamente cono fluye de mi espíritu y como lo capto. Y no podré escribir otra
cosa sino aquello que yo mismo he experimentado y conocido, a riesgo de que mi
Dios me considere un traidor.
Si hubiese alguno que tuviese el deseo de
seguirme y quisiera tener acceso al conocimiento que poseo, le aconsejo
acompañarme en este camino, no con la pluma en la mano sino con el trabajo de
su mente; y pronto sabrá como esto ha sido escrito.
Teniendo en cuenta el tema del
arrepentimiento, acredito al lector con toda seriedad que esta pluma que me fue
dada estuvo a punto de ser quebrada por el Opresor. Por ello me trencé en lucha
con él denodadamente, pero me habría derribado si no hubiese contado con la
ayuda del Espíritu de Dios, y solo así he podido alzarme de nuevo.
Por lo tanto, si vamos a hablar de este tema
tan importante, debemos ir de Jerusalén a Jericó, y ver como nos encontramos
entre asesinos que de tal modo nos han herido y golpeado que nos han dejado
medio muertos; y debemos buscar entre nosotros al Samaritano con su bestia, que
vendará nuestras heridas y nos conducirá a la posada.
Oh, qué penoso y lamentable es que, aunque
estamos tan malheridos por el asesino que estamos casi muertos, sin embargo ya
no sentimos el escozor de esas heridas.
Oh, si llegara el médico y asistiera nuestras
heridas, para que nuestra alma pudiese renacer y vivir, ¡cómo nos
regocijaríamos! Así se expresa nuestro deseo y está tan lleno de ansias.. y
aunque el médico está aquí, la mente no logra tener la sabiduría de percibir su
presencia, porque está tan herida, tan medio muerta...
Mi querida mente, tú supones que eres muy
sana, pero estás tan golpeada que ya ni percibes tu enfermedad. ¿Ni siquiera
notas que te acerca a la muerte? ¿Cómo puedes sentirte tan sana? Oh, querida
Alma, no te jactes de tu salud. Tú yaces férreamente encadenada, sí, y en una
muy tenebrosa celda; nadas en aguas profundas que ya te llegan a la boca, y la
única expectativa que pareces tener es la muerte. Además, el Opresor, tu propia
naturaleza corrupta, está detrás tuyo, en compañía de un montón de tus peores
enemigos, y se empuja con sus cadenas irremisiblemente hacia el espantoso abismo del infierno; y sus secuaces
te asaltan desde todos los ángulos, corriendo detrás de ti, como sabue sos
detrás de su presa.
Y la Razón se pregunta: “¿Por qué todo eso?
Oh, querida Alma, ellos tienen grandes motivos para eso; tú has sido su presa y
te les has escapado además te has revelado tan fuerte que les has echado abajo
los muros de sus dominios y te has apoderado de su morada. Eres su peor enemigo
y ellos de ti; si tú hubieses solamente huido de ellos, estarían contentos,
pero todavía está dentro de su propio recinto, lo cual hace que la lucha no
haya terminado ni termine hasta que el Arcano de los Días venga, y te separe.
Debes suponer que estoy loco para escribir
así. Si no lo viera y supiera me mantendría silencioso. ¿Sigues pensando que
estás en el jardín de rosas? Si piensas que estás ahí, fíjate bien si no estás
en la pradera del Diablo y eres su pieza favorita y te mantiene en engorde
hasta que llegue el día en que te sacrifique para su fiesta.
Oh, Alma querida, vuélvete, y no permitas que
el Diablo te aprisione; no hagas caso del sarcasmo del mundo; todas tus
penurias se transformarían en gozo. Y aunque en este mundo no te acordarán
ningún gran honor, poder ni riquezas, eso no tiene ninguna importancia; tú no
sabes si mañana te toca morir. ¿Por qué persigues entonces con tal tenacidad
los honores mundanos que son transitorios? Mas vale que te esfuerces tras el
árbol del paraíso, que puedes llevar contigo y en el cual te regocijarás
eternamente por su crecimiento y sus frutos.
¡Oh! ¿No es una bendición cuando el alma se
atreve a mirar dentro de la Santa Trinidad, de la cual está plena, de tal modo
que sus poderes crecen y florecen en el paraíso, entre canciones de alabanza;
donde la fruta madura perennemente de acuerdo con tus deseos; donde no hay
amor, envidia, ni penurias; donde hay mutuo amor, donde cada cual se regocija y
deleita en la forma y belleza del otro?
Bienamada Mente, si deseas todo esto y
quieres obtenerlo, debes proceder muy seriamente; no puede ser solo palabrería
mientras el corazón está ausente. No; así no se obtiene. Debes recoger tu mente
con todos tus propósitos y razone s, en una sola voluntad y resolución y deseo
de abandonar todas las abominaciones, centrando tus pensamientos en Dios y su
bondad, con absoluta confianza en su misericordia.
Entonces llegarás a tu meta.
Debes continuar imperturbable en este
propósito y resolución; y aunque no ganes fuerza en tu corazón, y aunque el
Diablo castigue tu lengua de modo que te impida rogar a Dios, no debes cejar en
tu empeño y seguir delante en tu pensamiento y propósito. Cuanto más te
esfuerces hacia adelante, más débil será la acometida del Diablo; cuando más te
apartes del Diablo y tus pecados, más fuerza adquiere el reino de Dios dentro
de ti. Ten la precaución de no apartarte de este propósito hasta que hayas
recibido la joya, la perla de la divina sabiduría y conocimiento aunque no se
te entregue de la mañana a la noche, y día tras día, si tu seriedad es grande,
tu joya será grande en proporción a tu victoria. Nadie sabe lo que aquello es,
sino los que han pasado la experiencia. Es el más precioso de los huéspedes;
cuando entra en el alma eso significa un gran triunfo. El novio abraza a su
bienamada, y resuena el aleluya del paraíso.
Oh,
¿No debiera el cuerpo terrenal temblar y
conmocionarse? Y aunque ignora lo que pasa todos sus miembros se regocijan.
¡Qué bella ciencia trae consigo la Virgen de la Divina Sabiduría! Ella hace
doctores ciertamente; y aunque uno fuera mudo, de tal modo está el alma
deslumbrada con las maravillas de Dios, que tiene que describir esas maravillas;
en el alma no queda nada mas que el deseo de hacerlo, y el Diablo debe retirarse,
agotado y exhausto.
Así se siembra la semilla del paraíso. Pero
observa bien; no se transforma automáticamente en un árbol. ¡Cuántos tormentos
debe el alma soportar y resistir! Cuán a menudo es abrumada por los pecados.
Porque todo en el mundo conspira contra ella, y es como si la abandonaran en
soledad; hasta los hijos de Dios la asaltan; y el Diablo hostiga a la pobre
alma tratando de desviarla, ya sea usando halagos para que se adule a sí misma
o recargándola de pecados. Nunca cesa, y hay que volver a la carga porque es
así como hacemos crecer el árbol del paraíso; como el trigo crece azotado por
vientos tempestuosos. Si crece vigorosamente y florece, gozarás su fruto y
comprenderás mejor qué es lo que he escrito y qué me llevó a escribirlo. Porque
pasé un largo periodo en esta situación, y muchas tormentas soplaron sobre mi
cabeza. Por lo tanto esto quedará como una eterna conmemoración y continuo
recuerdo para mí.
“Por lo demás, dice la Razón, no veo en ti,
tú en ninguno de los que son como tú, nada distinto a los otros pobres
pecadores; y tentada estoy de pensar que se trata sólo de hipócritas
pretensiones; además -continúa la Razón- yo también he entrado por ese camino y
sin embargo permanezco perversa y haciendo lo que no quisiera hacer, todavía me
dejo llevar por la codicia la cólera y la malicia. ¿Cómo es esto que un hombre
no puede hacer lo que se propone, pero que hace lo que él mismo censura en los
demás y lo que sabe que no está bien?” Este que así habla no sabe lo que es el árbol
del paraíso. Observa amada Razón, que este árbol no se siembra en el hombre exterior,
porque éste no es digno, porque éste pertenece a la tierra; y la pobre alma a menudo
es empujada a cometer pecados en que no quería consentir, arrastrada por el cuerpo
a lo que no quiere hacer. Cuando esto sucede así, no es el alma la que lo efectúa.
El alma dice “Esto no está bien” pero el cuerpo alega “Tenemos que vivir”.
Y así, una y otra vez. Y si un verdadero
cristiano no se conoce a sí mismo, ¿cómo lo podrán conocer los demás? Además el
Diablo puede ocultarlo lo suficiente para que pase desapercibido; ésta es su
obra maestra, atraer a un cristiano hacia la maldad,hacerle pecar, sin que
siquiera sepa que lo está haciendo, y repare en las faltas de los demás sin
fijarse en lo que él está haciendo exteriormente.
Yo no digo que el pecado en el hombre viejo
no daña; aunque no puede desquiciar al hombre nuevo, lo escandaliza. Debemos
con nuestro hombre nuevo vivir en Dios y servirle, aunque no sea posible ser
perfectos en este mundo, debemos continuar adelante y mantenernos en la línea; el nuevo
hombre está en un campo donde el suelo es frío, amargo, agrio y carente de
vida.
CAPITULO IX
Tú, Sofista, sé que me acusarás de orgullo
porque yo he podido ver tan hondo en el abismo. Pero se dice que vosotros
miráis solo hacia la sabiduría de este mundo. A mí eso no me importa para nada,
ni la estimo. No me proporciona gozo alguno. Yo me regocijo con esto, que hace
que mi alma se mueva entre maravillas para alabar a Dios, haciéndome conocer
sus soberbias obras en las cuales se deleita mi alma.
Y ¿podría permanecer en silencio, luego de
haberlas conocido? No he nacido para esto, como todas las criaturas, para que
entreabra las maravillas de Dios? Por lo tanto lo que hago es realizar mi trabajo,
así como otros realizan el suyo, y tú, orgulloso Sofista, el que consideras
tuyo.
Todos pertenecemos al campo de Dios y
crecemos para gloria de Dios y de sus obras de maravilla, tanto los perversos
como los virtuosos. Pero cada fruto crece a su manera; cuando el segador lo
corte será apartado hacia el granero que le corresponde a cada cual lo suyo.
Entonces el campo en su naturaleza, de la
cual cada uno ha crecido, se hará manifiesto; hay dos centros en la eternidad,
el amor y la ira, y cada uno de estos centros
produce su propia cosecha.
Por lo tanto, considera, oh hombre, lo que
condenas; para no caer sobre la espada del Espíritu de Dios, y que tu trabajo
sea consumido por el fuego de la ira.Tú, Sofista, corres a sabiendas hacia el
Diablo, por tu propio provecho, por tu transitoria voluptuosidad y honor y no
ves la puerta abierta que te muestra el Espíritu. Si no lo haces, es como ha
sido dicho: “Os tocamos flauta y no bailasteis”.
Les habemos llamado, pero no habéis venido a
nosotros; he estado hambriento pero no me habéis alimentado; no habéis crecido
en mi jardín de rosas, por lo tanto no sois mi alimento; vuestro corazón no ha
cantado mis alabanzas, de modo que no sois mi alimento. Y el novio pasará de
largo; entonces pasará el otro y recogerá lo que encuentra para su granero.
Oh, queridos niños, si ustedes comprendieran
esto, ¡cómo pisotearán los argumentos de los Sofistas! Mucho de lo que allí
hay, aquí será mostrado a ustedes hasta donde sea posible; que ninguno se
ciegue voluntariamente ni se sienta ofendido por la simplicidad de estas
frases.
Si vamos a entrar en el reino del cielo
debemos ser como niños, y no astutos y expertos en el conocimiento de este
mundo; debemos abandonar nuestra razón terrenal
y rendir obediencia a nuestra primitiva y eterna Madre. Así recibiremos el Espíritu
y vida de nuestra Madre, y entonces conoceremos también su morada.
No hay ingenio nuestro que nos obtenga la
corona del misterio de Dios. En realidad ello está revelado en los libros de
los Santos, pero el espíritu de este mundo no es capaz de aprehenderlo. No hay
Doctores que, por mucho que hayan estudiado, tengan ninguna habilidad en su
propio ingenio que los capacite para obtener la corona de los escondidos
misterios de Dios.
Nadie puede ser propio poder aprehender nada
de las profundidades de Dios y enseñarlo a otro; todos son niños y escolares en
el ABC. Aunque yo escribo y hablo de cosas altas, la comprensión de ellas no es
mía; el espíritu de la Madre habla por boca de sus hijos lo que desea; se
revela de muchas maneras, y en cada uno de distinta forma porque su inagotable
sabiduría es un abismo sin fondo, y vosotros no deberíais maravillaros de que
los hijos de Dios no tengan todos una misma forma de hablar y un mismo estilo,
porque cada uno habla desde la sabiduría de la eterna Madre-Naturaleza cuya
diversidad es infinita.
Pero la meta es el Corazón de Dios; todos
ellos corren hacia allá y ahí está la prueba que os permitirá saber si el
espíritu de un hombre habla desde Dios o desde el Diablo.
Por esto sabemos que somos los hijos de Dios
y habemos sido generados por Dios. Dios es el Ser de los seres, y nosotros
somos como dioses en él, a través de quienes él se revela.
Por lo tanto yo extiendo ante ustedes el
fundamento de los cielos, las estrellas y los elementos, para que vean lo que
es celestial y lo que es terrenal, lo que es transitorio y mortal, y lo que es
eterno y perdurable. Para eso me he propuesto escribir; no para jactarme de
altos conocimientos sino de mi amor por Cristo, como un simple servidor y
ministro de Cristo.
Porque el Señor tiene en sus manos tanto el
querer como el hacer; yo soy incapaz de hacer nada; además mi razón terrenal no
comprende nada; yo me entrego al seno de nuestra Madre y hago lo que la Madre
me señala; no sé a través de nadie más, no he nacido con conocimiento de la
sabiduría de este mundo ni lo entiendo; pero lo que me ha sido transmitido, yo
a mi vez lo transmití a otros. No tengo otro propósito ni sé con qué fin yo
debo escribir estas altas cosas; lo que el Espíritu me muestra, eso pongo por
escrito.
Así trabajo yo en mi viña, en la cual me ha
colocado el Amo de la casa; y espero comer yo también de esas dulces uvas, que
en realidad muy a menudo he recibido del paraíso de Dios. Y hablaré para uso de
muchos, y sin embargo creo que lo escribo sólo para mí; esta ardiente
compulsión que me hace escribir,
determina que yo lo haga como si fuese yo quien habla para muchos; y sin
embargo yo no sé nada de esto mientras escribo. Por lo tanto si esto fuere
leído, que nadie piense que corresponde a un trabajo de la razón exterior;
porque procede del hombre interior y escondido, de acuerdo con el cual esta
mano lo ha escrito sin injerencia de persona alguna.
Exhorto al lector a que entre dentro de sí
mismo y se observe a sí mismo en el hombre interior; éste me dará la
bienvenida. Esto lo digo fiel y seriamente. Cuando estamos bien asentados en
este conocimiento podemos fácilmente percibir que hemos sido encerrados y
conducidos como si tuviésemos los ojos vendados. Los sabios de este mundo nos
han cercado y encerrado en su arte y razón y nos han hecho percibir con sus
ojos Y este espíritu que por tanto tiempo nos ha mantenido cautivos puede en
rigor de verdad, ser llamado Anticristo, no hallo otro nombre en la luz de la
naturaleza para designarle sino Anticristo en Babel.
CAPITULO X
La ley de Dios y también el camino hacia la
vida está escrito en nuestros corazones.
No consiste en suposiciones del hombre, ni en
ninguna opinión histórica sino en una buena voluntad y en el bien hacer.
La voluntad nos conduce hacia Dios o hacia el
Diablo Y no te sirve de nada que lleves el nombre de cristiano; la salvación no
reside en eso.
Un pagano o un turco está tan cerca de Dios
como tú que estás bajo el nombre de cristiano; si tú, en tus actos, manifiestas
una voluntad falsa y falta de santidad, estás tan desprovisto de Dios como el
pagano que no siente el deseo ni la voluntad de buscarle. Y si un turco busca a
Dios con fervor, aunque camine a ciegas, él permanece a aquellos que son niños
sin comprensión y se esfuerza hacia Dios con los niños que no saben todavía de
qué hablan; porque éste no reside en el saber sino en la voluntad
Todos nosotros somos ciegos en lo que se
refiere a Dios. Pero ponemos nuestra decidida voluntad en él y en el bien, y le
deseamos, entonces le recibimos en nuestra voluntad, y nacemos en él a través
de nuestra voluntad.Te jactas de tu vocación de cristiano. Entonces permite que
tu conversación lo sea, o si no eres un pagano en la voluntad y por tus hechos.
Aquel que conoce la voluntad de su Maestro y no la realiza debiera recibir
muchos azotes.
¿No sabes lo que dijo Cristo referente a los
dos hijos? Cuando el padre dijo a uno de ellos “Anda y haz tal cosa” éste dijo
que lo haría y el otro dijo “no”. El primero se va y no hace nada, pero el
otro, el que dijo “No”, fue sin embargo y lo hizo, realizando la voluntad de su
padre. El que estaba considerado obediente fue el que no hizo lo que le pedían.
Y nosotros somos de tal clase, los unos y los
otros, llevamos el nombre de Cristo y nos llamamos cristianos, y estamos dentro
de su alianza. Hemos dicho: “SÏ; LO HAREMOS” pero los que no lo hacen son
servidores infieles y viven sin atender a la voluntad del Padre.
Pero si los turcos y también los judíos,
hacen la voluntad del Padre, al mismo tiempo que dicen a Cristo “No” y no lo
disciernen; ¿quién es ahora el juez calificado para expulsarlos de la voluntad
del Padre? ¿No es el Hijo, el Corazón del Padre? Si ellos honran al Padre,
ellos también llegan al Corazón, porque más allá de su Corazón, no hay Dios.
¿Estás suponiendo que yo les estimulo en su
ceguera y que soy partidario de que sigan como están? No. Te muestro tu
ceguera, ¡oh tú que llevas el nombre de Cristo!.
Tú juzgas a los otros y sin embargo haces las
mismas cosas que juzgas en ellos y así atraes sobre tu cabeza el juicio de
Dios.
Aquel que dijo: “Ama a tu enemigo, haz el
bien a los que te persiguen”, no te enseña ciertamente a condenar y despreciar,
sino que te enseña el camino de la mansedumbre: vosotros debéis ser una luz para
el mundo, de modo que los incrédulos puedan ver en vosotros a hijos de Dios.
Si nos consideramos de acuerdo con el
verdadero hombre, que es una semejanza e imagen de Dios, entonces descubriremos
que Dios está en nosotros, pero que nosotros estamos sin Dios. Y el único
remedio consiste en esto, en volver a entrar dentro de nosotros, y así
entraremos dentro de Dios en nuestro hombre interior. Si inclinamos nuestras
voluntades en autentica unilateralidad de mente hacia Dios, entonces, con Dios,
nos apartamos de este mundo, de las estrellas y elementos y entramos en Dios;
porque en la voluntad de la razón terrenal somos hijos de las estrellas y de
los elementos, y el espíritu de este mundo reina sobre nosotros.
Pero si nos evadimos de la voluntad de este
mundo y entramos en Dios, entonces el espíritu de Dios nos gobierna y nos
establece como sus hijos. Y entonces la guirnalda del paraíso es colocada en el
alma, y se convierte en un niño sin comprensión de este mundo. Ha perdido el
gobernador de este mundo, que una vez la dirigió y lo llevó hacia la razón
terrenal.
¡Oh, hombre! Ten en cuenta quién te conduce y
maneja, porque la eternidad sin fin es muy larga. Los hombres temporales y los
bienes materiales no son sino escoria a la vista de Dios; todo ello cae en la
tumba contigo y se vuelve nada; pero entrar en la voluntad de Dios es una
riqueza eterna y un honor; y allí ya no tienes que preocuparte de nada, pues la
Madre cuida de nosotros y en su seno vivimos como niños.
Tus honores temporales son tu trampa y tu
miseria; en la esperanza divina y en la confianza consiste tu jardín de rosas.
¿Sigues pensando que hablo de lo que he oído?
No, hablo de experiencias vividas por mí; no de opiniones oídas de boca de
otro, sino de mi propio conocimiento. Veo con mis propios ojos, de lo cual no
estoy jactándome, porque el poder es de la Madre. Te exhorto a entrar en el
seno de la Madre, y a que veas con tus propios ojos: por todo el tiempo que
toleres que te mezan en una cama y desees los ojos de los otros, eres ciego.
Pero si te alzas de la cuna y vas hacia la Madre, entonces tú discernirás la Madre
y su hijo.
Oh, ¡qué bueno es ver con los propios ojos!
Estamos todos dormidos en el hombre exterior, yacemos en la cuna y permitimos
que la razón exterior nos acune hasta dormirnos. Vemos con los ojos del
disimulo de nuestros actores, quienes nos cuelgan cascabeles y chucherías cerca
de nuestros oídos y de nuestras cunas, para que nos adormezcamos arrullados por
ese sonido o jugando con esas chucherías, y así hacerse dueños y señores de
nuestra casa.Levántate de la cuna: ¿no eres acaso un hijo de la Madre, y por lo tanto un hijo y señor de
la casa y heredero de los bienes? ¿Por qué permites que los sirvientes te utilicen?
Cristo dijo: “Yo soy la Luz del Mundo, y el que me siga tendrá la luz de la vida
eterna”. El no nos encamina hacia los actores sino hacia sí mismo. Con los ojos
interiores debemos ver en su luz: y así le veremos porque él es la Luz; y
cuando le vemos, caminamos en la luz. Él es la Estrella de la Mañana y se genera
y se alza en nosotros, y resplandece en nuestra oscuridad corporal.
Oh, qué gran triunfo hay en el alma cuando él
se alza. Entonces el hombre ve con sus propios ojos, y se da cuenta que está en
un alojamiento extraño a él, respecto al cual escribo aquí lo que veo y conozco
en la luz.
Te declaro que el Ser eterno, y también este
mundo, es como el hombre. La Eternidad no hace nacer nada sino aquello que es
similar a ella; así como hallas que es el hombre, así es la eternidad.
Considera al hombre en cuerpo y alma, en bien y mal, en alegría y tristeza, en
luz y tinieblas, en poder y en debilidad, en la vida y en la muerte: todo esto
está en el hombre, y también los cielos y la tierra, las estrellas y los
elementos, y por supuesto también el Dios triple.
¡Oh, hombre! Búscate a ti mismo y te
encontraría. Abre los ojos de tu hombre interior y aprende a ver correctamente.
Esta es la noble piedra preciosa, la piedra
filosofal, que los sabios encuentran. Oh, tú, brillante corona de perlas, ¿no
eres más resplandeciente que el sol? No hay nada como tú; estás tan manifiesta
y sin embargo tan escondida, que entre miles en este mundo, apenas si hay quien
debidamente te conoce. _Y eres llevada por muchos que no te conocen.
Cristo dijo “Busca y encontrarás”. La noble
piedra debe ser buscada; un hombre perezoso no la encuentra; aunque la lleva
consigo, no lo sabe. Pero a quien ella se revela, se llena de dicha, porque su
virtud es inagotable. El que la tiene no la cede; si la da a otros no le
aprovecha a aquel que es perezoso y no se sumerge en su virtud para aprender
eso.
El buscador encuentra la piedra y asimismo su
virtud y beneficio. Cuando la encuentra, y tiene la certeza de poseerla, hay en
él más gozo del que el mundo es capaz de contener; ninguna pluma puede
expresarlo a la manera habitual.
En el criterio del mundo es considerada la
piedra más insignificante y suele ser pisoteada. Si un hombre da con ella por
casualidad, la descarta por inservible. Nadie repara en ella, aunque no hay
nadie en el mundo que no la desee. Los grandes del mundo y los sabios la
buscan. Y a veces encuentran una y piensan que es la auténtica piedra; pero se
equivocan. Le adjudican poder y virtud, y piensan que la han encontrado por fin
y que la mantendrán. Pero la verdadera piedra no es así: no necesita que le
adjudiquen ninguna virtud, pues todas las virtudes yacen en su interior.
El que la tiene, y sabe que la tiene, si
busca, puede encontrar todas las cosas imaginables del cielo y de la tierra. Es
la piedra que es rechazada por los constructores, la principal piedra angular.
Oh, Sofistas, que por pura envidia a veces
acostumbráis hacer mofa de los corazones honestos para vuestro propio placer,
¿cómo vais a permanecer junto a esas ovejas a quienes debierais haber conducido
a los verdes y frescos pastos del sendero de Cristo, en el amor, la pureza y la
humildad?
No digo esto por el deseo de reprochar a
ningún hombre; hago visible únicamente el humeante foso del Diablo para que
pueda verse lo que hay en el hombre, tanto en uno como en otro, a no ser que
nazca de nuevo y se haga resistente al espíritu del Diablo y lo expulse de sí.
Hay otro Diablo, más entero y astuto que
éste, un resplandeciente ángel que tiene el pie hendido. Él, cuando halla una
pobre alma atemorizada, y deseando arrepentirse y enmendarse, le recomienda:
Ora y sé devota; arrepiéntete de una vez”. Pero cuando la pobre alma se pone a
rezar, se desliza dentro de su corazón y le extrae la comprensión del corazón,
dejándole en su lugar puras dudas, como si Dios no le oyese.
Así el corazón se queda repitiendo una y otra
vez las palabras de la plegaria, como si estuviera memorizando un libro, y el
alma es incapaz de alcanzar el centro de la naturaleza; tiene solo palabras
ensayadas, no en el espíritu de un alma en su centro donde se inflama el fuego,
sino solo en la boca, en el espíritu de este mundo. Sus palabras se desvanecen
en el aire, como cuando se toma el nombre de Dios en vano.
La plegaria debe hacerse con todo fervor;
porque orar es visitar a Dios, suplicarle y hablarle, saliendo de la casa del
pecado para entrar en la de Dios Si el Diablo quiere impedir algo, toma tú por
asalto al infierno. Arremete contra él como él lo hace contigo, y piensa que
así podrás comprender que es lo que te estoy diciendo. Si él se opone con gran
fuerza, opónete tú con todas las tuyas, que, en Cristo, tendrás mayor poder que
él.
Fija tu confianza y esperanza en la promesa
de Cristo, y deja que la muerte de Cristo, sus heridas y su sufrimiento como
también su amor, constituyen la fuerza de tu acometida. No disputes más por tus
pecados, porque el Diablo te envolverá con sus argucias haciéndote desesperar.
Si dudas de la gracia de Dios, pecas grandemente, porque él es siempre misericordioso. El no puede ser de
otro modo; sus brazos están siempre extendidos, día y noche, hacia el pobre
pecador.
Elabora bien todos estos conceptos y
rápidamente verás y sentirás aparecer otro hombre con otro sentido, y
pensamientos y comprensión. Hablo de lo que sé y he descubierto por
experiencia; un soldado entiende de la guerra. Esto lo escribo por amor, como
un que dice en su espíritu como le han pasado las cosas a él, para que sirva de ejemplo a otros; para ver si alguno
lo quiere seguir y descubra por sí mismo que ha dicho la verdad.
CAPITULO XI
Dios ha puesto la luz y las tinieblas delante
de cada uno; tú puedes abrazar la que prefieras, pero no por ellos mueves a
Dios en su Ser. Su Espíritu sale de él y va hacia todos los que le buscan. La
búsqueda de ellos es su búsqueda, aquélla en la cual desea a la humanidad; porque
la humanidad es su imagen, la cual ha sido creada en todo d acuerdo a su Ser,
donde él verá y se conocerá a sí mismo. Sí. Él reside en el hombre, ¿por qué
entonces es que nosotros, los hombres, tardamos tanto en buscarle? Esforcémonos
por conocernos a nosotros mismos y cuando nos encontremos, encontraremos todo;
no necesitamos correr a buscar a Dios, porque así no le hacemos ningún
servicio; si nosotros nos buscamos y amamos mutuamente, entonces amamos a Dios;
lo que nos hacemos unos a otros, es a Dios a quien estamos haciéndolo; el que
busca y encuentra a su hermano y hermana ha buscado y encontrado a Dios. En él
somos todos un solo cuerpo de muchos miembros, cada uno con su oficio,
gobierno, y trabajo, y esa es la maravilla de Dios.
Antes que se creara el mundo él nos conocía
ya en su sabiduría, y él nos creó para recrearse. Los niños son nuestros
maestros; con todo nuestro ingenio y astucia somos solo unos estúpidos para
ellos; su primera lección consiste en aprender a jugar con ellos mismos, y
cuando crecen, entonces juegan unos con otros. Así, desde la eternidad, en su
sabiduría, él ha jugado con nosotros, en nuestra niñez oculta; cuando él nos
creó en conocimiento y destreza, debiéramos haber jugado unos con otros; pero
el Diablo nos escatimó eso nos hizo querellarnos en nuestro juego. Por lo
tanto, a eso se debe que estamos siempre de punta, en disputa; pero el asunto
es que no tenemos ninguna necesidad de estar disputando como no sea la propia
diversión; cuando aquello termina, nos acostamos a descansar y regresamos a
nuestro propio lugar. Entonces vienen otros a jugar y luchar y disputar,
también hasta el atardecer, cuando se van a dormir a su propio país del cual
han salido.
¿Queridos niños, qué queremos significar con
ser tan obedientes del Diablo? ¿Por qué discutimos tanto acerca de un
tabernáculo que no hemos construido? Ahora nos peleamos por un vestido, porque
nuestro hermano tiene un vestido más hermoso que el nuestro, ¿pero no somos
todos hijos de nuestra Madre? Seamos niños obedientes, y regocijémonos.
Vamos al jardín de las rosas, y allí hay
lirios y flores suficientes, haremos una guirnalda para nuestra hermana y
entonces ella se alegrará con nosotros; haremos una ronda y bailaremos todos
juntos de la mano. Seamos dichosos; no hay poder que pueda dañarnos, nuestra
Madre cuida de nosotros. Iremos bajo la higuera. ¡Qué abundancia de frutos!
¡Qué hermosos son los cedros del Líbano! Estemos contentos y regocijémonos para
que nuestra Madre pueda estar dichosa con nosotros.
Cantemos una canción sobre el Opresor que nos
hace disputar. ¡Cómo le aprisionamos! ¿Dónde está su poder? ¡Qué pobre es! Él
nos dominaba, pero ahora está bien atado. ¡Oh, gran Poder, cómo estás ahora,
que causas desprecio! Tú que te remontabas
sobre los cedros, ahora yaces derribado a nuestros pies y careces de poder.
Regocíjense los cielos y los hijos de Dios; porque aquel que era nuestro opresor;
que era nuestra plaga día y noche, ahora está cautivo. Regocíjense, ángeles del
Señor, porque los hombres están libres, y la malicia y la maldad están de baja.
Queridos niños y hermanos en Cristo, juntemos
en este mundo nuestros corazones, mentes y voluntades en un solo amor, para que
podamos ser uno en Cristo. Si has progresado mucho hacia el poder, la autoridad
y el honor, entonces sé humilde, no desprecies a los simples y miserables no
abuses de los oprimidos, no causes dolor a los afligidos. Si eres bello, si tu
físico es gentil y hermoso, no seas orgulloso; sé humilde para que tu hermano y
hermana puedan regocijarse en ti, y presenten tu belleza como alabanza a Dios.
Tú, que eres rico, deja que lo tuyo fluya
como una corriente hacia la casa de los miserables, para que sus almas se
bendigan.
Queridos hermanos y hermanas en la
congregación de Cristo, tengan paciencia conmigo; regocijémonos un poquito unos
con otros. Tengo un cordial amor por ustedes y les hablo a nombre del Espíritu
de la Eterna Sabiduría de Dios.
Cristo insistentemente nos enseña amor,
humildad y misericordia; y la causa por la que se hace hombre es nuestra
salvación y felicidad, para que no repudiemos su amor; Dios ha agotado su
corazón para que seamos sus hijos y permanezcamos así para siempre. Por lo
tanto, niños bienamados, no rechacen y arranquen de sí el amor y la gracia de Dios, a riesgo de que lo
lamenten para siempre. Aprendan divina sabiduría, y traten de entender lo que
Dios es; no coloquéis imágenes delante vuestro; no hay ninguna imagen de él,
excepto en Cristo. Vivimos y somos en Dios; tenemos al cielo y al infierno
dentro de nosotros. Lo que hagamos de nosotros, eso somos: si hacemos de
nosotros un ángel que vive en la Luz y en el Amor de Dios en Cristo, somos así;
pero si hacemos de nosotros un arrogante; falso y fiero demonio que desprecia
todo amor y mansedumbre por la codicia, hambre y sed de avidez, entonces eso es
lo que somos. Después de esta vida, las cosas son de otra manera en lo que a
nosotros respecta; lo que aquí abraza nuestra alma, allá lo tiene, y así aunque
lo exterior se destruye en la muerte, la voluntad retiene lo que perseguía como
propio y se alimenta de ello. El modo en que ese subsistirá en el paraíso de Dios
y delante de sus ángeles, vosotros mismos tenéis que considerarlo: me limito a poner
este aviso delante de vosotros, como me ha sido dado a mí
CAPITULO XII
Cuando Cristo preguntó a sus discípulos:
“¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”, ellos contestaron: “Algunos
dicen que eres Elías, otros que eres Juan Bautista”. Entonces él les preguntó:
“Y ustedes quién dice que soy?” Pedro contestó: “Tú eres Cristo, el Hijo del
Dios Viviente”. Y él les contestó, diciendo: “Eso no te lo reveló carne ni
sangre, sino mi Padre que está en los cielos”.
Teniendo en cuenta que el salir de la razón
terrenal para entrar en la encarnación de Cristo es un trabajo que debe ser
familiar, íntimo y natural a los hijos de Dios y en el cual deben ejercitarse
diariamente y a cada rato, para así en esta vida miserable nacer a Cristo, he
tomado la responsabilidad de escribir sobre este alto misterio, de acuerdo con
mi conocimiento y con mis dones, como un memorial. En vista de que yo también,
junto con otros hijos de Dios y Cristo, permanecemos en este nacimiento, lo he
tomado como un ejercicio de fe, por medio del cual mi alma pueda, como una rama
del árbol de Jesucristo, vivificante con su savia y vigor.
Y esto no con la sabia y alta elocuencia del
arte, o de la razón de este mundo, sino acorde al conocimiento que tengo de
Cristo. Pero aunque busco sublime y profundamente y trataré de escribirlo muy
claramente, debo decirle al lector que sin el Espíritu de Dios, esto será para
él un oculto misterio.
Debemos entender lo de la encarnación de
Cristo, el Hijo de Dios, así; él no se hizo hombre en la Virgen María
solamente, de modo que su divinidad no está limitada a aquello. No, es de otra
manera.
Así como Dios, que es la plenitud de todas
las cosas, no puede morar en un solo lugar, tampoco podría decirse que Dios se
ha manifestado a sí mismo por una sola chispa de su luz.
Dios es inconmensurable; para él no se
encuentra lugar en la naturaleza a no ser que se haga un lugar él mismo en una
criatura; y sin embargo de estar el totalmente dentro de esa criatura, también
está fuera y más allá de ella. El no es divisible, sino que se halla totalmente
por doquier; donde se manifiesta allí él está totalmente manifestado.
Compréndanlo claramente; Dios ha deseado
hacerse carne y sangre; y aunque la pura y clara Deidad continúa siendo
Espíritu, se ha convertido en el Espíritu y Vida de la carne y opera en la
carne. Así podemos decir que cuando nosotros con nuestra imaginación entramos
en Dios; nos entregamos totalmente a él, nos hacemos carne y sangre de Dios y
vivimos en Dios. Por que el Verbo se ha hecho carne y Dios es el Verbo.
Así no estamos negando la creatura de Dios,
el hecho de que haya sido una creatura.Les daré aquí una similitud con el sol y
su brillo, y compréndanlo así: en esta similitud comparamos al sol con la criatura de Cristo,
la cual es efectivamente un cuerpo, pero haremos similar a todo el abismo de
este mundo el eterno Verbo del Padre.
Podemos perfectamente percibir que el sol
resplandecer en todo el abismo y le comunica calor y poder. Pero no podemos
decir que en el abismo, más allá del cuerpo del sol no subsista también el
poder del sol; si eso no estuviera allí entonces el obispo no recibiría el
poder y el brillo del sol. Un poder y un brillo recibe al otro; el abismo con
su brillo está escondido.
Si Dios lo quisiera, todo el abismo entero
podría ser un sol; entonces el brillo del sol resplandecería por todas partes.
Sepan también que entiendo que el Corazón de
Dios ha descansado por la eternidad, pero que con el movimiento y su entrada en
la Sabiduría se hace manifiesto en todas partes, aunque en Dios no hay lugar ni
seña, sino solo en la criatura de Cristo; donde toda la Santa Trinidad se ha
manifestado en una criatura, y así por intermedio de ella al cielo entero.
El se ha encaminado hacia ese fin y ha
preparado un lugar para nosotros, donde podamos ver su luz y residir en su
sabiduría y compartir su divina sustancia.
¿No fuimos acaso hechos desde un principio de
la sustancia de Dios? ¿Por qué no podemos nosotros también morar allí dentro?
Para eso el Corazón de Dios se ha movido, ha
destruido a la muerte y regene- rado la Vida.
Así ahora para nosotros el nacimiento y
encarnación de Cristo es un asunto dichoso y trascendente. El abisal Corazón de
Dios se ha movido, y de este modo la sustancia celestial, que estaba encerrada
en la muerte, ha adquirido vida de nuevo. Así podemos decir ahora con
fundamento que Dios mismo ha resistido su cólera, y con el centro de su Corazón
que ha llenado la eternidad, se ha abierto a sí mismo de nuevo, extrayendo el
poder de la muerte; y quebrando el aguijón de la fiera ira, en la medida en que
el amor se ha abierto a sí mismo y anulado el poder del fuego.
En nuestra imaginación nos impregnamos de su
abierto Verbo y del poder de su celestial y divina sustancia, la cual en
realidad no nos es extraña, aunque lo parezca así a nuestra envoltura carnal.
El Verbo se ha abierto a sí mismo por todas
partes, en la luz de la vida de cada hombre; y lo que se necesita es solamente
esto, que el alma-espíritu practique renunciamiento en pro de aquello. En esa
alma-espíritu nace Dios.
CAPITULO XIII
La razón exterior dice “¿Cómo puede un hombre
en este mundo ver en el profundo de Dios, en lo profundo de otro mundo, y
declarar qué es Dios? Eso no puede ser; debe tratarse sin dada de una pura
fantasía con la cual el hombre se divierte y engaña a sí mismo”.
Hasta allí puede llegar la razón; no puede
buscar más lejos para poder descansar; y si yo perteneciera al mismo arte,
diría lo mismo, porque el que no ve nada dice que allí no hay nada; él conoce
solo lo que ve y no conoce nada que este más allá de sus narices.
Yo le preguntaría al hombre enteramente
terrenal y despreciativo, si el cielo está ciego, como asimismo el infierno y
Dios mismo.
O si el mundo divino tiene la capacidad de
ver: y si también el Espíritu de Dios ve tanto en el mundo de amor de la luz,
como en el mundo de la ira, en la fiera cólera.
¿Dice él que existe la capacidad de ver allí
dentro? Eso es muy cierto, entonces él debiera cuidar de no estar tan a menudo
mirando con los ojos del Diablo, en su deliberada malicia.
Si él quisiera expulsar al Diablo, podría
darse cuenta de la estupidez hacia la cual el Diablo le ha conducido. Pero está
tan ciego que no percibe que ve a través de los ojos del Diablo.
De la misma manera, el santo ve con los ojos
de Dios, lo que Dios se propone, eso es lo que el Espíritu de Dios en el nuevo
nacimiento ve, a través de esos ojos humanos de la imagen de Dios. Para el
sabio, es ver y hacer.
En el sendero, a través de la muerte de
Cristo, el nuevo hombre ve en la profundidad del mundo angélico, es mucho más
fácil y claro de aprehender para él que el mundo terrenal y lo hace naturalmente,
no con los ojos de la fantasía sino mirando con sus propios ojos, con los ojos
de ese espíritu que procede del fuego del alma.
Ese espíritu ve en el cielo, contempla a Dios
y a la eternidad. Es la noble imagen acorde a la similitud de Dios.
Con esa visión ha escrito esta pluma, no de
otros maestros, ni por conjeturas, sean verdaderas o no.
Aunque ahora en realidad una criatura no es
sino una fracción y no una consumación total, así es que vemos solo en parte,
no obstante lo cual lo que está aquí escrito debe ser examinado y es
fundamental. La Sabiduría de Dios no puede ser escrita porque es infinita, sin número ni comprensión; conocemos
solo en parte.
Y aunque en realidad sepamos mucho más, la
lengua humana no puede alcanzar la altura necesaria para declararlo: sólo usa
palabras de este mundo y no palabras del mundo interior, aunque la mente las
retenga en el hombre interior.
Por lo tanto siempre unos entienden de una
manera y otros de otra, según la cantidad de Sabiduría con que están dotados; y
asimismo de acuerdo con ella aprehenden y pueden explicarla.
No todos comprenderán mis escritos, de
acuerdo con lo que y he querido decir. Tal vez no haya ninguno que lo haga.
Todos comprenderán de acuerdo con sus dones, para su beneficio. Unos más que
otros, de acuerdo con la cantidad en que el Espíritu esté en él.
Porque el Espíritu de Dios a menudo está
sujeto al espíritu del hombre, cuando éste se atiene a lo que es conducente, y
con ello lo capacita e impide que nadie lo perjudique en sus buenas obras para
que por sobre todas las cosas se haga la voluntad y el deseo de Dios.
¿Qué es lo que hay en nosotros que es extraño
a nosotros, y que nos impide ver a Dios? este mundo y el Diablo son la causa de
que no veamos con los ojos de Dios, y fuera de eso no hay otro obstáculo.
Y si alguien dice que no ve nada divino,
tendría que empezar por considerar que la carne y la sangre, además de la
sutileza y astucia del Diablo, son a menudo los factores que le perjudican, ya
que por su propia soberbia mental y para su propia honra él quiere ver a Dios,
y por el hecho de que muy a menudo se trata de un ser totalmente atiborrado de
malignidad terrena.
Déjenlo mirar en las huellas de Cristo y
entrar en la nueva vida, y entregarse por estar bajo la Cruz de Cristo, y
desear únicamente la entrada de Cristo en sí mismo: ¿qué le impedirá ver al
Padre, su Salvador Cristo, y el Espíritu Santo? ¿Acaso el Espíritu Santo es
ciego cuando habita en un hombre? ¿O es que yo escribo para mi propia
jactancia?
No es así, pero el lector debe desechar su
error, y con los ojos divinos podrá ver las maravillas de Dios y así se hará la
voluntad de Dios. Es con este fin que esta pluma ha escrito todo esto, que es
bastante, y no en su honor ni en homenaje a los placeres del mundo.
Queridos hijos de Dios, vosotros que buscáis
con suspiros y lágrimas, os digo con la mayor sinceridad: vuestra vista y
conocimiento está en Dios, él se manifiesta a cada uno en este mundo tanto como lo desea, tanto
como él sabe que es conveniente para ese hombre.
El que obtiene su visión de Dios, tiene que
realizar el trabajo de Dios, él tiene y debe ordenar, hablar, y hacer lo que él
está viendo y si no lo hace como el riesgo de que le quiten esa facultad
concedida; porque este mundo no es digno de la visión de Dios.
Pero en bien de las maravillas y de la
revelación de Dios, se les concede a muchos esa visión; así el Nombre de Dios
puede manifestarse al mundo. Nosotros no nos pertenecemos, sino somos de aquel
a quien servimos en su luz. No conocemos nada de Dios, él, Dios mismo, es
nuestro conocimiento y nuestra vista; no somos nada a fin de que él pueda ser
todo en nosotros. Seríamos ciegos, sordos y mudos y no sabríamos de la vida en
nosotros, si no fuera porque él es nuestra vida y nuestra visión, y porque
nuestro trabajo es el suyo.
Cuando hacemos algo bueno no digamos
“nosotros hemos hecho esto” sino “el Señor ha hecho esto en nosotros. Bendito y
alabado sea su nombre”.
Pero ¿qué es lo que hace el mundo ahora? Si
alguien dice: Esto ha hecho el Señor en mí”, y si es bueno, dirá el mundo
“¡Necio! Tú lo hiciste; Dios no está en ti. Mientes” y así hacen un mentiroso y
un necio del Espíritu de Dios.
Cuando vosotros veáis que el mundo le ataca,
persigue, desprecia o calumnia por su conocimiento y el Nombre de Dios, pensad
que tenéis al Diablo negro ante vosotros.
Entonces suspirad y anhelad que el reino de
Dios venga hacia nosotros, y que el aguijón del Diablo logre ser destruido,
para que el hombre, tan influido por el Diablo, pueda, mediante vuestros
anhelos, suspiros y plegarias ser liberado. Entonces estaréis trabajando en la
viña de Dios y expulsando al Diablo de su reino.
En el amor y la mansedumbre nos transformamos
en recién nacido salidos de la ira de Dios, en el amor y la mansedumbre debemos
luchar contra el Diablo acá en el mundo.
Porque el amor es veneno para él; constituye un fuego de terror dentro del cual
no puede permanecer. Si él tuviera la más mínima partícula de amor dentro de sí
mismo, la expulsaría de sí o se destruiría para verse libre de ella. Por lo
tanto el amor y la mansedumbre constituyen nuestra espada, con la cual podemos
luchar con el Diablo y con el mundo.
El amor es el fuego de Dios; el Diablo y el
mundo son su enemigo. El amor tiene los ojos de Dios y ve en lo profundo en
Dios; la cólera tiene los ojos de la fiera ira que ve en lo profundo del
infierno, en el tormento y la muerte.
El mundo supone exclusivamente que un hombre
debe ver a Dios con los ojos terrenales, siderales, no sabe que Dios reside en
lo interior y no en lo exterior. Si no ve nada admirable o maravilloso en los
hijos de Dios, dice: “Oh, éste es un idiota, un necio, él es de temperamento
melancólico”. Así tanto conoce. Escuchad atentamente, sé muy bien lo que es la
melancolía. También sé bien qué es lo que proviene de Dios. Conozco ambas cosas
y a ti también en tu ceguera; pero ese conocimiento no me lo da la melancolía,
sino mi lucha incesante hasta obtener la victoria.
No se concede a nadie sin que se esfuerce, a
no ser que se trate de un vaso elegido del Señor, de otra manera deberá luchar
para poder lucir la guirnalda.
Es verdad que muchos hombres son elegidos
desde el vientre de su madre; elegidos para que abran y descubran las
maravillas que el Señor proyecta, pero no todos son elegidos así. Muchos son
aceptados por su paciente búsqueda; porque Cristo dijo “Buscad y hallaréis,
golpead y se os abrirá. Y también “los que vengan a mí no serán separados”.
Aquí dentro se encuentra el ver por el
espíritu de Cristo, y por obra del Reino de Dios, en el poder del Verbo, con
los ojos de Dios y no con los ojos de este mundo y de la carne exterior.
Tú, mundo ciego, sabrás así con qué vemos
cuando hablamos y escribimos de Dios, y dejarás tranquilo tu falso juicio; mira
con tus ojos y deja que los hijos de Dios miren con los suyos; mira a través de
tus dones y permite que otros lo hagan a través de los tuyos.
Que cada uno vea como Dios quiere que lo haga
y que hable entonces según lo que ha visto. No hablamos todos del mismo tema
sino cada uno de acuerdo con sus dones y vocación de servir para honra y gloria
de Dios.
El espíritu de Dios no permite que lo aten o
liguen, como querría la razón exterior, con decretos, cánones y concilios en
los que siempre una cadena del Anticristo está unida a otra, para que los
hombres puedan juzgar al Espíritu de Dios, y sostener que sus propias opiniones
y pensamientos son la de Dios, como si Dios no estuviera cómodo en este mundo o
como si ellos mismos fueran Dioses sobre la tierra.
Yo digo que todos esos convenios y ataduras
constituyen el Anticristo y deben considerarse irreligión; por más que
aparenten otra cosa. El Espíritu de Dios no tolera ataduras; no entra en esos
tratos u obligaciones, sino que penetra libremente en la mente simple, humilde,
anhelante, de acuerdo con sus dones y capacidad.
El aún se somete a ella, si esa mente
sinceramente lo desea. ¿Que pueden ofrecer a esa mente las instituciones de
este mundo, con toda su prudencia e ingenio, si ella pertenece al honor de
Dios? La charla amistosa y los coloquios son muy convenientes y necesarios,
para que unospresenten o impartan sus dones a otros, pero esos dogmas son una cadena contra Dios.
Dios ya hizo una vez una alianza con
nosotros, en Cristo, eso es suficiente por la eternidad, ya no hace más. Él una
vez se hizo cargo de la humanidad en esa alianza y la selló con sangre y
muerte; eso es suficiente.
No es poca cosa el llegar a ser un buen
cristiano; en realidad es la empresa más difícil de todo; la voluntad debe ser
un soldado en la lucha contra la voluntad corrompida. Debe liberarse de la voluntad
terrenal y quedar inmersa en la muerte de Cristo rompiendo el poder de la
voluntad terrenal.
Eso requiere mucho coraje y arriesgar la vida
terrenal sin ceder un ápice, hasta que se ha logrado romper la voluntad
terrenal. La cual ha sido una dura batalla para mí.
No es poca cosa luchar por la guirnalda de la
victoria. Nadie la gana hasta que vence,y para ella, contar exclusivamente con
la propia fuerza es insuficiente. El debe hacer como si su voluntad hubiese
muerto, y así vivirá en Dios y se sumergirá dentro del amor de Dios, y eso,
aunque viva todavía en el reino exterior.
Me refiero a la guirnalda de la victoria, que
se obtiene en el mundo paradisíaco si se logra penetrar al fin en él; pues allí
se siembra la noble semilla y el debe recibir la altamente preciosa promesa del
Espíritu santo, que después es su guía y le dirige constantemente.
Y aunque deba en este mundo atravesar un
valle sombrío, en que el Diablo y la
maldad continuamente se abalanzan rugientes
sobre él, logrando a menudo dirigirlo hacia el mal y esconder la noble semilla;
esta noble semilla no permitirá ser mantenida a raya por nadie.
Germina esta semilla y se transforma en un
árbol que crece en el reino de Dios, a pesar de todos los desvaríos y
enfurecimientos del Diablo y sus seguidores y dependientes.
Y cuanto más atenciones se le prodiguen al
noble árbol, mejor y más vigorosamente crece, sin permitir que le destruyan,
aunque ello le cueste la vida exterior.
Dios se ha hecho hombre en Cristo y el
espíritu de la fe está también en el hombre
nacido en Cristo. En ese hombre, el espíritu de la voluntad conversa o
camina, en Dios, porque es un solo espíritu con Dios, y labora en la divina
obra de Dios.
Y aunque pueda pasar que la vida terrenal lo
esconda de tal manera que un hombre no conozca el trabajo que él ha generado en
la fe, tan pronto como se rompa su cuerpo terrenal éste se hará manifiesto.
Estando en conocimiento de todo eso, no deberíamos permitir que el terror y el
temor nos hagan retroceder; porque nosotros cosecharemos abundantemente y nos
regocijaremos eternamente. Lo que hemos sembrado aquí en angustia y fatiga, nos
conformará eternamente. Amén.
CAPITULO XIV
No podemos decir que el mundo exterior sea
Dios, o el Verbo expresado; o que el hombre exterior sea Dios. Eso es solo el
Verbo expresado, que se ha condensado en unión con los elementos. Digo, que el
mundo interior es el cielo donde reside Dios, y que el mundo exterior emerge
del interior a través del eterno Verbo animado y encerrado en el tiempo, entre
un principio y un fin.
El mundo interior mora en el eterno Verbo
animado. el Verbo eterno hablándole le comunica al Ser a través de la
Sabiduría, procedente de sus propios poderes,
colores y virtud, como un gran misterio de la eternidad. Este Ser es un aliento
del Verbo en la Sabiduría: tiene el poder de generar en sí mismo, y se
introduce en formas generándose a la manera del Verbo eterno, o como podría
decirse, emergiendo de la Sabiduría en la Palabra o el Verbo.
Por consiguiente no hay nada inmediato ni
apartado de Dios: un mundo contiene al otro y todos son en todos como el alma y
el cuerpo, y el tiempo y la eternidad. El eterno Verbo animado reina a través
de todos y sobre todo; trabaja de una eternidad a otra; y aunque no puede ser
aprehendido ni concebido, su trabajo sí puede ser concebido, porque éste es el
Verbo formado, del cual el Verbo activo es la vida.
El eterno Verbo animado es la divina
comprensión o sonido. Aquello que es dado a luz del deseo-amor y traído hacia
una forma, eso, repito, es la comprensión
y sonido natural y creador que estaban en el Verbo, como fue dicho “en él
estaba la vida y esa vida era la luz de los hombres”.
La armonía de ver, oír, tocar, gustar y oler,
es la verdadera vida intelectual. Cuando una facultad entra dentro de otra, ellas
se unen en el sonido; cuando la hacen y se unifican, se despiertan y conocen
recíprocamente. En este conocimiento consiste la verdadera comprensión, que de
acuerdo con la naturaleza de la eterna sabiduría, es inconmensurable y abisal,
perteneciendo al Uno que es Todo.
Por lo tanto sólo una voluntad, si está en la
luz, puedo beber de esta fuente y contemplar la infinidad. De esa contemplación
salió lo que ahí está escrito.
En la luz de Dios (que es llamada reino del
cielo), el sonido es totalmente suave, agradable, encantador y puro; y es una
quietud en comparación con nuestro grosero sonido y lenguaje exterior. Es como
si la mente jugara a componer melodías en un reino interior de dicha, y
entonces escuchara interiormente una dulce y placentera música, que
exteriormente fuera incapaz de oír, y menos aun de comprender. Porque en la luz
divina todo es sutil, de la misma manera que los pensamientos que juegan y ejecutan
melodías entre ellos.
No obstante lo que digo, hay un sonido y
lenguaje real inteligible y distinto usado por los ángeles de acuerdo con su
propia cualidad en el reino de la gloria. Los poderes del Verbo formado y manifestado, en su
amor-deseo, se introducen, de acuerdo con lo que es característico de cada uno
de esos poderes, en un ser exterior, donde, como en una mansión, ellos pueden
ejecutar su juego de amor, y tener algo desde dónde y con qué jugar mutuamente
y enhebrar melodías, en su denodada lucha de amor.
Dios, que es Espíritu, por su manifestación y
a través de ella, se ha introducido en distintos espíritus que son las voces de
su eterna y fecunda armonía en el Verbo manifestado de su gran reino de dicha;
ellos son los instrumentos de Dios, en los cuales su Espíritu ejecuta melodías;
son ángeles, las llamas del fuego y de la luz en un dominio pleno de vida y
comprensión.
No pensemos que los santos ángeles residen
solo sobre las estrellas y más allá de este mundo, como nuestra razón, que nada
sabe de Dios, imagina. En realidad viven más allá del dominio de este mundo,
pero el lugar ocupado por este mundo (aunque en la eternidad no hay lugares), y
también el lugar más allá de este mundo, es todo uno para ellos. Nosotros, los
hombres, no vemos a los ángeles ni a los diablos con nuestros ojos, no obstante
lo cual ellos están entre nosotros. Los ángeles buenos y los malos, viven cerca
unos de otros, y sin embargo hay una enorme, inmensa distancia, entre ellos.
Porque aunque el cielo contenga al infierno y viceversa, el uno no se
manifiesta al otro. Aunque el Diablo recorriera enormes distancias deseando entrar
al cielo y verlo, continuaría estando en el infierno y no lo vería.
Si no se conociera el mal, la dicha no se
manifestaría.. Pero si se manifiesta la dicha entonces el Verbo eterno es
hablado en un lenguaje de dicha. Para lograr este único fin, el Verbo con la
naturaleza se ha traducido en una creación.
Todo aquel que ve y comprende esto
correctamente, ya no se hace ninguna clase de preguntas, porque ha comprendido
que él vive y subsiste en Dios, y que él puede en el futuro saber y querer a
través suyo, y hablar cómo y lo que él quiera. Tal hombre busca únicamente la
humildad, y que solo Dios reciba la alabanza.
Mi espíritu de voluntad, que ahora ha tomado
la humanidad de Cristo, vive en el espíritu de Cristo, que con su vigor
comunicará savia a este árbol reseco, para que pueda alzarse al sonido de la
trompeta del divino aliento en la voz de Cristo, que es también mi voz en su
aliento, y pueda resurgir de nuevo en el paraíso. El paraíso estará en mí; todo
lo que Dios es y tiene, empezará a surgir en mí como un reflejo del ser de este
mundo divino; todos los colores, poderes y virtudes de su sabiduría eterna se
manifestarán en mí, a su semejanza. Seré la manifestación del mundo divino y espiritual
y un instrumento del Espíritu de Dios, en el cual él ejecuta sus melodías para
sí mismo, con esta voz que soy yo. Yo seré su instrumento, un órgano que expresa su Verbo o su Voz; y no solo yo sino
todos los integrantes en el glorioso coro e instrumento de Dios. Todos somos
cuerdas en el concierto de su dicha; el espíritu de su boca da la nota exacta y
el trono, y en ella afinamos nuestros instrumentos.
Por consiguiente es para esto que Dios se
hizo hombre. Para poder reparar su glorioso instrumento de alabanza, que sonaba
desafinado y no de acuerdo con el tono de su dicha y de su amor. Él volvería a
traer el verdadero sonido de amor a esas cuerdas. Él nos ha devuelto la voz que
pueda alzarse en su presencia otra vez.
Él ha descendido hasta mí y me han
transformado en lo que él es, para que yo pueda decir en toda humildad que yo,
en él; soy su trompeta y el sonido de su instrumento, y su divina voz.
CAPITULO XV
Hablaré ahora a aquellos que sienten muy
realmente dentro de ellos, el deseo de arrepentirse, y a pesar de ello no
logran reconocer y deplorar los pecados cometidos, pues la carne se mantiene
diciéndole continuamente al alma “Un momento más... sí estamos bien así... “ o
si no “Ya habrá tiempo mañana”. Y cuando llega el mañana la carne dice de nuevo
“Mañana”. El alma, mientras tanto, suspirando y desmayándose, no logra ni
lamentar los pecados cometidos, ni un poco siquiera de consuelo. Para ése,
repito, indicaré un proceso o sendero, a través del cual yo he ido personalmente,
para que sepa que debe hacer y lo que pasó conmigo, si por ventura él se siente
inclinado a entrar en él y seguirlo.
Cuando un hombre percibe dentro de sí mismo,
presionando su mente y su conciencia, una avidez o deseo de arrepentirse, a
pesar de lo cual no siente dentro de él compunción alguna por los errores
cometidos, sino solo el anhelo de sentirla; de modo tal que esa pobre alma
cautiva suspira continuamente, teme y siente que debe reconocerse culpable de
pecados ante el juicio de Dios; tal persona, repito, no puede hacer nada mejor
que esto, que consiste en envolver juntos los sentidos, la mente y la razón, y
hacerse a sí mismo, tan pronto como detecte la aspiración de arrepentirse, el fuerte
e inexorable propósito de que entrará en esa misma hora, qué digo hora, en ese
mismísimo minuto, en el proceso de arrepentimiento, y abandonará el camino del mal,
sin tomar en cuenta para nada el parecer de los demás ni del mundo en general.
Sí. Y si fuese necesario que él deserte y
desestime todas las cosas, en pro de ese arrepentimiento; y que nunca se aparte
de esa resolución que hizo, aunque se convierta en el hazmerreír y el estúpido
máximo para todo el mundo, de que con todas las fuerzas de que se sienta capaz
en su mente, él se apartará de la gloria y placeres del mundo y pacientemente
entrará en la pasión y muerte de Cristo, poniendo toda su esperanza y confianza
en esa vida que vendrá; que aun ahora en integridad y verdad él entrará en la
vida de Cristo, y allí dentro realizará la voluntad de Dios, que en el Espíritu
y voluntad de Cristo él iniciará y terminará todas sus acciones en este mundo;
y que por la palabra de Cristo y su promesa, que nos asegura una recompensa
celestial, gustosamente aceptará y soportará toda adversidad y toda cruz, para
de este modo ser admitido en la comunión y hermandad de los hijos de Cristo.
Debe firmemente imaginarse a su alma
enteramente envuelta en esta persuasión, de que realizando tal propósito él
obtendrá el amor de Dios en Jesucristo, y que Dios le dará esa noble promesa
del Espíritu Santo por seña; que en la humanidad de Cristo renovará su mente
con amor y poder, fortaleciendo su débil fe. También que en sus ansias divinas
él recibirá la carne y sangre de Cristo por alimento y bebida para el deseo de
su alma, que está hambrienta y sedienta de ese, el único alimento que puede
saciarla; y la sed de esa alma bebe el agua de vida eterna que procede de la pura
fuente de Jesucristo..El debe asimismo entera y firmemente imaginarse, y
colocar ante él, el gran amor de Dios.
Debe
persuadirse de que Dios en Cristo le oirá más fácilmente y le recibirá en su
gracia; que Dios en el amor de Cristo, en el más amado y precioso nombre de Jesús,
no puede permitir ningún mal; y que no puede haber ninguna mirada colérica en
este hombre, sino solo el más alto y más profundo amor y fidelidad; la más inmensa
dulzura de Dios.
Teniendo todo esto en consideración él debe
firmemente imaginarse que en esta misma hora y momento, Dios está realmente
presente dentro y fuera de él. El debe saber y creer que en su hombre interior
él permanece realmente delante de Dios, a quien su alma ha dado la espalda, y
debe, con los ojos de su mente, en postura de temor y de la más profunda
humildad, empezar a confesar sus pecados e indignidad ante la cara de Dios de
la manera que sigue:
“Oh tú
gran Dios inescrutable, Señor de todas las cosas; Tú que en Jesucristo, por tu gran
amor hacia nosotros, te has manifestado en nuestra humanidad: Yo, pobre, indigno
y miserable pecador venga ante tu presencia, aunque no soy digno de levantar
mis ojos hacia ti, reconociendo y confesando que soy culpable de haber renunciado
a tu gran amor, y a la gracia que tan libremente nos otorgaste. Mi alma ni siquiera
se conoce a causa del lodo del pecado; como un forastero ante ti, indigno de desear
tu gracia.
“Oh Dios en Jesucristo, tú que por los pobres
pecadores te hiciste hombre para ayudarlos, a ti recurro. El Diablo me ha
envenenado y ya ni reconozco a mi Salvador; he pasado a ser una rama salvaje en
tu árbol. Para mí mismo me he convertido en un necio; estoy desolado y desnudo,
y mi vergüenza se alza ante mis ojos sin que yo pueda ocultarla; tu juicio me
espera. ¿Qué puedo decirte y a ti, que eres el juez de todo el mundo?
“Oh, Dios misericordioso, es debido a tu amor
y sufrimiento que no estoy ya en el infierno. Yazgo ante ti como un moribundo
cuya vida se exhala de sus labios, como una chispa que se apaga; enciéndela de
nuevo, oh, Señor, y eleva de nuevo el aliento de mi alma ante ti”.
El hombre debe considerar muy seriamente en
su mente este asunto. Si alguna vez llega a obtener el divino amor, la unión
con la noble Sabiduría de Dios, debe hacer un voto en su propósito y en su
mente.
Bienamado lector, porque te amo no te
ocultaré lo que me ha sido dado conocer. Si todavía estás aferrado a la vanidad
de la carne, y no tienes un propósito firme de caminar hacia el nuevo
nacimiento, intentando convertirte en un nuevo hombre, entonces no concedas
importancia a las palabras de esa plegaria y no las digas; o si no, ellas se
convertirán en un juicio de Dios sobre ti. No debes tomar los santos nombres en
vano; ellos solo pertenecen a las almas sedientas. Pero si tu alma está realmente
consumida por la sed, ella descubrirá por propia experiencia lo que son esas
palabras. .Amada alma; Cristo fue tentado en el desierto, y si anhelas seguirle
debes rehacer su camino desde su misma encarnación hasta su ascensión.
Aunque no seas capaz ni se te exija hacer lo
que él hizo, debes introducirte de lleno en su proceso y desde allí morir
continuamente para la corrupción. Porque la Virgen, la Santa Sabiduría, no se
desposa con el alma sino cuando esta alma, a través de la muerte de Cristo, se
yergue como una nueva planta, que se alzara en el cielo.
Por lo tanto fíjate bien en lo que haces:
cuando has hecho esa promesa, tienes que
cumplirla entonces la Sabiduría te coronará más pronto de lo que
debieras ser coronado. Pero debes estar seguro que cuando el Tentador venga a
ti con el placer y la gloria del mundo, tu mente lo va a rechazar. La libre
voluntad de tu alma debe sostener el embate más fuerte como un guerrero y un campeón.
Si el Diablo no puede prevalecer contra tu alma con la vanidad, volverá a la
carga con sus indignidades y su catálogo de pecados. Allí debes luchar fuerte,
porque en este conflicto los pobres pecadores suelen pasarlo tan mal, que la
razón exterior piensa que están fuera de sí o que están poseídos por un
espíritu maligno. En este tipo de combate, el cielo y el infierno luchan el uno
contra el otro. Pero un soldado que ha ido a la guerra debe saber cómo pelear e
incluso adiestrar a otro que se vea en idéntica condición.
HE consignado aquí para ayudar al lector, una
plegaria muy eficaz para luchar contra la tentación, de modo que sepa qué hacer
si está en esa situación.
“Amantísimo amor de Dios en Jesucristo, no me
abandones en esta angustia. Te confieso que soy culpable de los pecados que se
agitan ahora en mi conciencia y en mi mente; si me abandonas, pereceré. ¿Pero
¿no me has prometido en tus propias palabras, cuando dices: “Si una madre
pudiera olvidar a su hijo (lo que es muy difícil), ¿cómo podrías tú
olvidarme?”. Me has colocado como un signo en tus manos que fueron atravesadas
con agudos clavos, y en tu costado abierto de donde manó sangre y agua. ¡Pobre
infeliz de mí! Dependiendo de mi propia habilidad no hay nada que yo pueda
hacer ante ti; me sumerjo en tus heridas y en tu muerte; en ti me sumerjo con la
angustia de mi conciencia; haz lo que quieras de mí”.
Bienamado lector, éste no es asunto banal; el
que así piensa no ha pasado por él. Su conciencia todavía duerme. Feliz el que
pasa por este fuego en su juventud, antes de que el Diablo tenga tiempo de
erigir una fortaleza en su interior; puede ser que sea un trabajador en la viña
celestial, y que siempre su semilla en el jardín de Cristo, donde a su debido
tiempo cosechará el fruto. Este proceso dura un buen tiempo, con algunas pobres
almas, muchos años, si no se ponen seriamente, y cuanto antes, la armadura de
Cristo. Pero para aquel que con firme propósito se esfuerza por escapar de sus
malignos caminos, la tentación no será tan ardua, ni durará mucho tiempo.
Pero debe continuar valientemente hasta que
obtenga la victoria contra el Diablo. Él tendrá mucha ayuda y todo saldrá a
pedir de boca para él; de modo que después, cuando el día amanezca en su alma,
él convierta toda su penuria en un himno de alabanza por la gloria de Dios.
CAPITULO XVI
Toda pena, angustia y temor que se refiere a
asuntos espirituales, por los cuales un hombre se siente abatido o aterrorizado
dentro de sí mismo, procede del alma. El espíritu exterior, que viene de las
estrellas y elementos, no se perturba ni confunde así; porque vive en su propia
matriz, la que le generó. Pero la pobre alma ha entrado en alojamiento extraño,
al pasar al espíritu de este mundo, el cual no es su propio hogar. Debido a
ello esta delicada criatura aparece deslucida y estropeada y además mantenida
en sujeción, cautiva en un calabozo oscuro.
El alma es en primera instancia una mágica
fuente del fuego de la naturaleza de Dios. Es un intenso e incesante deseo de
la Luz divina.
Así pues, el alma, por ser en sí misma un
mágico y ávido espíritu de fuego, desea la virtud espiritual con el fin de
mantener y preservar con ella su vida de fuego y apaciguar la voracidad de su
fuente.
Pero visto que en su avidez el alma, desde el
vientre materno, se ve envuelta en el espíritu del gran mundo y en su propio
temperamento, se alimenta a partir de su nacimiento, y aun desde el vientre
materno, del espíritu de este mundo.
El alma se nutre con alimento espiritual de
acuerdo a su temperamento; es la manera que tiene de encender su propio fuego.
El combustible de ese fuego debe ser, o su propio temperamento o una
subsistencia que le venga de Dios.
Así podemos comprender la causa de esa
infinita variedad que existe en las voluntades y acciones de los hombres. De
acuerdo con aquello que es lo que nutre esa alma, con lo cual esa vida de fuego
es abastecida, es que esa alma es dirigía y gobernada.
Si se evade de su propio temperamento hacia
el fuego del amor de Dios, dentro de la sustancia celestial que es la del
propio Cristo, entonces se nutre de Cristo y de la mansedumbre de la luz de su
majestad, donde se halla la fuente de la vida eterna.
De aquí el alma obtiene una voluntad divina y
obliga al cuerpo a hacer aquello que de acuerdo con su natural inclinación y el
espíritu de este mundo, no haría. En esa alma, no es el temperamento el que
gobierna; a lo más ejerce su dominio sobre el cuerpo exterior. Ese tipo de
hombre experimenta un vivo anhelo de Dios.
A menudo, cuando su alma se nutre de la
divina esencia del amor, le transmite una exultante sensación de triunfo
incluso un divino saber que llega hasta el temperamento mismo. Así el cuerpo
entero es afectado por todo esto y llega en momentos hasta a temblar de dicha,
siendo exaltada a tales extremos de sensación divina, como si llegase hasta los
límites mismos del paraíso. Pero estos estados de rapto extático no duran mucho. Pronto se nubla
dentro del alma a causa de cualquier incidente de otra naturaleza que emana del
espíritu de este mundo, del cual hace un espejo, desde el cual empieza a
especular con su imaginación exterior. Así sale bien pronto del Espíritu de
Dios y es a menudo enlodada con la inmundicia del mundo, si la Virgen de la
Divina Sabiduría no la llama otra vez hacia el arrepentimiento y el retorno al
primer amor. Y si el alma se lava de nuevo en el agua de vida eterna, a través
de una profunda contrición, es renovada otra vez en el fuego del amor de la
mansedumbre de Dios, y en el Espíritu Santo, como un niño recién nacido. Vuelve
a beber esa agua y finalmente recobra su vida en Dios.
No hay temperamento en el cual la voluntad
del Diablo y sus sugestiones puedan ser más claramente descubiertas, si el alma
ha sido iluminada siquiera una vez, que en el temperamento melancólico, como
muy bien sabe el que ha sido tentado y ha defendido con entereza y éxito su
plaza fuerte.
Oh, cuán sutil y maliciosamente extiende el
Diablo sus redes para atrapar tales almas, como hace el cazador con los
pájaros. Muy a menudo las aterroriza en sus plegarias, especialmente de noche,
cuando está oscuro, introduciéndoles sus sugestiones, y llenándoles de temores
de que la ira de Dios caerá sobre ellos. Así puede hacer la comedia de que
ejerce poder sobre el alma del hombre y que ésta le pertenece, aunque no tiene
poder ni para tocar un pelo de su cabeza. A menos que el alma desespere y se
entregue inerme a él, él no se atreve espiritualmente, y realmente a tomarla, y
ni aún a tocarla.
Tiene más de una manera de tentar al alma
melancólica. Porque si no puede en absoluto reducidas a la desesperación para
conseguir que se le rindan por esa causa,las abruma de tal manera con temores y
pesadumbres acerca de su estado presente y de su condenación futura, que bajo
semejante carga son empujadas hacia pensamientos e ideas de autodestrucción. El
no se anima a destruir un hombre; el hombre mismo debe hacerlo. Porque el alma
tiene libre albedrío. Si resiste al Diablo y no hace lo que éste le aconseja,
no obstante cuanto pueda tentarle, él no tiene poder ni siquiera para tocar el
cuerpo externo del pecador.
La perturbación del ánimo a que nos referimos
es más bien un asunto de la misericordia de Dios que de su ira. El no quebrará
la caña cascada ni extinguirá la mecha que aún humea. Nuestro Señor Jesucristo,
en su bendito ofrecimiento y promesa dijo: “Venid a mí todos los que están
trabajados y cargados y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para
vuestras almas”.
Este yugo de Cristo no es otro que la Cruz de
la naturaleza y la providencia. Ese es el yugo que el hombre debe tomar y
llevar tras de Cristo con paciencia y con entera sumisión. Entonces la
pesadumbre, cualquiera que ella sea, lejos de herir al alma le hace mucho bien.
Porque mientras el alma permanece en la casa del dolor no está en la del
pecado; o en el orgullo, la pompa, y el placer. Dios, como un padre estricto, a
través de la tribulación, la mantiene alejada del placer pecaminoso de este
mundo.
El alma perturbada se siente perpleja y se
atormenta porque no logra abrir con sus anhelos la fuente de la divina dicha en
el corazón. Suspira, se lamenta, y teme que Dios no quiera saber nada con ella
porque es incapaz de sentir el consuelo de su presencia visible.
Así me sucedió a mí, antes de la época de mi
iluminación y alto conocimiento.Requerí un largo y doloroso sendero antes de
recibir la noble guirnalda. Entonces fue cuando aprendí que Dios no reside en
el exterior corazón carnal, sino en el centro del alma, en el sí mismo, en su
propio principio.
Fue entonces también cuando primero percibí
en mi espíritu interior que era Dios mismo quien me había atraído hacia él, en
y por el deseo. Lo que no había sido capaz de emprender antes, porque me
imaginaba que el buen deseo procedía de mí, y que Dios estaba muy distante de
nosotros los hombres. Pero después descubrí con toda claridad, y ello me
regocijó muchísimo, cómo es que Dios abunda en gracia con nosotros. Por eso
escribo esto como un ejemplo y advertencia para otros, para que no se
desesperen si el Consolador tarda en llegar, sino más bien recuerden el reconfortante
estímulo que significan las palabras de David en el Salmo: “La pesadumbre puede
durar una noche, pero la dicha llega con la mañana”.
Es así como ha sucedido con los más grandes
santos de Dios. Ellos se vieron forzados a luchar denodadamente y por largo
tiempo para obtener la noche guirnalda. Con la cual es evidente que ningún
hombre será coronado, a menos que se esfuerce y obtenga la victoria.
En realidad ella está colocada en el alma,
pero si un hombre desea colocársela en su vida mortal, debe luchar por ella. Y
entonces, si no la obtiene en este mundo, ciertamente que la recibirá luego que
haya partido de su tabernáculo terrenal. Porque Cristo dijo: “En el mundo
tendréis aflicción, pero en mi hallaréis la paz; pero confiad, yo he vencido al
mundo”.
No tengo pluma que pueda escribir, ni
palabras que puedan expresar lo que la inefable y dulce gracia de Dios en
Cristo, es. Yo, personalmente, lo he descubierto por propia experiencia, y así
hablo desde una base firme. Y es con la mejor disposición y desde lo más
profundo de mi corazón que yo desearía compartir todo esto con mis hermanos en
el amor de Cristo, quienes, si siguen fielmente estos pueriles consejos que les
doy, a su vez descubrirán por propia experiencia como esta simple mente mía ha
podido conocer y comprender estos inmensos misterios.
CAPITULO XVII
El discípulo dijo a su maestro: “Señor, ¿cómo
puedo yo ascender al nivel superhumano, de modo de poder ver a Dios y oírle
hablar?
El Maestro respondió diciéndole: “Hijo,
cuando puedas trascender a Aquello, donde ninguna criatura reside, aunque sea
por un momento siquiera, entonces oirás lo que Dios habla”.
Cuando logres escapar a la tiranía del yo y
de la expresión de su voluntad, cuando tanto tu intelecto como tu voluntad
estén pasivos, en quietud, para permitir que sobre ellos se estampe la impronta
del Verbo eterno y del Espíritu, y cuando tu alma emerja de la temporal,
teniendo los sentidos exteriores y la imaginación aquietados en abstracción
divina, entonces sabrás en ti cómo ver, oír y hablar en la eternidad. Dios oirá
y verá a través tuyo, que te habrás convertido en el órgano de su Espíritu;
así, Dios hablará en ti y le murmurará a tu espíritu, y tu espíritu oirá su
voz.
Para llegar a esto se necesita cumplir tres
requisitos: el primero consiste en que tendrás que someter tu voluntad a la de
Dios, debiendo sumergirte hasta el fondo en su misericordia. El segundo se
refiere a que deberás odiar tu propia voluntad y abstenerte de hacer aquello
hacia lo cual se conduce esa propia voluntad. La tercera es que deberás colocar
tu alma bajo la Cruz, sometiéndote de corazón a ella, con el fin de poder
asistir las tentaciones de la naturaleza y de la criatura. Y si eres capaz de hacer
todo esto, oirás, Hijo mío, lo que el Señor habla en ti.
Aunque admites profundamente la sabiduría
terrenal, ahora, que estás vestido con la Celestial Sabiduría, te darás cuenta
que toda la sabiduría del mundo es desatino.
Serás capaz de resistir cualquier tentación y
te mantendrás hasta el final de tu vida por encima del mundo y por sobre los
sentidos. En este proceso te odiarás a ti mismo
y asimismo te amarás; te lo repito, te amarás a ti mismo como nunca te
has amado.
Al amarte a ti mismo, no te amas por sí
mismo; pero como te has sometido al amor de Dios, amarás ese divino centro en
ti, mediante el cual y en el cual amas profundamente a la divina sabiduría, la
divina bondad, la divina belleza. También amarás las grandes obras de Dios, y
en este mismo centro amarás a tus hermanos. Al odiarte a ti mismo, lo que odias
es solo aquello en lo cual el mal todavía persiste próximo a ti. Es imposible,
no puede haber ningún egoísmo en el amor, ambos se excluyen mutuamente. El
amor, esto es, el amor divino (el único del que hemos hablado), aborrece todo
perverso egoísmo. Es imposible que estos dos subsistan en una persona;
necesariamente el predominio de uno determina la exclusión del otro.
La altura a que puede llegar el amor, tiene
la altura de Dios; logra elevarte hasta hacerte tan alto como Dios mismo,
uniéndote a él. Su grandeza será tan grande como la de Dios; hay una latitud
del corazón enamorado que es imposible expresar; agrande el alma hasta hacerla
alcanzar el tamaño de la creación entera. Tú experimentarás esto, más allá de todo lo que
yo pueda explicarte, cuando el trono del amor se eleve en tu corazón. Su poder
sostiene los cielos y mantiene la tierra; su poder es el principio de todos los
principios, la virtud de todas las virtudes. Es la razón de todo lo que existe
y una energía vital que interpenetra todos los elementos naturales y
sobrenaturales. Es el poder de todos los pode res, y nada es capaz de perjudicar
la omnipotencia del amor, ni resistir su empuje poderoso. Si lo encuentras, has
llegado a la fuente de la cual todas las cosas proceden, y al centro donde
todas ellas convergen; y te has convertido en un Rey sobre todas las obras de
Dios.
Guarda silencio, por tanto, y observa que a
través de la plegaria tu mente se disponga a encontrar esa joya, que al mundo
aparece como algo deleznable, pero que constituye el todo para los hijos de la
Sabiduría. El sendero hacia el amor de Dios es desatino para el mundo, pero
sabiduría para los hijos de Dios, para quienes lo que el mundo desprecia es el
mas preciado tesoro; sí, tan gran tesoro es, que ninguna vida puede expresar,
ni lengua alguna poner en palabras lo que es este fogoso, arrebatador amor de
Dios. Es más brillante que el sol; es más dulce que cosa alguna considerada
dulce; es más fuerte que toda fuerza; más nutritivo que cualquier embriagador y
más agradable que todo lo que podamos imaginar como agradable en este mundo. El
que lo obtiene es más rico que monarca alguno haya sido sobre la tierra, y el
que lo gana es más noble que un emperador y más potente y absoluto que todos
los poderes terrenales y sus autoridades.
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