martes, 3 de febrero de 2009

Karamazov en autobús (José Jiménez Lozano, Diario de Ávila 1-2-2009)

A LA LUZ DE UNA CANDELA/ JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, Premio Cervantes

(Diario de Ávila1 febrero 2009 )

Karamazov en autobús

Este asunto del anuncio en autob­uses de una improbable existen­cia de Dios, y de una invitación al dis­frute de la vida, como si se tratase de una consecuencia necesaria, no es otra cosa, al fin y al cabo, que un in­tento de fastidiar, si se puede, a las gentes cristianas europeas, ya que esto se hace en capitales europeas, pero no en Ryad, pongamos por ca­so. Pero hay que reconocer que este trágala, que se supone un producto de la democracia avanzada es puro pensamiento débil, y casi tan diverti­do como aquella votación de los años previos a la Guerra Civil en los que, en la sede del Ateneo de Madrid se votó tranquilamente la inexistencia de Dios, sin que aquellas grandes ca­bezas tuvieran ni barrunto, al pare­cer, de la tremenda página de Nietzsche del anuncio de la muerte de Dios, hecho por boca de un loco, en el mercado.

Pero es que estos anuncios publi­citarios de los autobuses no se pres­tan a mucho discurso, ciertamente, y es seguro que no va a desasosegar á nadie con filosofías hacia las tesis sar­trianas, pascalianas, o materialistas de varias clases, estos asuntos son muchas y muy molestas cavilaciones por estas fechas. Pero lo que nos re­cuerdan inevitablemente, y como yendo de suyo, es la vieja escena del viejo Karamazov hablando con sus hijos, Iván y Aliosha, después de la comida familiar, en el momento en que pregunta a Iván: «Por última vez y decididamente, ¿hay Dios o no lo hay? ¡Por última vez te lo pregunto!

- Y por última vez te contesto que no lo hay.

- ¿Quién se burla así de los hom­bres, Iván?

- El diablo debe de ser - rió Iván Fiodorovich.

- Pero ¿hay diablo?

- No, tampoco hay diablo.

- Lástima. El demonio sabe lo que yo haría con el prime­ro que inventó a Dios. Ahorcarle sería poco.

- Civilización no ha­bría en absoluto si no se hubiera inventado a Dios.

- ¿Qué no habría? ¿Si no hubiese Dios?

- Ni coñac tam­poco habría. Y el coñac, a pesar de todo, le gusta a usted tomarlo.

- Detente, detente, querido, una copita más».

Así es de divertida y se­ria la escena de Los her­manos Karamazov a la que me refiero; y, desde luego, podemos imaginarnos a Iván Kara­mazov viajando en esos autobuses, y siguiendo el juego: «Pero si no hay Dios, no hay coñac, señores». Quien­es le escuchan se quedan perplejos, aunque no del mismo modo que quienes oían al loco del mercado de Nietzsche, porque la gran cuestión transcendente, ahora, ya sólo es el coñac.

Un ateo serio, precisamente porq­ue parte de que no hay Dios, sabe que tampoco puede haber ninguna realidad que sea entitativa y no accidental; y, si vive en una cristiandad mun­dana, posee un espíritu más pro­fundo –decía Kierke­gaard -, y advierte a esa cristiandad que no puede tratar de acordar su fe con «el uso delicioso y cri­minal del mundo».

Lo demás son po­litiquerías y agnosti­cismos, a los que no parece impor­tar mucho el des­tino humano, si­no asuntos de venta de productos de última ocurrencia; probables o improba­bles es lo mismo.

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