René Guénon
La Gran Tríada (1946)
CAPÍTULO XXI
PROVIDENCIA, VOLUNTAD, DESTINO
Para completar lo que hemos dicho del ternario Deus, Homo,
Natura, hablaremos un poco de otro ternario que le corresponde manifiestamente
término a término: es el que está formado por la Providencia, la Voluntad y el
Destino, considerados como las tres potencias que rigen el Universo
manifestado. Las consideraciones relativas a este ternario han sido
desarrolladas sobre todo, en los tiempos modernos por Fabre d’Olivet 1 , sobre datos de origen pitagórico; por lo demás,
también se refiere secundariamente, en diversas ocasiones, a la tradición china
2 , de una manera que implica que ha reconocido
su equivalencia con la Gran tríada. «El hombre, dice, no es ni un animal ni una
inteligencia pura; es un ser intermediario, colocado entre la materia y el espíritu,
entre el Cielo y la Tierra, para ser su lazo»; y se puede reconocer claramente aquí
el lugar y el papel del término mediano de la Tríada extremo oriental. «Que el Hombre
universal 3 es una potencia, es lo que es
constatado por todos los códigos sagrados de las naciones, es lo que es sentido
por todos los sabios, es lo que es confesado incluso por los verdaderos
conocedores... Las otras dos potencias, en medio de las que se encuentra
colocado, son el Destino y la Providencia. Por debajo de él está el Destino,
naturaleza necesitada y naturada; por encima de él está la Providencia,
1 Concretamente en su Histoire
philosophique du Genre humain; es de la disertación introductoria de esta
obra (publicada primeramente bajo el título De
l’État social de l’Homme) de donde se han sacado, salvo indicación
contraria, las citas que siguen. — En los Examens
des Vers dorés de Pythagore,
aparecidos anteriormente, se encuentran también puntos de vista sobre este
tema, pero expuestos de una manera menos clara: Fabre d’Olivet parece
considerar a veces en ellos el Destino y la Voluntad como correlativos,
dominando la Providencia a la vez al uno y a la otra, lo que no concuerda con
la correspondencia que tenemos en vista al presente. — Señalamos
incidentalmente que es sobre una aplicación de la concepción de estas tres
potencias universales al orden social como Saint-Yves d’Alveydre ha construido
su teoría de la «sinarquía».
2 Por lo demás, no parece haber conocido de ella más que el lado
Confucionista, aunque, en los Examens des
Vers dorés de Pythagore, se le ocurre citar una vez a Lao-tseu.
3 Esta expresión debe ser entendida aquí en un sentido restringido,
ya que no parece que su concepción se haya extendido más allá del estado
propiamente humano; en efecto, es evidente que, cuando se transpone a la
totalidad de los estados del ser, ya no se podría hablar del «reino hominal»,
lo que no tiene realmente sentido más que en nuestro mundo.
naturaleza libre y naturante. Él, como reino hominal, es la
Voluntad mediadora, eficiente, colocada entre estas dos naturalezas para
servirles de lazo, de medio de comunicación, y para reunir dos acciones, dos
movimientos que serían incompatibles sin él». Es interesante notar que los dos
términos extremos del ternario son designados expresamente como Natura naturans
y Natura naturata, conformemente a lo que hemos dicho más atrás; y las dos
acciones o los dos movimientos de que se trata no son otra cosa en el fondo que
la acción del Cielo y la reacción de la Tierra, es decir, el movimiento
alternado del yang y del yin. «Estas tres potencias, la Providencia, el Hombre
considerado como reino hominal, y el Destino, constituyen el ternario universal.
Nada escapa a su acción, todo les está sometido en el Universo, todo, excepto Dios
mismo que, envolviéndolos en su insondable Unidad, forma con ellos esa tétrada
de los antiguos, ese inmenso cuaternario, que es todo en todos, y fuera del
cual no hay nada». Aquí hay una alusión al cuaternario fundamental de los
Pitagóricos, simbolizado por la Tetraktys, y lo que hemos dicho
precedentemente, a propósito del ternario Spiritus, Ánima, Corpus, permite
comprender suficientemente de qué se trata como para que no haya necesidad de
volver sobre ello. Por otra parte, es menester precisar todavía, ya que esto es
particularmente importante bajo el punto de vista de las concordancias, que
«Dios» es considerado aquí como el Principio en sí mismo, a diferencia del
primer término del ternario Deus, Homo, Natura, de suerte que, en estos dos
casos, la misma palabra no está tomada en la misma acepción; y, aquí, la Providencia
es solo el instrumento de Dios en el gobierno del Universo, exactamente lo
mismo que el Cielo es el instrumento del Principio según la tradición extremo oriental.
Ahora, para comprender por qué el término mediano es
identificado, no solo al Hombre, sino más precisamente a la Voluntad humana, es
menester saber que, para Fabre d’Olivet, la voluntad es, en el ser humano, el
elemento interior y central que unifica y envuelve 1
a las tres esferas, intelectual, anímica e instintiva, a las cuales corresponden
respectivamente el espíritu, el alma y el cuerpo. Por lo demás, como en el «microcosmo»
se debe encontrar la correspondencia del «macrocosmo», estas tres esferas
representan en él el análogo de las tres potencias universales que son la Providencia,
la Voluntad y el Destino 2 ; y la voluntad
desempeña, en relación a ellas, un papel que hace de ella como la imagen del
Principio mismo. Esta manera de considerar la voluntad (que, por lo demás, es
menester decirlo, está insuficientemente justificada
1 Aquí también, es menester acordarse de que es el centro el que
contiene todo en realidad.
2 Se recordará lo que hemos dicho, a propósito de los «tres
mundos», de la correspondencia más particular del Hombre con el dominio anímico
o psíquico.
por consideraciones de orden más psicológico que
verdaderamente metafísico) debe ser aproximada a lo que hemos dicho
precedentemente sobre el tema del Azufre alquímico, ya que es exactamente de
esto de lo que se trata en realidad. Además, aquí hay como una suerte de
paralelismo entre las tres potencias, ya que, por una parte, la Providencia
puede ser concebida evidentemente como la expresión de la Voluntad Divina, y,
por otra, el Destino mismo aparece como una suerte de voluntad obscura de la
Naturaleza. «El Destino es la parte inferior e instintiva de la Naturaleza
universal 1 , que he llamado naturaleza
naturada; a su acción propia se le llama fatalidad; la forma por la que se
manifiesta a nosotros se llama necesidad... La Providencia es la parte superior
e inteligente de la Naturaleza universal, que he llamado naturaleza naturante;
es una ley viva emanada de la Divinidad, por cuyo medio todas las cosas se determinan
en potencia de ser 2... Es la Voluntad del Hombre
la que, como potencia mediana (que corresponde a la parte anímica de la
Naturaleza universal), une el Destino a la Providencia; sin ella, estas dos
potencias extremas no solo no se reunirían jamás, sino que no se conocerían
siquiera» 3
Otro punto que es también muy digno de observación, es éste:
la Voluntad humana, al unirse a la Providencia y al colaborar con ella
conscientemente 4, puede equilibrar al Destino y
llegar a neutralizarle 5 . Fabre d’Olivet dice
que «el acuerdo de la Voluntad y de la Providencia constituye el Bien; el Mal
nace de su oposición 6... El hombre se
perfecciona o se deprava según que tienda a confundirse con la Unidad universal
o a distinguirse de ella» 7 , es decir, según
que, tendiendo hacia el uno o
1 Ésta es entendida aquí en el sentido más general, y comprende
entonces, como «tres naturalezas en una sola Naturaleza», el conjunto de los
tres términos del «ternario universal», es decir, en suma todo lo que no es el
Principio mismo.
2 Este término es impropio, puesto que la potencialidad pertenece
al contrario al otro polo de la manifestación; sería menester decir
«principialmente» o «en esencia».
3 En otra parte, Fabre d’Olivet, designa como los agentes
respectivos de las tres potencias universales, a los seres que los Pitagóricos
llamaban los «Dioses inmortales», los «Héroes glorificados» y los «Demonios
terrestres», «relativamente a su elevación respectiva y a la posición armónica
de los tres mundos que habitaban» (Examens
des Vers dorés de Pythagore, 3er Examen).
4 Colaborar así con la Providencia, es lo que se llama propiamente,
en la terminología masónica, trabajar en la realización del «plan del Gran
Arquitecto del Universo» (cf. Apercepciones sobre la Iniciación, cap. XXXI).
5 Es lo que los Rosacrucianos expresaban por el adagio Sapiens
dominabitur astris, donde las «influencias astrales» representan, como lo hemos
explicado más atrás, el conjunto de todas las influencias que emanan del medio
cósmico y que actúan sobre el individuo para determinarle exteriormente.
6 En el fondo, esto identifica el bien y el mal a las dos
tendencias contrarias que vamos a indicar, con todas sus consecuencias
respectivas.
7 Examens des Vers dorés de
Pythagore, 12o Examen.
hacia el otro de los polos de la manifestación 1 , que corresponden en efecto a la unidad y a la
multiplicidad, alíe su voluntad a la Providencia o al Destino y se dirija así, ya
sea del lado de la «libertad», o ya sea del lado de la «necesidad». El autor
dice también que «la ley providencial es la ley del hombre divino, que vive
principalmente de la vida intelectual, de la que ella es la reguladora»; por lo
demás, no precisa más la manera en que comprende a este «hombre divino», que,
según los casos, puede ser sin duda asimilado al «hombre transcendente» o solo
al «hombre verdadero». Según la doctrina pitagórica, seguida sobre este punto
como sobre tantos otros por Platón, «la Voluntad animada por la fe (y por
consiguiente asociada por eso mismo a la Providencia) podía sojuzgar a la
Necesidad misma, mandar a la Naturaleza, y operar milagros». El equilibrio
entre la Voluntad y la Providencia, por una parte, y el Destino por la otra,
estaba simbolizado geométricamente por el triángulo rectángulo cuyos lados son
respectivamente proporcionales a los números 3, 4 y 5, triángulo al que el
pitagorismo daba una gran importancia 2, y que,
por una coincidencia muy sorprendente también, no la tiene menor en la
tradición extremo oriental. Si la Providencia es representada 3 por 3, la Voluntad humana por 4 y el Destino por 5,
se tiene en este triángulo: 32+ 42= 52 ; la
elevación de los números a la segunda potencia indica que esto se refiere al
dominio de las fuerzas universales, es decir, propiamente al dominio anímico 4 , el que corresponde al Hombre en el macrocosmo», y
en el centro
1 Se trata de las dos tendencias contrarias, ascendente una y
descendente la otra, que son designadas como sattwa y tamas en la tradición
hindú.
2 Este triángulo se encuentra también en el simbolismo masónico, y
ya hemos hecho alusión a él a propósito de la escuadra del Venerable; el
triángulo mismo completo aparece en las insignias del Past Master. Diremos en esta ocasión que una parte notable del
simbolismo masónico se deriva directamente del pitagorismo, por una «cadena»
ininterrumpida, a través de los Collegia
fabrorum romanos y las corporaciones
de constructores de la Edad Media; el triángulo de que se trata aquí es un
ejemplo de ello, y tenemos otro en la Estrella radiante, idéntica al Pentalpha que servía de «medio de reconocimiento»
a los pitagóricos (cf. Apercepciones
sobre la Iniciación, cap. XVI).
3 Aquí encontramos de nuevo 3 como número «celeste» y 5 como número
«terrestre», de igual modo que en la tradición extremo oriental, aunque ésta no
los considera así como correlativos, puesto que 3 se asocia en ella a 2 y 5 a
6, así como lo hemos explicado más atrás; en cuanto a 4, corresponde a la cruz
como símbolo del «Hombre Universal».
4 Este dominio es en efecto el segundo de los «tres mundos», ya sea
que se los considere en el sentido ascendente o en el sentido descendente; la
elevación a las potencias sucesivas, que representan grados de universalización
creciente, corresponde al sentido ascendente (cf. El Simbolismo de la Cruz, cap. XII, y Los Principios del Cálculo infinitesimal, cap. XX).
del cual, en tanto que término mediano, se sitúa la voluntad
en el «microcosmo» 1
.
1 Según el esquema dado por Fabre d’Olivet, este centro de la
esfera anímica es al mismo tiempo el punto de tangencia de las otras dos
esferas intelectual e instintiva, cuyos centros están situados en dos puntos
diametralmente opuestos de la circunferencia de esta misma esfera mediana:
«Este centro, al desplegar su circunferencia, alcanza a los otros centros, y
reúne en sí mismo los puntos opuestos de las dos circunferencias que despliegan
(es decir, el punto más bajo de la una y el punto más alto de la otra), de
suerte que las tres esferas vitales, al moverse la una en la otra, se comunican
sus naturalezas diversas, y llevan de la una a la otra su influencia respectiva
y recíproca» — Así pues, las circunferencias representativas de dos esferas
consecutivas (intelectual y anímica, anímica e instintiva) presentan la
disposición cuyas propiedades hemos señalado a propósito de la figura 3, puesto
que cada una de ellas pasa por el centro de la otra
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