martes, 21 de agosto de 2018

Extractos de la "Guía de descarriados" (Maimónides)


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Maimόnides (Moisés ben Maimόn). 
Extractos de la "Guía de descarriados" (1)
Capítulo XXXII. TRES MANERAS DE ENTENDER LA PROFECÍA
Hemos enseñado que los que afirman que existe Dios, y que Su existencia ha sido probada, se clasifican en tres grupos, según la opinion que tengan acerca de la eternidad
o transitoriedad del Universo. Así también, hay tres maneras diferentes de entender la profecía. No te daré a conocer la opinión de los ateos, ya que si no creen que haya Dios, mucho menos han de creer que haya profecías; me contentaré con discutir las diversas opiniones que acerca de las profecías tienen los que creen en Dios.
1.     Algunas gentes ignorantes piensan como sigue: Dios elige una persona que le place,
le infunde espíritu de profético y le confía una misión. Nada importa que la persona sea
sabia o necia, vieja o joven, con tal de que
sea hasta cierto punto moralmente buena. Pues lo que
así opinan no han llegado hasta el extremo de sustentar
que Dios pueda infundir al malo Su espíritu, antes bien,
consideran que eso es imposible, a no ser que Dios le
haya hecho previamente enderezar sus caminos.
2.     Sostienen los filósofos que el don de la profecía es una cierta facultad del hombre, un estado de perfección, que puede adquirirse por el estudio. Toda la raza humana posee dicha facultad, aun cuando no haya alcanzado su pleno desarrollo en cada uno de los individuos, ora a causa de alguna defectuosa constitución, ora por virtud de algún agente exterior. Solo en algunos individuos ha alcanzado el don de la profecía su estado de perfección. Imposible es que la persona ignorante pueda ser profeta;
o que la persona que no es profeta al atardecer, se halle profetizando súbitamente a la mañana siguiente, sin buscarlo. Pero, el perfecto, intelectual y moralmente, si también perfecciona su facultad imaginativa y se prepara en la manera que se dirá, puede llegar a ser profeta, ya que se trata de una facultad natural del hombre.
3. La tercera οpίnión es la que enseña la Escritura, formando uno de los principios de nuestra religión. Coincide con el parecer de los filósofos, salvo en un punto; porque nosotros creemos que puede acaecer que una persona no llegue a ser realmente profeta, a pesar de poseer la facultad profética y de haber seguido la preparación adecuada. Hay que contar con la voluntad de Dios.
En lo que atañe al principio de que la perfection de las facultades morales y racionales es condition

indispensable para la profecía, los sabios han dicho: "El espíritu profético sólo reposa sobre el sabio, fuerte y rico". Ya hemos explicado el sentido de estas palabras en el comentario al Michna y en nuestra obra más grande. Dijimos allí que los Hijos de los Profetas se afanaban constantemente en alcanzar la preparación necesaria. Sin embargo, abundan en la Escritura los pasajes, así como en los escritos de los sabios, donde se sustenta el
principio de que depende de la voluntad de Dios la elección de la persona y del momento, a los fines de la profecía; y que El sólo elige al mejor y al más sabio. Afirmamos que los necios e ignorantes no son aptos para merecer tan alta distinción, y tan imposible es para ellos el don de la profecía, como para un asno o una rana; porque este don del cielo requiere estudio y afán, aunque una vez creada la posibilidad profética, dependa de la voluntad de Dios que se traduzca o no en realidad.
No debemos engañarnos al socaire de fragmentos proféticos como el siguiente: "Yo derramaré mi espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos e hijas profetizarán"; pues está paladinamente declarado lo que quiere decir en este lugar la palabra profecía, esto es, "vuestros
ancianos soñaran sueños y vuestros jóvenes verán visiones". Porque también se llama profetas o videntes a los que revelan algo oculto, por barruntos, conjeturas o lógicas deducciones.
En cuanto a la revelación que tuvo lugar en el Monte Sinaí, dícese que todos vieron un gran fuego y oyeron espantosos truenos, pero que únicamente los que estaban debidamente cualificados recibieron la inspiración profética, cada cual conforme a su capacidad. Por eso se dice "ascended al Señor, tú y Aaron, y Nadab y Abihu". Moisés se elevó al más alto grado de profecía, según las palabras "y solo Moisés se acercará al Señor". Aaron estaba debajo de él, y Nadab y Abihu por debajo de Aaron, y los setenta ancianos por debajo de Nadab y Abihu, y el resto por debajo de los ancianos, cada cual según su grado de perfección.
Capítulo XXXVIII. DEL ALTO GRADO DE PERFECCIÓN QUE ALCANZAN LA INTUICIÓN Y EL VALOR EN LOS PROFETAS
La fuerza psíquica que se llama "valor" paréceme ser de naturaleza análoga a la fuerza física de la repulsión. La energía varía como todas las fuerzas, y unas veces es

grande y otras pequeña. Hay hombres capaces de acometer a un león, y otros a quienes espanta una mosca. El valor requiere cierta disposición natural en el hombre, pero es susceptible de aumento o disminución según el uso que de la inclinación natural se haga.
Lo mismo acontece a la facultad intuitiva, que todos poseen en diferentes grados. El poder de intuición del hombre es más fuerte cuando se aplica a las cosas en que se ha ocupado mucho su pensamiento. Hay personas de tan robusta y sana imaginación e intuición que cuando suponen que una cosa existe, luego la realidad confirma total o parcialmente sus sospechas. Las causas de la presunción lógica son muy diversas, y se componen de múltiples circunstancias precedentes, sucesivas y presentes; pero el entendimiento puede merced a la intuición pasar por encima de todas ellas, y sacar consecuencias ciertas de manera poco menos que instantánea. Esta misma facultad permite a ciertas personas predecir importantes acontecimientos venideros.
El profeta tiene que tener ambas fuerzas, valor e intuición, altamente desarrolladas y su vigor se aumentará cuando reciba la influencia del Entendimiento Activo. Tan grande era el valor de Moisés que osó con una varita en la mano dirigirse al gran rey, anheloso por librar de la servidumbre a su pueblo.
Los verdaderos profetas conciben ideas procedentes de datos y premisas que la razón humana por si sola no alcanza a comprender. Dicen así cosas que los hombres no podrían decir si sólo tuvieran la razón e imaginación normales. El profeta predice un acontecimiento futuro con tal claridad como si ya hubiera percibido las cosas con los sentidos, y concibe ideas que la realidad confirma y que se le aparecen tan claras como sí las dedujera por medio de silogismos.
Así deben creerlo los que se decidan a aceptar la verdad. Todas las cosas guardan relación entre sí, y el
conocimiento de una nos lleva al conocimiento de otras. Lo que hemos dicho de los poderes extraordinarios de nuestra facultad imaginativa se aplica especialmente al entendimiento, que directamente recibe la influencia del Entendimiento Activo, el cual le hace pasar de potencia a acto. Es a través del entendimiento como la influencia divina llega a la imaginación. ¿Cómo, pues, podría llegar ésta a tal grado de perfección que lograse representarse

cosas que no habían percibido los sentidos, sí negáramos al entendimiento el don de comprender por manera distinta de la usual, sin necesidad de premisas ni deducciones?
Tales son las verdades características de la profecía y las disciplinas a que debe consagrarse exclusivamente el profeta. Hablo aquí de los verdaderos profetas, excluyendo a los de la tercera clase, quiero decir, las personas de incipientes facultades lógicas y carentes de sabiduría, que sólo están dotadas de poder imaginativo e inventivo, propensas a groseras interpretaciones y a incurrir en peligrosos errores, muchas de las cuales, creyéndose sabias, perecieron a manos de sus desvaríos.
Capítulo XL. TRATA DE CÓMO SE PRUEBA LA VERDADERA PROFECÍA
Ya se ha explicado cumplidamente que el hombre es por naturaleza un ser social, que por virtud de su natural inclinación busca formar comunidades. Diferenciase el hombre de los otros seres vivos en que éstos no sienten el estímulo de asociarse. Es el hombre, como sabes, la más alta idea de la Creación, que por eso encierra mayor número de elementos constitutivos. Tal es la causa de que la raza humana contenga tanta y tan grave variedad de individuos, al punto que no podemos descubrir dos personas exactamente iguales en alguna cualidad moral, o en •algún rasgo o aspecto externo. No existe esta variedad entre los individuos de las demás especies vivientes, entre las cuales las diferencias son limitadas. Sólo el hombre constituye unα excepción; dos personas pueden ser tan diferentes unα de otra, en cualquier respecto, que se diría que pertenecen a dos especies diferentes. Mientras el uno es cruel, tan cruel que asesina en su ira a los niños, otro es tan delicado y tierno de corazón que no osa matar a unα mosca o a un gusano.
Esta gran variedad y la necesidad de que haya vida social, representan los elementos esenciales de la naturaleza humana. Pero el bienestar de la sociedad reclama que haya un jefe capaz de regular las acciones del hombre. La variedad natural tiene que ser
compensada por la uniformidad legislativa y por la firmeza del orden social. Por eso sustento yo la doctrina de que la Ley, aunque no sea producto de la naturaleza, no es algo totalmente ajeno a ella. Siendo voluntad de Dios que nuestra raza exista y esté permanentemente consolidada,

le ha otorgado, en su Sabiduría, tales propiedades que permitan a los hombres adquirir la capacidad de gobernar a otros. Hay personas -profetas y legisladores- a quienes se les inspiran teorías legislativas; otras, poseen el poder de poner en vigor los preceptos de las primeras, y de obligar al pueblo a que las obedezca, y actúe conforme a ellas: estos son los reyes y pncipes, que aceptan el código de los legisladores o de los profetas.
Como hay quienes se hacen pasar por profetas sin serlo, o se adornan con profecías ajenas, quiero explicarte de manera cabal e indudable la prueba que te permita distinguir la legislación humana de la Ley divina, y de las enseñanzas plagiadas a los profetas.
Cuando se trata de leyes cuyos legisladores proclaman habérselas sacado de su entendimiento, no son menester pruebas, porque la confesión de parte hace innecesario el testimonio. Sólo deseo instruirte acerca de las leyes que pretenden ser proféticas.
Cuando las leyes aspiran únicamente a regular las relaciones de los hombres y a consolidar su felicidad, conforme al criterio del que las concibió, tales leyes son políticas y sus autores pertenecen a la tercera clase de que se habló antes, de los que se distinguen por el desarrollo exclusivo de sus facultades imaginativas. Hallarás también leyes que en todos sus preceptos aspiran a mejorar los intereses materiales del hombre, mas también a conservar su religión, a engendrar correctas ideas acerca de Dios y de los ángeles, y a llevar al pueblo al justo conocimiento del Universo, mediante la educación e instrucción; esta enseñanza viene de Dios y estas leyes son divinas.
Queda ahora el problema planteado en estos términos: La persona que proclama estas leyes, ¿es el pretendido sabio que las recibió por inspiración profética, o es un plagiario que las robó a los Profetas verdaderos? Para contestar, precisa percatarse de los méritos de la persona, obtener un escrupuloso relato de sus acciones, y parar mientes en su carácter. La mejor prueba de la condición profética de un hombre es verle huir, abstenerse y menospreciar los placeres corporales, singularmente los del tacto, sentido que, según Aristóteles, es una desgracia para nosotros; y sobre todo, ver que se frena y priva del trato sexual. Dios se vale de esto para exponer los falsos profetas a la vergüenza pública, a fin de que los

que de veras buscan la verdad puedan hallarla, y no yerren y se descarnen. Zedekίá, hijo de Maasiá, y Ahab, hijo Κοlaiá se jactaban de tener el don de profecía. Lograron persuadir al pueblo a que les siguiera, hablando como sí fueran profetas, pero no dejaban entre tanto de buscar bajos placeres y trato sensual, cometiendo adulterio con las mujeres de sus compañeros y secuaces.
NOTAS:
1. Barcelona, Ed. Obelisco, 1997. Trad. de Fernando Valera.

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