"La verdadera razón por la que hizo
la Iglesia un adversario tenaz
el Imperio era la sensación instintiva de
la verdadera fuerza que ganaba terreno detrás de las formas externas del
espíritu caballeresco
y de la idea gibelina, no obstante que en el otro lado, es decir
entre los defensores del Imperio, debido al peligro de contradicciones y vacilaciones del que el propio Dante no estaba
exento, no se tenía más que una conciencia parcial del verdadero objetivo a
alcanzar. En este sentido, la Iglesia mostró un instinto más seguro. De donde
el drama del gibelinismo medieval, de la gran caballería, y
particular, el drama de los Caballeros Templarios.
Hubo pues la posibilidad de una restauración de la dignidad suprema, gracias al cual la sociedad se hubiera mantenido en su posición vertical y los hombres de todas las condiciones hubieran sido alentados a ir de pie, pero el destino de Occidente y de la Arianidad dependían del soberano de la época, el emperador Federico II Hohenstaufen
Ahora por grande que hubiera sido, el emperador no supo franquear el Rubicon. En repetidas ocasiones, él tuvo a su oponente, el Papa, acogotado, pero no se decidía a terminar su obra. Mientras que los titulares sucesivos de la sede de San Pedro (al menos ciertos de ellos ) no le ahorraron nada, extendiendo en su contra las peores calumnias, organizando proceso tras proceso, con la presentación de falsos testimonios y acusaciones delirantes (se le hizo responsables de las invasiones mongolas), el respetaba hasta el final al sacerdocio. Una vez, sin embargo, tuvo la tentación de terminar, pero Luis IX se lo impidió. Sin embargo, este mismo santo rey había sufrido la excomunión, no sólo por su galicanismo, sino por las buenas relaciones que tuvo con el emperador, al que estimaba. Ni San Luis ni Federico II osaron, y si se puede deplorar, no podemos condenarlos, porque el derrocamiento del Papa significaba desafiar al clero, y sólo un soberano habiendo asentado su autoridad sobre todo Occidente podría lanzar los dados. Tal vez un gran iniciado lo hubiera hecho, pero según la leyenda, Federico II "no plantea la cuestión" cuando el Preste Juan le presentó las joyas. En otros términos, no supo reconocer al enviado del Rey del Mundo, no supo reconocer su destino, no podía forzar su suerte.
El sacerdocio había prevalecido, los papas llevaron su celo hasta hacer asesinar a los hijos, nietos e incluso bastardos de Federico, de modo que la sangre imperial pudiera llegar nunca más a poner en peligro su poder, pero precisamente, ¿qué hicieron con ese poder?
Si hubieran permanecido en el papel de mentores de emperadores, podría haber atemperar útilmente su ardor, recordarle cuando lo olvidara, sus deberes sagrados. La acción empuja al compromiso, a las intrigas, tiene un peligro: el del sacrificar lo esencial a lo contingente. La iglesia, teniéndose por encima de lo temporal, podría guardar la serenidad necesaria para devolver al Príncipe a línea recta cada vez que se apartara de ella Pero esto exigía que ella se consideraba al servicio del príncipe, representante de Dios en la tierra, que ella permaneciera en la sombra con la devoción de una madre. Así ella hubiera desempeñado su parte en la mantenimiento del orden divino; pero cuando pretendió hacer y deshacer reyes, se trataba simplemente de una usurpación. Cuando el Papa o el obispo realizaban los ritos sagrados, no hacían más que transmitir las influencias de lo Alto en beneficio del soberano. Según lo escrito por Julius Evola en “Rebelión contra el mundo moderno ": por la consagración, él (el rey) asume un poder, más que recibirlo y este poder, la casta sacerdotal lo "guarda" más que lo posee" .
Esto es aún más verdadero cuanto que el Sacerdocio se mostró incapaz de asumir precisamente el poder que había arrebatado al Emperador
Muy rápidamente, su arma más formidable cayó
en desuso y los papas se arriesgaron cada vez menos frecuentemente a usar la excomunión,
que no impresionaba más a nadie. El gran interregno no les permitió hacer valer su
autoridad sobre Occidente, que, lejos de experimentar una unidad renovada, se parceló
por el contrario, tanto política como religiosamente.
Los cismas manifiestan con rigor que los papas no pueden reducirlos más a falta de la espada de los príncipes que no les obedecen más.Las iglesias nacionales se opusieron a la Santa Sede: Inglaterra se desgaja de Roma y si Francia queda de su lado, el galicanismo todavía humea. Para completar todo los reinos se transforman en naciones con fronteras rígidas: la ecúmene Europea se convierte en un mosaico de pueblos cada vez más extraños el uno al otro, faltando el principio trascendente y anagógico que hubiera garantizado la unidad y la fluidez del mundo medieval.
Algunos han acusado de ser el cristianismo fautor de la democracia: de hecho, la ideología igualitaria, fundamento filosófico de la democracia está latente en los Evangelios, pero además los Evangelios se puede leer de muchas maneras diferentes (el Cristianismo no se ha vivido en la Edad Media como en la actualidad) de manera que el fuerte puede encontrar una fuente de vigor acrecentada y los débiles una fuente de consuelo, el cristianismo se acomoda a todos los regímenes planes, sin tratar de cambiarlos. La Iglesia se propuso más bien influir sobre los espíritus y ha sido siempre conservadora. Firme apoyo del trono (cuando la cuestión del Imperio planteaba más), trasladó su atención a la clase burguesa cuando ésta última tomó el poder y se demostró ardiente defensora de los derechos sociales cuando la cuarta casta hizo oír su voz.
El proceder de la Iglesia no es político, es por eso que esperar de ella o de la religión cristiana sola una dirección en la Recuperación es sentido ilusorio. La Iglesia no tiene proyecto a ofrecer. Su preocupación es más bien salir de la historia que hacerla, y hemos visto que cuando quiso tomar las riendas, el enganche se le escapó rápidamente.
Lo que debemos, sin embargo, reprochar a la Iglesia, es de haber rebajado la autoridad de los grandes y pretendiendo guardar para ella misma la exclusividad del reino espiritual, haber "profanizado" el poder temporal. Simultáneamente, cortó toda vía a una realización iniciática combatiendo las fuerzas renacientes de la Tradición (siendo la caída del Temple el último episodio de este combate) y cerraba el acceso al dominio de la metafísica pura limitándose al de la teología
HUBERT DE MIRLEAU
LA DÉMOCRATIE EST-ELLE UNE FATALITÉ?
ED PARDÉS 1991