Los
desórdenes actuales en la Iglesia
romana —de una gravedad sin precedentes— prueban que la concepción
latina de la Iglesia es teológicamente estrecha y jurídicamente excesiva;
si no lo fuera, estos desórdenes serían inconcebibles.(2)
Por otra parte,
parece haber algo trágicamente insoluble en la estructura misma de
Ia Cristiandad: dad la supremacía total al pontífice y se convertirá en un
césar mundano y conquistador; dad la supremacía al emperador, y hará
del pontífice su esclavo y su instrumento.(3) Pero
hay que reconocer que
éste es un círculo vicioso cuyas huellas se encuentran en todas partes
donde hay hombres.
* **
(2) El advenimiento dei
protestantismo, en el Occidente latino, implica por lo demás Ia misma prueba.
Psicológicamente —no doctrinalmente— el protestantismo reedita en ei fondo, con mucho
mayor exceso, por supuesto, Ia protesta dei arrianismo, que contiene a pesar de todo una
partícula de verdad y un elemento de equilibrio.
(3) Muy paradójicamente, una cosa no impide la otra. Es lo
que se ha producido en el Occidente
latino, en el que el Papado se ha convertido finalmente en presa, no del emperador por
supuesto, sino de la política, y por consiguiente de democracia, puesto que ésta determina
a aquélla. A partir de la Revolución Francesa, la Iglesia está por decir lo así
substancialmente a merced de las repúblicas laicistas —incluidas las
pseudomonar
quías de hecho
republicanas—, pues es su ideología la que decide quién es digno de ser obispo; y gracias a
una coyuntura histórica particularmente favorable, la política ha con seguido introducir
en el molde de la Iglesia una materia humana heterogénea con respecto a Ia Iglesia.
El último concilio fue ideo-político y no teológico; su irregularidad resulta del hecho de que
no estuvo determinado por situaciones concretas evaluadas a partir de la teología,
sino por abstracciones ideo-políticas opuestas a esta última, o, más preci
samente, por el
democratismo del mundo, que hizo monstruosamente las veces de Espíritu Santo. La humildad. y la caridad», manejables a voluntad y a partir de ahora en sentido único, están ahí
para asegurar el éxito de la empresa.
(Frithjof Schuon, Forma y substancia en las religiones)
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