A LA LUZ DE UNA CANDELA
José Jiménez Lozano. Premio Cervantes
(Diario de Ávila 13-9-2009)
El escarmiento del “Concorde”
Tiene su interés y su importancia recordar, por ejemplo, las cosas que se dijeron a toro pasado del desastre en el que concluyó el Concorde, para no mentar cosas más siniestras. Las críticas y denuestos fueron tantos como habían sido las alabanzas.
Se subrayó, por ejemplo, el sinsentido financiera de su construcción, el hecho de que polucionaba, no se sabe cuántas veces más y más intensamente que decenas de otros motores juntos, y que ocasionaba un ruido jupiterino verdaderamente molesto física y psíquicamente peligroso; y se apuntó también hacia las consecuencias psicológicas de haber viajado más deprisa que el sonido.
Pero, naturalmente, hasta la víspera misma del desastre, y desde su primer viaje, el Concorde simbolizó el sueño hecho realidad del nombre prometeico, que es el hombre tecnológico, como en el caso de la posibilidad de la manipulación genética. ¡Por fin somos dueños y señores del mundo! Aunque a este respecto hay que matizar enseguida que esto del dominio y señorío sólo será para algunos, la élite regente y dominante en todos los planos de la realidad.
Y, desde luego, produce un cierto repeluzno el pensar que podrían encarnarse y hacerse realidad, ahora mismo, los siniestros sueños de Aldous Huxley en su obra El mundo feliz; esto es un reino servido por una humanidad B o de esclavos de diseño genético.
Y todo esto hay que tenerlo claro seguramente, antes de seguir más adelante, no sólo para que el Concorde sea efectivamente más seguro y los asuntos genéticos no deriven en equivalencias de vida y muerte, sino también para que el mal y el bien se diferencian se diluciden, y tampoco sean iguales la víctima y el verdugo, y la conciencia ética no sea un puro accidente semiótico como de la muerte asegura Paul Le Man.
En torno a los seis años, dice Gadamer, que un niño se percata de la muerte y comienza a preguntar, es decir, a filosofar sobre el sentido o no sentido; pero, si esto es así, hay que decidir enseguida si debe permitirse a ese niño que asuma esa distinción, o es preciso apartarle como sea de ese delirio cultural, educándole para las no-preguntas asegurándole únicamente un desenvolvimiento intelectual en la dimensión de la sola conciencia psicológica, y la no significatividad.
Porque el desastre, con serlo mucho, no es el del Concorde o el de los submarinos nucleares que pueden averiarse naturalmente, pero también pueden hacerse más seguros.
El desastre está en que la con ciencia de tener un ánima -que decía Miguel de Cervantes del ánima - ha quedado ya dañada o destruida, por lo menos desde el período de entreguerras de una manera neta, y no es de fácil reparación, o ésta es quizás imposible. Y esto significa, ponlo pronto, que el hombre se considera como el último hombre, y tiene un absoluto desdén para las generaciones futuras.
Y éste es un gesto que aterra, por que quiere decir que este hombre tecnológico es precisamente un peligro verdadero para lo humano.
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