lunes, 14 de septiembre de 2009

El escarmiento del Concorde (José Jiménez Lozano, Diario de Ávila 13-9-2009)

A LA LUZ DE UNA CANDELA
José Jiménez Lozano. Premio Cervantes
(Diario de Ávila 13-9-2009)

El escarmiento del “Concorde”

Tiene su interés y su importancia recordar, por ejemplo, las cosas que se dijeron a toro pasado del de­sastre en el que concluyó el Concorde, para no mentar cosas más siniestras. Las críticas y denuestos fueron tantos como habían sido las alabanzas.

Se subrayó, por ejemplo, el sinsen­tido financiera de su construcción, el hecho de que polucionaba, no se sa­be cuántas veces más y más intensa­mente que decenas de otros motores juntos, y que ocasionaba un ruido ju­piterino verdaderamente molesto fí­sica y psíquicamente peligroso; y se apuntó también hacia las consecuen­cias psicológicas de haber viajado más deprisa que el sonido.

Pero, naturalmente, hasta la víspe­ra misma del desastre, y desde su pri­mer viaje, el Concorde simbolizó el sueño hecho realidad del nombre prometeico, que es el hombre tecno­lógico, como en el caso de la posibili­dad de la manipulación genética. ¡Por fin somos dueños y señores del mun­do! Aunque a este respecto hay que matizar enseguida que esto del domi­nio y señorío sólo será para algunos, la élite regente y dominante en todos los planos de la realidad.

Y, desde luego, produce un cierto repeluzno el pensar que podrían en­carnarse y hacerse realidad, ahora mismo, los siniestros sueños de Aldous Huxley en su obra El mundo fe­liz; esto es un reino servido por una humanidad B o de esclavos de dise­ño genético.

Y todo esto hay que tenerlo claro seguramente, antes de seguir más adelante, no sólo para que el Concor­de sea efectivamente más seguro y los asuntos genéticos no deriven en equivalencias de vida y muerte, sino también para que el mal y el bien se diferencian se diluciden, y tampoco sean iguales la víctima y el verdugo, y la conciencia ética no sea un puro accidente semiótico como de la muerte asegura Paul Le Man.

En torno a los seis años, dice Ga­damer, que un niño se percata de la muerte y comienza a pregun­tar, es decir, a filosofar sobre el sentido o no sentido; pero, si esto es así, hay que decidir en­seguida si debe permitirse a ese niño que asuma esa distinción, o es preciso apartarle como sea de ese delirio cultural, edu­cándole para las no-pregun­tas asegurándole únicamen­te un desenvolvimiento inte­lectual en la dimensión de la sola conciencia psicológica, y la no significatividad.

Porque el desastre, con serlo mucho, no es el del Con­corde o el de los submarinos nucleares que pueden averiar­se naturalmente, pero también pueden hacerse más seguros.

El desastre está en que la con ciencia de tener un ánima -que de­cía Miguel de Cervantes del ánima - ­ha quedado ya dañada o destruida, por lo menos desde el período de en­treguerras de una manera neta, y no es de fácil reparación, o ésta es quizás imposible. Y esto significa, ponlo pronto, que el hombre se considera como el último hombre, y tiene un ab­soluto desdén para las generaciones futuras.

Y éste es un gesto que aterra, por que quiere decir que este hombre tecnológico es precisamente un peligro verdadero para lo humano.

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