lunes, 1 de junio de 2009

Europa 1 (Universalidad y centralismo. Julius Evola)

12. - UNIVERSALIDAD Y CENTRALISMO


El ideal del Santo Imperio Romano es el que pone mejor de relieve, por contraste, la decadencia que sufre el principio del "Gobierno" cuando pierde su fundamento espiritual.

En el ideal gibelino del Santo Imperio Romano, es completamente claro, por una parte, que el Regnum es de origen sobrenatural, posee una naturaleza supra-política y universal, por otra parte que el Emperador, en tanto lex animata in terris y cumbre de la ordinatio ad unum, es aliquod unum quod no est pars (Dante), representante de un poder que trasciende a la comunidad de la que tiene la dirección . De manera análoga, el Imperio no debe ser confundido con uno cualquiera de los reinos y naciones que engloba, puesto que es una cosa cualitativamente diferente, anterior y superior, en su principio, cada uno ellos (1). No había pues incoherencia - como piensan algunos historiadores (2) - en el contraste medieval entre el derecho absoluto, sin consideración por el lugar, la etnia y la nación, que hacía valer el Emperador regularmente investido y consagrado y, por eso, hecho "ecuménico", por una parte, y los límites efectivos de su potencia material frente a los soberanos europeos que le debían obediencia, por otra parte. El hecho es que el plan de toda función universal verdaderamente unificadora, por su naturaleza, no es el de la materia; esta función no puede responder su finalidad más que a condición de no afirmarse como unidad y potencia puramente materiales, por lo tanto políticas y militares. Como regla general, los diversos reinos no debían estar ligados al Imperio por un vínculo material, política y militarmente consolidado, sino por un vínculo ideal y espiritual, expresado por el término característico de fides, el cual, en la Media Edad, tenía simultáneamente un sentido religioso y el sentido político-moral de "fidelidad", " dedicación "." La fides – elevada a la dignidad de un sacramento - sacramentum fidelitatis - y principio de todo honor, era el cemento que unía a las múltiples comunidades feudales. La "fidelidad" vinculaba al feudatario a su príncipe o al feudatario de rango más elevado; bajo una forma más noble, purificada y más inmaterial, era también lo que debía vincular estas unidades parciales – singulae communitates - al centro de gravedad del Imperio, superior a todas ellas poderl absoluto, autoridad trascendente, por lo tanto no intrínsecamente obligada, en principio, a recurrir a las armas para ser reconocida.

Es también por esta razón por lo que en la Edad media imperial y feudal - como en cualquier otra civilización tradicional - unidad y jerarquía pudieron coexistir con un gran margen de independencia, libertad, articulación.

De una manera general, se constata la existencia de un largo período durante el cual se ejerce en cada Estado o ciudad un libre pluralismo. Las familias, los clanes los gentes aparecían ellos mismos como potros tantos Estados en miniatura como otros tantos poderes en gran medida autónomos, incluidos en una unidad ideal y orgánica, pero poseyendo aquello de lo que tenían necesidad para la vida material y espiritual: un culto, un lo¡, una tierra, una milicia (3). La tradición, el origen común, la etnia común -etnia no sólo física, sino también etnia del espíritu - eran el fundamento de la organización superior, susceptible desarrollarse hasta asumir la forma de Imperio, sobre todo por el despliegue de las fuerzas originales en un espacio más vasto que debe ser ordenado y unificado. Es típico, bajo este ángulo, el primer período franco. La palabra "Francos" fue sinónima de "seres libres", racialmente portadores de una dignidad que, a sus propios ojos, la ponía sobre cualquier otro pueblo: "Francus liber dicitur, quia super omnes gentes alias decus et dominatio illi debetur" (Turpin). Ahora bien, hasta el siglo IX la civilización común y la pertenencia la etnia franca fueron las bases del Estado, sin que hubiera unidad política organizada y centralizada, co-extensiva a un territorio nacional, como en la idea moderna. Más tarde, en la época carolingia, y hasta la constitución del imperio, la nobleza franca se encontró dispersada por todas partes. Pero eran precisamente estas unidades separadas, autónomas en el más alto grado aunque manteniendo un vínculo inmaterial con el centro, las que formaba, a semejanza de las células de un sistema nervioso con relación al resto del organismo, el elemento vital unificador en el seno de la estructura global.

La tradición extremo-oriental, sobre todo, es la que hizo hincapié en la idea que es separándose del ámbito periférico, no interviniendo directamente, manteniéndose en la inmaterialidad esencial del centro, que es similar a la del cubo de una rueda, el cual condiciona todo el movimiento, como se puede alcanzar la "Virtud". Ya que es ella la que define el dominio verdadero, los individuos conservando la sensación de ser libres y desarrollándose todo en la armonía, dado que bajo el efecto de la compensación recíproca debida la dirección invisible, los desórdenes o abusos parciales no pueden sino contribuir al orden total (4).

Tal es la suprema concepción de la unidad y de la autoridad verdaderas. Al contrario, cuando se afirma la idea de una soberanía y de una unidad que no domina más que de modo material, directo y político, la multiplicidad, interviniendo por todas partes, suprimiendo toda autonomía de los distintos grupos, nivelando de manera absolutista todos los derechos o privilegios, desnaturalizando y oprimiendo las diversas etnias - entonces no se trata ya más de una idea imperial en sentido propio-, y no se está ya más en presencia de un organismo, sino de un mecanismo. Es el tipo de los modernos Estados nacionales y centralizadores. Se constata por otra parte que cada vez que un monarca ha descendido sobre este plan, cada vez que se mostró indigno de su función espiritual, ha favorecido un absolutismo y una centralización político-material, se emancipó de todo vínculo con la autoridad sagrada. Haciendo esto, ha cavado su propia tumba, atrayendo sobre él una reacción fatal: el absolutismo es un espejismo fugaz, la nivelación prepara la demagogia, la subida del démos, hasta el trono profanado (5). Esto fue el caso de la tiranía, que remplazó, en varias ciudades griegas, el anterior régimen aristocrático y sacral; eso también fue el caso, hasta cierto punto, de Roma y Bizancio, con las formas niveladoras de la decadencia imperial; eso finalmente fue el caso - lo veremos pronto - en la historia política europea, después de la desaparición de ideal espiritual del Santo Imperio Romano y la constitución subsiguiente de las monarquías nacionales secularizadas - hasta la época del "totalitarismo" como fenómeno último.

Apenas es necesario hablar de las grandes potencias nacidas de la hipertrofia del nacionalismo de conformidad una bárbara voluntad de potencia de tipo militarista o económica, y que se siguió calificando de imperios. Repitamos que hay solamente Imperio en virtud de valores superiores a los cuales una etnia dada se elevó, comenzando, en primer lugar, por sobrepasarse a si misma, por superar su particularidad naturalista. Entonces esta etnia se vuelve portadora en un grado más elevado de un principio igualmente presente en otros pueblos, si éstos disponen hasta cierto punto de una organización tradicional, pero presente en ellos bajo una forma potencial. En este caso, la acción material de conquista es una acción que rompe las barreras de la separación empírica, que eleva las distintas potencialidades a la actualidad única, produciendo así una real unificación. Si se admite pues que un "muere y llega a ser", equivalente al hecho de ser herido por el "rayo de Apolo" (C. Steding), es la condición fundamental que debe cumplir toda etnia que aspire una misión y una dignidad imperiales - entonces se está en contrario exacto de la moral cara al "egoísmo sagrado" de las naciones. Permanecer encerrado en sus caracteres nacionales para, para a partir de ellos dominar otro pueblo o incluso solamente de otros territorios, no ha sido posible más que por una violencia temporal. En tanto que mano, una mano no puede pretender dominar los otros órganos de un cuerpo: es cesando de ser mano, remontándose pues la función inmaterial capaz de unificar y dirigir la multiplicidad de las funciones corporales particulares, como es, en si misma, superior a cada una ellas. Si las tentativas "imperialistas" del tiempo moderno han abortado, llevando a menudo la ruina a los pueblos que las han perpetrado, o bien si ellas se han cambiado en causas de calamidades innumerables, es preciso buscar precisamente la razón en la ausencia de todo factor realmente espiritual, por lo tanto supra-político y supra-nationalista, reemplazado de hecho por la violencia de una fuerza más fuerte, pero de la misma naturaleza que las fuerzas menores que tiende a someter. Si un Imperio no es sagrado, no es un Imperio, sino algo como un cáncer en el conjunto de las funciones distintas de un organismo vivo

1. Véase. A. De Stefano, OP cit., p. 31,.37,.54; J. Bryce, Holy Roman Empire, Londres', 1873, tr. IT.: Nápoles, 1886: "el Emperador tenía derecho a la obediencia de la Cristiandad no como jefe hereditario de un pueblo victorioso o como señor feudal de una parte de la tierra, sino porque solemnemente invertido de su oficio. No sólo sobrepasaba en dignidad a los reyes de la Tierra, sino que su poder era diferente en su naturaleza misma y, lejos de suplantarlos o competir con ellos, entronizaba sobre ellos y se volvía fuente y condición necesaria de su autoridad en sus distintos territorios, como un vínculo que los conectaba en un conjunto armonioso "(p. 110)."2. Esto es por ejemplo el caso de J. Bryce, OP cit., p. 111.

3. Véase. N. D. Fuste¡de Couianges, la Cité antique, cit., p. 124. para el pueblo nórdico, véase O. Gierke, Rechtsgeschichte der deutsehen Genossenschaft, Berlín, 1848, vol. 1, p. 13; y A. de Gobineau, OP cit., p., con respecto al odel, unidad nórdica original del sacerdocio, de la nobleza y de la propiedad en las familias libres.

4. Lao-tseu, Tao Té King, passim et 111. XIII, LXVI. Es sobre este fundamento que tomó forma en China y, parcialmente, también en Japón, la concepción de el "emperador invisible", la cual se tradujo también en un ritual especial."5. R. Guénon, Autoridad espiritual y poder temporal, cit., p. 112 sq.

Julius Evola
Révolte contre le monde moderne
Bibliothèque l’Age d’Homme. Lausanne 1991
pp 117-120

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