¿Derrumbe del liberalismo?
LA VERDADERA CRISIS
NO ES ECONÓMICA
POR ÓSCAR ELÍA
Época, semana del 24 al 30 de octubre
EL libre mercado es el mejor sistema económico de la historia; el régimen constitucional-pluralista occidental, el mejor régimen político posible. Ambos son preferibles, no por sus extraordinarios resultados -fácilmente constatables con sólo compararlos con sus alternativas-, sino por una circunstancia más modesta, pero más importante: son los que mejor se adaptan a la naturaleza del hombre, ser racional y libre abocado a elegir, a acertar, a equivocarse, a caerse, a levantarse y a volverse a caer. El liberalismo no es ninguna ganga. Es simplemente el más humano de los regímenes posibles.
Es, además, un pequeño milagro histórico, fruto de la depuración de ideas y valores propiamente occidentales. A la filosofía griega debe el liberalismo el ansia por un discurso racional riguroso y ordenado; al derecho romano el respeto incondicional a la ley v al derecho: al cristianismo el carácter sagrado del ser humano y de su conciencia. Actitudes, valores y principios claros, rotundos e inviolables, de los cuales surgen el liberalismo, la democracia y el parlamentarismo. Pero esta constatación tiene una consecuencia práctica: cuando estos presupuestos intelectuales y morales se socavan, lo hace el régimen político que de ellos se deriva.
Hoy los economistas discuten las causas y las consecuencias de la crisis financiera. Pero si buscamos más allá, más que ante una crisis económica, el panorama presenta todos los síntomas de una fractura civilizacional que afecta a las sociedades occidentales en general y a las europeas en particular, y de la que esta crisis es la más aguda de sus manifestaciones. Nuestras sociedades muestran -en lo estratégico, educativo, cultural o artístico un aspecto desolador y decadente a duras penas escondido tras la opulencia y el bienestar material.
Este crash cultural se caracteriza primero por una grave crisis intelectual, con una tiranía relativista que persigue y desprecia las verdades, los principios intelectuales y el discurso racional. De esto se deriva una profunda crisis moral que ha convertido a los occidentales en subjetivistas sin escrúpulos, seres que niegan explícitamente cualquier valor o principio moral que les obligue más allá de sus necesidades, impulsos y apetitos.
Escepticismo intelectual y relativismo moral. He aquí el cáncer de nuestras sociedades. Su metástasis se ha extendido, y ahora vemos las consecuencias. Si no se cree en la existencia de cosas verdaderas y cosas falsas, comportamientos buenos y comportamientos malos, la crisis cívica está servida: ¿para qué decir la verdad a los ciudadanos?, ¿para qué explicarla?, ¿para qué exigirla?, ¿para qué ser honrado si resulta contraproducente?, ¿por qué exigirlo?, ¿para qué ser responsable cuando viene mal?, ¿para qué exigirlo si no viene bien?
Nuestras sociedades son sociedades irresponsables. Los ciudadanos evitan hacerse cargo de sus decisiones hasta en el ámbito más personal, lo mismo que las empresas y las instituciones públicas. La sociedad occidental se comporta como un niño malcriado, incapaz de hacerse cargo de sus actos y de sus consecuencias. Exige que sean otros los que solucionen sus problemas y evita pensar en estos siempre que sea posible. Además, rechaza su propio pasado, su tradición y sus principios éticos e intelectuales. No hay sistema político o económico que aguante algo así, porque no hay sociedad sana que lo haga.
Una sociedad abandonada al relativismo y a la pereza intelectual y moral tenía que llegar a una crisis así. Prosperar trabajando duramente ha sido considerado una pérdida de tiempo. Cumplir la ley, si es posible saltársela, también. El esfuerzo, la honradez, la integridad y la ética del trabajo se consideran algo conservador y arcaico. El cálculo riguroso y referido a valores y principios, una muestra de intolerancia. La preocupación por las consecuencias y los actos propios, una pérdida de tiempo.
Razonando así, se erosionan todos los principios liberales y aún occidentales de nuestras sociedades. La inyección de millones de euros de unas instituciones huérfanas de liderazgo es en verdad la de toneladas de irresponsabilidad para sepultar un problema que no es de liquidez monetaria, sino de salud moral y cultural. Esta es la crisis que debe preocuparnos, porque además no se resolverá fácilmente, y traerá consigo otras manifestaciones en el futuro, tanto económicas como sociales, estratégicas o institucionales.
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