lunes, 3 de noviembre de 2008

¿ Derrumbe del liberalismo?.Óscar Elía

¿Derrumbe del liberalismo?

LA VERDADERA CRISIS
NO ES ECONÓMICA

POR ÓSCAR ELÍA
Época, semana del 24 al 30 de octubre

EL libre mercado es el mejor sistema económi­co de la historia; el régi­men constitucional-plu­ralista occidental, el me­jor régimen político posible. Ambos son preferibles, no por sus extraordinarios resultados -fá­cilmente constatables con só­lo compararlos con sus al­ternativas-, sino por una circunstancia más modes­ta, pero más importante: son los que mejor se adaptan a la naturale­za del hombre, ser ra­cional y libre aboca­do a elegir, a acertar, a equivocarse, a ca­erse, a levantarse y a volverse a caer. El li­beralismo no es nin­guna ganga. Es sim­plemente el más hu­mano de los regímenes posibles.

Es, además, un pe­queño milagro histórico, fruto de la depuración de ideas y valores propiamen­te occidentales. A la filoso­fía griega debe el liberalismo el ansia por un discurso racio­nal riguroso y ordenado; al dere­cho romano el respeto incondicio­nal a la ley v al derecho: al cristianismo el carácter sagrado del ser humano y de su conciencia. Actitudes, valores y principios claros, ro­tundos e inviolables, de los cuales surgen el liberalismo, la democra­cia y el parlamentarismo. Pero esta constatación tiene una consecuen­cia práctica: cuando estos presu­puestos intelectuales y morales se socavan, lo hace el régimen político que de ellos se deriva.

Hoy los economistas discuten las causas y las consecuencias de la crisis financiera. Pero si buscamos más allá, más que ante una crisis económica, el panorama presenta todos los síntomas de una fractura civilizacional que afecta a las so­ciedades occidentales en general y a las europeas en particular, y de la que esta crisis es la más aguda de sus manifestaciones. Nuestras so­ciedades muestran -en lo estratégi­co, educativo, cultural o artístico ­un aspecto desolador y decadente a duras penas escondido tras la opulencia y el bienestar material.

Este crash cultural se caracteri­za primero por una grave crisis in­telectual, con una tiranía relativis­ta que persigue y desprecia las ver­dades, los principios intelectuales y el discurso racional. De esto se deriva una profunda crisis moral que ha convertido a los occidenta­les en subjetivistas sin escrúpulos, seres que niegan explícitamente cualquier valor o principio moral que les obligue más allá de sus ne­cesidades, impulsos y apetitos.

Escepticismo intelectual y rela­tivismo moral. He aquí el cáncer de nuestras sociedades. Su metás­tasis se ha extendido, y ahora ve­mos las consecuencias. Si no se cree en la existencia de cosas ver­daderas y cosas falsas, comporta­mientos buenos y comportamien­tos malos, la crisis cívica está servi­da: ¿para qué decir la verdad a los ciudadanos?, ¿para qué explicar­la?, ¿para qué exigirla?, ¿para qué ser honrado si resulta contrapro­ducente?, ¿por qué exigirlo?, ¿para qué ser responsable cuando viene mal?, ¿para qué exigirlo si no viene bien?

Nuestras sociedades son sociedades irresponsables. Los ciudadanos evitan hacerse cargo de sus decisiones hasta en el ámbito más personal, lo mismo que las empresas y las instituciones públicas. La sociedad occidental se comporta como un niño malcriado, incapaz de hacerse cargo de sus actos y de sus consecuencias. Exige que sean otros los que solucionen sus problemas y evita pensar en estos siempre que sea posible. Además, rechaza su propio pasado, su tra­dición y sus principios éticos e in­telectuales. No hay sistema políti­co o económico que aguante algo así, porque no hay sociedad sana que lo haga.

Una sociedad abandonada al re­lativismo y a la pereza intelectual y moral tenía que llegar a una crisis así. Prosperar trabajando dura­mente ha sido considerado una pérdida de tiempo. Cumplir la ley, si es posible saltársela, también. El esfuerzo, la honradez, la integridad y la ética del trabajo se consideran algo conservador y arcaico. El cál­culo riguroso y referido a valores y principios, una muestra de intole­rancia. La preocupación por las consecuencias y los actos propios, una pérdida de tiempo.

Razonando así, se erosionan todos los principios liberales y aún occidentales de nuestras socieda­des. La inyección de millones de euros de unas instituciones huér­fanas de liderazgo es en verdad la de toneladas de irresponsabilidad para sepultar un problema que no es de liquidez monetaria, sino de salud moral y cultural. Esta es la crisis que debe preocuparnos, porque además no se resolverá fá­cilmente, y traerá consigo otras manifestaciones en el futuro, tanto económicas como sociales, estraté­gicas o institucionales.

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