martes, 25 de noviembre de 2008

Alzarse de hombros. José Jiménez Lozano (Diario de Ávila 23-11-2008)

José Jiménez Lozano, Premio Cervantes
Diario de Ávila 23 noviembre 2008


Alzarse de hombros

La verdad, y a la vez lo más triste y peligrosamente significativo es que el casi continuo desfile de noticias sobre trapisondas, frau­des, y hasta robos en toda regla, ya ni rozan la epidermis del gran pú­blico, y no todas las moralizantes voces que se oyen están salvo de la intención de sacar alguna tajada política, revistiéndose de Robin Hood justiciero.

Las gentes hace ya bastante tiempo que están al cabo de la ca­lle de que quien parte, reparte y se queda con la mejor parte, y de que los que están arriba disponen, y los demás miran. Así que, democráti­camente, ¡no faltaba más!, los re­presentantes del pueblo a todos los niveles no solo cuidan de sus es­peciales emolumentos, sino que incluso, han decretado para sí mis­mos un foro procesal especial, co­mo en los tiempos estamentales del Antiguo Régimen de antes de 1789, y, entre nosotros, de 1810, pa­ra el caso de un eventual asunto de procesamiento de ellos, y, ade­más, ya han nombrado a sus jue­ces. Pero aquí no pasa nada por es­ta marcha atrás en el tiempo, ni por otro desmán cualquiera.

En los discursos de venta de es­tos asuntos se dan mil maravillo­sas razones, e incluso se habla de la dignificación de los cargos u operación alquímica y espiritual, si las hay, de conversión de los di­neros en dignidad, y también de la muy curiosa moralidad de que un político bien remunerado queda al margen de toda veleidad de intro­ducir la mano de algún modo en el erario público. Argumentos, más bien, bovarísticos éstos que, si se dan la vuelta como a un calcetín, quieren decir a contrario que los simples mortales que no están ni van a estar dignificados por un su­culento sueldo, no tienen digni­dad, lo que haría, en todo ca­so, comprensible que, ya que no pueden meter la mano en bolsa alguna pública, por lo menos pudieran de­cidir un día no con­tribuir a llenarla. Para dignificarse, claro está, y mal­dito el que piense mal, como dice el escu­do de la Gran Bretaña.

Pero es que los ciudadanos no van a pensar mal de nada, ni sienten el menor atisbo de actitud crí­tica ante lo que sea. Les es igual ocho que 80, y en casi todos los aspectos, si se descuentan los deportivos, las vacaciones y algo más por el esti­lo. Todo está en mirar las cosas ba­o el ángulo positivo, para no crearse traumas.

Indro Montanelli recordaba con alguna frecuencia que nunca una democracia en Europa ha sido liquidada desde fuera, sino que se ha liquidado a sí misma, casi siem­pre por las mismas razones, de las que la mayor sin duda es la burla del Derecho y la dimisión de la au­toridad del Estado, pero entre las que tampoco ha es­tado ausente tampo­co esa otra ra­zón del autismo de la clase política y su deber de servicio con­vertido en patronazgo o apropiación de la cosa pública.

Lo verdaderamen­te serio, en todo caso, es que hay situacio­nes históricas en que ni la crítica tiene sentido.

Las gentes al­zan los hombros ante cualquier cosa, y allá. Pero no sería nada tranquilizador forzar las cosas hasta llegar ahí.

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