sábado, 20 de mayo de 2023

Lo que yo pienso de la guerra (León Tolstoi)

 

Lo que yo pienso de la guerra

Conde León Tolstoi

Editorial Maxtor. Valladolid 2019, pp. 48-51

 

 

El mal que aqueja á los hombres de nuestro

tiempo, proviene de que la mayoría están desprovistos

de lo único que sirve de gula razonable á la

actividad humana: la religión, no esa religión que

consiste en la fe en los dogmas, el sentimiento de

lo que procura una distracción agradable, consola.

dora, excitante, sino esa religión que establece las

relaciones del hombre con todo, con Dios, y que,

por lo mismo, da la dirección superior, general, de

toda la actividad humana, sin la cual los hombres

se colocan al nivel de los animales y aún más bajo

que éstos.

 

Semejante mal, que conduce a los hombres a su

pérdida inevitable, se manifiesta en nuestro tiempo

 con una fuerza particular, porque los hombres

de nuestra época, después de haber perdido

el guía razonable de la vida y empleado todos sus

esfuerzos en los descubrimientos y los perfeccionamientos

en el dominio de las ciencias aplicadas,

se han creado un enorme poder sobre

las fuerzas de la naturaleza, y no teniendo guía

para aplicar este poder de un modo razonable,

naturalmente, le ha empleado en la satisfacción de

sus necesidades más bajas, más groseras.

 

Y los hombres privados de religión que poseen

un enorme poder sobre las fuerzas de la naturaleza,

se asemejan a niños a los cuales se diera por juguete

nitroglicerina.

 

Si miramos el poder de que disfrutan los hombres

de nuestro tiempo y su manera de emplearle,

sentimos que por el grado de desarrollo moral, los

hombres no tienen derecho ni a gozar de los caminos

de hierro, del vapor, de la electricidad, del

teléfono, de la fotografía, del telégrafo sin hilos,

ni aun de aprovecharse del simple trabajo del

hierro y del acero, porque no emplean estas ventajas

sino en la satisfacción de sus deseos de

distracción, en el desorden, en la destrucción mutua.

 

¿Qué hacer, pues?

 

¿Rechazar todos los progresos de la ciencia,

todo el poder adquirido por la humanidad? ¿Olvidar

 cuanto se aprendiera?

 

Esto es imposible.

Por malo que sea el empleo que se haga de tales

adquisiciones de la inteligencia, son estas, no

obstante, adquisiciones de las cuales no se puede

el hombre olvidar.

 

¿Cambiar las uniones de pueblos, que se formaran

por los siglos, y establecer otras nuevas? ¿Difundir la

ciencia?

 

Todo esto ha sido ensayado y hecho con gran

celo. Todos estos mal !lamidos medios de mejora,

son la causa principal del olvido de sí mismo, de

la conciencia, de la perdida inevitable.

 

Las fronteras de los Estados cambian, las instituciones

cambian, las ciencias se difunden; pero

los hombres, en otras fronteras, con otras constituciones,

con una ciencia próspera, continúan siendo

los mismos brutos, siempre dispuestos á

despedazarse, ό los mismos esclavos que eran y

serán mientras los guie, no la conciencia religiosa

y la razón, sino las pasiones y las influencias extrañas.

 

El hombre no puede escoger; debe ser el esclavo

de otro esclavo más desvergonzado y más malo,

o el esclavo de Dios, porque el hombre no tiene

más que un medio de ser libre: que es unir a la de

Dios su voluntad.

 

Los hombres privados de religión, lοs que

niegan ésta, los que reconocen por religión esas

exteriores formas grotescas que la han reemplazado

, y que no se guían más que por sus pasiones,

por el miedo, por las leyes humanas, y principalmente

 por el hipnotismo mutuo, no pueden cesar

de ser brutos ό esclavos, y ningún esfuerzo exterior

puede sacarles de estado tal, porque sólo la religión

 hace al hombre libre.

 

Y la mayor parte de los hombres de nuestro

tiempo, están exentos de ella.

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