lunes, 22 de mayo de 2023

Gobernantes y elecciones (Hubert de Mirleau)

 

Es cierto que nuestros contemporáneos están inundados de información, hasta el punto de la indigestión. En teoría, pueden elegir entre los candidatos y sus programas, que se les presentan con todos los recursos de la publicidad como si fueran productos comerciales; pero para elegir, necesitan tener su propio criterio, sus propias preferencias, de acuerdo con una línea de conducta que ellos se ha dado a sí mismo. El "Conviértete en lo que eres" de los Antiguos presupone como requisito previo el "Conócete a ti mismo" y los Antiguos sabían que este autoconocimiento, esta búsqueda de sí mismo, no podía ejercerse al margen de cualquier pertenencia (a una ciudad, a un pueblo, a una raza o a una a un pueblo, a una raza o a una casta), que tantos modelos proporcionaba para la realización de su personalidad. Un eminente jurista ha dicho: "La forma es libertad", una expresión concisa que nuestros contemporáneos encontrarán paradójica, pero que transmite exactamente la misma idea. Con excepción de los que han alcanzado la liberación, todos los demás hombres necesitan referencias que guíen sus elecciones, para ejercer su libertad; y es precisamente en el momento en que su libertad en este sentido parece la más total, es cuando se pretende ¡”liberarlos" de todo sentimiento de pertenencia!

Resulta sorprendente e incluso angustioso constatar hasta qué punto la falsa idea de libre determinación del pueblo ha infectado el pensamiento de quienes se oponen a los errores de nuestro tiempo. En el curso de nuestra lectura, nos encontramos con frases de este tipo: "El pueblo, cuando no es manipulado por malos pastores, resulta ser buen juez”... En otras palabras, ¡su juicio es sano cuando es dictado por buenos pastores! O de nuevo: "Si dispone de la información necesaria, el pueblo es perfectamente competente para juzgar si está bien gobernado o no". Como si se tratara sólo de una cuestión de información. Es cierto que el pueblo está en condiciones de juzgar si su nivel de vida aumenta o disminuye, pero ¿se reducen las opciones políticas a las del ama de casa? Cuando se trata del honor o la grandeza del país ¿podemos imaginar al Jefe del Estado haciendo un balance prospectivo y el coste (incluso en vidas humanas) y los beneficios de una operación de prestigio? Por decirlo suavemente sería algo así "Evaluados escrupulosamente los riesgos militares cada ciudadano tiene una probabilidad del X% (siendo X mínima) de perder su vida o la de un miembro de su familia. Por otra parte la reputación del país aumentará un Y%  (siendo Y significativa) y los beneficios comerciales supondrán un aumento del Z% en nuestro comercio exterior. No, estos no son datos "objetivos", ni se supone que lo sean, ya que incluso hasta los hechos más concretos son susceptibles de valoración subjetiva, aunque sólo sea a través de la selección y presentación de estos hechos, no son estos datos los llevan la adhesión de las masas; sino, por el contrario, la capacidad de convencer, de arrastrar, y que tiene mucho más que ver con la seducción, con el carisma, que con el razonamiento.

La propia Iglesia, cuando todavía era una fuerza conservadora, no pudo o no quiso evitar la trampa. Así, el Papa Pío XII, al final de la guerra, dirigió un mensaje al mundo en estos términos “Cuando se pide "más y mejor democracia", esta exigencia no puede tener otro significado que poner al ciudadano cada vez más en condiciones de tener su propia opinión personal y de expresarla y darla a conocer de manera que corresponda al bien común.". Aquí encontramos los mismos errores que antes. O de nuevo: "Sólo la clara inteligencia de los fines asignados por Dios a toda sociedad humana, junto con un profundo sentido de los sublimes deberes de la vida social puede poner a aquellos a quienes se ha confiado el poder en condiciones de cumplir con sus propias obligaciones en el orden legislativo, judicial o ejecutivo con esa conciencia de su propia responsabilidad, con esta objetividad, con esta imparcialidad, , con esta lealtad, con esa generosidad , con esa incorruptibilidad sin las cuales el gobierno democrático llegaría difícilmente a  ganarse el respeto, la confianza y el apoyo de la mejor parte del pueblo.” El Santo Padre pinta un cuadro del verdadero hombre de élite, como el que hemos encontrado a lo largo de nuestra exposición; pero pretender que este tipo humano puede proceder naturalmente del pueblo mediante una papeleta electoral se contradice tanto por la experiencia como por el sentido común. Se trata, de hecho, de un tipo humano completamente opuesto al que el régimen democrático empuja a la cima. Es cierto que el Santo Padre añade un poco más adelante: "Los pueblos cuyo temperamento espiritual y moral es suficientemente sano y fecundo encuentran en sí mismos y pueden dar al mundo los heraldos e instrumentos de la democracia, que viven en estas disposiciones y saben ponerlas en práctica. Por el contrario, allí donde faltan estos hombres, otros vienen a ocupar su lugar para hacer de la actividad política el campo de su ambición, una carrera de ganancias para sí para sí mismos, para su casta 1 o para su clase, y es así como la persecución de intereses particulares lleva a perder de vista y pone en peligro el verdadero bien común.” En otras palabras, el Papa cuenta con la influencia de la religión para hacer mejores a los hombres; pero aquí repite el error histórico de sus predecesores, que creyeron poder contrarrestar, mediante la sola doctrina difundida en el seno del pueblo por la casta sacerdotal (cuyo horizonte se limita al campo de la religión, a la especulación eventualmente iluminada por el misticismo),

1. Casta se entiende aquí obviamente en el sentido de mafia

la eliminación de la casta soberana apoyada por la aristocracia, eliminación a la que tanto había contribuido la Iglesia al limitar el poder temporal al dominio secular. Este fue un error fatal por parte de la Iglesia, pues sólo los representantes de las castas superiores, hombres íntimamente poseedores de la Esencia, podían, en palabras del Santo Padre, "(constituir) una élite de hombres espiritualmente eminentes y de carácter firme que se consideran a sí mismos como los representantes de todo el pueblo y no como los  representantes de una muchedumbre a  los intereses a los cuales se sacrifican, por desgracia, las verdaderas necesidades y exigencias del bien común (...) una élite de hombres (...) que, en toda circunstancia, permanecen coherentes consigo mismos (...) sobre todo hombres que, por la autoridad de su conciencia pura, e irradiando ampliamente a su alrededor, sean capaces de ser guías y líderes.”

Es ayudando a reconstituir el tándem de Otón III y Silvestre II como la Iglesia pudo desempeñar un papel constructivo, aportando un papel constructivo, aportando un elemento de concordia, incitando a los individuos a trascender su egoísmo y reconocer una dimensión trascendental.

 

HUBERT DE MIRLEAU

LA DÉMOCRATIE EST-ELLE UNE FATALITÉ?

ED PARDÉS 1991

 

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