Titus Burckhardt
Alquimia
Plaza Y Janés S.A., Editores. Barcelona 1975 pp. 153-173
LA NATURALEZA PUEDE DOMINAR A LA NATURALEZA
En el mundo de las formas, la obra de la naturaleza consiste en una ininterrumpida sucesión de disoluciones y cristalizaciones, o destrucciones y construcciones, de manera que la disolución de un todo ya formado es, en realidad, el primer paso para la nueva conjunción de una forma con su materia. La Naturaleza actúa como Penélope, que destejía por la noche el vestido nupcial que tejiera durante el día, a fin de mantener alejados a sus indignos pretendientes.
Así procede el alquimista: según el lema solve et coagula, disuelve las concreciones imperfectas del alma, las reduce a su materia y las hace cristalizar de nuevo en una forma más noble. Pero sólo puede realizar esta obra si actúa en armonía con la Naturaleza, sirviéndose de una «vibración» espiritual que se genera durante la obra y que enlaza el reino humano con el cósmico. Entonces la Naturaleza acude espontáneamente en ayuda del Arte, según reza el proverbio alquímico: «La continuación de la obra place mucho a la Naturaleza» (operis processio multum naturae placet).
Las dos fases de la Naturaleza, la disolución y la cristalización, que, consideradas superficialmente, parecen excluirse entre sí, en realidad se compenetran y complementan y, en cierto modo, pueden asociarse con los dos polos de esencia y materia, que, sin embargo, no se manifiestan en la Naturaleza como una simple contraposición de actividad y pasividad, sino que aparecen mezclados. En la Naturaleza, el azufre alquímico representa el polo activo, y el mercurio, el polo pasivo. El azufre es relativamente activo; es lo que da la forma. El mercurio representa la materia pasiva, por lo que está directamente ligado a la Naturaleza en sí y a su esencia femenina. Puesto que el azufre representa el polo esencial en su refracción o ropaje natural, puede ser definido como pasivamente activo, mientras que el mercurio, por el carácter dinámico de la Naturaleza, puede ser considerado activamente pasivo; la mutua relación de ambas fuerzas primordiales es, pues, similar a la del hombre y la mujer en la unión sexual.
La mejor ilustración de la interrelación del azufre y el mercurio es el signo chino de Yin- Yiang, con el polo negro en el remolino blanco y el polo blanco en el remolino negro, para indicar que en lo activo está presente lo pasivo, y viceversa, del mismo modo que el hombre contiene la naturaleza de la mujer, y ésta, la del hombre 60:
En el alma, el azufre es lo que denota el ser o el espíritu, mientras que el mercurio representa, en cierto modo, el alma misma en su papel receptivo y pasivo. Según Muhyi-d-Dîn Ibn 'Arabî, que recoge siempre los significados más sublimes, el azufre corresponde al «mandato divino», es decir, al fíat lux mediante el cual el caos se convierte en cosmos, en tanto que el mercurio, su oponente pasivo, representa a la Naturaleza universal 61. Si bien dentro del campo en el que opera la alquimia ambas causas se presentan como fuerzas más o menos relativas, bueno será no perder de vista sus motivos finales, pues sólo así se entiende, por ejemplo, en qué aspecto representa el azufre la voluntad espiritual, y el mercurio, en cambio, la facultad «plástica» del alma. En primer lugar, y ateniéndonos a su significado psicológico general, la voluntad espiritual parte de un ideal y a él trata de amoldar el alma; pero en la esencia original de su
60 Lo cual no tiene sólo un significado psicológico, sino también, y principalmente, ontológico.
61 Futûhàt al-Mekkiyah.
ser, que sólo en el marco de un arte espiritual tradicional puede descubrirse, es un impulso espiritual que parte del centro del ser, un acto espiritual que desborda el pensamiento y que en el plano psíquico actúa de dos maneras: profundizando y ensanchando la «sensación del ser» y clarificando y consolidando el contenido esencial de la conciencia. Por tanto, la capacidad «plástica» del alma que responde al acto original del espíritu no es sólo la imaginación pasiva que capta y desarrolla formas, sino una potencia del alma que va trascendiendo gradualmente de los límites del individualismo ligado al cuerpo.
El azufre, la fuerza de origen masculino, y el mercurio, la fuerza de origen femenina, pugnan por completar su arquetipo único y eterno, y ésta es al mismo tiempo la razón de su antagonismo y de su mutua atracción, del mismo modo que las naturalezas masculina y femenina buscan la plenitud de la condición humana y, por tanto, se repelen y se atraen a la vez. Por medio de su unión corporal, ambos tratan de reproducir la imagen de su eterno arquetipo común. Esto es el matrimonio del hombre y la mujer, del azufre y el mercurio, del espíritu y el alma.
En el reino mineral, de la perfecta unión de ambas causas procreadoras nace el oro. Éste es el único y verdadero objetivo de la generación metalúrgica; cualquier otro metal es sólo un aborto, un oro fallido, y la obra alquímica así considerada no es más que una ayuda en el alumbramiento, una ayuda que el Arte presta a la Naturaleza para que ésta pueda terminar el fruto cuya maduración fue impedida por determinadas circunstancias temporales62. En esto pueden descubrirse dos significados: uno, mineral, y otro, microcósmico. Muhyi-d-Din Ibn 'Arabi define al oro como símbolo del estado de inocencia original del alma (al-fitrah), la forma bajo la cual se creó el alma humana al principio; según el concepto islámico, el alma de los niños se aproxima inconscientemente a este estado adánico, hasta que los errores que les inculcan los adultos los alejan nuevamente de él 63. A este estado de inocencia pertenece el equilibrio interior de las fuerzas, que se manifiesta en la consistencia del oro. Según un concepto cosmológico muy extendido, citado ya por Aristóteles, la Naturaleza está representada por cuatro propiedades, que se manifiestan en el campo físico como frío, calor, humedad y sequedad. El calor y la sequedad corresponden al azufre, y el frío y la humedad, al mercurio. Por tanto, las dos primeras propiedades tienen carácter masculino, eminentemente activo, mientras que las dos últimas, por el contrario, son de signo femenino y pasivo. Esto se comprende mejor si se equipara el calor con la expansión; el frío, con la contracción; la humedad, con la disolución, y la sequedad, con la coagulación.
El calor o fuerza expansiva del azufre provoca el crecimiento de una forma y acción de la Naturaleza que está íntimamente ligada a la vida. La sequedad del azufre «fija» la forma en el plano de su materia, por lo cual, de manera pasiva y ligada a la materia, imita la inmutabilidad de su arquetipo; la fuerza expansiva del azufre es, digamos, el aspecto dinámico – y, por tanto,
relativamente pasivo –del acto esencial, y la fijación es el aspecto invertido o inferior de la consistencia del ser (el acto puro es inmóvil y la verdadera esencia, activa). El frío, o fuerza astringente del mercurio, complementa la acción fijadora del azufre al abarcar y sostener exteriormente las formas como una matriz cósmica64. Pero el carácter húmedo y disolvente del mercurio representa la ductilidad femenina, que, como el agua, puede adquirir todas las formas sin que se altere por ello esencialmente.
Las cuatro propiedades naturales o maneras de operar asociadas, respectivamente, con el azufre y el mercurio, pueden, según el ciclo de las cristalizaciones y disoluciones, alearse diversamente entre sí. Sólo se produce la generación cuando las propiedades del azufre y las del mercurio se compenetran en forma mutua. Si la sequedad del azufre se une exclusivamente al frío del mercurio, de manera que la fijación y la contracción se acumulen sin que el calor expansivo del
62 Los últimos descubrimientos sobre la fisión del átomo parecen confirmar que los metales cualitativamente más bajos son también los más blandos y porosos y, por consiguiente, los que se desintegran con mayor facilidad; el uranio equivale al plomo.
63 No debe confundirse esta doctrina con la opinión de J.J.Rousseau, según la cual, el hombre es esencialmente bueno; la inconsciente repetición del estado original en el niño no excluye las predisposiciones negativas ni las taras hereditarias.
64 Sobre la fuerza astringente del mercurio, véase: René Guénon, La Grande Triade, Ed. de la Revue de la Table Ronde, París, 1946; cap. «Soufre, Mercure et Sel».
azufre y la humedad resolutiva del mercurio neutralicen la combinación, se produce una congelación de todo el organismo psíquico o corporal; en el plano vital es la congelación de la vejez, y en el de la ética, la codicia; de modo más general y profundo a la vez, es la limitación de la conciencia individual a sí misma, el estado de muerte del alma que no ha conservado su receptividad ni su vitalidad originales para con el espíritu ni para con el mundo de los sentidos. Por el contrario, una asociación exclusiva de las propiedades calor-humedad, o expansión-disolución, determina la volatilización de las fuerzas; equivale al estado de la pasión disolvente, el vicio y la dispersión del espíritu. Es significativo que ambos desequilibrios acostumbren revelarse al mismo tiempo. Y es que uno engendra al otro: la congelación de las potencias del alma conduce a la dispersión, y el fuego de una pasión desenfrenada causa la muerte interior; el alma que es avara consigo misma y se cierra al espíritu será arrastrada por el torbellino de impresiones disolventes. El equilibrio creador se consigue cuando la fuerza expansiva del azufre y la fuerza astringente del mercurio mantienen la balanza en el fiel, al tiempo que la fuerza fijadora del elemento masculino enlaza fructíferamente con la facultad resolutiva del femenino. Éste es el verdadero «matrimonio» de ambos polos, representado por diferentes signos, entre otros, el de los dos triángulos entrelazados del sello salomónico Y, es decir, el mismo signo que representa la síntesis de los cuatro elementos. Las aplicaciones de la ley descrita son, en realidad, ilimitadas; aquí citaremos sólo algunas consecuencias psicológicas y vitales; señalemos también, de paso, que la medicina tradicional se funda en los mismos principios, y en ella los cuatro elementos representan los cuatro humores vitales.65
El alma, en la plenitud que alcanza gracias a la obra hermética, es dominada por las dos fuerzas primordiales del azufre y el mercurio, que, en el estado «caótico» del alma que aún no ha despertado, se encuentran en estado latente, como el fuego en el pedernal y el agua en el hielo. Al despertar, se manifiestan en primer lugar a su oponente con una fuerte tensión, tensión que las hace crecer una en dirección a la otra y, a medida que van liberándose, se compenetran, ya que están predestinadas la una para la otra, como el hombre y la mujer. A estas dos etapas de su desarrollo se refieren las dos primeras frases de la fórmula hermética: «La Naturaleza se recrea en la Naturaleza; la Naturaleza contiene a la Naturaleza y la Naturaleza puede dominar a la Naturaleza.» La última frase significa que ambas fuerzas, después de crecer hasta el punto de que una puede envolver a la otra, se unen en un plano superior, de manera que su antagonismo, que antes había ligado al alma, se convierte en una fructífera reciprocidad mediante la cual el alma puede alcanzar pleno poder sobre el mundo de las formas y corrientes psíquicas. De este modo, la Naturaleza, como fuerza liberadora, domina a la Naturaleza como tiranía y opresión.
Si se representa simbólicamente la inmutable acción divina que ordena el mundo en forma de un eje estático y vertical, el «curso» de Naturaleza es entonces una espiral que se enrosca en torno a aquel eje, de manera que con cada vuelta realiza una etapa o un plano de la existencia. Es el símbolo antiquísimo de la serpiente o el dragón que se enrosca en torno al eje o al árbol del Universo.66
Casi todos los símbolos de la Naturaleza se basan en la espiral o en el círculo. El ritmo de ese constante «arrollar» y «desarrollar» de la Naturaleza, el del solvet et coagula alquímico, se representa por medio de la doble espiral, esquema que aparece asimismo en los dibujos zoomorfos de la shakti. Con esto se relaciona también la figura de las dos serpientes o los dos dragones que se enroscan en direcciones opuestas en torno a una vara y que representan las dos fases antagónicas de la Naturaleza o las dos fuerzas primordiales67. Éste es el legado ancestral de las imágenes de la Naturaleza en el que se han inspirado, además de la alquimia, ciertas tradiciones orientales, en especial, la tántrica.
Digamos, de paso, que el empleo de la serpiente o del dragón para representar una fuerza cósmica se halla extendido por toda la Tierra, aunque de modo especial designa aquellas artes tradicionales que, como la alquimia, se refieren al mundo anímico; un reptil avanza sin patas y
65 El aire representa el componente roio de la sangre; el fuego, la bilis; el agua, la mucosidad, y la tierra, la atrabilis. Los cuatro humores están contenidos en la sangre.
66 Véase René Guénon, Le Symbolisme de la Croix.
67 Véase René Guénon, op. cit.
mediante un movimiento acompasado de todo su cuerpo, de manera que representa la materialización de una vibración espiritual; además, su esencia es al mismo tiempo ígnea y fría, consciente y elemental. Esta similitud es auténtica, y la mayor parte de las antiguas civilizaciones, si no todas, han considerado a la serpiente como portadora de poderes psíquicos o espirituales; no hay más que recordar a la serpiente guardiana de las tumbas en la Antigüedad oriental e incluso en la occidental.
Las siete «Shakras» o centros de fuerza en el cuerpo del hombre, con las dos corrientes de fuerza,«Ida» y «Pingala», que circulan en torno al eje central. Representación tántrica según la obra de Arthur Avalon «The Serpent Power». El dibujo, en forma de hoja, del cráneo, representa la «Shakra» suprema, «el loto de los mil pétalos».
En el llamado laya-yoga, que pertenece a los métodos tántricos y cuyo nombre significa la unión (yoga) que se alcanza mediante la solución (laya), se compara el desarrollo de la shakti dentro del microcosmos humano con el despertar de una serpiente (Kundalini) que hasta entonces había dormido enroscada en el centro espiritual llamado Mûlâdhâra; según cierta relación entre el orden espiritual y el corporal, este centro se sitúa en el extremo inferior de la columna vertebral. Con ciertos ejercicios de concentración espiritual se consigue despertar a Kundalini, que empieza a subir en torno al eje espiritual del hombre, desarrollando estados de conciencia cada vez más elevados y más amplios hasta que, finalmente, al alcanzar su plenitud, lo restituye al espíritu eterno68. En este esquema, que no debe interpretarse literalmente, sino como una descripción simbólica, aunque consecuente, de procesos internos, se reconoce la imagen de la Naturaleza, o de la shakti, que gira en torno al eje del mundo. El que la fuerza que se desarrolla proceda de «abajo» se debe a que la potencia, igual que la materia prima en su aspecto pasivo, constituye el «fundamento» del cosmos y no su «cima».
También en la tradición hermética se representa a la Naturaleza universal en estado latente en forma de un reptil enroscado: es el dragón de Uroboro, que se muerde la cola.
Por el contrario, la Naturaleza activa se representa con las dos serpientes o dragones, que, como puede verse en la figura de la varilla de Hermes, o caduceo, se enroscan en direcciones opuestas en torno a un eje: el eje del mundo o el eje del hombre. Esta duplicación de las serpientes
68 Véase Arthur Avalon, The Serpent Power, Madrás, 1931.
primitivas tiene también su contrapartida en el laya-yoga, pues Kundalinî se divide, a su vez, en dos fuerzas espirituales, Ida y Pingala, que se enroscan en sentidos opuestos en torno al Merudanda, la «prolongación» del eje del mundo, a escala microcósmica.
En la figura de arriba, escindida en dos, la shakti se representa al principio de la obra espiritual, y Kundalinî despierta de su sueño y empieza a enderezarse sólo mediante la activación alternativa de ambas fuerzas por efecto de una concentración que descansa en la respiración. Cuando Kundalinî alcanza el umbral más alto de la conciencia individual, ambas fuerzas antagónicas se diluyen en ella.
Para la alquimia, las dos fuerzas representadas por las serpientes o los dragones son el azufre y el mercurio. Su modelo a escala macrocósmica son las dos espirales, ascendente la una y descendente la otra, que describen la trayectoria solar y están polarizadas, respectivamente, en el solsticio de invierno y en el solsticio de verano69. Es evidente la relación entre el simbolismo tántrico y el hermético: de las dos fuerzas, Pingala e Ida, que se entrelazan en torno a Merudanda, la primera recibe los atributos de seca y caliente, está señalada por el color rojo y, como el azufre alquímico, se equipara con el Sol, mientras que la segunda, Ida, como el mercurio, se considera fría y húmeda y, por su palidez plateada, armoniza con la Luna.
69 Véase Julius Schwabe, op. cit.
Nicolás Flamel, en su obra De las figuras jeroglíficas, escribe acerca de la mutua relación que existe entre el azufre y el mercurio: «...Se trata de las dos serpientes enroscadas en torno al caduceo, la vara de Mercurio, por medio de las cuales ejerce él su gran poder y se transforma según su deseo. »El que mate a una –dice Haly–70, mata también a la otra, pues cada una de ellas sólo puede morir con su hermana (mediante la muerte, ambas pasan a otro estado)... Una vez metidas ambas en el recipiente de la tumba (es decir, en el recipiente interior “herméticamente cerrado"), empiezan a morderse de una manera terrible y, por su gran veneno y su furor delirante, desde el momento en que se acometen ya no se sueltan –a no ser que el frío las inmovilice–, hasta que, por su violenta ponzoña y sus mortales heridas, quedan bañadas en sangre (porque, mientras la Naturaleza se encuentra aún "indómita", el antagonismo de ambas fuerzas se manifiesta de manera destructiva y "venenosa"), se matan mutuamente y se ahogan en su propio veneno, al que, después de muertas, convertirán en agua viva y consistente (al unirse en un plano más elevado), una vez hayan perdido su primitiva forma natural mediante la descomposición y putrefacción, para tomar una forma nueva, única, más noble y mejor...»71
Este símil completa la leyenda hermética de la vara de Hermes: Hermes, o Mercurio, golpeó con su vara a dos serpientes que se peleaban, y éstas, amansadas, se enroscaron en torno a la vara y le otorgaron el teúrgico poder de «ligar» y «disolver». Esto representa la conversión del caos en el cosmos, de la discordia en la concordia, por efecto de un acto espiritual que separa y une a la vez.
70 Probablemente, el nombre árabe 'Alî.
71 Lo amorfo es lo contrario de lo «ultraforme», lo que está más allá de la forma. Esto no carece de forma, la posee esencialmente, aunque sin estar limitado por ella. Por tanto, el puro espíritu sólo puede realizarse a través de la forma perfecta.
En la tradición judía hallamos el equivalente de la vara de Hermes, así como del símbolohindú del Brahma-danda72, en el cayado de Moisés que se convierte en serpiente. En la mística islámica, el cayado de Moisés que, «por mandato de Dios», se convirtió en serpiente y luego, cuando Moisés lo tomó, volvió a transformarse en cayado, se compara con el alma dominada por las pasiones (nafs) que, por influjo del Espíritu divino, puede convertirse en una fuerza milagrosa. Y como encierra un poder espiritual, el cayado de Moisés convertido en serpiente puede vencer a las serpientes creadas por los hechiceros egipcios, que sólo poseen una fuerza mágica, o sea, psíquica; porque el espíritu vence a la psiquis73. Esta exégesis de la historia del cayado de Moisés, que se relata en el Corán, recuerda la diferenciación hindú entre Vidya-Maya, la Naturaleza universal en su aspecto «luminoso», y Avidya-Maya, la Naturaleza universal como poder del engaño. Y en esta diferenciación se halla también el significado más profundo del adagio hermético: «La Naturaleza puede dominar a la Naturaleza.» Observada desde el punto de vista alquímico, la conversión del cayado de Moisés en serpiente y su posterior reconversión representa el solve et coagula de la obra mayor.
El arte medieval de Occidente conocía una representación de la vara de Hermes que recuerda el símil de Flamel. La figura de las dos serpientes o los dos dragones que se enroscan y se muerden mutuamente estaba ya muy difundida en el arte antiguo irlandés y anglosajón. En la imaginería románica aparece con tanta frecuencia y desempeña un papel tan destacado en la ornamentación de las construcciones sagradas74, que uno se siente inclinado a ver en ello algo así como la «firma» de ciertas escuelas cristiano-herméticas.
72 Véase René Guénon, op. cit.
73 Véase traducción, del autor, de Fusûs al-Hikam, capítulo sobre Moisés.
74 Este motivo aparece en casi todas las iglesias románicas.
Por cierto que el mismo motivo se asocia también al símbolo del nudo cuyo significado cosmológico radica en que las dos cuerdas anudadas se unen tanto más estrechamente cuanto más se tira de ellas para separarlas, lo cual, entre otras cosas, sugiere también la mutua neutralización de las fuerzas en el estado de «caos».75
A veces, uno de los dos reptiles que representan el azufre y el mercurio es alado, y el otro,áptero; o en lugar de dos reptiles, luchan entre sí un león y un dragón. La ausencia de las alas sugiere siempre el carácter «sólido» del azufre, mientras que el animal alado, ya sea dragón, grifo o águila, representa al «volátil» mercurio76. El león que vence al dragón equivale al azufre que cristaliza, «fija» el mercurio; un león alado o un grifo leonino pueden representar la unión de ambas
75 De aquí el papel que desempeña el nudo en la magia.
76 Véase Senior Zadith, Turba Philosophorum; Bibl. des Phil. Chim.
fuerzas y tienen el mismo significado que la imagen del andrógino, en el que se unen ambos sexos.
Finalmente, el dragón puede representar por sí solo todas las etapas de la obra, según aparezca: con patas, con aletas, con alas o sin ninguno de estos apéndices; puede habitar en el agua, en la tierra o en el aire y, en forma de salamandra, incluso en el fuego. El símbolo alquímico del dragón se aproxima, pues, al símbolo oriental del dragón del Universo, que vive primero en el agua en forma de pez, para elevarse luego al cielo como animal alado. Recuerda también el mito azteca de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada que se mueve, sucesivamente, bajo tierra, en la superficie y en el aire.
Exponemos todas estas afinidades para demostrar que en la alquimia, se refleja, dentro de ciertos límites, una sabiduría cosmológica de alcance universal
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