martes, 6 de septiembre de 2022

LA FILOSOFÍA DEL ARTE CRISTIANO Y ORIENTAL, O LA VERDADERA FILOSOFÍA DEL ARTE LA FILOSOFÍA (ANANDA K. COOMARASWAMY)

LA VERDADERA FILOSOFÍA DEL ARTE CRISTIANO Y ORIENTAL

 ANANDA K. COOMARASWAMY 

CAP II

  LA FILOSOFÍA DEL ARTE CRISTIANO Y ORIENTAL, O LA VERDADERA FILOSOFÍA DEL ARTE

                                                                      I

 He llamado a esta conferencia la filosofía del arte «cristiano y oriental» porque vamos a considerar una doctrina católica o universal, con la que las filosofías del arte humanistas no pueden compararse ni reconciliarse, sino sólo contrastarse; y filosofía «verdadera» tanto por su autoridad como por su consistencia. No estará fuera de lugar decir que creo en lo que voy a exponer: pues el estudio de cualquier tema sólo puede vivir en la medida en que el estudioso mismo se sostiene o cae con la vida del tema estudiado; la interdependencia entre la fe y la comprensión se aplica tanto a la teoría del arte como a cualquier otra doctrina. En el texto que sigue no voy a hacer distinciones entre cristiano y oriental, ni voy a citar autoridades por capítulo y versículo: he hecho esto en otras partes, y no temo que nadie imagine que estoy exponiendo puntos de vista que considero como míos propios, excepto en el sentido de que los he hecho míos propios. Lo que intentaré explicar no es el punto de vista personal de nadie, sino la doctrina del arte que es intrínseca a la Philosophia Perennis y que puede reconocerse dondequiera que no se haya olvidado que la «cultura» se origina en el trabajo y no en el juego. Si uso el lenguaje del escolasticismo más bien que un vocabulario sánscrito, esto se debe a que estoy hablando en inglés, y debo usar el tipo de inglés en el que las ideas puedan expresarse con claridad.

 La actividad del hombre consiste en un hacer o en un obrar. Estos dos aspectos de la vida activa dependen para su corrección de la vida contemplativa. La hechura de cosas es gobernada por el arte, el obrado de cosas es gobernado por la prudencia . Se hace una distinción absoluta entre el arte y la prudencia por razones de comprensión lógica ; pero al mismo tiempo que hacemos esta distinción, no debemos olvidar que el hombre es un todo, y que no puede justificarse como tal meramente por lo que hace; el artista trabaja «por arte y voluntariamente» . Aun suponiendo que evite el pecado artístico, todavía es esencial para él como hombre haber tenido una voluntad recta, y haber evitado así el pecado moral . No podemos absolver al artista de esta responsabilidad moral haciéndola recaer en el patrón, excepto en el caso de que el artista sea obligado de alguna manera; pues, normalmente, o el artista es su propio patrón y decide lo que ha de hacerse, o consiente formal y libremente a la voluntad del patrón, que deviene la suya propia tan pronto como se acepta el encargo, después de lo cual el artista es el único a quien concierne el bien de la obra que ha de hacerse ; si algún otro motivo le afecta en su trabajo, deja de tener un lugar propio en el orden social. La manufactura se hace con miras a su uso, y no por provecho. El artista no es un tipo especial de hombre, sino que todo hombre que no es un artista en algún campo, todo hombre sin una vocación, es un haragán. El tipo de artista que un hombre debe ser —carpintero, pintor, hombre de leyes, agricultor, o sacerdote— está determinado por su propia naturaleza, en otras palabras, por su nacimiento. El único hombre que tiene derecho a abstenerse de toda actividad constructiva es el monje, que también ha renunciado a todos esos usos que dependen de las cosas que se pueden hacer y que ya no es un miembro de la sociedad. Ningún hombre que no es un artista tiene derecho a un estatuto social.

 Así pues, debemos dirigirnos primero al problema del uso del arte y de la dignidad del artista en una sociedad seria. Este uso es en general el bien del hombre, el bien de la sociedad y, en particular, el bien ocasional de un requerimiento individual: Todas estos bienes corresponden a los deseos de los hombres: de manera que lo que se hace efectivamente en una sociedad dada es una clave para comprender qué concepción del propósito de la vida rige en esa sociedad, sociedad que, en este sentido puede ser juzgada por sus obras, y mejor que de cualquier otra manera. No puede caber ninguna duda acerca del propósito del arte en una sociedad tradicional: cuando se ha decidido que debe hacerse tal o cual cosa, sólo por arte puede hacerse correctamente. No puede haber ningún buen uso sin arte : es decir, no puede haber ningún buen uso si las cosas no están hechas correctamente. El artista está produciendo una utilidad, algo para ser usado. Desde este punto de vista, el mero placer no es un uso. Puede darse una ilustración de ello en nuestro gusto por el mueblario shaker u otro mueblario sencillo, o por los bronces chinos u otras artes abstractas de origen exótico, que no son alimentos sino delicadezas para nuestro paladar. Nuestra apreciación «estética», esencialmente sentimental, porque «sentimental» es justamente lo que significa la palabra «estética», es decir, un tipo de sensación más bien que una comprensión, tiene poco o nada que ver con su razón de ser. Si satisfacen nuestro gusto y están de moda, esto sólo significa que nosotros estamos sobrealimentados de otros alimentos, no que nosotros somos como aquellos que hicieron estas cosas y que hicieron «buen uso» de ellas. «Disfrutar» de lo que no corresponde a ninguna necesidad vital nuestra y que no hemos verificado en nuestra propia vida sólo puede considerarse como un capricho consentido. Es un abuso convertir en adornos para la repisa los artefactos de lo que nosotros llamamos pueblos incivilizados o supersticiosos, cuya cultura, que nuestro contacto ha destruido, consideramos muy inferior a la nuestra: por muy ignorante que fuera, la actitud de los que solían calificar estas cosas de «abominaciones» y de «detestables caprichos de los paganos», era mucho más sana. Lo mismo ocurre si leemos las escrituras de cualquier tradición, o a autores tales como Dante o Ashvaghosha que nos dicen francamente que escribieron con fines distintos de los meramente «estéticos»; o si escuchamos música sacrificial sólo por escucharla. Únicamente a través de nuestro uso comprensivo de estas cosas tenemos derecho a ser complacidos por ellas. Nosotros ya tenemos suficientes bienes propios «perceptibles por los sentidos»: si la naturaleza de nuestra civilización es tal que falta una suficiencia de «bienes inteligibles», haremos mejor reformándonos a nosotros mismos que desviando los bienes inteligibles de los demás hacia la multiplicación de nuestras propias satisfacciones estéticas. 

En la filosofía que estamos considerando, sólo se reconocen humanas las vidas contemplativa y activa. La vida de placer sólo, la vida cuyo fin es el placer, es subhumana; todos los animales «saben lo que les agrada», y lo buscan. Esto no significa excluir de la vida el placer como si el placer fuera malo en sí mismo; significa la exclusión de la búsqueda del placer entendido como una «diversión», y aparte de «la vida». Es en la vida misma, en la «operación correcta», donde el placer surge naturalmente, y de este mismo placer se dice que «perfecciona la operación» . Esto es igualmente válido en el caso de los placeres del uso o de la comprensión del uso. 

Apenas necesitamos decir que desde el punto de vista tradicional difícilmente podría encontrarse una condena más rigurosa del presente orden social que el hecho de que el hombre que trabaja ya no hace lo que más ama, sino más bien aquello a lo que está obligado, así como la creencia general de que un hombre sólo puede ser realmente feliz cuando «se evade» y se divierte. Pues aún en el caso de que por «felicidad» entendamos el disfrute de «las cosas más elevadas de la vida», es un cruel error pretender que esto puede hacerse en el ocio si no se ha hecho en el trabajo. Pues «el hombre dedicado a su vocación encuentra la perfección... El hombre cuya oración y alabanza a Dios están en la hechura de su trabajo propio se perfecciona a sí mismo» . Este es el medio de vida que nuestra civilización niega a la inmensa mayoría de los hombres, y en este aspecto es notablemente inferior a las sociedades más primitivas o salvajes con las que pueda compararse.

 La manufactura, la práctica de un arte, es, así, no sólo la producción de utilidades, sino también, y en el sentido más alto posible, la educación de los hombres. La manufactura no puede ser nunca, excepto para el sentimental que vive para el placer, un «arte por el arte», es decir, una producción de objetos «finos» o inútiles sólo para que podamos deleitarnos con «colores y sonidos finos»; tampoco podemos hablar de nuestro arte tradicional como un arte «decorativo», pues considerar la decoración como su esencia sería lo mismo que considerar la sombrerería como la esencia del vestido, o la tapicería como la esencia del mobiliario. En su mayor parte, nuestro jactancioso «amor al arte» no es nada más que el goce de sensaciones confortables. Es mejor ser un artista que dedicarse a «amar el arte»; al igual que es mejor ser un botánico que dedicarse a «amar los pinos». 

En nuestra visión tradicional del arte, en el arte folklórico o del pueblo, en el arte cristiano y oriental, no hay ninguna distinción esencial entre un arte fino e inútil y una artesanía utilitaria . En principio no hay ninguna distinción entre el orador y el carpintero , sino sólo una distinción entre cosas hechas bien y verdaderamente y cosas que no están hechas así, y entre lo que es bello y lo que es feo en los términos de la formalidad y la informalidad. Pero —se podría objetar— ¿no sirven algunas cosas a los usos del espíritu o el intelecto, y otras a los del cuerpo? ¿no es más noble una sinfonía que una bomba, un icono que un hornillo? Primero de todo, guardémonos de confundir el arte con la ética. «Noble» es un valor ético, e incumbe a la censura previa lo que debe o no debe hacerse. El juicio de las obras de arte desde este punto de vista no es meramente legítimo, sino esencial para una vida buena y el bien de la humanidad. Pero no es un juicio de la obra de arte como tal. La bomba, por ejemplo, sólo es mala como una obra de arte si no llega a destruir y a matar en la medida exigida. La distinción entre pecado artístico y pecado moral, que se establece tan claramente en la filosofía cristiana, puede reconocerse también en Confucio, que habla de una Danza de Sucesión como «belleza perfecta y bondad perfecta al mismo tiempo», y de la Danza de Guerra como «belleza perfecta pero no bondad perfecta» . Será obvio que no puede haber ningún juicio moral del arte mismo, puesto que el arte no es en un acto, sino en un tipo de conocimiento o poder por el que las cosas pueden hacerse bien, ya sea para un uso bueno o ya sea para un uso malo: el arte por el que se producen las utilidades no puede juzgarse moralmente, porque no es un tipo de voluntad sino un tipo de conocimiento.

 En esta filosofía, la belleza es el poder atractivo de la perfección . Hay perfecciones o bellezas de tipos de cosas diferentes o en contextos diferentes, pero no podemos ordenar estas bellezas en una jerarquía, tal como podemos hacerlo con las cosas mismas: no podemos decir que una catedral en tanto que catedral es «mejor» que un granero en tanto que granero, de la misma manera que no podemos decir que una rosa en tanto que rosa es «mejor» que una col en tanto que col; cada una de estas cosas es bella en la medida en que es lo que da a entender que es y, en la misma proporción, es buena . Decir que una catedral perfecta es una obra de arte más grande que un granero perfecto significa asumir que pueden existir grados de perfección, o asumir que el artista que hizo el granero trataba en realidad de hacer una catedral. Vemos que esto es absurdo; y, sin embargo, es justamente de esta manera como los que creen que el arte «progresa» comparan los estilos artísticos más primitivos con las más avanzados (o decadentes), como si los primitivos hubieran estado tratando de hacer lo que nosotros tratamos de hacer, y hubieran dibujado como lo hicieron cuando en realidad trataban de dibujar como dibujamos nosotros; y esto es imputar el pecado artístico a los primitivos (cualquier pecado se define como una desviación del orden hacia el fin). Así, lejos de esto, la única prueba de la excelencia en una obra de arte es la medida en que el artista ha logrado hacer efectivamente lo que se tenía intención de hacer. 

Una de las implicaciones más importantes de esta posición es que la belleza es objetiva, y que reside en el artefacto y no en el espectador, que puede o no estar calificado para reconocerla . La obra de arte es buena en su tipo, o no es buena en absoluto; su excelencia es tan independiente de nuestras reacciones a sus superficies estéticas como lo es de nuestra reacción moral a su tesis. De la misma manera que el artista concibe la forma de la cosa que ha de hacerse sólo después de haber consentido a la voluntad del patrón, así nosotros, si hemos de juzgar como juzgaba el artista, debemos haber consentido ya a la existencia del objeto antes de que podamos ser libres de comparar su figura efectiva con su prototipo en el artista. No debemos asumir un aire de superioridad hacia las obras de los «primitivos» diciendo que «eso era antes de saber nada sobre anatomía, o sobre perspectiva», ni llamar a sus obras «innaturales» debido a su formalidad: debemos aprender que estos primitivos no sentían nuestro tipo de interés por la anatomía, ni trataban de decirnos lo que las cosas parecen; debemos haber aprendido que, en comparación con el nuestro, su arte es más abstracto, más intelectual, y mucho menos sólo una cuestión de mera reminiscencia o emoción, debido a que ellos tenían algo definido que decir. Si las construcciones del artista medieval correspondían a una cierta manera de pensar, es cierto que no podemos comprenderlas excepto en la medida en que nos identifiquemos con esta manera de pensar. «Cuanto mayor es la ignorancia de los tiempos modernos, tanto más profunda se hace la oscuridad de la Edad Media» . La Edad Media y el oriente son misteriosos para nosotros debido sólo a que no sabemos qué pensar, a excepción de lo que nos agrada pensar. Como humanistas e individualistas, nos halaga pensar que el arte es una expresión de sensaciones y de sentimientos, de preferencia y de libre elección personales, sin compromiso alguno con las ciencias matemáticas y cosmológicas. Pero el arte medieval no era como el nuestro «libre» de ignorar la verdad. Para ellos, Arte sine scientia nihil : por «ciencia», entendemos por supuesto, la referencia de todos los particulares a los principios unificadores, no las «leyes» de la predicción estadística.

 La perfección del objeto es algo que el crítico no puede juzgar, su belleza es algo que no puede sentir si, como el artista original, no se ha hecho a sí mismo tal como la cosa misma debe ser; es de esta manera como «la crítica es reproducción», y «el juicio la perfección del arte». La «apreciación del arte» no debe confundirse con un psicoanálisis de nuestros agrados y desagrados dignificado con el nombre de «reacciones estéticas»: «la patología estética es una excrecencia en el genuino interés por el arte que parece ser exclusivo de los pueblos civilizados» . Si el estudio del arte ha de tener algún valor cultural, exigirá dos operaciones mucho más difíciles que ésta: en primer lugar, una comprensión y aceptación de la totalidad del punto de vista del que surgió la necesidad de la obra y, en segundo lugar, una traída a la vida en nosotros mismos de la forma en que el artista concibió la obra y por la cual la juzgó. El estudioso del arte, si quiere hacer algo mas que acumular hechos, debe también sacrificarse a sí mismo: cuanto más amplio sea el campo de su estudio en el tiempo y en el espacio, tanto más debe cesar de ser un provinciano, tanto más debe universalizarse, sea cual sea su propio temperamento y educación. Debe asimilar culturas enteras que le parecen extrañas, y debe ser capaz también de elevar sus propios niveles de referencia desde los de la observación hasta el de la visión de las formas ideales. Más que sentirse curioso debe amar el tema de su estudio. Y se pide tanto, debido justamente a que el estudio del «arte» puede tener un valor cultural, es decir, puede devenir un medio de desarrollo. ¡Cuán a menudo los cursos de nuestras universidades exigen al estudiante mucho menos que esto!

 Así pues, una necesidad, o «indigencia», como la llama Platón, es la primera causa de la producción de una obra de arte. Hemos hablado de necesidades espirituales y físicas, y hemos dicho que las obras de arte pueden clasificarse según este criterio. Si esto nos resulta difícil de admitir, ello se debe a que hemos olvidado lo que somos, a saber, que en esta filosofía «hombre» denota un ser a la vez espiritual y psicofísico. Por consiguiente, nosotros nos contentamos con un arte funcional, bueno en su tipo en la medida en que la bondad no suponga un obstáculo a su vendibilidad, y apenas podemos comprender el hecho de que cosas que han de usarse tengan también un significado. Es cierto que lo que hemos venido a entender por «hombre», a saber, «el animal racional y mortal» , puede vivir «sólo de pan», y que el pan sólo, sin ningún género de duda, es por consiguiente un bien; que funcione es lo mínimo que puede esperarse de cualquier obra de arte. «Pan sólo» es lo mismo que un «arte meramente funcional». Pero cuando se dice que el hombre no vive sólo de pan, sino «de toda palabra que sale de la boca de Dios» , lo que se entiende es la totalidad del hombre. Las «palabras de Dios» son precisamente esas ideas y principios que pueden expresarse verbal o visualmente por el arte; las palabras o formas visuales en las que se expresan no son meramente sensibles, sino también significantes. Establecer, como lo hacemos nosotros, una separación entre el arte funcional y el arte significante, entre las artes aplicadas y unas supuestas bellas artes, es exigir que la inmensa mayoría de los hombres vivan sólo del arte meramente funcional, es decir, de un «pan sólo» que no es nada sino «las mondas que comían los cerdos». La insinceridad e inconsistencia de toda esta situación se ve en el hecho de que no esperamos del arte «significante» que sea significante de nada, ni del arte «fino» que sea nada más que un placer «estético»; si el artista mismo declara que su obra está cargada de significado y que existe en razón de este significado, nosotros decimos que eso no viene al caso, aunque decidimos que puede haber sido un artista a pesar de ello . En otras palabras, si las artes meramente funcionales son las mondas; las artes finas son el oropel de la vida, y el arte para nosotros carece de toda significación.

 El hombre primitivo, a pesar de la presión de su lucha por la existencia, no sabía nada de tales artes meramente funcionales. El hombre integral es de modo natural un metafísico, y sólo más tarde un filósofo y psicólogo, un sistematizador. Su razonamiento es por analogía o, en otras palabras, por medio de un «simbolismo adecuado». Como una persona, más bien que como un animal, conoce las cosas inmortales a través de las cosas mortales . Que «las cosas invisibles de Dios» (es decir, las ideas o razones eternas de las cosas, por las que nosotros sabemos lo que las cosas deben ser) han de verse en «las cosas que son hechas» , se aplicaba para él no sólo a las cosas que hizo Dios, sino también a las que él mismo hacía. Nunca pudo haber considerado el significado como algo que pudiera o no pudiera añadirse a voluntad a los objetos útiles. El hombre primitivo no hacía ninguna distinción real entre lo sagrado y lo secular: sus armas, sus vestidos, sus vehículos y su casa eran todos ellos imitaciones de prototipos divinos, y para él eran aún más lo que significaban que lo que eran en sí mismos; los hacía ser este «más» mediante encantaciones y ritos . Así, luchaba con rayos, se ponía vestidos celestiales, iba en un carro de fuego, veía en su techo el cielo estrellado, y en sí mismo más que «este hombre», Fulano. Todas estas cosas pertenecían a los «Misterios Menores» de los oficios, y al conocimiento del «Compañerazgo». De ello no nos queda nada, excepto la transformación del pan en los ritos sacrificiales, y, en la referencia a su prototipo de la veneración que se tributa a un icono. 

El actor indio se prepara para su actuación orando. Del arquitecto indio se dice a menudo que visita el cielo y que allí toma nota de las formas arquitectónicas imperantes, que imita aquí abajo. De hecho, toda arquitectura tradicional sigue un modelo cósmico . Aquellos que consideran su casa únicamente como una «máquina en la que vivir» deberían juzgar su punto de vista comparándolo con el del hombre del neolítico, que también vivía en una casa, pero una casa que incorporaba una cosmología. Nosotros tenemos un exceso de sistemas de calefacción: sin duda, encontraríamos su casa incómoda; pero no olvidemos que él identificaba la columna de humo que se elevaba desde su hogar hasta desaparecer de la vista a través de un agujero en el techo con el Eje del Universo, que veía en esta abertura una imagen de la Puerta Celestial, y en su hogar el Ombligo de la Tierra, fórmulas que nosotros hoy en día apenas somos capaces de comprender; nosotros, para quienes «un conocimiento que no es empírico carece de significado» . La mayor parte de las cosas que Platón llamaba «ideas», son para nosotros sólo «supersticiones». 

No haber visto en sus artefactos nada más que las cosas mismas, y en el mito una mera anécdota, habría sido un pecado mortal, pues hubiera equivalido a no ver en uno mismo nada más que el «animal racional y mortal», a no reconocer más que a «este hombre», y nunca la «forma de la humanidad». En la medida en que ahora sólo vemos las cosas como son en sí mismas, y a nosotros sólo como somos en nosotros mismos, en esa misma medida hemos matado al hombre metafísico y nos hemos encerrado en la caverna oscura del determinismo funcional y económico. ¿Se empieza a ver ahora lo que entiendo cuando digo que las obras de arte congruentes con la Philosophia Perennis no pueden dividirse en las categorías de lo utilitario y lo espiritual, sino que pertenecen a ambos mundos, al funcional y al significante, al físico y al metafísico? .

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