domingo, 21 de febrero de 2021

Escolios a un texto implícito 24 (Nicolás Gómez Dávila)

 — El problema de la creciente inflación económica sería soluble, si la mentalidad moderna no opusiera una resistencia invencible a cualquier intento de restringir la codicia humana.

 

 — Donde no sea consuetudinario, el derecho se convierte fácilmente en simple arma política.

 

 — ¿Por qué no imaginar posible, después de varios siglos de hegemonía soviética, la conversión de un nuevo Constantino?

 

 — El pueblo que se despierta, primero grita, luego se emborracha, roba, asesina, y después se vuelve de nuevo a dormir.

 

 — Si ignoramos el arte de una época, su historia es un relato incoloro.

 

 — Los acontecimientos históricos dejan de ser interesantes a medida que sus participantes se acostumbran a juzgar todo con categorías puramente laicas.

 Sin la intervención de dioses todo se vuelve aburrido.

 

 — El moderno llama “cambio” caminar más rápidamente por el mismo camino en la misma dirección.

 El mundo, en los últimos trescientos años, no ha cambiado sino en ese sentido.

 La simple propuesta de un verdadero cambio escandaliza y aterra al moderno.

 

 — Son menos irritantes los que se empeñan en estar a la moda de hoy que los que se afanan cuando no se sienten a la moda de mañana.

 La burguesía es estéticamente más tolerable que la vanguardia.

 

 — El clero moderno cree poder acercar mejor el hombre a Cristo, insistiendo sobre la humanidad de Jesús.

 Olvidando así que no confiamos en Cristo porque es hombre, sino porque es Dios.

 

 — Comparadas a la estructura sofisticada de todo hecho histórico, las generalizaciones del marxismo son de una ingenuidad enternecedora.

 

 — Una burocracia le resulta al pueblo siempre finalmente más costosa que una clase alta.

 

 — Hay que cuidarse de quienes se dice que “tienen mucho mérito”. Siempre tienen algún pasado que vengar.

 

 — El mundo moderno resultó de la confluencia de tres series causales independientes: la expansión demográfica, la propaganda democrática, la revolución industrial.

 

 — Nada indigna tanto al incrédulo como las apologías del cristianismo basadas sobre el escepticismo intelectual y la experiencia interna.

 

 — Se requiere ingenuidad ilimitada para poder creer que el mejoramiento de un estado social cualquiera pueda ser otro que lento, paulatino, e involuntario.

 

 — Que la renuncia al “para que” en las ciencias haya sido fecunda es indiscutible, pero es una confesión de derrota.

 

 — Sociedad noble es aquella donde obediencia y mando son comportamientos éticos, y no meras necesidades prácticas.

 

 — Si no se cree en Dios, lo único honesto es el Utilitarismo vulgar.

 Lo demás es retórica.

 

 — Superficial, como la explicación sociológica de cualquier conducta.

 

 — Nadie más insoportable que el que no sospecha, de cuando en cuando, que pueda no tener razón.

 

 — El tan decantado “dominio del hombre sobre la naturaleza” resultó ser meramente una inmensa capacidad homicida.

 

 — Desde Wundt, uno de los lugares clásicos de “desempleo disfrazado” es el laboratorio de psicología experimental.

 

 — La historia sí es historia de la libertad, pero no de una esencia “Libertad”, sino de los actos humanos libres y de sus imprevisibles consecuencias.

 

 — El error del cristiano progresista está en creer que la polémica perenne del cristianismo contra los ricos es una defensa implícita de los programas socialistas.

 

 — La moda, aun más que la técnica, es causa de la uniformidad del mundo moderno.

 

 — En el estado moderno ya no existen sino dos partidos: ciudadanos y burocracia.

 

 — La sociedad hasta ayer tenía notables; hoy sólo tiene notorios.

 

 — La urbe moderna no es una ciudad, es una enfermedad.

 

 — Donde el cristianismo desaparece, codicia, envidia y lujuria inventan mil ideologías para justificarse.

 

 — La Iglesia contemporánea practica preferencialmente un catolicismo electoral.

 Prefiere el entusiasmo de las grandes muchedumbres a las conversiones individuales

 

 — Nadie en política puede prever las consecuencias ni de lo que destruye, ni de lo que construye.

 

 — No pudiendo ser definidos unívocamente, ni demostrados de manera irrefutable, los llamados “derechos humanos” sirven de pretexto al individuo que se insubordina contra una legislación positiva.

 El individuo no tiene más derechos que la prestación que pueda desprenderse de un deber ajeno.

 

 — No es meramente que la basura humana se acumula en las ciudades, es que las ciudades vuelven basura lo que en ellas se acumula.

 

 — El elector ni siquiera vota por lo que quiere, tan sólo vota por lo que cree querer.

 

 — En su afán pueril y vano de seducir al pueblo, el clero moderno concede a los programas socialistas la función de esquemas realizadores de las Bienaventuranzas.

 El truco consiste en reducir a una estructura colectiva y externa al individuo, un comportamiento ético que si no es individual e interno no es nada.

 El clero moderno predica, en otros términos, que hay una reforma social capaz de borrar las consecuencias del pecado.

 De lo que se puede deducir la inutilidad de la redención por Cristo.

 

 — Los Evangelios y el Manifiesto comunista palidecen; el futuro del mundo está en poder de la coca-cola y la pornografía.

 

 — Lo importante no es que el hombre crea en la existencia de Dios, lo importante es que Dios exista.

 

 — La envidia suele ser el verdadero resorte de las indignaciones morales.

 

 — El rival de Dios no es nunca la creatura concreta que amamos. Lo que termina en apostasía es la veneración del hombre, el culto de la humanidad.

 

 — Ocuparse intensamente de la condición del prójimo le permite al cristiano disimularse sus dudas sobre la divinidad de Cristo y la existencia de Dios.

 La caridad puede ser la forma más sutil de la apostasía.

 

 — Escribir es la única manera de distanciarse del siglo en el que le cupo a uno nacer.


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