Material
aparecido en el libro Símbolo, Rito, Iniciación, La Cosmogonía Masónica (Ed.
Obelisco, Barcelona 1992), firmado por Siete Maestros Masones.
A la
Gloria del Gran Arquitecto del Universo
EL ARA Y SU SALUDO
RITUAL
Como todos
los hermanos sabemos, el Ara es el altar de nuestro taller que es también
nuestro templo y por lo tanto una imagen del cosmos. En el centro de ese
espacio, entre la puerta y el Oriente y las columnas del Norte y del Sur se
encuentra nuestro altar iluminado por las luces de la Sabiduría, la Fuerza y la
Belleza.
Esta
piedra o ara, por marcar el centro, señala también el eje del taller, es decir,
la posibilidad de comunicación alto-bajo, ascendente-descendente, entre la
tierra y el cielo que en forma simbólica está representado en el techo. Y es a
través del rito de nuestros estudios y trabajos, de nuestras ceremonias y gestos
invariables que esta comunicación se reactiva y se hace en nosotros, los que
nos ponemos entonces en condición de poder recibir los efluvios de lo alto, las
inspiraciones emanadas del Gran Arquitecto del Universo, las que constituyen
todo Conocimiento y Sabiduría. Es pues el Ara el punto más importante del
templo, a partir del cual, se organiza toda la Logia y los trabajos que en ella
se realizan. Es el símbolo de lo invisible por excelencia, que él expresa
formal y sensiblemente, y a él mira simultáneamente toda la Logia, tanto el
Oriente como los otros puntos cardinales. La escuadra y el compás se hallan
sobre él simbolizando la unión entre la tierra (la escuadra, el cuadrángulo) y
el cielo (el compás, el círculo) ya que él manifiesta el "axis" en el
que se conjugan las polaridades.
Ya sabemos
que nuestra Logia, al simbolizar el cosmos, simboliza tanto el macro como el
microcosmos puesto que éste es una miniatura de aquél, por lo que el taller es
también una imagen de nuestro templo interno y el ara, por ser su punto
central, corresponde en el ser humano a su corazón, lugar donde se recibe la
palabra y la sabiduría divina -testificadas por el Libro Sagrado que reposa en
nuestro altar- lugar de transformaciones y de realización. Hacia esta transmutación
están orientados nuestros esfuerzos; lo que es lo mismo que pulir la piedra en
bruto, o ir ascendiendo escalonadamente los estadios sucesivos del
Conocimiento, que se corresponde con los grados de nuestra Orden. Esta
posibilidad de ascenso y superación está siempre presente en el pecho de cada
aprendiz, compañero o maestro, que en virtud de haber recibido la iniciación se
halla especialmente cualificado para efectivizar estos símbolos, para hacerlos
una realidad interna que vaya actuando en nosotros al ser evocados por la
meditación, el estudio y la reiteración ritual.
Queremos
recordar también para finalizar, que el Ara es el lugar en el que efectuamos
nuestros juramentos, como manifestación visible de una energía invisible y
trascendente. Sobre ella, como imagen del centro espiritual, y en lo hondo de
nuestro corazón, es que hemos aceptado nuestros compromisos internos y hemos
prometido cumplirlos, llevarlos a cabo. Esto podría parecer ridículo a aquél
que ignorase todo sobre el simbolismo o no hubiera podido salir verdaderamente
del mundo profano. Pero no lo es para los masones, los que al comprender el
símbolo y el rito en el interior de su corazón, los efectivizan, al
vivenciarlos. Por ese motivo es que son tan importantes los gestos rituales, ya
que por medio de ellos se renuevan las posibilidades que contienen, pues
expresan con exactitud una cosmogonía en movimiento, un cosmodrama, aunque se
ignore esta circunstancia. Sin embargo, es obvio comprender que cada vez que
pasamos junto al Ara y lo saludamos, no sólo estamos dando una muestra de
respeto al símbolo en cuestión y a todo aquello que llevamos dicho acerca de lo
que él representa, sino que además renovamos ritualmente nuestros compromisos y
promesas masónicas, volviendo a
religarnos con ellas precisamente en el lugar de la recepción de las
emanaciones del Gran Arquitecto del Universo, lo cual constituye un perenne
recordatorio de nuestra auténtica calidad masónica.
Y nos
preguntamos, ya para finalizar, ¿acaso no es a esa identificación a la que
conduce el caminar "por las vías que nos han sido trazadas" a las que
alude el ritual de apertura? ¿Y no son en el fondo esas "vías
trazadas" la propia herencia tradicional cuyo origen está en aquel gesto
primigenio, y a la que tenemos que actualizar transmitiéndola en el ciclo
histórico que nos toca vivir?
DOS
TEMAS MASÓNICOS
"Con alegría"
Queridos
hermanos, deseamos recalcar las palabras que se repiten al final de nuestras
tenidas para tratar de evitar cualquier riesgo de equivocación sobre alguna de
las características de los verdaderos masones, en lo que toca a nuestra Orden.
Por lo que creo debemos comenzar recordando que la Logia es una imagen del
cosmos, y los ritos y gestos que allí se efectúan son una recreación
perfectamente ordenada de la cosmogonía, tal cual se presenta al ser humano
inteligente. Sin embargo, todo masón operativo sabe que a su vez, el orden
cosmogónico es una imagen de lo metafísico -y de allí lo del secreto masónico-,
a lo que se ha de aspirar en cuerpo, alma y espíritu; por eso, la necesidad y
el sentido de distintos grados de realización y conocimiento entre los Hijos de
la Viuda. Se debe comprender entonces que esta aspiración hacia lo más alto
-aéreo e inaprensible- es opuesta a la pretensión hacia lo bajo- terrícola y
fosilizado, y por lo tanto constituye algo más parecido a una disolución que a
una coagulación.
En verdad
todo este mundo que nos ha tocado vivir existe para dejarlo, porque es una
imagen ilusoria de la realidad, lo que se advierte en el ascenso por los
grados, o mundos, que estos simbolizan, donde las cosas son cada vez más
ciertas cuanto más extrañas se nos presentan. Pero para llegar a ello hay que
arribar primero a ser Maestro u Hombre Verdadero, y recomenzar posteriormente
la ascensión por los grados simbólicos, íntimamente relacionados con lo
supracósmico, tomando como punto de partida el cosmos, o logos, del cual deriva
el nombre de nuestro taller. Lo que
es perfectamente lógico en cuanto se piensa que los
símbolos, los
ritos y los mitos existen como mensajeros de otras
realidades, y
nunca para aferramos, con tanta obstinación como
mediocridad, a
ellos.
Algunos hermanos aún no pueden comprender estos conceptos -y
otros,
acaso, no los comprendan nunca-, pero deben enterarse de
asuntos
siempre presentes desde la época operativa en la Masonería,
donde
los ritos simbólicos e iniciáticos no podrían jamás resolverse
en el
simple hecho de construir edificios, aunque estos fueran
bellísimos
templos.
Es lamentable, pero hay personas que ven en la solemnidad un
valor
en sí mismo, o algo que deben repetir como si fuera el
auténtico
rito, y en ese sentido son los análogos -inversos- de los
que no
advierten que todo acto es solemne per se y entonces se
dedican a
correrías y pillaje. Entre el tonto solemne y el pícaro
sinvergüenza
no hay una gran distancia desde un punto de vista un poco
más
elevado; y ambos conforman la ignorancia del medio con la
que no
pueden sino autoidentificarse. Es más, el tonto solemne y el
pícaro
sinvergüenza pueden ser una misma persona. Pero no nos
interesa en
este momento ningún pillo, que son pocos en las logias y que
casi
inmediatamente son desenmascarados por sus hermanos, y sí
nos
preocupa que el ritual, que es uno solo con la Logia, pueda
ser
transpuesto por nosotros fuera con una impostación cuasi
religiosa y
literal, totalmente enemiga del auténtico Conocimiento, del
Símbolo,
que es verdaderamente el trabajo al que ha de dedicarse
cualquier
masón. Lo cual, por su literalidad, pueda también dañar a la
propia
Orden en el mundo profano con autotítulo de vocero
"oficial". La
dignidad es propia de todo masón en cuanto es propia de
cualquier
Iniciado u Hombre Verdadero; no se necesita por lo tanto
impostar la
voz, ni tratar de "superar" ningún gesto, ya de
por sí solemne.
Tampoco se ha de caer en el ridículo de pretender sobrepasar
a sus
hermanos en sabiduría, o de ser tan infantil como para creer
que se
ha "progresado" en detrimento de otros, lo que
indicaría una
absoluta falta de seriedad. Con el maestrazgo se acabó la
juventud
aunque se esté en los 20 años, porque recién allí se comenzará
a
emprender el camino hacia lo supracósmico. Quedarse por lo
tanto en
conceptos literales y actitudes solemnes es a veces un daño
irreparable para cada quien por sí mismo, como para todos
aquellos
que comparten nuestros trabajos y que han ido a la Orden
buscando lo
que ella es, y no a grandes "sabios" tan engolados
como
superficiales. Cuando en la masonería operativa los obreros
terminaban sus trabajos y los gestos necesarios a su labor,
colgaban
en el taller su mandil y desde luego no repetían esos gestos
en su
casa ni con sus amigos en la sala húmeda; donde todos eran
hombres
libres; tampoco los domingos, o en las innumerables fiestas
calendáricas, o en la calle, donde no corresponden esas
ropas y
actitudes, puesto que el rito de la cotidianidad es perfectamente
suficiente y andan sobrando posturas de este tipo.
Por eso al terminar nuestros trabajos repetimos en respuesta
a una
pregunta la frase "con alegría", la que nunca
debería olvidar un
auténtico masón.
Así, pues,
deberíamos prevenirnos y ponernos a cubierto de lo formal -que, sin embargo, es
lo que nos ha dado nada menos que la forma- confundiéndolo, o peor aún
imaginándolo superior a lo a-formal que es el fin de la aspiración y la
esperanza. ¡Con alegría!
Biblia, c.
1250
Cadena de unión
Como todos conocéis, al final de nuestras tenidas
finalizamos el
rito con la llamada Cadena de Unión. Esta cadena que nos une
a
todos, desde el Venerable a los nuevos aprendices tiene,
entre
otros, dos significados que desearíamos destacar en este
momento.
En primer lugar, es una imagen en el plano de la cadena
vertical que
entronca con los orígenes de nuestra Orden y asegura una transmisión
regular, a través de los iniciados de todos los tiempos, con
el Gran
Arquitecto Universal. Esto se produce por medio de nuestros
símbolos, ritos y mitos que no son sino manifestaciones
prototípicas
de arquetipos permanentes que, hoy como ayer, están
presentes en el
plan y la estructura cósmica.
En segundo término, y como su nombre lo indica, significa la
unión
efectiva y real de los integrantes de la Logia en una nueva
entidad
que rechaza las individualidades para integrarlas en un
organismo
unitario de energía y alcance mayor por sus propias
características
transpersonales, conformando así un colectivo cuya fuerza es
más
grande que la suma de los elementos individuales, como bien
lo
sabéis por propia experiencia, pues ya habéis participado en
su
composición. Haciendo la salvedad que esta cadena fraterna
no sólo
se refiere a nuestra Logia, o a nuestras obligaciones con
toda la
hermandad masónica, sino a la humanidad en general, y en
particular
a la totalidad de los iniciados que hubieran conocido el
camino del
conocimiento por otras vías diferentes a la nuestra.
Debemos recordar sin embargo que cuando comienza a formarse,
esta
cadena está incompleta y hay un vacío en ella, un eslabón
que aún no
ha sido cerrado, por lo que el Venerable Maestro pregunta:
"queridos
hermanos, Maestro de Ceremonias ¿Por qué está rota la
cadena?"
Y el Maestro de Ceremonias responde:
"Por nuestras imperfecciones Venerable Maestro".
Entonces el Venerable Maestro vuelve a preguntar:
"¿Cómo podemos
cerrarla?"
Y el Maestro de Ceremonias contesta:
"Con las palabras sagradas de Sabiduría, Fuerza y
Belleza. Uno para
todos y todos para uno, repetidas tres veces".
"Cerradla, querido hermano", ordena el Venerable,
y mientras el
Maestro de Ceremonias lo realiza los integrantes de la Logia
pronuncian tres veces las palabras sagradas, sus brazos
derechos
sobre los izquierdos y engarzando los dedos con los de los
lados,
constituyendo un círculo mágico perfecto de concentración de
vibraciones, un dínamo generador, no únicamente capaz de
transmitir
su fuerza a cada uno de los integrantes, sino la de emanar a
otros
espacios visibles e invisibles; una forma activa de la
invocación y
también un encantamiento de protección para todos aquellos
que
tienen la gracia de participar en los misterios del Arte
Sagrado,
los llamados guardianes del Templo de la sabiduría
salomónica,
imagen de todos los templos, los que como parte de sus
funciones
deben saber estrechar sus filas y trabajar de modo armónico,
tendente a la perfección.