jueves, 23 de noviembre de 2017

Capítulo XXXIX: GRANDES MISTERIOS Y PEQUEÑOS MISTERIOS (René Guénon)

Capítulo XXXIX: GRANDES MISTERIOS Y PEQUEÑOS MISTERIOS

(René Guénon, Apreciaciones sobre la iniciación)


Hemos hecho alusión repetidas veces, en lo que precede, a la distinción entre “Grandes Misterios” y
“Pequeños Misterios”, denominaciones tomadas de la antigüedad griega, pero que en realidad son
susceptibles de una aplicación completamente general; debemos ahora insistir un poco más sobre
ello, a fin de precisar cómo debe ser entendida esta distinción. Lo que ante todo debe comprenderse
es que no hay aquí diferentes géneros de iniciación, sino estadios o grados de una misma iniciación,
considerando a ésta como debiendo constituir un conjunto completo y ser seguida hasta su último
término; en principio, los “Pequeños Misterios” no son entonces más que una preparación para los
“Grandes Misterios”, puesto que su término no es aún sino una etapa de la vía iniciática. Decimos en
principio, pues es muy evidente que, de hecho, cada ser no puede llegar más que hasta el punto en
que se detienen sus propias posibilidades; en consecuencia, algunos podrán no estar cualificados
sino para los “Pequeños Misterios”, o incluso para una porción más o menos restringida de éstos;
pero esto solamente significa que no son capaces de seguir la vía iniciática hasta el final, y no que
sigan una vía distinta a la de aquellos que pueden ir más lejos que ellos.
Los “Pequeños Misterios” comprenden todo lo que se relaciona con el desarrollo de las posibilidades
del estado humano considerado en su integridad; desembocan entonces en lo que hemos
denominado la perfección de este estado, es decir, en lo que es designado tradicionalmente como la
restauración del “estado primordial”. Los “Grandes Misterios” conciernen propiamente a la realización
de los estados supra-humanos: tomando al ser en el punto en que lo han dejado los “Pequeños
Misterios”, y que es el centro del dominio de la individualidad humana, lo conducen más allá de este
dominio, y a través de los estados supra-individuales, aunque todavía condicionados, hasta el estado
incondicionado que es el único y verdadero fin, y que es denominado la “Liberación final” o la
“Identidad Suprema”. Para caracterizar respectivamente ambas fases, se puede, aplicando el
simbolismo geométrico (1), hablar de “realización horizontal” y de “realización vertical”, debiendo
servir la primera de base a la segunda; esta base está representada simbólicamente por la tierra, que
corresponde al dominio humano, y la realización supra-humana es entonces descrita como un
ascenso a través de los cielos, que corresponden a los estados superiores del ser (2). Por otra parte,
es fácil de comprender por qué motivo la segunda presupone necesariamente a la primera; el punto
central del estado humano es el único en que es posible la comunicación directa con los estados
superiores, efectuándose ésta según el eje vertical que encuentra en este punto el dominio humano;
es preciso entonces haber alcanzado primero este centro para poder después elevarse, según la
dirección del eje, a los estados supra-individuales; y por esta razón, empleando el lenguaje de Dante,
el “Paraíso terrestre” es una etapa sobre la vía que conduce al “Paraíso celestial” (3).
Hemos citado y explicado en otro lugar un texto en el cual Dante sitúa al “Paraíso celestial” y al
“Paraíso terrestre” respectivamente en relación con lo que deben ser, desde el punto de vista
tradicional, el papel de la autoridad espiritual y el del poder temporal, es decir, con otras palabras, con
la función sacerdotal y la función real (4); nos contentaremos con recordar brevemente las
importantes consecuencias que se desprenden de esta correspondencia desde el punto de vista que
nos ocupa ahora. Resulta en efecto que los “Grandes Misterios” están en relación directa con la
“iniciación sacerdotal”, y los “Pequeños Misterios” con la “iniciación real” (5); si empleamos términos
prestados de la organización hindú de las castas, podemos decir entonces que, normalmente, los
primeros pueden ser considerados como el dominio propio de los Brahmanes y los segundos como el
de los Kshatriyas (6). También puede decirse que el primero de ambos dominios es de orden
“sobrenatural” o “metafísico”, mientras que el segundo es solamente de orden “natural” o “físico”, lo
que se corresponde efectivamente con las respectivas atribuciones de la autoridad espiritual y del
poder temporal; y, por otra parte, esto permite también caracterizar claramente el orden de
conocimiento al cual se refieren los “Grandes Misterios” y los “Pequeños Misterios” y que ponen en
práctica gracias a la realización iniciática que les concierne: éstos comportan esencialmente el
conocimiento de la naturaleza (considerada, no es preciso decirlo, desde el punto de vista tradicional
y no desde el punto de vista profano de las ciencias modernas), y aquellos el conocimiento de lo que
está más allá de la naturaleza. El conocimiento metafísico puro depende entonces propiamente de los
“Grandes Misterios”, y el conocimiento de las ciencias tradicionales de los “Pequeños Misterios”;
como el primero es por otra parte el principio del cual derivan necesariamente todas las ciencias
tradicionales, resulta entonces que los “Pequeños Misterios” dependen esencialmente de los
“Grandes Misterios” y tienen en ellos su principio mismo, al igual que el poder temporal, para ser
legítimo, depende de la autoridad espiritual y tiene en ella su principio.
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Acabamos de hablar solamente de los Brahmanes y de los Kshatriyas, pero no debe olvidarse que los
Vaishyas pueden también estar cualificados para la iniciación; de hecho, encontramos en todas
partes, como estándoles más especialmente destinadas, formas iniciáticas basadas en el ejercicio de
los oficios, sobre las cuales no tenemos la intención de extendernos demasiado, puesto que hemos
explicado suficientemente en otro lugar su principio y su razón de ser (7), y además hemos debido
hablar de ello aquí mismo en repetidas ocasiones, dado que es precisamente a tales formas a las que
se vincula todo lo que de organizaciones iniciáticas subsiste en Occidente. Para los Vaishyas, con
mayor razón aún que para los Kshatriyas, el dominio iniciático que propiamente conviene es el de los
“Pequeños Misterios”; esta comunidad de dominio, si puede decirse, ha conducido frecuentemente a
contactos entre las formas de iniciación destinadas a unos y otros (8), y, por consiguiente, a
relaciones muy estrechas entre las organizaciones mediante las cuales estas formas son
respectivamente practicadas (9). Es evidente que, más allá del estado humano, las diferencias
individuales, sobre las que esencialmente se apoyan las iniciaciones de oficio, desaparecen
totalmente y no podrían desempeñar ningún papel; desde el momento en que el ser ha llegado al
“estado primordial”, las diferencias que dan nacimiento a las diversas funciones “especializadas” ya
no existen, aunque todas estas funciones tengan igualmente su principio, o más bien por ello mismo;
y es a esta fuente común a la que en efecto se trata de remontar, llegando hasta el término de los
“Pequeños Misterios”, para poseer en su plenitud todo lo que está implicado en el ejercicio de una
función cualquiera.
Si consideramos la historia de la humanidad tal como la enseñan las doctrinas tradicionales, en
conformidad con las leyes cíclicas, debemos decir que, en el origen, el hombre, teniendo plena
posesión de su estado de existencia, poseía naturalmente por ello las posibilidades correspondientes
a todas las funciones, anteriormente a toda distinción entre ellas. La división de estas funciones se
produjo en un estado ulterior, representando un estado ya inferior al “estado primordial”, pero en el
que cada ser humano, no teniendo más que ciertas posibilidades determinadas, poseía aún
espontáneamente la conciencia efectiva de estas posibilidades. Es solamente en un período de
mayor oscurecimiento que esta conciencia se perdió; y, desde entonces, la iniciación fue necesaria
para permitir al hombre reencontrar, con esta conciencia, el estado anterior al cual ella es inherente;
tal es en efecto el primero de sus objetivos, el que se propone más inmediatamente. Esto, para ser
posible, implica una transmisión que se remonta, a través de una “cadena” ininterrumpida, hasta el
estado que se trata de restaurar, y así, progresivamente, hasta el “estado primordial” mismo; y aún,
no deteniéndose aquí la iniciación, y no siendo los “Pequeños Misterios” sino la preparación a los
“Grandes Misterios”, es decir, a la toma de posesión de los estados superiores del ser, es preciso en
definitiva elevarse más allá de los orígenes de la humanidad; y por esta razón la cuestión de un
origen “histórico” de la iniciación se muestra como completamente desprovista de sentido. Ocurre por
otra parte lo mismo en lo concerniente al origen de los oficios, de las artes y de las ciencias,
consideradas en su concepción tradicional y legítima, pues todos, a través de diferenciaciones y
adaptaciones múltiples, pero secundarias, derivan igualmente del “estado primordial”, que los
contiene a todos en principio, y, por ello, se relacionan con otros órdenes de existencia, más allá de la
humanidad misma, lo cual es por lo demás necesario para que puedan, cada uno en su rango y
según su medida, concurrir efectivamente a la realización del “plan del Gran Arquitecto del Universo”.
Debemos aún añadir que, puesto que los “Grandes Misterios” tienen por dominio el conocimiento
metafísico puro, que es esencialmente uno e inmutable en razón de su carácter principial, es
únicamente en el dominio de los “Pequeños Misterios” donde pueden producirse desviaciones; y esto
podría explicar muchos hechos referentes a ciertas organizaciones iniciáticas incompletas. De
manera general, estas desviaciones suponen que el vínculo normal con los “Grandes Misterios” ha
sido roto, de forma que los “Pequeños Misterios” han llegado a ser tomados como un fin en sí
mismos; y, en estas condiciones, no pueden siquiera llegar realmente a su término, pues se dispersan
en cierto modo en un desarrollo de posibilidades más o menos secundarias, desarrollo que, no
estando ordenado en vistas a un fin superior, corre el riesgo entonces de adquirir un carácter
“desarmónico”, el cual constituye precisamente la desviación. Por otra parte, es también en este
mismo dominio de los “Pequeños Misterios”, y solamente aquí, donde la contra-iniciación es
susceptible de oponerse a la verdadera iniciación y de entrar en lucha con ella (10); el de los
“Grandes Misterios”, que se relaciona con los estados superiores y con el orden puramente espiritual,
está, por su naturaleza misma, más allá de tal oposición, luego totalmente cerrado a todo lo que no es
la verdadera iniciación según la ortodoxia tradicional. Resulta de todo ello que la posibilidad de
extravío subsiste en tanto que el ser no esté aún reintegrado en el “estado primordial”, pero deja de
existir cuando éste alcanza el centro de la individualidad humana; y por este motivo se puede decir
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que aquel que ha llegado a este punto, es decir, a la terminación de los “Pequeños Misterios”, está ya
virtualmente “liberado” (11), aunque no pueda estarlo efectivamente sino cuando haya recorrido la vía
de los “Grandes Misterios” y realizado finalmente la “Identidad Suprema”.

NOTAS:

(1). Ver nuestra exposición en Le Simbolisme de la Croix.
(2). Hemos explicado ampliamente esta representación en L'Esotérisme de Dante.
(3). En la tradición islámica, los estados en los cuales desembocan respectivamente los "Pequeños Misterios" y los
"Grandes Misterios" son designados como el "hombre primordial" (el-insân ul qadîm) y el "hombre universal" (elinsân
ul-kâmil); ambos términos corresponden entonces propiamente al "hombre verdadero" y al "hombre
trascendente" del Taoísmo, a los cuales hemos recordado en una nota anterior.
(4). Ver Autorité spirituelle et pouvoir temporel, cap. VIII. -Este texto es el pasaje en el cual Dante, al final de su
tratado De Monarchia, definió las atribuciones respectivas del Papa y del Emperador, que representan la plenitud de
ambas funciones en la constitución de la "Cristiandad".
(5). Las funciones sacerdotal y real comportan el conjunto de las aplicaciones cuyos principios son suministrados
respectivamente por las correspondientes iniciaciones, de donde el empleo de las expresiones "arte sacerdotal" y
"arte real" para designar a estas aplicaciones.
(6). Sobre este punto, ver Autorité spirituelle et pouvoir temporel, cap. II.
(7). Ver Le Règne de la Quantité et les Signes des Temps, cap. VIII.
(8). En Occidente, es en la Caballería donde se encontraban, en la Edad Media, las formas de iniciación propias de
los Kshatriyas, o de lo que debe ser considerado como el equivalente de éstos tan exactamente como es posible.
(9). Esto es lo que explica, limitándonos a dar aquí un único ejemplo característico, que una expresión como la de
"arte real" haya podido ser empleada y conservada hasta nuestros días por una organización como la Masonería,
unida por sus orígenes al ejercicio de un oficio.
(10). Cf. Le Règne de la Quantité et les Signes des Temps, cap, XXXVIII.
(11). Es lo que la terminología búdica llama anâgamî, es decir, "aquel que no retorna" a un estado de
manifestación
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