TRATADO X. 1 Del concepto de creación
(Abbé Henri Stéphane
1907-1985, Introducción al esoterismo cristiano, Capítulo X Cosmología)
La dificultad que presenta esta cuestión se debe evidentemente a la enfermedad de nuestro espíritu y, como siempre, a la imperfección del lenguaje que es la expresión de nuestro pensamiento. Hay sin embargo aquí un obstáculo especial, una ilusión sui generis, que vamos a intentar precisar. Es relativamente fácil, para un hombre normal y sano de espíritu, concebir a Dios como, por ejemplo, el Esse per se subsistens 1, eI Acto Puro, eI Infinito, el Incondicionado, etc. Además el hombre toma conciencia, de una manera inmediata, de su existencia y de la del mundo que lo rodea. La dificultad mayor es entonces la de la relación entre el universo y Dios, es decir precisamente al “problema” de la creación. En efecto estos dos “problemas”, el de Dios y el de la creación, son conexos. Si se hace de Dios una idea falsa o insuficiente, se estará tentado de deificar el universo y de acabar así en una u otra forma de panteísmo, y el concepto de creación no tendrá obviamente ningún lugar en tal sistema. Pero puede suceder que se tenga de Dios una idea exacta, pero por así decir “ineficaz”, y que se esté así en una suerte de impotencia para concebir la relación del universo con Dios: no se ve la relación de lo finito - o de lo indefinido - y de lo Infinito, del tiempo y de la eternidad, de lo contingente y de lo necesario; parece que el espíritu humano falto entonces de una dimensión conceptual, de una
1. El Ser subsistente por si
“ cualidad contemplativa “que le permite pasar del plano horizontal, donde se despliega el universo, a la “vertical” donde se sitúa realmente la Causa del Mundo. Esta incapacidad es casi congénita en los todo “cientifistas”, positivistas o humanistas y finalmente materialistas del mundo moderno. Armados de los procedimientos de investigación de la ciencia, el telescopio y el microscopio electrónico, buscan, consciente o no, la causa del mundo en el mundo, a menos que, reducidos al estado de “sabios“, o de “ coleccionistas “, no se contenten con buscar el ”como“ de los fenómenos o de clasificarlos en un fichero de biblioteca. El agnóstico del mundo moderno es un impotente condenado a poner etiquetas sobre los hechos, o a tejer sobre los datos de sus observaciones una red de ecuaciones diferenciales que no explicarán nunca nada, pero que permitirán eventualmente de construir frigoríficos o aviones a reacción.
No habría razones para hacer hincapié aún más en el caso de estos impotentes, que no son en el fondo más “gamberros” de una clase especial, y se podría abandonarlos a sus juegos de niños si no existiera entre ellos una serie de “filósofos“ que quieren erigir sus hipótesis o sus teorías científicas en sistemas pretendidamente metafísicos y susceptibles de proporcionar una “ explicación “del mundo. La inanidad de su empresa aparece inmediatamente en cuanto se percibe que sus trabajos y sus descubrimientos se sitúan solamente sobre eI “plano horizontal“ del mundo material, no permitiéndoles de ninguna manera de alcanzar la “dimensión vertical” del Cosmos que conecta a éste con su Causa ontológica. Después de estar así dispersados en un análisis indefinido de los hechos, experimentan a pesar de todo una cierta nostalgia del “metacosmos”, e intentan con la ayuda de hipótesis puramente imaginativas o de teorías mentales físico-matemáticas, de rehacer una síntesis a partir de hechos dispersos que tienen bajo sus ojos y entre los cuales han conseguido penosamente establecer “leyes” que no son más que generalizaciones estadísticas. Un simple ejemplo permitirá comprender lo que es en realidad una ley física: cada vez que una corriente eléctrica pasa por un conductor, se produce
una determinada liberación de calor. Una fórmula matemática establece una relación entre medidas convencionales de magnitudes tales como la intensidad expresada en amperios y la cantidad calor expresada en calorías; se constata que esta ley se verifica siempre, y se admite que lo será siempre todavía, de donde su carácter esencialmente “estadístico”. El sabio puro se contenta con constatar la invariancia de este relación leyendo su termómetro y su amperímetro, pero el científico “filosofo“ tiende a confundir esta ley con una relación causal; confunde entonces el plano horizontal del mundo sensible con la vertical del “mundo inteligible “, y sin dudar, evidentemente, diviniza el cosmos; profesa un panteísmo materialista puro y simple.
Es de una tal mentalidad simplista e ingenua de donde han nacido todas las tentativas de explicación del mundo que pululan en la filosofía moderna, las pseudo-síntesis así elaboradas
no son en definitiva más que un producto de la imaginación humana; a poco que se mezclen consideraciones morales o sentimentales y una preocupación de propaganda o vulgarización, se consiguen sistemas lo más distantes posible de la metafísica verdadera, del género del “marxismo” por ejemplo. Todo eso no es en realidad más que romanticismo, ya que la piedra angular de todos estos edificios pseudo-metafísicos parece ser la idea de progreso, igualmente designado bajo el nombre de evolución; por eso nos parece indispensable hacer hincapié un poco en este punto.
Si es verdad, como afirman ciertos teólogos 2 , que la “hipótesis evolucionista no tiene nada que ver con la idea de creación y que ella no compromete de ninguna manera la tesis tradicional, no es menos verdad que constituye de hecho, si no de derecho, un caballo de batalla temible. Su carácter seductor es capaz de minar irremediablemente las creencias tan inseguras de nuestros contemporáneos, en los cuales la debilidad mental y física y la indigencia intelectual son impotentes para resistir eficazmente la acción corrosiva de similar invención. Esta tiende pura y simplemente, como lo reconoce por otra parte el P. Sertillanges, a eliminar la necesidad de creador, por lo tanto en definitiva a Dios.
Podemos ahora precisar lo que hemos llamado a principio de este artículo la ilusión sui generis acerca de la creación:
2. A. Sertillanges La Creación, p. 251.
consiste esencialmente en imaginarse que se ha explicado “el origen del mundo“ cuando se establece entre las cosas de aquí abajo relaciones temporales o un encadenamiento pseudo-causal, remontando, sin salir del plano horizontal, hasta una “monada “ o un “átomo” primitivo cualquiera, cualquiera que sea por otra parte la manera en que se lo imagine. La consecuencia desastrosa de esta fantasmagoría es, al menos para un gran número de “intelectualmente débiles“, la eliminación pura y simple del Creador. Se debe tener en cuenta a este respecto la conexión entre el concepto de creación, entendido correctamente, y las “pruebas
la existencia de Dios” tal como son desarrolladas por la filosofía escolástico. Los dos argumentos se implican mutuamente: la prueba de Dios por la contingencia creado del implica
la dependencia vertical y actual, extratemporal e incondicionada del cosmos frente a su Causa ontológica, a falta de la cual se llega a lo sumo a una concepción “demiurgica“
de la formación de las cosas y de la propio Divinidad. Es preciso concebir a la vez concebir la Causa primera como absolutamente transcendente a sus efectos, y éstos en dependencia total y actual respecto a aquélla; de allí resultan la importancia y la necesidad de una concepción exacta de la creación so pena de falsear igualmente la del Creador, así como la obligación de mostrar la inanidad y la nocividad de productos de reemplazo tales como el evolucionismo.
A decir verdad, la vanidad de una hipótesis científica o de una teoría matemática como tentativa de explicación del mundo aparece con una claridad evidente para los que han comprendido el concepto de creación como nosotros venimos de exponer en algunas palabras, aunque la refutación del evolucionismo debería consistir en exponer pura y simplemente la tesis tradicional. Desgraciadamente, en el siglo de la televisión, del deporte y del automóvil, ¿Quién es capaz de comprender la “relación causal“? Para los “gamberros” de todas las clases, el progreso técnico, debido a los descubrimientos de la ciencia y a sus aplicaciones, no tiene evidentemente nada que ver con una concepción metafísica del mundo
incapaz de suministrar la menor realización técnica. Estamos finalmente frente a dos actitudes o de dos mentalidades aparentemente incompatibles: la del materialista “ gamberro“ para quien este bajo mundo es el único real, siendo la metafísica algo abstracto, irreal y privado de todo
interés; la del espiritual “contemplativo “para quien, al contrario, el mundo es irreal y Dios lo único Real al cual está suspendido el mundo en su totalidad.
En frente de la carencia intelectual – o de la impotencia contemplativa- de nuestros contemporáneos, ciertos apologistas, ellos mismos o menos alcanzados de la misma ceguera, renuncian a exponer una tesis tradicional que no interesa nadie y que ellos mismos consideran
como “superada” o “caduca”, y se contentan generalmente “en discutir” las teorías científicas o evolucionistas, colocándose sobre el mismo terreno que ellas. Así, se cree útil mostrar por ejemplo que el evolucionismo no tiene ya la forma simplista del “transformismo” primitivo; otros piensan encontrar en los hechos la hipótesis de una “evolución regresiva “que puede a lo sumo atenuar el prestigio la teoría opuesta. Los “tradicionalistas” oficiales se contentan generalmente con oponer al evolucionismo la teoría “creacionista” que aparece en el relato del Génesis, pero
presentándola sobre el mismo plano que una hipótesis científica como las otras, lo que le retira su verdadero significado que es de orden metafísico; querer que el relato bíblico sea alguna cosa “histórica”, es pura y simplemente hacer una concesión al “positivismo cientifista “, y finalmente es adoptar la misma mentalidad.
En realidad, el significado del relato bíblico es esencialmente metafísico, y de forma secundaria cosmológica: enfocar las diferentes especies como creadas por Dios las unas después la las
otros, como una “sucesión temporal”, no tiene ningún interés; pero lo que es necesario ver más allá de este relato en su significado profunda, es la dependencia total y actual de cada especie
frente a su Causa ontológica, así como la relación causal de lo creado respecto a lo Increado, tal como la enfocamos más arriba. Por el contrario, si se hace depender una especie de una especie inferior, según la teoría evolucionista, se arriesga a no ver ya la dependencia total y actual de los seres, definidos precisamente por su pertenencia a tal o cual especie, frente a su Creador.
En otras palabras, lo que importa desde el punto de vista teológico no es el juego de las “causas segundas “; no es incluso la cosmología tradicional y aún menos, o más bien en absoluto, las hipótesis científicas que no son básicamente más que fantasmagorías imaginarias que Satán utiliza a buena cuenta para desasosiego de los espíritus: lo que cuenta, es, una vez más, la relación causal concebida como dependencia total y actual y por decirlo así, directa de lo creado del frente a lo Increado, este dependencia directa que no excluye el juego de las “causas segundas”, sino que las pone en su lugar que es “ilusorio“ con relación a la “Causa Primera. En el orden de la “salvación“ o de la “realización espiritual “, no tengo que creer en la evolución, sino debo creer en Dios, el Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y la Tierra. Tal proposición sobrepasa infinitamente en su contenido afirmativo todas las cosmologías del mundo, y reduce a nada todas las pseudo-síntesis científicas y filosóficas.
Se podrá sin duda lamentar la ausencia de una cosmología tradicional, que provoca así una suerte de divorcio entre la teología y al ciencia; es en efecto lo que se produjo al final de la Edad Media, ya que los ensayos de síntesis del género de la Suma teológica no fueron finalmente más que el “canto del cisne” del pensamiento medieval, y no pudieron sobrevivir al huracán de subversión moderna. Ciertos “apologistas” contemporáneos conscientes de las fechorías de este divorcio, pero engañándose gravemente sobre las posibilidades de una “conciliación”, han intentado pseudo-síntesis dónde el crédito aportado a las teorías evolucionistas de todo pelaje arriesgan pura y simplemente provocar el hundimiento de las verdades esenciales de la teología en beneficio de un lío pseudo-intelectual y sentimental al uso de “progresistas” y “modernistas”, sin ningún provecho verdadero para el mantenimiento de la verdad en el seno de un mundo en plena descomposición. En la coyuntura actual, nos parece preferible dejar a la ciencia evolucionar sobre su propio plano, con la condición expresa de que se mantenga dentro de los estrechos límites de una “puesta en ecuación” del mundo material que permite las aplicaciones técnicas indispensables para la vida corporal de tres mil millones de insectos humanos, y que los científicos renuncien a toda pretensión filosófica. Es entonces esencial de mantener contra este maremoto la presa inmutable de una teología y de una metafísica al abrigo de todo compromiso, intentando recordar a la inteligencia, como venimos de hacerlo a propósito del concepto de creación, las bases esenciales para el mantenimiento de la verdad en su pureza inalienable e intransigente