viernes, 20 de mayo de 2016

Apología del Taoísmo 1 (G. Tucci)

Hemos llegado con esto al punto que más controversias ha suscitado en el Taoísmo, y contra el cual han dirigido sus hachazos los críticos indígenas y europeos; esto es, el principio del wei-wu-wei. ¿Qué significan estas palabras? Traducidas literalmente rezan: hacer el no hacer. Y comúnmente han sido traducidas a los idiomas europeos como obrar el obrar o la Práctica de la inacción, burdo contrasentido este, que repugna atribuir a mentes en verdad, superiores, como fueron las de Lao-tze y Chuang-tze.

La acción—-como dice la Bhagavadgita, afirmando un principio no del todo disímil del taoísta—no puede suprimirse, por el hecho simplicísimo de que la vida misma es acción. El mismo Tao, en el cual somos y que, al par, en nosotros mismos, ¿no es, acaso, impulso, devenir, y, por lo tanto, acción? Pues entonces, ¿qué se debe entender por wei-wu- wei? Precisamente, ese operar del Tao, que es un operar irreflexivo, espontáneo y omnipotente, y que en el hombre será renuncia a todo artificio; ese enfrenamiento de las pasiones, esa ingenuidad natural, en suma, que hace de los hombres simples criaturas, como niños, de los niños que con tanta frecuencia se recuerdan y son tomados como modelos en los escritos taoístas. "Las leyes celestes benefician, pero no perjudican a nadie——dicen las últimas palabras del Tao-te-king—. El camino del santo es actuar, pero no contender.
Este ideal quietístico y ascético puede repugnar a nuestras más inveteradas convicciones, por las cuales el valor del hombre está estimado en razón directa de su activismo. El Renacimiento, que, en efecto, ha habituado a considerar a la humanidad, no ya como esclava de una providencia suprema y como una fuerza bruta que obedezca a leyes imperiosas y necesarias, sino como una libre actividad capaz, no sólo de sufrir la naturaleza, sino, mejor, de dominarla.

Nadie dejará de reconocer las innegables ventajas que una concepción semejante ha traído. A ella se deben las conquistas de la ciencia, el mejoramiento de las condiciones de vida. Pero por todo esto que hemos ganado, ¿cuánto no hemos perdido? Y los progresos técnicos o científicos ¿ representan verdaderos progresos cuando no van acompañados de una refinada sensibilidad ética, un mejoramiento de costumbres, un reavivamiento del sentido religioso? En el fondo, hay más que temer de la viquiana barbarie de la reflexión que del plácido ascetismo del monje budista o taoísta. La cruel guerra última demuestra cuán distintos son los caminos de la inteligencia y del corazón y cómo la ciencia, puesta al servicio de las malas causas, merece que se la depreque antes que se la celebre. Es bien cierto que hoy se va de Roma a Pekín en un tiempo por lo menos diez veces menor que en el pasado; pero ¿han mejorado por esto las almas? Por mi parte, lo dudo mucho. Este correr, este afanarse, este anhelar, no tiene, en el fondo, otro objeto que hacer la cartera más pingüe y la vida más cómoda y bajo el hálito de ese craso materialismo que amenazar con ahogar los impulsos de toda noble y desinteresada idealidad, de la que el vulgo de los poderosos está siempre dispuesto a reírse, pierde valor todo cuanto no tenga una utilidad práctica e inmediata.

Las mismas leyes, que se han hecho tan casuísticas y minuciosas, atestiguan, en sustancia, que ha aumentado en nosotros la voluntad y la capacidad de pecar; las estadísticas de la delincuencia prosiguen en un crescendo aterrorizador su ascensión, y no hay casi otro campo en donde los hombres den muestra de su codicia y de su refinada astucia como en el arte de engañar al prójimo. Nuestra sociedad, con todos sus filantropismos y sus humanitarismos, etc., es, en el fondo, profundamente egoísta, y las vestiduras que asume son de pura hipocresía. Cuando tanto preocupan los problemas morales es que la moral falta; cuando preocupa la forma, falta la sustancia. "Con la rectitud se gobierna un estado-—dice Lao-tze (cap. 57)—- ;con las estratagemas se combate; con la no-acción se obtiene el dominio sobre el mundo entero. "Cuanto más numerosas son las leyes, más miserable está el pueblo; cuanto más  aumentan las fuentes de lucha, más crece la corrupción. Cuanto más perfectas son las artes y la habilidad práctica, con tanta mayor frecuencia se fabricarán objetos extraños e inútiles; cuantas más leyes se elaboran, tanto más frecuentes son los delitos. Por eso, el sabio recomienda reducir al mínimum todo activismo, para que el pueblo pueda libremente educarse; estarse quietos y tranquilos, para que el pueblo se haga virtuoso por sí mismo; no darse excesivo quehacer para que el pueblo por sí mismo pueda enriquecerse; reducir al mínimo los propios deseos, para que el pueblo pueda mantenerse sincero." Y también (cap. 18): "Cuando el Tao perdió entre los hombres su eficacia, entonces se comenzó a hablar de Humanidad y de Justicia, y cuando surgió la ciencia, nació el error; cuando los parientes dejaron de vivir de acuerdo, se inventaron la piedad filial y el amor fraterno; cuando el estado estuvo revuelto por desórdenes interiores, se predicó la lealtad de los ministros.

Por eso, dejando a un lado la forma paradojal, queda del principio del wei-wul-wei esta profunda verdad: que mucho más que la inquieta actividad práctica, la cual, arrojándonos en el turbión de la lucha por la vida y por el éxito, desarrolla en nosotros las tendencias egoístas y consume la misma resistencia física, así como debilita nuestro sentido religioso y moral y nos roba a nosotros mismos, vale la pena de reconcentrarse en nuestro espíritu, de dejar hablar en nosotros las voces arcanas, de dejar libre el curso a las inspiraciones naturales, que nunca sabemos de dónde vienen, pero que suelen valer más que cualquier ponderado consejo. Y por lo demás, despojada de sus exageraciones verbales, resta otro lado positivo y esencia, y moralmente útil en esta concepción: quiero decir ese espíritu de modestia, de moderación y de tolerancia que Lao-tze llama sus tres gemas. La tolerancia, sobre todo, una virtud casi rara en esta nerviosísima Europa, que no es ciertamente la resignada inercia del fatalista. El hado es una fuerza ciega contra la cual choca y se rompe toda voluntad humana, es una coerción que el hombre ha de sufrir quiera o no por parte de una fuerza extrínseca y necesaria.

Apología del Taoísmo
G. Tucci



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