sábado, 21 de mayo de 2016

Apología del Taoísmo 2 ( G. Tucci)

De igual forma que Lao-tze definió la virtud como una no-virtud, es decir, una virtud que no está dentro de los esquemas éticos de los moralistas usuales, así sus discípulos, Chuang-tze entre ellos, afirman que la felicidad del taoísta no es ninguna de esas felicidades que los hombres se fingen y desean. ¿La riqueza? Es un bien extrínseco y frágil, fatuo, como el capricho de la fortuna. Causa de continuos trabajos del espíritu y de un asiduo desgaste del cuerpo, hasta que no se ha conseguido; fuente de enojosas preocupaciones, cuando se la posee, por el deseo de aumentarla y el temor de perderla. El sabio, pues, no sabe qué hacer con el oro, porque el oro está en su espíritu, y como no conoce deseos, su riqueza no tiene fin. ¿Honores y poder? No otra cosa que palabras y promesas vanas con las que se complacen las almas vulgares, triunfos efímeros a los que, por lo regular, sucede la caída y que no es raro que cuesten la vida. ¿La longevidad? Es cosa que depende del destino y no de nosotros; y, por lo demás, es locura desearla cuando se vive, como los más de los hombres viven, gastando sus energías de mil modos y, por lo tanto, apresurando inevitablemente la muerte. ¿La fama? ¿Qué utilidad puede acarrearnos cuando ya no seamos? Por lo demás, la fama interesa más a cuanto hacemos que a nosotros mismos, pues bajo el ala del tiempo, que todo lo devora, bien pocos hay cuyo nombre al revolver cualquier siglo no sea más que una curiosidad histórica. Cuatro son las cosas por las que no tiene paz la gente—dice Yang- chu, un filósofo taoísta, que sostiene puntos de vista algo personales y, por lo tanto, heterodoxo a saber : la longevidad, la fama, la dignidad, la riqueza. Quien posee el deseo de estas cosas teme a muertos y vivos, príncipes y puniciones, y no tiene un minuto de paz. ¿Pero quién que no se rebele contra el curso natural de las cosas puede desear vivir largo tiempo? Quienes no tienen en cuenta los honores no se preocupan de la fama. Quienes no han hecho cálculo de la autoridad no buscan cargos públicos. Quienes no saben qué hacer con la riqueza no acumulan oro. Solamente éstos se puede decir que viven según las naturales inclinaciones. No hay quienes les igualen en esta vida, puesto que regulan la suya internamente.

No se diga que de esta suerte se quiere suprimir la emulación de nobles ambiciones que pone en evidencia el valor real de los competidores y permite esa selección de las fuerzas mejores sin la que no sería posible la vida social. ¿Para qué-—objeta el taoísta—-afanarse por superar a los demás, ir adelante a cualquier costa, "arribar", como hoy se dice, cuando todo se vuelve en daño de los mismos individuos, los cuales, arrastrados por el orgullo o por las ambiciones, acaban por vivir una vida de continuas aprensiones y ansias, en contraste completo con el ideal de serena actividad deseado por el taoísta, y alimentan las tendencias egoístas que tan fatalmente perniciosas son para ellos como para la colectividad? El verdadero mérito—-es cuestión de tiempo—no puede dejar de ser reconocido. El mismo orden de las cosas así lo exige, y no hay fuerza humana que lo impida. Quien con intrigas o violencias ha ocupado un puesto que no le pertenece, deberá en día más o menos próximo retirarse ante el más merecedor, aunque éste nada pida ni nada quiera. El sabio —-dice Lao-tze—podrá vivir en la sombra, ignorado por todos, humildemente sometido, ser considerado un hombre menos que mediocre ; pero hoy o mañana, de un modo fatal, deberá imponerse definitivamente y preceder a todos. (Cap. 67.) “Todo el mundo me dice que soy un grande hombre, aunque parezco persona carente de méritos; pero precisamente porque soy grande, parezco persona carente de méritos. Por el contrario, quien parece noble, es harto mediocre. "

(Cap. 78.) "Nada hay en el mundo más leve que el agua; pero tampoco hay cosa, por dura y fuerte que sea, que pueda resistirla. Lo tierno vence a lo duro; lo débil vence a lo fuerte. "
No contender, sino dejar hacer. El verdadero tesoro que el sabio no se cansa de ambicionar está en nosotros mismos, y consiste en sentirse y ser superior a todo el descompuesto
mundo de deseos y pasiones que infaliblemente engendran angustias y dolores para nosotros, pobres mortales, vanamente ilusionados con poder llegar por ellos a una felicidad que tanto más se aleja cuanto más creemos haberla alcanzada. Este—como ya se ha dicho----es el punto culminante de toda la doctrina taoísta. Que no por eso reniega de la vida; antes bien, desea el goce más pleno, porque es natural, ese sano y regulado desarrollo de todas nuestras actividades físicas y mentales que cuadran y coinciden con las leyes universales. De aquí esa superioridad serena que caracteriza al sabio taoísta; el cual vive en este mundo, desempeña entre sus inquietos semejantes las funciones más humildes o los oficios más importantes con igual naturalidad, sin perder la calma, esa paz sonriente que la pintura china, por mano de sus maestros, ha sabido representar tan bien en sus célebres cuadros inspirados en asuntos taoístas.

Apología del Taoísmo
G. Tucci

Madrid 1926

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