Es habitual en los círculos
interesados por temas tradicionales considerar de manera libresca y un poco
aséptica a la tradición islámica como una más de las existentes; cuando realmente
hoy día no son los tiempos del colonialismo europeo, época en que gran parte
del mundo islámico eran colonias europeas, tiempos en los que comenzó el
interés por la tradición islámica de los Guenon , Masignon, Corbin , Schuon, Burckhardt
y otros. Han pasado muchas, demasiadas cosas que la mirada benevolente de los
pretendidos adictos a la tradición trata de obviar, confundiendo reductoramente
el mundo del Islam con el sufismo; como se dice la escolástica tomar “pars pro
toto”.
Aunque en aquellos
tiempo del colonialismo también hubo muestras sangrientas del exclusivismo
exotérico del Islam, en aquella matanza que con todo rigor se puede llamar genocidio
de armenios, griegos y otros cristianos, habida en el imperio turco hace cien
años, y cuidadosamente ocultada hasta el presente entre otros por intereses
políticos de los países occidentales, en especial Inglaterra. En la exposición
habida en Yerevan con motivo del centenario del genocidio armenio, se podía fotografías
de multitudes turcas invocando en
pancartas la guerra santa, el exterminio de los infieles y otras atrocidades
que coinciden punto por punto con las proclamas actuales del Estado Islámico,
los talibanes o los muchos grupos de energúmenos fundamentalistas radicales y
sencillamente asesinos, “nihil novo sub solis”.
Produce una notable
desazón leer en Guenon en el periodo de
entreguerras que occidente debía ser convertido de grado o por fuerza, aunque
más tarde confesaba, en la época de la segunda guerra mundial, que el empleo de
la fuerza y la astucia no conducía nunca a buen fin. ¿En qué quedamos? Tal vez pretendía distinguir entre unos malos
Hitler y Stalin y unos benditos e islámicos lobos grises turcos.
Claro que no menos
pasmo produce, contemplado desde los acontecimientos que se suceden
cotidianamente, las alabanzas y loas de un Evola al duro guerrero, aunque mejor
sería llamar carnicero, de la guerra santa islámica; aunque no han faltado tampoco
por nuestros pagos ensalzadores y turiferarios de la guerra santa islámica como
un Antonio Medrano.
Con este motivo
traemos a colación algunos fragmentos de un artículo que entre otras cosas se
aproxima a tópicos ordinarios del Islam como los que occidente considera
musulmanes moderados, que en su mayor parte son frecuentemente cómplices y encubridores
de los terroristas; la guerra santa que curiosamente muchos escritores
tradicionales, coincidiendo con los apologistas del Islam, pretenden reducir a
una guerra contra sí mismo, tratando de ocultar el contenido específicamente
bélico con que lo entienden los musulmanes en primer lugar y sin ambigüedades
de ninguna clase; la justicia coránica absurdamente feroz; la justificación de
los más horrendos crímenes una fatwa favorable.
Carmelo G. Franco.
(Arbil
nº 50 2001)
Es importante también
persuadirnos de que, en lo que hace al Islam, el respeto a la libertad de las
conciencias requiere una modulación exigente. Que, digan lo que digan sus
gobiernos, es en los pueblos de casi todo el mundo islámico en donde se jalea a
Ben Laden como héroe, que, por mucho que nos cueste admitirlo desde el respeto
a la libertad religiosa, es en las mezquitas, desde la de Málaga hasta la de
Mindanao, en donde se cantan sus alabanzas y en donde hay una potencial masa de
reclutamiento.
No anda muy descaminado quien afirma que si en Vascongadas es ETA quien sacude el árbol y el PNV quien recoge las nueces, hay también una análoga división de papeles entre los sicarios del terrorismo islámico y los que se presentan como musulmanes moderados.
Los occidentales tenemos en la memoria la superación de nuestras propias discordias religiosas por la respetuosa aceptación de la diferencia, y, habiendo hecho virtud de la tolerancia hacia quien, aceptando las reglas de la convivencia, lo hace desde otras creencias, tendemos a confiar en la virtud pacificadora de la tolerancia hacia el Islam, como si el Islam fuera sólo una religión. Pero no lo es. O no lo es solamente.
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No anda muy descaminado quien afirma que si en Vascongadas es ETA quien sacude el árbol y el PNV quien recoge las nueces, hay también una análoga división de papeles entre los sicarios del terrorismo islámico y los que se presentan como musulmanes moderados.
Los occidentales tenemos en la memoria la superación de nuestras propias discordias religiosas por la respetuosa aceptación de la diferencia, y, habiendo hecho virtud de la tolerancia hacia quien, aceptando las reglas de la convivencia, lo hace desde otras creencias, tendemos a confiar en la virtud pacificadora de la tolerancia hacia el Islam, como si el Islam fuera sólo una religión. Pero no lo es. O no lo es solamente.
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De las paradojas del Islam no es la menor la que hace referencia a
la Yihad, a la guerra santa: término hoy tan popularizado, en méritos de
acontecimientos muy de lamentar. Parece que Yihad, en árabe, significa
simplemente "esfuerzo", circunstancia que los
apologistas del Islam aprovechan para subrayar que la primera yihad, el primer esfuerzo,
que tiene que hacer el creyente es contra sí mismo, para superarse. Pero el que
eso sea así no obsta a que históricamente la yihad haya sido y sea la guerra en nombre
de Alá.
Especialmente a partir de la huída a Medina, la alusión al "esfuerzo"
en el Corán tiene un contenido específicamente bélico, y con ese carácter lo han venido entendiendo
los musulmanes, desde entonces hasta hoy mismo.
Por citar algunos versículos alusivos a la yihad, todos mediníes, de la azora 2, valgan los siguientes: 186: "combatid en el camino de Alá a quienes os combaten"; 187; "matadlos donde los encontréis, expulsadlos de donde os expulsaron"; 189. "matadlos hasta que la idolatría no exista y esté en su lugar la religión de Alá"; 212: "se os prescribe el combate, aunque os sea odioso".
No cabe tampoco ocultar el contrasentido de pretender hacer justicia "en el nombre de Alá, el Clemente, el Misericordioso", con unas prescripciones de, digamos, derecho penitenciario, sencillamente inhumanas. Acaso comprensibles en una sociedad de beduinos del siglo VII, pero absurdamente feroces cuando se quieren aplicar en nuestra época, en razón de la inmutabilidad de un texto que se supone redactado por Dios mismo. Y es que no son prescripciones posteriores, ni normas convenidas: es el propio Corán el que prescribe las amputaciones, las lapidaciones y demás barbarie. Es en el Corán, en la azora 2, aya 190, en donde se lee: "las cosas sagradas son talión. A quien os ataque, atacadle de la misma manera que os haya atacado"; o en la azora 5, aya 42, donde se manda: "cortad las manos del ladrón y de la ladrona en recompensa de lo que adquirieron y como castigo de Alá"; o en la azora 5, aya 37, en donde se contempla la pena de crucifixión:"la recompensa de quienes combaten a Alá y a su Enviado y se esfuerzan en difundir por la tierra corrupción consistirá en ser matados o crucificados, o en el corte de sus manos y pies opuestos, o en la expulsión de la tierra que habitan"; o la que, en la azora 24, establece la pena de azotes: aya 2: "a la adúltera y al adúltero, a cada uno de ellos, dadle cien azotes; en el cumplimiento de este precepto de la religión de Alá, si creéis en Alá y en el último día, no os entre compasión de ellos; que un grupo de creyentes dé fe de su tormento"; o el aya 4, que confirma el mismo atroz castigo: "a los que calumniar a las mujeres honradas y no pueden luego presentar cuatro testigos, dadles ochenta azotes y no volved jamás a aceptar su testimonio".
Semejantes prescripciones penales se mantienen en vigor en los países en que se aplica la Sharía, edulcoradas en algún caso, como en Arabia Saudita, por la hipocresía de crucificar a los reos después de ser cadáveres, o de confiar la amputación de las manos de los ladronzuelos a un experto cirujano.
Los rigores de la letra coránica no se ven paliados, sino, al contrario, incrementados, por la Sunna: segunda fuente de la fe islámica, humana, no divina, consistente en millares de pequeñas historias: los hadiz - literalmente, las tradiciones- en las que se cuentan los hechos y dichos del profeta y de sus compañeros. Y si no hay conformidad completa en el texto del Corán, menos la hay en la autenticidad y valor de los relatos de la Sunna, en la que distinguen los autores y las escuelas entre los relatos auténticos, los dudosos y los simplemente inventados, en una u otra época, a favor o en contra de una determinada afirmación o doctrina.
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Por citar algunos versículos alusivos a la yihad, todos mediníes, de la azora 2, valgan los siguientes: 186: "combatid en el camino de Alá a quienes os combaten"; 187; "matadlos donde los encontréis, expulsadlos de donde os expulsaron"; 189. "matadlos hasta que la idolatría no exista y esté en su lugar la religión de Alá"; 212: "se os prescribe el combate, aunque os sea odioso".
No cabe tampoco ocultar el contrasentido de pretender hacer justicia "en el nombre de Alá, el Clemente, el Misericordioso", con unas prescripciones de, digamos, derecho penitenciario, sencillamente inhumanas. Acaso comprensibles en una sociedad de beduinos del siglo VII, pero absurdamente feroces cuando se quieren aplicar en nuestra época, en razón de la inmutabilidad de un texto que se supone redactado por Dios mismo. Y es que no son prescripciones posteriores, ni normas convenidas: es el propio Corán el que prescribe las amputaciones, las lapidaciones y demás barbarie. Es en el Corán, en la azora 2, aya 190, en donde se lee: "las cosas sagradas son talión. A quien os ataque, atacadle de la misma manera que os haya atacado"; o en la azora 5, aya 42, donde se manda: "cortad las manos del ladrón y de la ladrona en recompensa de lo que adquirieron y como castigo de Alá"; o en la azora 5, aya 37, en donde se contempla la pena de crucifixión:"la recompensa de quienes combaten a Alá y a su Enviado y se esfuerzan en difundir por la tierra corrupción consistirá en ser matados o crucificados, o en el corte de sus manos y pies opuestos, o en la expulsión de la tierra que habitan"; o la que, en la azora 24, establece la pena de azotes: aya 2: "a la adúltera y al adúltero, a cada uno de ellos, dadle cien azotes; en el cumplimiento de este precepto de la religión de Alá, si creéis en Alá y en el último día, no os entre compasión de ellos; que un grupo de creyentes dé fe de su tormento"; o el aya 4, que confirma el mismo atroz castigo: "a los que calumniar a las mujeres honradas y no pueden luego presentar cuatro testigos, dadles ochenta azotes y no volved jamás a aceptar su testimonio".
Semejantes prescripciones penales se mantienen en vigor en los países en que se aplica la Sharía, edulcoradas en algún caso, como en Arabia Saudita, por la hipocresía de crucificar a los reos después de ser cadáveres, o de confiar la amputación de las manos de los ladronzuelos a un experto cirujano.
Los rigores de la letra coránica no se ven paliados, sino, al contrario, incrementados, por la Sunna: segunda fuente de la fe islámica, humana, no divina, consistente en millares de pequeñas historias: los hadiz - literalmente, las tradiciones- en las que se cuentan los hechos y dichos del profeta y de sus compañeros. Y si no hay conformidad completa en el texto del Corán, menos la hay en la autenticidad y valor de los relatos de la Sunna, en la que distinguen los autores y las escuelas entre los relatos auténticos, los dudosos y los simplemente inventados, en una u otra época, a favor o en contra de una determinada afirmación o doctrina.
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El mundo islámico es demográficamente explosivo, España hace
frontera con él, las comunidades islámicas que se han instalado aquende son
numerosas, y no son pocos -dicen que treinta mil- los españoles que han
abrazado el credo islámico, atractivo por su sencillez y laxitud moral, que, al
fin y al cabo, el ser supremo de la revolución francesa
y la referencia más o menos panteísta del deísmo, están más cerca de Alá que de
Dios Uno y Trino. Negar la emergencia del Islam como problema es esconder la
cabeza bajo el ala. Y por mucho que la tolerancia sea virtud, cumple
preguntarse si, desde el punto de vista estrictamente político, es digna de ser
tolerada la pretensión de articular la vida social conforme a las normas
procedentes de ese cuerpo de doctrina religiosa y jurídica que son el Corán y
la Sunna; si es sensato y lícito acoger a quienes no buscan integrarse en la
sociedad de acogida, sino enquistarse en ella, con vistas a transformarla
conforme a semejantes convicciones.
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