martes, 15 de septiembre de 2015

Producto Nacional Bruto K.G. Galbraith

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Durante los años posteriores a la segunda guerra mundial, el crecimiento económico, es decir, el incremento del PNB (producto nacional bruto), se convirtió en el test del buen funcionamiento económico de un país y, en cierta medida, de su virtud nacional. Se decía de un país que iba bien o mal según que la tasa de crecimiento de su PNB fuese más rápida o más lenta. A tal punto llegaban las cosas, que cuando un economista o un político se presentaban a las puertas del paraíso, san Pedro sólo les hacía una pregunta: «¿Qué habéis hecho por vuestro PNB?». [...] En realidad, la importancia del PNB ha sido más bien sobrevalorada.

¿Acaso porque es necesariamente incompleto y no puede medir más que una parte de las cosas de la vida?

En parte sí. El PNB no incluye sino aquello que puede ser cuantificado. Si yo trabajo a mi satisfacción, como debe hacerlo un profesor de Harvard, mi producción, en forma del sueldo que percibo, se contabiliza en el PNB.

Pero mi mujer, que realiza un trabajo mucho más duro ocupándose de nuestra familia y de nuestra casa, no es tomada en cuenta por el hecho de que no percibe un salario. Una buena manera de hinchar el PNB sería incluir en él el trabajo no retribuido de las mujeres. Y puesto que estamos con el sexo, existen otras singularidades. Una mujer de la vida que haga pagar sus afectos contribuye al PNB, al menos en principio. Ahora bien, una amante que ame y sea amada está excluida.

Pero tomemos un ejemplo más serio. Una ciudad bien cuidada cuyos parques sean arreglados y cuyas calles se distingan por su limpieza y seguridad puede tener una incidencia menor en el PNB que una ciudad que carezca de todas estas cualidades pero en la que la industria y el comercio sean más activos. [...]
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Es evidente que no se puede cuantificar el placer de vivir en una ciudad tranquila, de pasearse por bellos jardines y calles seguras. Tampoco se puede medir el amor verdadero.

Ésta es la razón por la que no se tiene en cuenta todo esto, lo que es completamente arbitrario. Sin duda, hay muchas cosas no cuantificables que nos proporcionan una satisfacción mucho mayor que lo que puede ser medido.

¿Se aplica esto también al arte?

El arte, el amor, un marco de vida agradable, autopistas en las que el paisaje no esté desfigurado por horribles paneles publicitarios. Todas estas cosas nos proporcionan bastante placer, pero escapan al cálculo del PNB.

Se ha dicho que habría que establecer un bienestar nacional bruto más que un PNB. ¿Acaso no sería preferible dar cuenta de la calidad de vida más que de la cantidad de productos?

Algún intento se ha hecho en esta dirección, pero sin gran éxito. ¿Qué unidad de medida podría aplicarse a las satisfacciones y a los placeres de los hombres? Una de las razones por las que el PNB ha progresado poco en Gran Bretaña es que los ingleses confieren más importancia a los valores no cuantificables. Sus campos están mejor atendidos que en cualquier otro país, bastante mejor que en los Estados Unidos e incluso que en Francia. Tienen buenos servicios públicos. El trayecto de la periferia al centro está mejor organizado y es más agradable en Londres que en Nueva York. Por todo esto puede sostenerse con facilidad que el inglés medio disfruta en Londres de un PNB por cabeza inferior pero de un grado de bienestar superior al de un americano medio en Nueva York. [...] El PNB no mide la calidad de vida. Sin embargo, nos da indicaciones útiles acerca de los movimientos de la producción de bienes y servicios. Hay que utilizarlo para lo que nos sirve sin perder de vista lo que se le escapa. [...]

Marx era muy clarividente situando en Alemania el punto de partida del socialismo. Y en el plano puramente material, el desarrollo de Alemania del Este le da la razón. Según ciertas estimaciones, la renta nacional por cabeza es en este país ahora más elevada que en Gran Bretaña. Pero ya hemos visto que el PNB no es la medida del bienestar de un pueblo. En otro caso, ¿para qué serviría el muro de Berlín?”
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—J.K. Galbraith, entrevistado por Nicole Salinger en Introducción a la economía, una guía para todos (o casi), 1978.


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