[Tomado del cuaderno de bitácora Firmus Et Rusticus.]
“Durante los años posteriores a la segunda guerra mundial, el crecimiento
económico, es decir, el incremento del PNB (producto nacional bruto), se
convirtió en el test del buen funcionamiento económico de un país y, en cierta
medida, de su virtud nacional. Se decía de un país que iba bien o mal
según que la tasa de crecimiento de su PNB fuese más rápida o más lenta. A
tal punto llegaban las cosas, que cuando un economista o un político se
presentaban a las puertas del paraíso, san Pedro sólo les hacía una pregunta:
«¿Qué habéis hecho por vuestro PNB?». [...] En realidad, la importancia del PNB
ha sido más bien sobrevalorada.
¿Acaso porque es necesariamente
incompleto y no puede medir más que una parte de las cosas de la vida?
En parte sí. El PNB no incluye sino
aquello que puede ser cuantificado. Si yo trabajo a mi satisfacción, como debe
hacerlo un profesor de Harvard, mi producción, en forma del sueldo que percibo,
se contabiliza en el PNB.
Pero mi mujer, que realiza un trabajo
mucho más duro ocupándose de nuestra familia y de nuestra casa, no es tomada en
cuenta por el hecho de que no percibe un salario. Una buena manera de hinchar
el PNB sería incluir en él el trabajo no retribuido de las mujeres. Y puesto
que estamos con el sexo, existen otras singularidades. Una mujer de la vida que
haga pagar sus afectos contribuye al PNB, al menos en principio. Ahora bien, una
amante que ame y sea amada está excluida.
Pero tomemos un ejemplo más serio. Una
ciudad bien cuidada cuyos parques sean arreglados y cuyas calles se distingan
por su limpieza y seguridad puede tener una incidencia menor en el PNB que una
ciudad que carezca de todas estas cualidades pero en la que la industria y el
comercio sean más activos. [...]
Es evidente que no se puede cuantificar
el placer de vivir en una ciudad tranquila, de pasearse por bellos jardines y
calles seguras. Tampoco se puede medir el amor verdadero.
Ésta es la razón por la que no se tiene
en cuenta todo esto, lo que es completamente arbitrario. Sin duda, hay muchas
cosas no cuantificables que nos proporcionan una satisfacción mucho mayor que
lo que puede ser medido.
¿Se aplica esto también al arte?
El arte, el amor, un marco de vida
agradable, autopistas en las que el paisaje no esté desfigurado por horribles
paneles publicitarios. Todas estas cosas nos proporcionan bastante placer, pero
escapan al cálculo del PNB.
Se ha dicho que habría que establecer un
bienestar nacional bruto más que un PNB. ¿Acaso no sería preferible dar cuenta
de la calidad de vida más que de la cantidad de productos?
Algún intento se ha hecho en esta
dirección, pero sin gran éxito. ¿Qué unidad de medida podría aplicarse a las
satisfacciones y a los placeres de los hombres? Una de las razones por las que
el PNB ha progresado poco en Gran Bretaña es que los ingleses confieren más
importancia a los valores no cuantificables. Sus campos están mejor atendidos
que en cualquier otro país, bastante mejor que en los Estados Unidos e incluso
que en Francia. Tienen buenos servicios públicos. El trayecto de la periferia
al centro está mejor organizado y es más agradable en Londres que en Nueva
York. Por todo esto puede sostenerse con facilidad que el inglés medio disfruta
en Londres de un PNB por cabeza inferior pero de un grado de bienestar superior
al de un americano medio en Nueva York. [...] El PNB no mide la calidad de
vida. Sin embargo, nos da indicaciones útiles acerca de los movimientos de la
producción de bienes y servicios. Hay que utilizarlo para lo que nos sirve sin
perder de vista lo que se le escapa. [...]
Marx era muy clarividente situando en
Alemania el punto de partida del socialismo. Y en el plano puramente material,
el desarrollo de Alemania del Este le da la razón. Según ciertas estimaciones,
la renta nacional por cabeza es en este país ahora más elevada que en Gran
Bretaña. Pero ya hemos visto que el PNB no es la medida del bienestar de un
pueblo. En otro caso, ¿para qué serviría el muro de Berlín?”
—J.K. Galbraith, entrevistado por Nicole
Salinger en Introducción a la economía, una guía para todos (o casi),
1978.
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