Providencia, Voluntad, Destino:
una interpretación simbólica del
Teorema de Pitágoras
René Guénon en su obra Le Roi du Monde en
el Capítulo VIII,
escribe:1
El período actual es, pues, un período de
oscurecimiento y
confusión; sus condiciones son tales que
mientras persistan,
el conocimiento iniciático debe
permanecer necesariamente
oculto, de ahí el carácter de los
‘Misterios’ de la antigüedad
llamada ‘histórica’ (que no remonta
siquiera al principio
de este período) y de las organizaciones
secretas de todos
los pueblos: organizaciones que dan una
iniciación efectiva
allí donde todavía subsiste una verdadera
doctrina tradicional,
pero no ofrecen más que una sombra de
ella cuando
el espíritu de esta doctrina ha dejado de
vivificar los símbolos
que no son más que su representación
exterior, y ello
porque, por diversas razones, todo
vínculo consciente con
1 Las notas que se refieren a la cita son del propio
René Guénon.
el centro espiritual del mundo ha
terminado por romperse,
lo cual es el sentido más particular de
la pérdida de la tradición,
aquel que concierne más especialmente a
tal o cual
centro secundario, que deja de estar en
relación directa y
efectiva con el centro supremo.
Se debe hablar pues, como ya dijimos
anteriormente,
de algo que está oculto más que
verdaderamente perdido,
puesto que no está perdido para todos y
que algunos lo
poseen todavía íntegramente; y, de ser
así, otros siempre
tienen la posibilidad de volver a
encontrarlo, siempre que
lo busquen como conviene, es decir, que
su intención esté
dirigida de tal manera que, por las
vibraciones armónicas
que despierta bajo la ley de ‘acciones y
reacciones concordantes’
2 puede ponerlos en comunicación
espiritual efectiva
con el centro supremo.3 Esta
dirección de la intención
tiene, además, su representación
simbólica en todas las
formas tradicionales; nos referimos a la
orientación ritual:
en efecto, ésta es propiamente la
dirección hacia un centro
espiritual, que, sea cual sea, es siempre
una imagen del
verdadero ‘Centro del Mundo’.4
7
2 Esta expresión se toma de la doctrina taoísta, por
otra parte, se entiende aquí la
palabra “intención” en un sentido que es muy
exactamente el del árabe niyah, que se traduce
habitualmente de esta manera, y este sentido es, por
otra parte, conforme a la etimología
latina (de in-tendere, tender hacia).
3 Lo que acabamos de decir permite interpretar en un
sentido muy preciso estas palabras
del Evangelio: “Buscad y encontraréis, pedid y se os
dará, llamad y se os abrirá”.
De forma natural uno deberá remitirse aquí a las
indicaciones que ya hemos dado a propósito
de la “recta intención” y de la “buena voluntad”; y
sin esfuerzo podrá completarse
con ello la explicación de la fórmula: Pax in terra
hominibus bonæ voluntatis.
4 En el Islam, esta orientación (qiblah) es como
la materialización, si se puede
expresar así, de la intención (niyah). La
orientación de las iglesias cristianas es otro caso
particular, que remite esencialmente a la misma idea.
Entre las virtudes requeridas para el
desarrollo espiritual, quizás no
haya una más importante y actualmente menos
valorada que la de la “Fe”.
Expresiones como “fe del carbonero” o “fe
ciega” parecen asimilar esta
cualificación a una convicción absoluta del
individuo, pero incapaz de
orientar la aspiración al conocimiento
efectivo. Intentaremos mostrar por
el contrario que la Fe se encuentra en
estrecha relación con la intelectualidad
más elevada, siendo un elemento central para
la correcta orientación
de la intención y, según la cita que abre
nuestro artículo, establecer una
“comunicación espiritual efectiva con el
centro supremo”.
Refiriéndose a la doctrina pitagórica a
través de Fabre d'Olivet,5
René Guénon señala que “la Voluntad
'reforzada'6 por la Fe (así pues asociada
por ello mismo a la Providencia) podía
subyugar la propia
Necesidad, gobernar la Naturaleza, y operar
milagros”.7 Esta frase viene
cargada de significados. De entrada se pone
de manifiesto la vinculación
estrecha entre Fe y Providencia, es decir,
la Voluntad del Cielo. De hecho,
las dos primeras, podrían tomarse como las
dos caras de la segunda; la Fe
sería la Voluntad del Cielo vista desde una
perspectiva ascendente, mientras
que la Providencia sería lo mismo pero en
una perspectiva “descendente”,
siempre en relación a la percepción del
hombre. La Fe podría considerarse
entonces como el punto de unión entre la
Voluntad del Cielo y
la del hombre, a través del cual la primera
actúa sobre la segunda, o más
exactamente, como la virtud que permite la
identificación de ambas (destruyendo
la ilusión de separatividad).
En la Fe tenemos por tanto la llave para la
victoria sobre el Destino
del hombre. En la medida en que éste ceda a
su Voluntad humana (o Libre
Albedrío), se verá atrapado por la
fatalidad; en la medida en que tenga Fe,
podrá hacerse “transparente” a la Voluntad
del Cielo para que gobierne
5 A. Fabre d’Olivet, Les Vers
Dorés de Pythagore expliqués, Paris, Treuttel & Würtz,
1813.
6 El término utilizado por Fabre d'Olivet, 'evertuée',
remite a la idea de “dotar de virtud”.
7 R. Guénon, La Grande Triade,
Revue de la Table Ronde, Paris/Nancy, 1946, cap.
XXI. Cf. también A. Fabre d’Olivet, ibid., Examens
des Vers Dorés (Verso 12).
sus pasos y así “subyugar la propia
Necesidad, gobernar la Naturaleza, y
operar milagros”, o lo que es lo mismo,
liberarse de las ataduras de su
Destino de humano mortal.
La expresión de esta relación en la vida del
hombre viene dada por
un símbolo al que el Pitagorismo concede
gran importancia y que fue
heredado por Occidente, siendo custodiado en
nuestros días por la
Masonería. Se trata del triángulo rectángulo
de proporciones 3-4-5, cuyo
desarrollo geométrico viene expresado en la
proposición número 47 de
Elementos l de Euclides, conocida
habitualmente con el nombre de
Teorema de Pitágoras. Esta figura constituye
la “joya” o insignia propia
del Past Master8 y, sin la
hipotenusa, del Venerable Maestro de una Logia.
La doctrina tradicional nos indica que este
triángulo representa el
equilibrio entre la Providencia (lado 3), la
Voluntad humana (lado 4) y el
Destino (lado 5), y esta relación de
equilibrio es la que permite avanzar
armoniosamente en el camino espiritual (cf.
fig. 1).9
En efecto, la Tradición por medio de sus
textos sagrados nos enseña
que el hombre, “creado a imagen y semejanza
de Dios”, por derecho está
situado en el Centro de nuestro mundo, o en
un vocabulario más técnico, de
nuestro Estado de manifestación.10 Desde
esta posición privilegiada su función
es la de ejercer como intermediario entre el
resto de seres, de los que
8 Maestro que ha completado la Veneratura, máxima
responsabilidad en una Logia.
9 «El equilibrio entre la Voluntad y la Providencia por
una parte y el Destino por la
otra estaba simbolizado geométricamente por el
triángulo rectángulo cuyos lados son
proporcionales respectivamente a los números 3, 4 y 5,
triángulo al cual el Pitagorismo
concedía una gran importancia, y que, por una
coincidencia muy notable, no es menor
en la tradición extremo-oriental. Si la Providencia
está representada por el 3, la Voluntad
humana por el 4 y el Destino por el 5, se tiene que en
este triángulo: 3^2 + 4^2 = 5^2; la elevación de los números a la segunda
potencia indica que esto se refiere al dominio de las
fuerzas universales, es decir, propiamente al dominio
anímico, el que corresponde al
Hombre en el 'macrocosmos', y en cuyo centro, en tanto
que término medio, se sitúa la
voluntad en el 'microcosmos'». Cf. R. Guénon, La
Grande Triade, ibid., cap. XXI.
es responsable, y el Principio Universal del
cual todo toma origen. Esta
situación, verdaderamente paradisíaca,
pertenece a la del hombre plenamente
realizado,11 y se enmarca en lo que
la tradición grecorromana denominaba
Edad de Oro. Sin embargo, un mal uso del
mayor don que Dios ha
concedido al hombre (la Voluntad o Libre
Albedrío) provocó lo que en términos
bíblicos se denomina como “Caída”, es decir,
la pérdida efectiva de
esta centralidad a la que hacíamos
referencia. A partir de ese momento, el
hombre, desplazado de su lugar natural,
empujado por esta propia voluntad
de afirmación individual, entra en una
pendiente que le arrastra cada vez
más abajo, más alejado de la Providencia
divina, encontrándose sujeto en
consecuencia a las vicisitudes del Destino y
al sufrimiento.
Figura 1
10 Para una comprensión cabal de la doctrina de los
estados múltiples del ser ver R.
Guénon, Le Symbolisme de la Croix, Éditions Véga, Paris, 1950.
11 Y por lo tanto también a la del Hombre Universal,
indistinguible del Hombre
Verdadero para los seres individuales (cf. R. Guénon, La
Grande Triade, ibid., Cap.
XVIII «[...] quien ha superado el estado humano,
elevándose por el eje a los estados
superiores, por ello mismo es “perdido de vista”, si
podemos expresarnos así, por todos
aquellos que están en este estado y todavía no han
alcanzado su centro, incluidos aquellos
que poseen grados iniciáticos efectivos, pero
inferiores a los del “hombre verdadero”.
Éstos no tienen ya desde ese instante ningún medio
para distinguir al “hombre trascendente”
del “hombre verdadero”, ya que, desde el estado
humano, el “hombre trascendente”
no puede ser percibido más que por su “huella”, y esta
“huella” es idéntica a la
figura del “hombre verdadero”; desde este punto de
vista, uno es pues realmente indiscernible del otro»).
12 Es importante aclarar que, cuando hablamos de Voluntad
nos referimos aquí al
Libre Albedrío y no a lo que conocemos como “fuerza
de voluntad”, esta última imprescindible
para cualquier iniciado y que, al contrario, se
refuerza y unifica con el desarrollo
espiritual.
13 Para más información acerca de la Iniciación y sus
condiciones ver nuestro artículo
La aspiración iniciática y el Centro del Mundo en
Letra y Espíritu nº 32, Junio
2012, Editorial Librería Pardes, Barcelona.
El vértice superior del triángulo representa
el Centro del Estado
humano, es decir, el lugar que por derecho
pertenece al Hombre
Verdadero, culminación de la restauración
humana. El cateto vertical que
nace del vértice y que se figura como el
lado 3 de nuestro triángulo, representa
a la Providencia, y el cateto horizontal la
Voluntad humana. Se ve
fácilmente que la ruptura de este equilibrio
3-4-5 a causa de un mal uso
del Libre Albedrío y del desarrollo de la
Voluntad aumenta proporcionalmente
el peso del Destino con el alejamiento de la
dirección axial, es
decir de la Providencia, y en definitiva del
Estado central. La mentalidad
moderna, ignorando la existencia de un Orden
que resulta de la expresión
en la manifestación de un Principio
Universal de carácter supra-humano,
lleva a la Voluntad humana a entregarse a un
proceso de afirmación de la
individualidad, única realidad existente
según su percepción, alimentando
el ego en un proceso indefinido. Ahora bien,
esta fuerza de Voluntad
puede aplicarse también en sentido
contrario, aunque para ello es necesario
reconocer la acción de la Providencia. Cuando
ello ocurre, cuando el
individuo se da cuenta de la existencia de
una “Voluntad del Cielo”, de la
que la suya propia no es más que un simple
destello, y toma la determinación
de reconocerla primero y someterse a ella
después, el sentido de
la Voluntad en el cateto horizontal se
invierte: en lugar de proyectarse
hacia el exterior en una carrera sin fin, se
dirige hacia el centro de su propio
ser, la Voluntad12 se reduce y se
reduce por tanto la influencia del
Destino, acercándose a la Providencia. Este cambio
de orientación, para
hacerse efectivo y no quedar en un simple
ejercicio mental, precisa ineludiblemente
de la Iniciación, que establecerá el vínculo
entre la
Providencia y el individuo.13
El “equilibrio” del triángulo pitagórico se
encuentra en la perfecta
armonía de las proporciones de sus tres
elementos. La tensión y el progreso
de la Voluntad hacia aquél permiten al
iniciado acercarse a la
Providencia gradualmente reduciendo la
influencia del Destino.14 Llevar
al iniciado a alcanzar primero, y luego
estabilizar esta proporción, es precisamente
el trabajo de una organización iniciática. A
cada individuo
corresponde una figura triangular propia que
refleja su condición (no
existen dos seres iguales), y en un trabajo
iniciático operativo las indicaciones
que recibirá serán adecuadas a su naturaleza
propia, la situación
personal que atraviesa y el medio ambiente
vital en el que se desenvuelve.
Aunque puede parecer contradictorio con lo
señalado anteriormente,
puede darse el caso de que estas indicaciones
apunten en el sentido de un
trabajo de fortalecimiento de la Voluntad,
evidentemente cuando ésta se
encuentre por debajo de la condición de
equilibrio por demasiado débil.
En cualquier caso, es importante señalar que
el comienzo de este
proceso de “retorno” a la Providencia,
signado por el cambio de orientación
en la aplicación de la Voluntad, está
determinado por la capacidad de
reconocer un Principio trascendente y de
someterse a él, capacidad que no
es otra cosa que la Fe, y esto da la medida
exacta de su grado de importancia
como elemento de realización.
No era nuestra intención realizar un estudio
exhaustivo de todas las
posibilidades simbólicas contenidas en el
triángulo pitagórico 3-4-5, cosa
imposible dada la naturaleza del símbolo,
con indefinidas interpretaciones
posibles, sino sólo poner en evidencia la
profundidad de uno de los
significados que le son propios. Quizá no
estaría exento de interés el estudio
de su relación con la representación
simbólica de la manifestación,
14 «La Voluntad humana, uniéndose a la Providencia y
colaborando conscientemente
con ella, puede equilibrar al Destino y llegar a
neutralizarlo1 - 1 Colaborar así con la
Providencia, es lo que, en la terminología masónica,
se llama propiamente trabajar en la
realización del “plan del Gran Arquitecto del
Universo” (cf. Consideraciones sobre la
Iniciación, Cap. XXXI).» Cf. R. Guénon, La Grande
Triade, ibid., cap. XXI.
magistralmente descrita en Le Symbolisme
de la Croix.15 Esperamos que estas breves notas puedan
contribuir a devolver a la Fe el puesto que consideramos le corresponde, así
como a arrojar algo de luz sobre la importancia
del legado Pitagórico, según René Guénon, en
la única iniciación
de carácter propiamente occidental que ha
sobrevivido hasta nuestros
días.16 Dejemos al lector interesado
el profundizar en las cuestiones referentes
a tal estudio, limitándonos sólo a señalar
aún cómo la “joya” del
Past Master en una Logia masónica no
pueda ser otra figura diferente al
propio triángulo pitagórico.17
15 R. Guénon, Le Symbolisme de la
Croix, Edizioni Véga - Guy Trédaniel, Paris,
2007.
16 Cf. R. Guénon, Consideraciones sobre la Iniciación,
ibid., Cap. XIV.
17 «[...] la posibilidad de extravío subsiste en tanto
que el ser no está reintegrado
todavía en el “estado primordial”, pero deja de
existir en cuanto ha alcanzado el centro
de la individualidad humana; y es por eso por lo que
se puede decir que aquel que ha
alcanzado este punto, es decir, la finalización de los
“pequeños misterios”, está ya virtualmente “liberado”, aunque no pueda estarlo
efectivamente hasta que haya recorrido
la vía de los “grandes misterios” y realizado
finalmente la “Identidad Suprema”.» Cf. R.
Guénon, Consideraciones sobre la Iniciación, ibid.,
Cap. XXXIX.