miércoles, 26 de noviembre de 2014

La ecología, definida por un "salvaje"


LA ECOLOGIA, DEFINIDA POR UN “SALVAJE”


Carta del indio SEATTLE a JAMES MONROE en 1819


 El gran jefe de Washington ha mandado hacernos saber que quiere comprarnos las tierras, junto con palabras de buena voluntad. Mucho agradecemos este detalle, porque bien conocemos la poca falta que le hace nuestra amistad. Queremos considerar el ofrecimiento porque bien sabemos que, si no lo hiciésemos, pueden venir los rostros pálidos a arrebatarnos las tierras con armas de fuego.

Pero ¿cómo podréis comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esta idea nos resulta extraña. Ni el frescor del aire ni el brillo  del agua son nuestros. ¿Cómo podrían ser comprados? Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrado para mi pueblo.

La hoja verde, la playa arenosa, la niebla en el bosque, el amanecer entre los árboles, los pardos insectos.., son sagradas experiencias  y memorias de mi pueblo. Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra cuando comienzan el viaje a través de las estrellas. Nuestros muertos nunca se alejan de la tierra que es la madre. Somos una parte de ella, y, la flor perfumada, el ciervo, el caballo y el águila majestuosa son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecen a la misma familia. Por eso, cuando el gran jefe de Washington nos hace decir que quiere comprar las tierras dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros. Ei se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos. Por eilo consideramos su oferta de comprar nuestra a tierra. No es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros . Es demasiado lo que pide.

El agua cristalina que corre por los ríos y arroyuelos no es solamente agua, sino también representa la sangre de nuestros antepasados. Si os la vendiésemos, tendríais que recordar que son sagradas Y enseñarlo así a vuestros hijos... También los ríos son nuestros hermanos, porque nos liberan de la sed, arrastran nuestras canoas y nos procuran los peces, y que cada reflejo fantasmagórico en claras aguas de los lagos, cuenta los sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes. El murmullo del agua esla voz del padre de mi padre. Sí, gran jefe de Washington:

Los ríos son nuestros hermanos, y sacian nuestra sed, son portadores de nuestras canoas y alimento de nuestros hijos. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos. Y por lo tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.

Por supuesto que sabemos que el hombre blanco no entiende nuestra manera de ser. Tanto le da un trozo de tierra u otro, porque es como un extraño que llega de noche a sacar de la tierra todo lo que necesita. No la ve como hermana, sino como enemiga. Cuando ya la ha hecho suya la desprecia y sigue caminando adelante, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Les secuestra la vida a sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetes que se compran se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devora la tierra dejando atrás sólo un desierto.

No lo puedo entender. Nosotros somos de una manera de ser bien diferente. Vuestras ciudades hieren los ojos del hombre de piel roja. Quizá sea porque somos salvajes y no podemos comprender. No hay un solo sitio tranquilo en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda escuchar en la primavera el despliegue de las hojas o el rumor de las alas de un insecto. Quizá es que soy un salvaje y no comprendo bien las cosas. El ruido de la ciudad es un insulto para el oído. Y yo me pregunto: ¿Qué clase de vida tiene el hombre que no es capaz de escuchar el grito solitario de la garza o la discusión nocturna de las ranas en torno a la balsa? Soy piel roja y no lo puedo entender. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el color de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía, o perfumado con aromas de pinos.

El aire tiene un valor inestimable para el piel roja, ya que todos los seres comparten un mismo aliento: la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira. Como un moribundo que agoniza durante muchos días, es insensible al hedor. Pero si le vendemos nuestras tierras, deben recordar que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos suspiros. Y si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas para cosa aparte y sagrada, como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas.

Cuando el último piel roja haya desaparecido de esta tierra, cuando no sea más que un recuerdo su sombra, como el de una nube que pasa por la pradera, entonces todavía estas riberas y estos bosques estarán poblados por el espíritu de mi pueblo. Porque nosotros amamos este país como ama el niño los latidos del corazón de

Si decidiese aceptar vuestra oferta, tendré que poneros una condición: que el hombre blanco considere a los animales de estas tierras como hermanos. Soy un salvaje y no comprendo Otro modo de vida.

Teno vistos millares de búfalos pudriéndose abandonados en las praderas; muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo cómo una máquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos sólo para sobrevivir.

¿ Qué puede ser del hombre sin los animales?

Si  todos los animales desapareciesen, el hombre moriría en una gran soledad. Todo lo que les pase a los animales, muy pronto le sucederá también al hombre. Todas las cosas están ligadas.

Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros semejantes, a fin de que sepan respetarla.

Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurre a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos.

De una cosa estamos bien seguros: La Tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la Tierra. Todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado.

Todo lo que le ocurre a la tierra, les ocurrirá a los hijos de la Tierra.

El hombre no tejió la trama de la vida, él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama, se lo hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exentos del destino común. Después de todo quizá seamos hermanos. Ya veremos.

Sabemos una cosa que quizá el hombre blanco descubra algún día: nuestro Dios es el mismo Dios. Ustedes pueden pensar que ahora El les pertenece lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan. Pero no es así. Él es Dios de los hombres, y su compasión se comparte por igual entre el piel roja y el hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para El y si se daña se provocaría la ira del Creador.

También los blancos se extinguirán, quizás antes que las demás tribus. El hombre no ha tejido la red de la vida, pues sólo es uno de sus hijos, y está tentando a la desgracia si osa romper esa red. Estamos bien seguros: Todas las cosas están ligadas como la sangre de una misma familia. Si ensuciáis vuestro lecho, cualquier noche moriréis sofocados por vuestros propios excrementos.

Pero ustedes caminarán hacia su destrucción rodeados de gloria inspirados por la fuerza de Dios que les trajo a esta tierra y que por algún designio especial les dio dominio sobre ella y el piel roja. Este designio es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se extermina a los búfalos, se doma a los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosque con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes.

¿Dónde está el bosque espeso? Desapareció. ¿ Dónde está el Águila? Desapareció...

Así se acaba la vida y comenzamos a sobrevivir tan sólo.

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