Caracteres de estío
Luis Grau Lobo
El MUNDO
Castilla y León
10 -7-2011
CASI todo el saber de la Antigüedad fue traspapelado en uno de los recurrentes finiquitos de la historia y, durante muchos siglos, los eruditos se empeñaron en recomponerlo merced a los escasos fragmentos, apenas unas frases dispersas, que habían emergido prodigiosamente tras aquel descomunal naufragio. Esa época de exégesis febril se entregó a la interpretación de un puñado de enunciados sobre los que levantó sumas y tratados que, a la postre, serían barridos o reescritos con la furia de un nuevo tiempo, condenándolos al polvo de los estantes más recónditos, pues no eran sino la osamenta deforme de un conocimiento perdido para siempre.
Sin embargo, en nuestros días hemos renunciado a la construcción discursiva, meditada y estructurada de una imagen del mundo y la sustituimos por una maraña de frases cortas, lapidariamente triviales, que pretenden encerrar una hondura que se esfuma en su propia menudencia. Primero llegaron internet y sus wikipedias para advertirnos de que el nuevo modelo de compendio del saber venía a caracterizarse por su desorden intrínseco, por una saludable falta de solemnidad, de coherencia, de sanción.... Y ahora, en una nueva vuelta de tuerca, es el momento de los microblogs, los tweets o tuits, o gorjeos, esa suerte de sentencias de 140 caracteres en las que ha de empaquetarse cuanto queramos decir, pensar, sentir... Pero no todos somos Marcial, aquel epigramático.
E inquieta que también el discurso político, el guión de quienes nos gobiernan, antaño revestidos de discursos y programas, se haya travestido en el lanzamiento y glosa de tuits y formulismos cuya exégesis corresponde a la prensa de una u otra facción, furibundamente lanzada a la interpretación de ese laconismo inquietante. Uno teme que tras esas expresiones no se esconda sino un vacío pavoroso que se abre a nuestros pies con el vértigo de un tiempo sin referencias. En una algarabía en la que nadie escucha a nadie corremos el riesgo de que el legado de nuestro tiempo sea una indigerible colección de dichos fatuos, tiernos o iracundos, un galimatías de cacareos que saldrán volando como la hojarasca a la primera de cambio.
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