A LUZ DE UNA CANDELA JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
Civilidad y barbarie
(Diario de Ávila 6 marzo 2011)
Contaba Unamuno que un alcalde que hubo en Béjar (Salamanca) se dormía con frecuencia en las sesiones municipales, pero si oía una voz más alta que otra, o al caer un silencio en el salón, se despertaba, alarmado, y preguntaba: «¿A quién tengo que sacudir?». Y esto era, sin duda, porque tenía una concepción de la autoridad un tanto unidimensional; esto es, que tener autoridad o mostrarla es asunto únicamente de medidas contundentes para enderezar algún entuerto. Al fin y al cabo, el mismo concepto de las cosas que tenía el conde de San Luis que, refiriéndose a la paz y la tranquilidad públicas, dijo en una ocasión que tranquilidad venía de tranca.
Y su algo de razón tenían estos señores, porque la tranquilidad pública a veces solo se mantiene por miedo a la tranca. Son así las cosas, y así serán. Desde luego, puede imaginarse un mundo perfectamente civilizado en el que los ciudadanos, también perfectamente educados, se comporten muy civilizadamente, y no haya necesidad alguna de ninguna tranca. Hace unos 150 años, parecía que iban por ahí las cosas. Las autoridades municipales, por ejemplo, ya no necesitaban aludir en sus bandos públicos a que se prohibía tirar aguas por los balcones, amontonar los desechos de la cocina a la puerta de la casa, o levantar basureros a la entrada de los pueblos, o comer y beber en la calle, y cosas por el estilo. Exactamente como los manuales de urbanidad en la mesa ya no advertían que no se debía eructar después de la comida, echar los huesos debajo de la mesa, o escupir, como tenían que advertirlo los manuales de buenas maneras de otros tiempos.
Pero las conquistas de la civilización son siempre frágiles, y, una vez que se pasan por alto,
se deteriora todo rapidísimamente; porque la cabra tira al monte, y nosotros al neandertal, o más atrás aún, al mono, que ahora tiene mucho prestigio cultural. Y se habla porque se supone también que lo que nos gusta es hozar en la basura. Así que, a este respecto, hay toda una exitosa industria cultural en toda clase de soportes, desde el libro al celuloide, que cultiva estas «sinceridades» y «autenticidades».
Y claro está que también los hombres del poder o de la revolución supieron siempre que, si los hombres se comportan como ganado, lo que quieren son zanahorias, y ni siquiera hay que sacar la tranca.
Pero, pese a todo, se consiguió un cierto asentamiento de las templadas y civilizadas costumbres;aunque también hubo luego otros vendavales, y no hay más que abrir los ojos para ver que estamos en uno de ellos. El simple saludo a un desconocido,compañero de viaje, no solo no es contestado, sino que su rostro se tensa como si lo hubiéramos insultado, o fuéramos dementes; y las contestaciones que pueden dársenos a la pregunta más inocente son a la vez de una altanería y una burrez bastante elaboradas. ¡Quésé yo qué será de este de la civilidad en la España!
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