miércoles, 23 de marzo de 2011

Necrófilos negocios (José Jiménez Lozano, Diario de Ávila 20-3-2011)

A LA LUZ DE UNA CANDELA
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO -PREMIO CERVANTES
(Diario de Ávila 20 marzo 2011)

Necrófilos negocios

Los hombres se han visto obligados ha convivir desde siempre con acci­dentes especialmente terribles y ca­tastróficos que se originan en la natu­raleza misma, y esto desde terremo­tos a inundaciones, y siempre han querido librarse de ellos naturalmen­te, pero nunca se han extrañado de que existiesen.

El hombre antiguo miraba con te­mor la Naturaleza, sabiendo que su desmande, por así decirlo, podía su­ceder en cualquier momento y dar lu­gar a un desastre. Y todavía vemos a veces señales en los edificios públicos antiguos, que nos indican que hasta allí llegó una inundación en un deter­minado momento; o que ocurrió un alud de tierra o nieve o piedras, o que alguien había muerto al caerse ines­peradamente una pared o fulminado por un rayo. Esto es, que el hombre antiguo, y hasta el de ayer por la ma­ñana mismo, se sabía un ser muy frá­gil y no le molestaba que unas seña­les le recordasen esa condición, no le perturbaba para nada su alegría. Pero ahora no es éste el caso, y, sin embar­go, es casi con la tanatofilia del barro­co -pesadumbre que era un amargor perverso porque llegaba a amarse- con la que se nos hace convivir.

En el diario y siniestro obituario que se nos sirve, pongamos por caso, en los media y en la televisión espe­cialmente, los muertos son casi siem­pre por manos violentas o a causa de desastres naturales; pero todo eso pa­rece que se hace como para ponernos un escalofrío en la espalda y suscitar una emoción, aunque solo para com­pensarnos enseguida con las noticias deportivas y, desde luego, con los anuncios de objetos deseables o inex­cusable signo de nivel y calidad de vi­da. Es la muerte-espectáculo, y la venta asegurada de algo.

No son el miedo y la me­lancolía que se sintió en la última Edad Media, o el miedo del barroco, que concluyó con vestir de negro a toda Europa, pero también en quedar ahógado en un gran espectáculo. Ahora todo sucede como si se quisiera re­conciliarnos con lo horrible y acostumbrar­nos a la muerte, y especial­mente a la muerte con vio­lencia, y violencia que se diseña para nosotros por encima de nuestras cabezas y resulta mucho más irracional, imprevisible y convulsiva que la de la guerra.

Leyes psicológicas invocadas ya por Sade, uno de cuyos personajes,un Príncipe, afirma que el gobiernode las gentes exige que experimenteno tengan cerca un infierno en este mundo para que se dejen gobernar fácilmente, o leyes muy parecidas al as de Pavlov son manejadas hasta por la propaganda comercial, y no solo por la política. Y esto desde los tiempos más inocentes de la publicidad que sabía, pongamos por caso, que los anuncios de los productos más caros y atrayentes, como los co­ches, debían estar al lado o frente por frente de las es­quelas mortuorias, por­que el lector lanzaba en­tonces como un suspiro de alivio notándose en verdad vivo.

Somos así y, por esa razón se puede jugar con nosotros hasta con la muerte. Nos parece que la conjuramos comprando.

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