A LA LUZ DE UNA CANDELA
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO -PREMIO CERVANTES
(Diario de Ávila 20 marzo 2011)
Necrófilos negocios
Los hombres se han visto obligados ha convivir desde siempre con accidentes especialmente terribles y catastróficos que se originan en la naturaleza misma, y esto desde terremotos a inundaciones, y siempre han querido librarse de ellos naturalmente, pero nunca se han extrañado de que existiesen.
El hombre antiguo miraba con temor la Naturaleza, sabiendo que su desmande, por así decirlo, podía suceder en cualquier momento y dar lugar a un desastre. Y todavía vemos a veces señales en los edificios públicos antiguos, que nos indican que hasta allí llegó una inundación en un determinado momento; o que ocurrió un alud de tierra o nieve o piedras, o que alguien había muerto al caerse inesperadamente una pared o fulminado por un rayo. Esto es, que el hombre antiguo, y hasta el de ayer por la mañana mismo, se sabía un ser muy frágil y no le molestaba que unas señales le recordasen esa condición, no le perturbaba para nada su alegría. Pero ahora no es éste el caso, y, sin embargo, es casi con la tanatofilia del barroco -pesadumbre que era un amargor perverso porque llegaba a amarse- con la que se nos hace convivir.
En el diario y siniestro obituario que se nos sirve, pongamos por caso, en los media y en la televisión especialmente, los muertos son casi siempre por manos violentas o a causa de desastres naturales; pero todo eso parece que se hace como para ponernos un escalofrío en la espalda y suscitar una emoción, aunque solo para compensarnos enseguida con las noticias deportivas y, desde luego, con los anuncios de objetos deseables o inexcusable signo de nivel y calidad de vida. Es la muerte-espectáculo, y la venta asegurada de algo.
No son el miedo y la melancolía que se sintió en la última Edad Media, o el miedo del barroco, que concluyó con vestir de negro a toda Europa, pero también en quedar ahógado en un gran espectáculo. Ahora todo sucede como si se quisiera reconciliarnos con lo horrible y acostumbrarnos a la muerte, y especialmente a la muerte con violencia, y violencia que se diseña para nosotros por encima de nuestras cabezas y resulta mucho más irracional, imprevisible y convulsiva que la de la guerra.
Leyes psicológicas invocadas ya por Sade, uno de cuyos personajes,un Príncipe, afirma que el gobiernode las gentes exige que experimenteno tengan cerca un infierno en este mundo para que se dejen gobernar fácilmente, o leyes muy parecidas al as de Pavlov son manejadas hasta por la propaganda comercial, y no solo por la política. Y esto desde los tiempos más inocentes de la publicidad que sabía, pongamos por caso, que los anuncios de los productos más caros y atrayentes, como los coches, debían estar al lado o frente por frente de las esquelas mortuorias, porque el lector lanzaba entonces como un suspiro de alivio notándose en verdad vivo.
Somos así y, por esa razón se puede jugar con nosotros hasta con la muerte. Nos parece que la conjuramos comprando.
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