jueves, 29 de julio de 2010

La Revolución intermitente (El libro negro de la Revolución francesa)

EL LIBRO NEGRO DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Una pequeña selección de textos de El libro negro de la Revolución francesa permite una incursión por el terreno vedado de una visión crítica radical de aquel evento histórico, tan admirado y reverenciado por liberales y progres de todo pelaje, hasta el punto de ser la parodia de un icono sagrado ante el cual se cae postrado de hinojos.

El Capítulo IV LA REVOLUCIÓN INTERMITENTE FRAGMENTOS INTEMPESTIVOS DE HISTORIOGRAFÍA POST REVOLUCIONARIA describe la confusión igualitaria y la confusión liberal origen respectivo del comunismo y del liberalismo que retrotraen sus orígenes al jacobinismo con las secuelas de cárcel generalizada del uno y acumulación implacable de poder del otro.

El Capítulo VI LA MUERTE DE LUÍS XVI nos refiere sumariamente las ilegalidades fragrantes con las que se proclamó la República, mediante todo tipo de ilegalidades: exclusión de la oposición, amendrantamiento y amenazas de los representantes, mínima representación del cuerpo electoral saltándose todo tipo de quórum. Bastante más irregular fue el proceso a Luis XVI pleno de irregularidades jurídicas, calumnias, mentiras, amenazas, dudosos conteos de votos y otros etc. Se trataba de los primeros balbuceos de la moderna democracia.

El capítulo XI LA GUERRA DE VENDÉE GUERRA CIVIL, GENOCIDIO MEMORICIDIO es sin duda el más escalofriante del libro, se refiere aquí a la cruel guerra civil desatada en la Vendée y perdida por los vendeanos a la que siguió el primer genocidio o populicidio de la era moderna con fusilamientos, torturas, ahogamientos masivos, incendios de haciendas, hornos crematorios, desollamiento de cadáveres para hacer pantalones de montar y otras serie de eventos que constituyen todo un timbre de gloria de la Revolución francesa y nos descubre unos franceses capaces de de igualar si no superar las peores barbaries de los nazis.


El capítulo XII EL VANDALISMO REVOLUCIONARIO nos recuerda el gran amor a la cultura en que desembocó finalmente la ilustración francesa del XVIII, con robos, expolios y destrucciones de todo tipo y clase, cuyos motivos variaban desde el odio antirreligioso hasta el miedo a los procedimientos del terror, pasando por la expropiación y nacionalización de bienes con su posterior venta. Menciona de paso la exportación del vandalismo por las tropas francesas tanto revolucionarias como napoleónicas, de la que en España sabemos algo

El capítulo XVI EL REPARTO REVOLUCIONARIO DEL TERRITORIO, ENTRE UTOPÍA Y TECNOCRACIA básicamente se refiere a la moderna cuadriculación del territorio administrativo que destruyó las antiguas provincias históricas y que acabó con las libertades locales que fueron contrapoderes del poder central , sustituidas finalmente por un sistema de elección partidaria aun parlamento central omnímodo en su poder y carente de contrapoderes; en suma la partitocracia, que durante demasiado tiempo se ha hecho pasar por democracia.

El capítulo XXIV “LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD” O LA IMPOSIBILIDAD DE SER HIJO es una interesante visión demoledora de los inmortales principios de la Revolución francesa, hijos de la ilustración que algunos consideran consecuencias del cristianismo, que más bien habría que considerar, como decía Chesterton, como ideas cristianas que se han vuelto locas .

El Capítulo XXV ¿SE FESTEJARÄ EL TRICENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN? Tantea el futurible de una permanencia de los valores (o mejor no valores) republicanos en una Francia descristianizada o tal vez mayoritariamente islámica.

Todos los temas y autores de este libro están convenientemente proscritos y ninguneados en Francia, pero contribuyen en no pequeña medida a experimentar una ligera desazón con un asomo de asco al tratar de esa Francia cuna de Terror, del genocidio, precursora del nazismo y del sistema carcelario y exterminador soviético y que sin embargo a varias generaciones de españoles se les enseñó como cuna de la moderna civilización alumbrada por la Revolución, del progreso y de la democracia.

Capítulo IV LA REVOLUCIÓN INTERMITENTE FRAGMENTOS INTEMPESTIVOS DE HISTORIOGRAFÍA POST REVOLUCIONARIA.

Gregory Woimbé
Doctor en Historia

1. REVOLUTIO PERENNIS. EL OBJETO EN EL ACONTECIMIENTO

El jacobinismo entre la libertad y la igualdad.

La historia de la Revolución ha cedido bajo el peso de su propia historia, y el historiador “debe anunciar sus colores”. El análisis liberal no ha sido recobrado más que contra el análisis social. ¿Se debe elegir entre libertad e igualdad, entre Estado y sociedad? El problema viene de una “doble” confusión del Estado y de la sociedad: la confusión igualitaria que se funda sobre la paradoja de una disolución de la sociedad a través de su abstracción estatal (en el estado) y su inscripción partisana (en partidos políticos); la confusión liberal que se funda sobre la paradoja utilitarista de una disolución del estado a través de la particularización de los intereses sociales y su inscripción corporatista (con la producción de nuevos cuerpos intermediarios privilegiados) . Esta doble paradoja, esta doble confusión, es la misma matriz jacobina de una cantidad de tendencias. Estructura la sociedad en sindicatos y en partidos y el debate público en programa y en reivindicación, en promesas y en decepciones. El jacobinismo es el mismo plan de inmanencia que se constituye luego en pluralismo ilusorio. Los que se enfrentan o debaten son las especies de un mismo género jacobino fundado sobre la disolución de las diferencias Estado-sociedad en el derrocamiento del concepto político, en el pasaje del bien común (que es un fin) al interés general (que es un medio), el la instrumentalización de la política por la ideología.

La Revolución “Jacobina” fue el mito de una igualdad considerada de producir, por la virtud generalizada, libertad y sociedad y, queriendo una realidad que las produzca todas (las libertades individuales y colectivas), ella celebra su divorcio. El comunismo estima que la felicidad social legitima una tiranía “de transición” y acaba por preferir la tiranía al mismo bienestar que ella supuestamente edifica; el liberalismo, juzga al contrario, que la felicidad está mediatizada por una libertad de indiferencia y el también acaba por preferir el medio al fin. Se podría reenviar el uno al otro espalda contra espalda, mientras que no han estado en la historia más que frente a frente, y es incluso este frente afrente cínico quien ha determinado los dos siglos que nos preceden. La Revolución ha puesto los jalones de esta oposición, que es su polaridad, su movimiento dialéctico, su coincidentia oppositorum . La libertad del liberal es toda psicológica, no es más que una voluntad de poder y su desregulación esconde de hecho la supresión de un derecho protector de los más débiles, es la supervivencia de una oligarquía adaptada a la jerga democrática . La sociedad del comunismo no es más concreta ya que ella se resume históricamente en la puesta en escena de un sistema carcelario generalizado. Entre la prisión y el derecho del más fuerte, el contemporáneo está aplastado: la tiranía y la oligarquía, incluso revestidas la una y la otra del nombre de democracia que ellas reivindican a la vez (liberal o popular), son temibles regresiones políticas, como si el hombre dotado de su larga experiencia no hubiera sabido producir más que regímenes ciertamente sofisticados en cuanto al funcionamiento, pero terriblemente primitivos en cuanto al principio

Los tiempos de la Revolución

La Revolución no será nunca más el monolito que ha sido y que es aun a veces en el alma colectiva de los pueblos. Esto es religión, no historia. Cuando la Revolución se hace Revelación, pretende ser un nuevo fundamento de la vida social, y sus historiadores se hacen teólogos cumpliendo la función teológica en el seno del cuerpo social. Estas teologías acumuladas no son más que una utopía a estudiar para el historiador de las representaciones o el sociólogo de la cultura. Sin embargo está la irreducible materialidad de un pasado infranqueable, el misterio de un hecho que dura indefinidamente y que se comunica de generación en generación, continuando a inflamar a los que se determinan por o contra lo que ellos reciben, por o contra (1).

(1) Leon Daudet , Deux idoles sanguinaires: la Revolution et son fils Bonaparte, Paris, Albin Michel 1939: “ La mayor parte de los historiadores que han hablado de la Revolución de 1879, salvo los Goncourt, se han expresado por su cuenta con una mezclas de temor y respeto. Michelet ha escrito en términos magníficos, la apología absurda de la Revolución y sus hombres . El liberalismo ha concluido que había en ella algo muy bueno, muy nuevo y malo, con un final muy malo, el Terror. A continuación Taine, al que había impresionado la Comuna de Paris, insistió sobre la ausencia de lo muy bueno, el conjunto legislativo de los más mediocres y la ferocidad bestial de los jefes, que él llamo ‘ los cocodrilos’. Lenôtre, hostil a la Revolución, decía poco antes de su muerte, a Octave Aubry: ‘He estudiado la Revolución en los archivos, desde hace cuarenta años. No comprendo nada de ella.’ Gaxotte en fin, el último historiador a la fecha de eta funesta crisis política y moral, ha vuelto atraer talla de los ‘cocodrilos’ y señalar su mediocridad intelectual y moral. Por mi parte quiero mostrar, que conforme a la palabra de Clemanceau, la Revolución es un bloque…un bloque de necedad – de burradas hubiera dicho Montaigne- de estiércol y de sangre. Su forma virulenta fue el Terror. Su forma atenuada es la democracia actual con su parlamentarismo y el sufragio universal, y su elección, como fiesta nacional, del inmundo 14 de julio, donde comenzó con la mentira de la Bastilla, el paseo de las cabezas en la punta de las picas. El catorce de julio, verdadero comienzo del periodo terrorista y completado por el gran miedo. Fecha fatal para el país.

La sangre del terror

El episodio del Terror es la gran rugosidad de la Revolución francesa. Para unos, es un daño colateral, un resbalón, una deriva, un accidente intolerable debido a circunstancias intolerables ellas mismas, una subversión del ideal; para otros, es la verdadera faz de 1789, el movimiento de su lógica interna, una subversión por el ideal ¿Pero como circunstancias tan excepcionales podrían explicar un basculamiento tal de la humanidad en el asesinato y la violencia? ¿Pero como una lógica interna que se haría remontar a la misma monarquía y porqué no a la misma idea de Francia podría resolverse en el drama del Terror? El terror no es ni subversión del ideal, ni subversión por el ideal. Es la violencia misma del ideal, de todo ideal, pues el ideal no puede no poner la cuestión del mal y de la salvación.

El terrorismo es en primer lugar preventivo: suscita el espanto; a continuación es represivo, pero no reprime lo que sería el fracaso de su ‘prevención’. Es justamente porque su terror triunfa, es cuando el miedo triunfa cuando se activa la violencia. En el fondo el Terror se ha encarnizado sobre adversarios que no existían, sobre fantasmas, pero matando seres bien reales. Su violencia no fue funcional. Fue el culto necesario del miedo. La violencia es la ritualización del miedo que ella suscita. En el fondo para ser eficaz y para evitar la rebelión, es preciso representar concretamente lo virtual. La guillotina, los ahogamientos o las columnas infernales ritualizaron lo que el discurso estaba estilizando.

Si la democracia es principio de auto-conservación y el terrorismo principio de auto-referencialidad, sería interesante enfocar la relación (al menos teórica) entre los dos términos.

Pero el acontecimiento contingente nos muestra al menos que hay combinaciones paradójicamente posibles especialmente cuando la pasión de la igualdad toma la forma de aniquilación de una población porque ella está construida por su asesino en representación de lo que le hace obstáculo.

La nación comenzó por una integración de todos para acabar en la eliminación de ciertos. La verdadera cesura separa la libertad fundada sobre la igualdad (inmanencia) de la libertad fundada sobre la fraternidad (trascendencia). Estas fueron las dos líneas de los actores de la Revolución.

La Revolución francesa ha querido las dos.

Ciertamente los hombres que ahogaban hombres concretos en Nantes no eran los que imaginaban el hombre ideal en Paris, pero los unos y los otros eran productos de un mismo sistema.

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