A la luz de una candela
José Jiménez Lozano
Diario de Ávila 4 julio 2010
Los reclamos de España
Lo que durante siglos, desde el XVIII-XIX para acá, ha atraído a los extranjeros a España, ha sido la literatura romántica, que llenó el mundo entero de fantasías sobre nuestro país.
Sobre todo desde la época romántica, en efecto, los europeos venían aquí a ver lo que no se veía en ninguna parte; y sería suficiente recordar que poblado, grande o chico, que no aportara su parte a ese turismo de bandoleros o gitanos perseguidos por la Guardia Civil, y, desde luego, aseguraba una vieja bodega llena de desechos de cadenas, ruedas, trozos de hierro, cepos, sogas, sacos y agujas de hacer punto o alambres retorcidos y oxidados, era que la cárcel antigua de la Inquisición. Y como hasta hubo excavaciones para descubrir sus horrores -que los hubo y no hacía falta inventarlos- y en esa excavaciones se encontró la cosa más rara del mundo: la trenza de una niña supuestamemente quemada en Madrid, que luego dio mucho juego nada menos que a Echegaray para conmover hasta las lágrimas a los señores diputados. Y el turista en entonces también venía a conmoverse de los horrores que se mostraban.
Así que la cosa comenzó como un trapacero negocio, pero algunos es pañoles llegaron a creerse sus propiar trapacerías y fraudes, y, desde que Cánovas dijo aquello de que era español el que no podía ser otra cosa, se extendió la convicción de que los españoles estábamos condenados a dedicamos a este sector servicios vendiendo nuestro atraso y nuestros horrores. Y en éstas estamos.
Se montó el cuento aquél de las dos Españas cada vez que unos españoles se hacían la vida imposible o se mataban unos a otros, y tal invento funcionó hasta dar en aquello otro de que la historia de España había reescribirla de nuevo mientras a otros españoles les gustaba hablar de la anti-España.
Anteriormente, había habido desde luego mucho arbitrista que aseguraba tener el secreto de la razón de nuestras desgracias y de la fabricación de nuestra felicidad. Algunos de estos arbitristas echaban la culpa de todo a que los españoles echaban cilantro en el cocido, y otros pensaban que comían demasiado pan y ello era un impedimento para el progreso de las ciencias. Pero nadie puede negar que hubo siempre una élite ciertamente preclara, aunque tenida también por gentes poco realistas. Era Europa la que nos tenía que salvar, y la receta era que España tenía que dejar de ser España y convertirse en otra cosa, hacer otra España, que no tuviera que ver nada con España, y este deseo de tantos españoles de ahora mismo es precisamente nuestra gran diferencia con los demás países que no son tan modernos o futuristas como para tirar la casa y hacerla nueva.
Pero quizás es éste ahora nuestro reclamo: el espectáculo de la disolución de una de las más viejas naciones europeas, o una estancia en Babel. No lo sé, pero no deja de ser notable el que a diario estemoscomo casa en reformas donde todo está patas arriba, y no se ve el fin de las obras.
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