lunes, 12 de julio de 2010

Los reclamos de España (José Jiménez Lozano)

A la luz de una candela

José Jiménez Lozano

Diario de Ávila 4 julio 2010

Los reclamos de España

Lo que durante siglos, desde el XVIII-XIX para acá, ha atraído a los extranjeros a España, ha sido la literatura romántica, que llenó el mundo entero de fantasías sobre nuestro país.

Sobre todo desde la época román­tica, en efecto, los europeos venían aquí a ver lo que no se veía en ningu­na parte; y sería suficiente recordar que poblado, grande o chico, que no aportara su parte a ese turismo de bandoleros o gitanos perseguidos por la Guardia Civil, y, desde luego, asegu­raba una vieja bodega llena de dese­chos de cadenas, ruedas, trozos de hierro, cepos, sogas, sacos y agujas de hacer punto o alambres retorcidos y oxidados, era que la cárcel antigua de la Inquisición. Y como hasta hubo ex­cavaciones para descubrir sus horro­res -que los hubo y no hacía falta in­ventarlos- y en esa excavaciones se encontró la cosa más rara del mundo: la trenza de una niña supuestame­mente quemada en Madrid, que lue­go dio mucho juego nada menos que a Echegaray para conmover hasta las lágrimas a los señores diputados. Y el turista en entonces también venía a conmoverse de los horrores que se mostraban.

Así que la cosa comenzó como un trapacero negocio, pero algunos es pañoles llegaron a creerse sus pro­piar trapacerías y fraudes, y, desde que Cánovas dijo aquello de que era español el que no podía ser otra cosa, se extendió la convicción de que los españoles estábamos condenados a dedicamos a este sector servicios ven­diendo nuestro atraso y nuestros ho­rrores. Y en éstas estamos.

Se montó el cuento aquél de las dos Españas cada vez que unos españoles se hacían la vida imposible o se mataban unos a otros, y tal invento funcionó hasta dar en aquello otro de que la historia de España ha­bía reescribirla de nue­vo mientras a otros es­pañoles les gustaba hablar de la anti-España.

Anteriormente, había habido des­de luego mucho arbitrista que aseguraba tener el secreto de la ra­zón de nuestras desgracias y de la fabricación de nuestra felicidad. Algunos de estos arbitris­tas echaban la culpa de todo a que los españoles echaban cilantro en el cocido, y otros pensaban que comían demasiado pan y ello era un impedi­mento para el progreso de las cien­cias. Pero nadie puede negar que hu­bo siempre una élite ciertamente preclara, aunque tenida también por gentes poco realistas. Era Europa la que nos tenía que salvar, y la receta era que España tenía que dejar de ser España y convertirse en otra cosa, hacer otra España, que no tuviera que ver nada con España, y este de­seo de tantos españoles de ahora mismo es precisamente nuestra gran diferencia con los demás países que no son tan modernos o futu­ristas como para tirar la casa y hacerla nueva.

Pero quizás es éste aho­ra nuestro reclamo: el espectáculo de la disolución de una de las más viejas naciones europeas, o una estancia en Babel. No lo sé, pero no deja de ser notable el que a diario estemoscomo casa en reformas donde todo está patas arriba, y no se ve el fin de las obras.

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