lunes, 15 de septiembre de 2008

Saber ¿ para qué?.José Jimenez Lozano

Saber ¿para qué ?

JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO,Premio Cervantes


(Diario de Ávila 14 septiembre 2008)



Este asunto de la instrucción -la educación es otra cosa, y sólo como recuelo de los grandes totalita­rismos de nuestro tiempo se ha extendido la siniestra idea de que los Estados tienen que educar- no ha he­cho más que embarullarse, por la simple y sencilla razón de que intereses políti­cos y de dinero se han puesto por medio. Y nada se adelanta ha­blando de ello, pero al menos no se debe callar el desastre.

Hace ya más de medio siglo, Aldoux Huxley comprobaba, melancólicamente; que una reforma social como la de la instrucción general pública, que es la pura e imprescindible justicia, había sido convertida, por los Estados totalitarios educadores, en el método más eficaz de su dominio e ideología y había expuesto a millones de gentes «a la influencia de la mentira organizada, y de la seducción de distracciones continuas, imbéciles y degradantes». Pero la historia nos muestra que, fuera d esos casos, la instrucción que, además de por su bondad intrínseca era considerada y admirada como valor social consiguió no escasos logros, y siempre estuvo dispuesta a alcanzar más.
Pero el hecho es que, al mezclar instrucción y educación, haciendo de aquella la mera respuesta a una demanda social, y haciendo de ésta una fábrica de «pigmaliones» y «clones» en el molde de una ideolo­gía, todo queda desvirtuado, y se imposibilita la trans­misión del saber. Éste queda reducido a expresiones mínimas y grotescas - ni siquiera la famosa cultura media que Goethe consideraba la mayor de las desdi­chas - especialmente en las enseñanzas medias, que son las que facultan el alcance del saber y la cultura en sentido estricto y serio.

Pero lo importante ya no es el saber, y ello se deci­de de entrada no sólo con una rebaja de los conoci­mientos en los programas y en los obligatorios y carí­simos libros, o posibilitando que con cuatro suspen­sos se pueda pasar curso, y encubriendo y premiando el fracaso mismo, incluso mediante la constricción del profesorado, para la confección de necias estadís­ticas y engaño del propio alumno, de los padres, y de la sociedad entera.

Hace más de cien años, en un clima de desaliento - nacional, un español eximio, don Gumersindo de Azcárate vio con toda claridad que sólo con el estudio y la educación de las gentes se saldría de tal marasmo, y frente al igualitarismo por abajo de la demagogia, argumentó sencillamente que el propósito a conse­guir no era el de recortar las levitas -esto es, rebajar el saber a niveles ínfimos -, sino el de alargar las cha­quetas. Porque, esto es, además, lo que está en la pro­pia naturaleza de la enseñanza: el hacer un igual de quien enseña a aquél a quien enseña.

Y parece que, si algo deben tener claro en este asunto, por lo menos quienes no poseen dineros, es que no pueden permitirse ser idiotas, ni dejarse rega­lar nada por los Estados y las cofradías ideológicas. Siempre es carísimo, un timo perfecto.

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