Saber ¿para qué ?
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO,Premio Cervantes
(Diario de Ávila 14 septiembre 2008)
Este asunto de la instrucción -la educación es otra cosa, y sólo como recuelo de los grandes totalitarismos de nuestro tiempo se ha extendido la siniestra idea de que los Estados tienen que educar- no ha hecho más que embarullarse, por la simple y sencilla razón de que intereses políticos y de dinero se han puesto por medio. Y nada se adelanta hablando de ello, pero al menos no se debe callar el desastre.
Hace ya más de medio siglo, Aldoux Huxley comprobaba, melancólicamente; que una reforma social como la de la instrucción general pública, que es la pura e imprescindible justicia, había sido convertida, por los Estados totalitarios educadores, en el método más eficaz de su dominio e ideología y había expuesto a millones de gentes «a la influencia de la mentira organizada, y de la seducción de distracciones continuas, imbéciles y degradantes». Pero la historia nos muestra que, fuera d esos casos, la instrucción que, además de por su bondad intrínseca era considerada y admirada como valor social consiguió no escasos logros, y siempre estuvo dispuesta a alcanzar más.
Pero el hecho es que, al mezclar instrucción y educación, haciendo de aquella la mera respuesta a una demanda social, y haciendo de ésta una fábrica de «pigmaliones» y «clones» en el molde de una ideología, todo queda desvirtuado, y se imposibilita la transmisión del saber. Éste queda reducido a expresiones mínimas y grotescas - ni siquiera la famosa cultura media que Goethe consideraba la mayor de las desdichas - especialmente en las enseñanzas medias, que son las que facultan el alcance del saber y la cultura en sentido estricto y serio.
Pero lo importante ya no es el saber, y ello se decide de entrada no sólo con una rebaja de los conocimientos en los programas y en los obligatorios y carísimos libros, o posibilitando que con cuatro suspensos se pueda pasar curso, y encubriendo y premiando el fracaso mismo, incluso mediante la constricción del profesorado, para la confección de necias estadísticas y engaño del propio alumno, de los padres, y de la sociedad entera.
Hace más de cien años, en un clima de desaliento - nacional, un español eximio, don Gumersindo de Azcárate vio con toda claridad que sólo con el estudio y la educación de las gentes se saldría de tal marasmo, y frente al igualitarismo por abajo de la demagogia, argumentó sencillamente que el propósito a conseguir no era el de recortar las levitas -esto es, rebajar el saber a niveles ínfimos -, sino el de alargar las chaquetas. Porque, esto es, además, lo que está en la propia naturaleza de la enseñanza: el hacer un igual de quien enseña a aquél a quien enseña.
Y parece que, si algo deben tener claro en este asunto, por lo menos quienes no poseen dineros, es que no pueden permitirse ser idiotas, ni dejarse regalar nada por los Estados y las cofradías ideológicas. Siempre es carísimo, un timo perfecto.
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