martes, 23 de junio de 2020

Escolios antidemocráticos.(Nicolás Gómez Dávila)

Escolios antidemocráticos.

Una interesante radiografía del sistema que hoy es el dogma del mundo moderno y anticristiano, a modo de selección de sentencias de Nicolás Sánchez Dávila.


                                                                    ***

Cambiar un gobierno democrático por otro gobierno democrático se reduce a cambiar los beneficiarios del saqueo.

Errar es humano, mentir: democrático.

El político en una democracia se convierte en bufón del pueblo soberano.

La democracia celebra el culto de la humanidad sobre una pirámide de cadáveres.

Habiendo promulgado el dogma de la inocencia original, la democracia concluye que el culpable del crimen no es el asesino envidioso, sino la víctima que despertó la envidia.

El político demócrata no adopta las ideas en que cree, sino las que cree que ganan.

Tanto capitalismo y comunismo, como sus formas híbridas, vergonzantes o larvadas, tienden, por caminos distintos, hacia una meta semejante. Sus partidarios proponen técnicas disímiles, pero acatan los mismos valores. Las soluciones los dividen, las ambiciones los hermanan. Métodos rivales para la consecución de un fin idéntico. Maquinarias diversas al servicio de igual empeño.

El tonto no confía en verdad que la opinión pública no avale.

La compasión con la muchedumbre es cristiana; pero la adulación de la muchedumbre es meramente democrática.

La popularidad de un gobernante en una democracia es proporcional a su vulgaridad.

Las democracias tiranizan preferentemente por medio del poder judicial.

El capitalismo es deformación monstruosa de la propiedad privada por la democracia liberal.

El historiador democrático enseña que el demócrata no mata sino porque sus víctimas lo obligan a matarlas.

La democracia es una religión antropoteísta. Su principio es una opción de carácter religioso, un acto por el cual el hombre asume al hombre como Dios.

La realización práctica del principio democrático reclama, en fin, una utilización frenética de la técnica y una implacable explotación industrial del planeta.

La técnica no es producto democrático, pero el culto de la técnica, la veneración de sus obras, la fe en su triunfo escatológico, son consecuencias necesarias de la religión democrática. La técnica es la herramienta de su ambición profunda, el acto posesorio del hombre sobre el universo sometido. El demócrata espera que la técnica lo redima del pecado, del infortunio, del aburrimiento y de la muerte. La técnica es el verbo del hombre-dios.

La humanidad democrática acumula inventos técnicos con manos febriles. Poco le importa que el desarrollo técnico la envilezca o amenace su vida. Un dios que forja sus armas desdeña las mutilaciones del hombre.

La veneración de la riqueza es fenómeno democrático. El dinero es el único valor universal que el demócrata puro acata.

La tesis de la soberanía popular entrega la dirección del estado al poder económico.

La doctrina democrática es una superestructura ideológica, pacientemente adaptada a sus postulados religiosos. Su antropología tendenciosa se prolonga en apologética militante. Si la una define al hombre de manera compatible con su divinidad postulada, la otra, para corroborar el mito, define al universo de manera compatible con esa artificiosa definición del hombre. La doctrina no tiene finalidad especulativa. Toda tesis democrática es argumento de litigante, y no veredicto de juez.

La democracia no es atea porque haya comprobado la irrealidad de Dios sino porque necesita rigurosamente que Dios no exista. La convicción de nuestra divinidad implica la negación de su existencia. Si Dios existiese el hombre sería su criatura. Si Dios existiese el hombre no podría palpar su divinidad presunta. El Dios trascendente anula nuestra inútil rebeldía. El ateísmo democrático es teología de un dios inmanente.

La democracia individualista suprime toda institución que suponga un compromiso irrevocable, una continuidad rebelde a la deleznable trama de los días. El demócrata rechaza el peso del pasado y no acepta el riesgo del futuro. Su voluntad pretende borrar la historia pretérita y labrar sin trabas la historia venidera. Incapaz de lealtad a una empresa remitida por los años su presente no se apoya sobre el espesor del tiempo; sus días aspiran a la discontinuidad de un reloj siniestro.

Los mandatarios burgueses del sufragio prohíjan el estado laico para que ninguna intromisión axiológica perturbe sus combinaciones. Quien tolera que un reparo religioso inquiete la prosperidad de un negocio, que un argumento ético suprima un adelanto técnico, que un motivo estético modifique un proyecto político, hiere la sensibilidad burguesa y traiciona la empresa democrática.


Nicolás Sanchez Dávila. Tomado de “Almena Blog”.

No hay comentarios: