Escolios antidemocráticos.
Una interesante radiografía del sistema que hoy es el dogma
del mundo moderno y anticristiano, a modo de selección de sentencias de Nicolás
Sánchez Dávila.
***
Cambiar un gobierno democrático por otro gobierno
democrático se reduce a cambiar los beneficiarios del saqueo.
Errar es humano, mentir: democrático.
El político en una democracia se convierte en bufón del
pueblo soberano.
La democracia celebra el culto de la humanidad sobre una
pirámide de cadáveres.
Habiendo promulgado el dogma de la inocencia original, la
democracia concluye que el culpable del crimen no es el asesino envidioso, sino
la víctima que despertó la envidia.
El político demócrata no adopta las ideas en que cree, sino
las que cree que ganan.
Tanto capitalismo y comunismo, como sus formas híbridas,
vergonzantes o larvadas, tienden, por caminos distintos, hacia una meta
semejante. Sus partidarios proponen técnicas disímiles, pero acatan los mismos
valores. Las soluciones los dividen, las ambiciones los hermanan. Métodos
rivales para la consecución de un fin idéntico. Maquinarias diversas al
servicio de igual empeño.
El tonto no confía en verdad que la opinión pública no
avale.
La compasión con la muchedumbre es cristiana; pero la
adulación de la muchedumbre es meramente democrática.
La popularidad de un gobernante en una democracia es proporcional
a su vulgaridad.
Las democracias tiranizan preferentemente por medio del
poder judicial.
El capitalismo es deformación monstruosa de la propiedad
privada por la democracia liberal.
El historiador democrático enseña que el demócrata no mata
sino porque sus víctimas lo obligan a matarlas.
La democracia es una religión antropoteísta. Su principio es
una opción de carácter religioso, un acto por el cual el hombre asume al hombre
como Dios.
La realización práctica del principio democrático reclama,
en fin, una utilización frenética de la técnica y una implacable explotación
industrial del planeta.
La técnica no es producto democrático, pero el culto de la
técnica, la veneración de sus obras, la fe en su triunfo escatológico, son
consecuencias necesarias de la religión democrática. La técnica es la
herramienta de su ambición profunda, el acto posesorio del hombre sobre el
universo sometido. El demócrata espera que la técnica lo redima del pecado, del
infortunio, del aburrimiento y de la muerte. La técnica es el verbo del
hombre-dios.
La humanidad democrática acumula inventos técnicos con manos
febriles. Poco le importa que el desarrollo técnico la envilezca o amenace su
vida. Un dios que forja sus armas desdeña las mutilaciones del hombre.
La veneración de la riqueza es fenómeno democrático. El
dinero es el único valor universal que el demócrata puro acata.
La tesis de la soberanía popular entrega la dirección del
estado al poder económico.
La doctrina democrática es una superestructura ideológica,
pacientemente adaptada a sus postulados religiosos. Su antropología tendenciosa
se prolonga en apologética militante. Si la una define al hombre de manera
compatible con su divinidad postulada, la otra, para corroborar el mito, define
al universo de manera compatible con esa artificiosa definición del hombre. La
doctrina no tiene finalidad especulativa. Toda tesis democrática es argumento
de litigante, y no veredicto de juez.
La democracia no es atea porque haya comprobado la
irrealidad de Dios sino porque necesita rigurosamente que Dios no exista. La
convicción de nuestra divinidad implica la negación de su existencia. Si Dios
existiese el hombre sería su criatura. Si Dios existiese el hombre no podría
palpar su divinidad presunta. El Dios trascendente anula nuestra inútil
rebeldía. El ateísmo democrático es teología de un dios inmanente.
La democracia individualista suprime toda institución que
suponga un compromiso irrevocable, una continuidad rebelde a la deleznable
trama de los días. El demócrata rechaza el peso del pasado y no acepta el
riesgo del futuro. Su voluntad pretende borrar la historia pretérita y labrar
sin trabas la historia venidera. Incapaz de lealtad a una empresa remitida por
los años su presente no se apoya sobre el espesor del tiempo; sus días aspiran
a la discontinuidad de un reloj siniestro.
Los mandatarios burgueses del sufragio prohíjan el estado
laico para que ninguna intromisión axiológica perturbe sus combinaciones. Quien
tolera que un reparo religioso inquiete la prosperidad de un negocio, que un
argumento ético suprima un adelanto técnico, que un motivo estético modifique
un proyecto político, hiere la sensibilidad burguesa y traiciona la empresa
democrática.
Nicolás Sanchez Dávila. Tomado de “Almena Blog”.
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