lunes, 30 de octubre de 2017

Energías Increadas (Vladimir Lossky)


Energías Increadas

Vladimir Lossky



La teología de la Iglesia de Oriente distingue, pues, en Dios:

las tres hipóstasis, procesiones personales; la naturaleza o esencia;

las energías, procesiones naturales, Las energías son inseparables de

la naturaleza; la naturaleza es inseparable de las tres personas,

Esto tiene gran importancia para la vida mística en la tradición

oriental:



1º La doctrina de las energías inefablemente distintas de la

naturaleza es el fundamento dogmático del carácter real de toda

experiencia mística, Dios, inaccesible en su naturaleza, está pre-

sente en sus energías «como en un espejo», permaneciendo invisi-

ble en lo que él es; «así es como nuestro rostro se hace visible

en el espejo, aunque permanece invisible para nosotros mismos»,

según la comparación de san Gregorio Palamas (38) Totalmente in-

cognoscible en su esencia, Dios se revela, pues, totalmente en sus

energías, que no dividen la naturaleza en dos partes, conocible e

incognoscible, sino que señalan dos diferentes modos de la existencia

divina, en la esencia y fuera de la esencia.



2.º) Esta doctrina da a entender cómo la Trinidad puede exis-

tir en su esencia incomunicable y, al mismo tiempo, venir a habitar

en nosotros, según la promesa de Cristo (Jn 14,23). No es una

presencia causal, como la omnipresencia divina en la creación; no

es, tampoco, la presencia según la esencia misma, incomunicable

por definición; es un modo según el cual la Trinidad permanece

en nosotros realmente por lo que de comunicable tiene, por las

energías comunes a las tres hipóstasis, es decir por la gracia, pues

así se llama a las energías deificantes que el Espíritu Santo nos

comunica. Aquel que tiene al Espíritu que confiere el don tiene

al mismo tiempo al Hijo, por medio del cual todo don nos es

transmitido; tiene también al Padre, del cual proviene todo don

perfecto. Al recibir el don, las energías deificantes, se recibe al

mismo tiempo la habitación de la Santísima Trinidad, inseparable

de sus energías naturales, presente en ellas de otro modo, pero tan

realmente como en su naturaleza.



3.º) La distinción entre la esencia y las energías —funda-

mental para la doctrina ortodoxa sobre la gracia — permite que

conserve su sentido real la expresión de san Pedro: «partícipes de

la naturaleza divina». La unión a la que estamos llamados no es

ni hipostática como para la naturaleza humana de Cristo, ni subs-

tancial como para las tres personas divinas: es la unión con Dios

en sus energías o la unión por la gracia que nos hace participar

en la naturaleza divina, sin que nuestra esencia se convierta por

ello en la esencia de Dios. En la deificación se posee por la gracia,

es decir en las energías divinas, todo lo que Dios tiene por na-

turaleza, salvo la identidad de naturaleza nuc67Fi), según la

enseñanza de san Máximo (39) Se permanece criatura,

convirtiéndose simultáneamente en Dios por la gracia, como

Cristo siguió siendo Dios al convertirse en hombre por la encar-

nación.



Las distinciones que la teología de la Iglesia de Oriente admite

en Dios no van en contra de su actitud apofática con respecto a las

realidades reveladas. Por el contrario, esas distinciones antinómicas

son dictadas por el cuidado religioso en salvaguardar el misterio,

expresando simultáneamente los datos de la Revelación en el dogma.

Así, como hemos visto con el dogma de la Trinidad, la distinción

entre las personas y la naturaleza revelaba una tendencia a repre-

sentar a Dios como mónada y tríada a la vez, sin que la unidad de

naturaleza prevalezca sobre la trinidad de las hipóstasis, sin que

el misterio inicial de esta identidad-diversidad fuese eliminado o

aminorado. Del mismo modo, la distinción entre la esencia y las

energías se debe a la antinomia de lo incognoscible y lo conocible,

de lo incomunicable y lo comunicable a la que se enfrenta el pen.

samiento religioso y la experiencia de las cosas divinas. Estas dis-

tinciones reales no introducen ninguna composición en el Ser divi-

no, sino que señalan el misterio de Dios, absolutamente uno en

cuanto a la naturaleza, absolutamente trino en cuanto a las personas,

tinidad soberana e inaccesible, que vive en la profusión de la

gloria que es su luz increada, su Reino eterno en el que han de

entrar todos cuantos heredarán el estado deificado del siglo futuro.



La teología occidental, que aun en el dogma de la Trinidad

pone el acento en la esencia una, admite aún menos una distinción

real entre la esencia y las energías. Pero, en cambio, establéce

otras distinciones, ajenas a la teología oriental: entre la luz de

la gloria, creada, la luz de la gracia, igualmente creada, así como

entre otros elementos del «orden sobrenatural» tales como los do-

nes, las virtudes infusas, la gracia habitual actual. La tradición

oriental ignora un orden sobrenatural entre Dios y el mundo creado

que se añada a este último como una nueva creación. No conoce

aquí otra distinción o, mejor dicho, división que la de lo creado

y lo increado. Lo sobrenatural creado no existe para ella. Lo que

la teología occidental designa con el nombre de sobrenatural sig-

nifica para el Oriente lo increado, las energías divinas inefablemente

distintas de la esencia de Dios. La diferencia consiste en el hecho

de que la concepción occidental de la gracia implica la idea de 

causalidad, presentándose la gracia como un efecto de la causa

divina, lo mismo que en el acto de la creación; mientras que para

la teología oriental es una procesión natural, las energías, la irra-

diación eterna de la esencia divina. Sólo en la creación actúa Dios

en cuanto causa, produciendo un nuevo sujeto llamado a participar

en la plenitud divina, conservándolo, salvándolo, concediéndole la

gracia, guiándolo a su fin último, En las energías él es, existe, se

manifiesta eternamente. Es un modo de ser divino al que accedemos

al recibir la gracia. Es, también, en el mundo creado y perecedero,

la presencia de la Luz increada y eterna, la omnipresencia real de

Dios en todo, que es más que su presencia causal; «la luz brilla en

las tinieblas y las tinieblas no la han recibido» (Jn 1,5).



Las energías divinas están en todo y fuera de todo. Hay que

elevarse por encima del ser creado, dejar todo contacto con las

criaturas, para alcanzar la unión con «el rayo de la divinidad»,

según la frase de Dionisio Areopagita. Y, sin embargo, esos rayos

divinos penetran el universo creado, son la causa de su existencia.

«La luz estaba en el mundo y el mundo fue hecho por ella y el

mundo no la ha conocido» (Jn 1,10). Dios creó todo por sus ener-

gías. El acto de la creación establece una relación de las energías

divinas con lo que no es Dios. Es una limitación una determinación

 de la irradiación infinita y eterna de Dios lo que se

convierte en la causa del ser finito contingente. Porque las ener-

gías no producen el mundo creado por el hecho mismo de que

existen, por el hecho de que son las procesiones naturales de la

esencia. De otro modo, o bien el mundo sería infinito y eterno como

Dios o bien las energías no serían más que manifestaciones limitadas

y temporales de Dios. Así pues, las energías divinas en sí mismas no

son relaciones de Dios con el ser creado, pero entran en relación

con lo que no es Dios, traen el mundo a la existencia, por la

voluntad de Dios. Ahora bien, según san Máximo, la voluntad es

siempre una relación activa con otro distinto de uno mismo, con

algo exterior al sujeto actuante. Esta voluntad ha creado todo por

las energías a fin de que el ser creado acceda libremente a la unión

con Dios en las mismas energías. Porque, dice san Máximo, «Dios

nos ha creado para que nos hagamos partícipes de la naturaleza

divina, para que entremos en la eternidad, para que aparezcamos

semejantes a él, siendo deificados por la gracia, que produce todos

los seres existentes y trae a la existencia a todo lo que no existía» (40)



Notas

38 Sermón sobre la presentación de la Santísima Virgen en el Templo. Ed sophocles, Atenas             1981 pp. 176-177

39 De ambiguis. P.G. t.91 col. 1308B

40 Epist. 43 Ad Joannem cubicularium P.G. t.91, col 640BC


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