Este artículo fué publicado
en la revista italiana Arthos (Anno II, N. 3, Maggio-Agosto 1973) con
la siguiente nota: "Articolo pubblicato nel numero del novembre 1937
de La Vita Italiana. Questo scritto dovrebbe essere proposto alla
particolare ponderazione di chi, anche di recente, si è fatto sostenitore di
confuse teorie per le quali cattolici, massoni, tradizionalisti di destra o
di sinistra (sic) dovrebbero essere affratellati da presunte identità
di obiettivi (n. d. R.)."
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RENÉ GUÉNON: PROBLEMAS DE LA
TRADICIÓN
Aquellos de nuestros contemporáneos que pretenden estudiar las doctrinas tradicionales sin
penetrar para nada la esencia , y sobre todo
los que consideran desde un punto
de vista histórico y de mera erudición, tienden casi siempre a confundir la
síntesis con el sincretismo. Es una
observación, ésta, que en general puede hacerse acerca del estudio profano sea de las doctrinas de
carácter puramente metafísico como de las distintas adaptaciones de ellas, como
p. ej, las religiosas. Por otro lado, es raro que se la haga, al respecto, una
distinción, y la llamada ciencia de las religiones trata de una cantidad de
cosas que, realmente, no tienen nada de religiosas en sentido estricto y
moderno, como p. ej. los misterios de la antigüedad. Una tal ciencia manifiesta
a luego por sí misma, y netamente, su carácter profano en su opinión de que quien está fuera de toda religión y que no
puede tener de la religión (preferiríamos decir de la
tradición sin especificar alguna modalidad particular) más que un mal conocimiento exterior, sea el único capaz de ocuparse científicamente. La verdad es que,
cerca de un pretexto de conocimiento desinteresado, se oculta una intención netamente
antitradicional: se trata de una crítica destinada, ante todo – en el espíritu
de sus promotores y, quizá menos conscientemente, en lo que los siguen – a
destruir toda tradición, no queriendo ver, por toma de partido, más que un
conjunto de hechos psicológicos, emotivos, sociales, etc, en cualquier caso,
hechos puramente humanos.
Error del
sincretismo
El sincretismo, entendido en su sentido verdadero, no es más
que la simple superposición de elementos de diferente procedencia, reunidos desde
el exterior, sin que algún principio de orden más profundo entre en juego. Es
evidente que tal conjunto pueda así constituir una doctrina verdadera, como muchas
piedras puedan constituir un sólido edificio.
No hay es necesidad de ir lejos para encontrar ejemplos
típicos de sincretismo: las falsificaciones modernas de la tradición, sobre
todo las de color neo-espiritualista y teosofista, no son, en el fondo, más que
esto: ideas tomadas en préstamo de distintas formas tradicionales, generalmente
mal comprendidas y más o menos deformadas, que se encuentran
mezcladas a concepciones de la filosofía y de la ciencia profana. Hay incluso
teorías filosóficas - formadas casi enteramente por fragmentos de otras
teorías, y aquí el sincretismo se llama habitualmente eclecticismo; pero este
caso es ya menos grave, dado que se trata de pura filosofía, es decir, de un
pensamiento profano que, al menos, no pretende hacerse pasar por lo que no es.
En cualquier caso, el
sincretismo es siempre un procedimiento esencialmente profano, a causa de su
misma exterioridad: y no solo no tiene un carácter de síntesis, sino tiene uno contrario. De hecho la síntesis, por
definición, parte de los principios, es decir, de lo que es más interior; va, por decirlo así, del
centro a la periferia, mientras que el sincretismo permanece en la periferia,
en la pura multiplicidad de los elementos considerados en sí mismos, separados de
su principio y después artificialmente asociados. Sin embargo ciertos sincretistas hablan a menudo y de buen grado
de síntesis, esto prueba solamente una cosa: es decir, que sienten que, en caso
de que reconocieran la naturaleza real de sus teorías compuesto, confesarían por
eso mismo no ser los depositarios de ninguna tradición y que el trabajo al cual
se dieron no difiere en absoluto de cualquier investigador puesto a conectar esta o aquella idea tomada de los libros.
Si éstos tiene pues un interés evidente en hacer pasar por
síntesis su sincretismo, el error de ellos, como decíamos al principio, es
decir, de los que presumen hacer la ciencia, se produce generalmente en sentido
opuesto: cuando se encuentran de frente a una verdadera síntesis, son llevados
siempre a no ver casi más que un sincretismo. La explicación de esta actitud,
en el fondo, es muy simple: al atenerse a la opinión más profana y más exterior
que pueda concebirse nunca, no tienen ninguna conciencia de un orden diferente
y, al no querer admitir que algunas cosas se les escapan, pretenden
naturalmente reconducir todo a lo que está al alcance de su comprensión. Con suponer que
cada doctrina sea únicamente la obra de
uno o más individuos humanos, sin ninguna intervención de elementos superiores (ya que es
necesario no olvidar que éste es el postulado fundamental de toda su ciencia),
asignan a tales individuos lo que ellos mismos terminarían por hacer en un caso similar; y es inútil decir,
que ellos no se preocupan mínimamente de saber si la doctrina que estudian a su
modo sea o no la expresión de la verdad; tal problema, no siendo histórico no se plantea. Se puede al contrario dudar que
nunca hayan pensado rastros de una verdad de orden diverso de la simple verdad de hecho que es la
única que puede ser objeto de erudición.
Presuntas filiaciones
Lo que en cualquier caso es importante observar, es que la
falsa concepción de un presunto sincretismo de las doctrinas tradicionales tiene
como consecuencia directa e inevitable la inclinación a explicar la
concordancia de elementos pertenecientes a diversas formas tradicionales con
algo, que una habría tomado prestado de otra. Por supuesto, aquí no entra en absoluto el
origen común de las tradiciones, ni su filiación autentica, con la transmisión
regular y las adaptaciones sucesivas que implica: todo eso, al escapar a los
medios de investigación de los que dispone la historia profana, no existe en
absoluto. Se quiere por el contrario hablar solamente de una especie de copia o
plagio que de una tradición habría hecho de otra, al ponerse en contacto con la
primera por circunstancias casuales, de una incorporación de elementos trasladados,
que no responden a ninguna razón profunda: que es la propia esencia del
sincretismo. No se pregunta para nada si no es normal que una misma verdad
reciba expresiones más o menos similares independientemente de cada transmisión
material a grandes rasgos, y esta cuestión no se plantea, porque, como señalábamos,
se decidió ignorar tal verdad, la cual, aunque representaría una explicación
incompleta sin la idea de una unidad tradicional primordial, incluso
representaría un determinado aspecto de la realidad. Añadimos que tal
referencia no tiene nada ver con esta otra teoría, igualmente profana, aunque
de orden diverso, que recurre a lo que se convino en llamar; la unidad del
espíritu humano, entendiendo esta unidad en sentido para nada psicológico: a
tal nivel, una unidad del género no existe en absoluto, y en eso una vez más se
traiciona el prejuicio propio de quien cree que cada doctrina es un simple
producto del espíritu humano.
Observaremos aún que
esta misma idea del sincretismo y de los aportes, propiamente aplicada a los
textos tradicionales, da nacimiento a la busca de fuentes hipotéticas, como incluso
a la suposición de interpolaciones que, como se conoce, constituye una de los
mayores recursos de la obra destructiva de la crítica, el único objetivo real del
cual es la negación de toda inspiración sobrehumana. Lo que se reconoce
estrechamente en la intención antitradicional afirmada al principio; y en esta
ocasión, dicho sea también de paso, indicamos la incompatibilidad entre cada
explicación humanista y espíritu tradicional, incompatibilidad evidente, porque
no tener en cuenta el elemento no-humano significa propiamente rechazar lo que
constituye la esencia misma de la tradición, eso, sin lo cual no hay ya nada
que pueda llevar legítimamente este nombre.
Si es imposible que haya sincretismo en las doctrinas
tradicionales, porque lo que en ellas se trata está en forma de síntesis, es
del todo imposible que lo haya en quien de verdad haya comprendido, no obstante tener
cabida la vanidad, de un tal
procedimiento, así como todos aquéllos del
pensamiento profano, no siente ninguna necesidad de recurrir a ella. Todo lo
que de verdad se inspira en el conocimiento tradicional procede siempre del
interior y no de afuera; cualquiera que tenga conciencia de la unidad esencial
de todas las tradiciones puede, para exponer e interpretar la doctrina,
recurrir, según los casos, a medios expresivos procedente de formas
tradicionales diferentes, si retiene que eso sea ventajoso; pero esto no es
nada que se parezca a cualquier sincretismo o al método comparativo de los
eruditos. Por una parte, la unidad central y principal que ilumina y domina
todo; del otro, los que de tal unidad ni siquiera sospechan la existencia y se
pierde en el laberinto de una investigación en desorden y siempre confinada a
la periferia.
Eso conduce incluso al siguiente orden de consideraciones.
Tradición y
supertradición
Según la tradición hindú hay dos modalidades opuestas, una
inferior y la otra superior, de estar fuera de las castas: se puede ser sin
casta – avarna – en un sentido privativo, es decir, debajo de ellas; y se puede
ser por el contrario más allá de las castas – ativarna – a es decir, sobre
ellas, aunque este segundo caso sea incomparablemente más raro que el primero,
sobre todo en las condiciones del tiempo actual. De modo análogo, se puede estar
aquí o más allá de las formas tradicionales: el hombre sin religión,
por ejemplo, tal cual se encuentra corrientemente en el mundo occidental
moderno, corresponde naturalmente al primer caso; el segundo, por el contrario,
se refiere exclusivamente al que han tomados una conciencia efectiva de la
unidad y la identidad fundamental de todas las tradiciones; e incluso éste es
un caso que, actualmente, es más que excepcional.
Se comprende bien,
por otra parte, que hablando de una conciencia efectiva no entendamos las
nociones simplemente teóricas acerca de esta unidad e identidad; nociones que,
al no ser en absoluto desdeñables, por eso serían insuficientes para que alguien
pueda elogiarse de haber sobrepasado el estadio, en el cual es necesario
adherirse a una forma dada y atenerse rigurosamente. Y ello, por supuesto, no
significa en absoluto que quien se encuentra en ese caso no deba tender a comprender
lo más completa y profundamente posible las otras formas, pero solo que,
prácticamente, no debe buscar contactos los cuales, sobre tal plan, no tendrían
sino un efecto destructivo.
Las formas
tradicionales pueden compararse a vías que conducen todas al mismo objetivo,
pero que, en cuanto que vías, no por eso no dejan de ser bien distintas. Es
evidente que no se pueden recorrerse simultáneamente arias, y que, una vez que
se ha comprometido en una de ellas, es necesarios seguirla hasta en fondo sin apartarse,
puesto que querer pasar de una a otra
sería el mejor método para no pasar adelante, sino incluso para no extraviarse del
todo. Solamente quien ha llegado al término, por eso mismo domina todas las
vías, en cuanto que no debe seguirlas más. Si es necesario, podrá practicar
formas diversas, de verdad porque las sobrepasó y porque para él se unifican
ahora en su común principio. De otra parte, en general, esa persona continuará a mantenerse exteriormente fiel a una
forma dada, por lo menos a título de ejemplo para los que no llegaron a su mismo
punto; pero, si circunstancias
especiales lo requirieran, podrá igualmente bien emplear otras formas, de la
misma manera que quien conoce distintas lenguas, haciendo por eso principalmente empleo de la suya
propia, tiene la facultad, allí donde es necesario para hacerse entender ,
expresar los mismos conceptos en los términos de otra lengua.
En resumen, entre
este caso y el de una ilegítima mezcla de las formas tradicionales hay toda la
diferencia que habíamos indicado existir ya entre síntesis y el sincretismo: de
la que cada uno podrá ver el alcance que tienen las consideraciones nuestras desarrolladas
a tal respeto. Quién considera todas las formas en la unidad misma de su
principio no tiene, por este mismo, una vista sintética en el sentido más
riguroso de la palabra; puede situarse dentro de cada una de ellas, en realidad,
diríamos que se incorpora al punto que es para todas ellas el más anterior,
siendo en realidad su centro común. Al reanudar la imagen ahora empleada, todas
las vías, al partir de puntos diferentes, van acercándose las unas a los otras,
por eso permanecen distinguidas, hasta que desembocan en este centro único.
Pero, vistas desde tal centro, realmente ya no aparecen más que como otros
tantos rayos provenientes de él, mediante los cuales entra en relación con los
puntos múltiples de la periferia. Estos dos sentidos, inversos, según los
cuales las mismas vías pueden considerarse, corresponden exactamente a los puntos
de vista propios, respectivamente, a quien está en camino hacia el centro, y a quien
lo ha alcanzado; estados, que en el simbolismo tradicional a menudo se
describieron como los del viajero y el sedentario. Este último es similar a
que, al estar sobre la cima de una montaña, sin deber moverse, no ve de igual
modo las distintas vertientes, mientras el que escala la misma montaña ve
solamente la parte que le es vecina; y está claro que solamente la visión del
primero puede ser llamada sintética.
El conjunto de las
observaciones que hemos desarrollado no debe darse como puramente abstracto. Si
deseamos mantenernos siempre sobre el plano de los puros principios, las
consecuencias, que pueden extraerse de ellos, pueden alcanzar también problemas
de orden concreto y de importancia inmediata. Por ejemplo, en un período, como
el actual, donde se hace cada vez más urgente la necesidad de sobrepasar cada
particularismo en nombre de una solidaridad espiritual, porque solamente ésta
puede oponerse eficazmente a la acción concertada de las fuerzas mundiales de subversión
y destrucción, es cuánto más importante es
estudiar las condiciones, con relación a las cuales la diferencia y la unidad
pueden reconciliarse; con relación a las cuales un único espíritu puede
subsistir detrás de la variedad de expresiones diferentes; con relación a las
cuales la fidelidad a una tradición no
es sectarismo y no se traduce en un principio de cisma y desorganización. Es
por tal vía que hemos creído conveniente hacer hincapié, en este mismo lugar, sobre
algunos puntos fundamentales, sin los cuales no es posible tener una verdadera
orientación en los mismos problemas de la organización de las fuerzas
espirituales en lucha contra la decadencia moderna.