viernes, 28 de octubre de 2016

La nueva religión (Abbé Henri Stéphane )


TRATADO XIV. 1 La nueva religión

(Abbé Henri Stéphane 1907-1985, Introducción al esoterismo cristiano, Capítulo XIV, Varia)


Grosso modo, se puede decir que la nueva religión, es la “religión del Hombre”. Habiendo muerto Dios, se puede decir que es una religión “atea”. No tiene ya por objeto “religar”
el hombre a Dios, sino los hombres entre ellos. Es igualmente un “forma“ de socialismo, o de comunismo.
Paradójicamente, reviste formas diversas, pero esto no es más que una apariencia exterior: el ateísmo y el humanismo permanecen como el denominador común de estas distintas formas. Existe, por ejemplo, la “fe sin religión”, la fe en estado puro, sin contenido, sin dogmas, sin ritos; es una clase de protestantismo extremo que Lutero o Calvino vomitarían. A la inversa, está la “religión sin fe”. Era, hay cien años, el “formalismo” exterior de gente que practicaba sin creer seriamente, o por motivos mercantiles. Hoy esta forma ha tomado otro aspecto: es el “comunitarismo “. Se repite hasta la saciedad a los cristianos que ellos forman una “comunidad“: el bautismo les introduce en la comunidad, como se inscribe al Partido
comunista; la Eucaristía no es ya más que una comida comunitaria; el pecado mismo se concibe como una ruptura o alejamiento de la comunidad, y la penitencia, como en el  tiempo de la Iglesia primitiva, se concibe como reintegración en la comunidad, con esta diferencia que los Judíos y los paganos convertidos al Cristianismo creían en Dios. En nuestros días las virtudes “teologales*” no tienen ya que más un sentido humano: se cree en el Hombre, se espera en el futuro de la Humanidad, gracias a la Ciencia y al Progreso, y se ama al prójimo como tal.

 
En tal perspectiva, el Cristo ya no es más que el jefe de la comunidad, y es para eso que “Dios murió en Jesucristo “. Otros van más lejos, y no ven en Jesucristo más que un “agitador social”. La tesis es bastante conocida para que juzguemos útil de insistir. En todo eso, no es ya más cuestión la “vida eterna”, y el Reino de Dios no es ya más que la “ciudad terrestre” a construir.


No es más pues que el hombre quien cuenta, su trabajo y su acción sobre el mundo. Algunos ven aún en él un continuador de la Creación, que Dios no habría acabado, pero una tal concepción de la Creación es talmente diferente de la concepción tradicional  que equivale a negar a Dios: si Dios creó el mundo “en el tiempo”, y no continua “creándolo en cada instante “, según el concepto exacto de la creación, entonces Dios no es “Creador”, y negar uno de sus atributos equivale a negarle todo entero. De una manera general, una cosmología no tradicional, evolucionista por ejemplo, conduce inevitablemente a una idea falsa de  Dios, y por lo tanto a su negación.


Así pues, bajo alguna bajo cualquier forma que lo se enfoque, la “nueva religión “es esencialmente atea. Todo lo que es sagrado  — considerado por otra parte por los partidarios de la “fe sin religión” como una supervivencia del Judaísmo y el paganismo — no puede entonces más que desaparecer rápidamente. No se ve en estas condiciones para qué se habla aún del Sacerdocio, de la “crisis de las vocaciones, del estatuto clerical, etc. Todo eso está llamado a desaparecer.

Quedará pues una pseudoreligión, la “religión del Hombre” cuya existencia será tan efímera como  reino del Anticristo al fin de los tiempos”. Y su decadencia está  ya anunciada por los  estructuralistas que predicen la “muerte del hombre”. Después de esto, ya no quedará evidentemente  obviamente más que la “muerte del Cosmos”, es decir, precisamente “el fin del mundo” al cual acabamos de hacer alusión.


Es evidente que si “Dios ha muerto”, al menos en la conciencia del hombre, ni la Iglesia, ni la religión, ni el hombre, ni el mundo, pueden “sobrevivirle mucho tiempo”. Si se objeta que Dios “no está muertó” en sí mismo, sino solamente en la conciencia del hombre, y que la relación  ontológica entre Dios y el alma inmortal no podría ser afectado por una “actitud de conocimiento “, responderemos que en virtud de la identidad del ser  y del Conocer, todo deterioro en el orden del Conocimiento tiene su repercusión, si no en el orden de Ser en tanto que tal, al menos en el orden de la Existencia, del que el Ser es el Principio.


El hombre en tanto que ser no puede ciertamente desaparecer o ser anonadado (lo que se expresa generalmente hablando del inmortalidad del alma), pero es en tanto existente en diferentes niveles, o grados de realidad, que puede “morir”. En otras palabras, no es por una u otra de sus modalidades que el hombre puede morir: la muerte en sentido ordinario no es más que la desaparición de la modalidad corporal del hombre, así como la “segunda muerte” de la que habla Apocalipsis (XX, 14), no es más que la desaparición de su modalidad psíquica, pero el ser del hombre no puede morir. SE comprende así que la muerte corporal haya podido ser la consecuencia del “pecado original”. Ahora bien todo lo que acabamos de decir del el hombre individual se aplica a toda la humanidad : en el “fin de los tiempos” es una modalidad de la humanidad o de la “presente humanidad “ lo que desaparece, y se concibe que ésta,
llegada a un grado de ateísmo total, — no estamos todavía allí — sea condenada a muerte. Dicho de otra manera, la humanidad total, al nivel del Ser, no puede desaparecer, pero una humanidad parcial puede morir, y otra humanidad puede nacer en condiciones cósmicas muy diferentes evocadas por “el cielo nuevo y la nueva tierra” de la que habla la Apocalipsis; entre los dos sin embargo, no hay continuidad hablando propiamente, es decir, según el modo que la concebimos ordinariamente: no puede haber sino una continuidad “analógica”.

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