domingo, 4 de octubre de 2015

Charles Upton, El sistema del Anticristo y la crisis mundial.

Charles Upton, El sistema del Anticristo y la crisis mundial.
La Globalización y el Gobierno Mundial no son, en mi opinión, el Sistema del Anticristo, aunque se cuenten entre los factores que harán dicho régimen posible. Creo que el sistema del Anticristo emergerá -está, de hecho, emergiendo- del conflicto entre el Nuevo Orden Mundial y el abanico de reacciones militantes contra él.
En la época de Jesús, el Gobierno Mundial era el Imperio Romano. Los zelotes eran los revolucionarios antirromanos. Jesús tuvo cuidado de no hacer declaraciones que pudieran comprometer la causa de los zelotes y hacerle aparecer como colaborador de los romanos, pero también se relacionó con centuriones y agentes de Roma, como los recaudadores de impuestos judíos, escandalizando a muchos patriotas hebreos. Surgió del pueblo llano, oprimido tanto por Roma como por las clases dominantes coloniales judías que hacían el trabajo sucio a ésta, y denunció a esos sectores -escribas, fariseos, saduceos y herodianos- que hacían causa común con el Imperio, en tanto no dijo una palabra contra los zelotes y los esenios. Pero no se identificó con la "vanguardia" violenta que actuaba en nombre del pueblo. Podemos decir, por tanto, que, por las mismas razones que Cristo evitó ser identificado tanto con el Imperio Romano como con sus oponentes activos, deberíamos ser cuidadosos y no identificar estrictamente al Anticristo ni con el Gobierno Mundial ni con el terrorismo antiglobalista. Ambos proporcionarán el escenario del que emergerá; pero, tal como Cristo evitó ser reivindicado por ningún partido porque su misión redime no sólo a los judíos, sino a toda la humanidad, el Anticristo, para edificar su poder sobre todos los aspectos del alma humana, en los últimos días "jugará en ambos lados contra el centro". El Anticristo, en otras palabras, no es principalmente enemigo de la democracia o la independencia nacional, sino de la humanidad en sí, considerada como creada a imagen y semejanza de Dios. En su más profunda esencia, la batalla entre Cristo y el Anticristo no es entre libertad y tiranía (aunque el Anticristo no pueda entrar allá donde existe la verdadera libertad), ni entre los cuerpos religiosos tradicionales y la sociedad secular (aunque el campo de este conflicto pueda, al menos en algunos casos, estar más próximo a la guerra real), sino entre la sagrada presencia de Dios en el corazón humano y la sacrílega violación de esa presencia: "Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación, anunciada por el profeta Daniel, erigida en el Lugar Santo (el que lea, que entienda), entonces, los que están en Judea, huyan a los montes..." (Mt 24: 15-16). 
Al socavar y comprometer a todas las formas religiosas, la globalización se halla en vías de destruir todas las culturas tradicionales y nacionales. Pero oponerse sin más a todo plan y acción a escala global resulta también problemático. La irónica verdad es que, puesto que tenemos el globalismo, necesitamos globalismo. Si el negocio es internacional, las uniones deben también ser internacionales, o los salarios podrían eventualmente descender en todas partes por debajo del nivel de subsistencia. Si las epidemias son globales, los programas de sanidad pública deben cruzar las fronteras nacionales. Si la contaminación es global, los esfuerzos para limitarla deben ser globales. Si el crimen es global, la policía debe serlo también. Si las naciones "emergentes" y las bandas terroristas desarrollan armas de destrucción masiva, deben hacerse intentos para limitar su proliferación. No tenemos otra elección que tratar de gobernar la tierra a escala planetaria. Pero la lucha para conseguirlo está produciendo resultados ambiguos. Si, para consolidar su dominio, los poderes existentes pueden manipular el ecologismo, los programas de salud pública, la pacificación por la fuerza y la guerra contra el crimen internacional, el terrorismo y el tráfico de drogas, lo harán. O, más bien, lo hacen. Quien se oponga al esfuerzo por salvar el medio ambiente, cortar el tráfico internacional de drogas o limitar la amenaza del terrorismo nuclear estará trabajando contra los mejores intereses de la Tierra y de la humanidad. Pero aquel que se identifique con dichos esfuerzos o ponga sus esperanzas en ellos, se engañará. La tierra no puede ser gobernada a escala planetaria, porque las fuerzas del globalismo que aspiran a ese gobierno (...) son las mismas que están en primer lugar creando estos problemas. La extensión global de la industria y la explotación de los recursos -orginada y en la actualidad, pese al interludio comunista, dirigida por el capitalismo transnacional- son el origen de la degradación medioambiental. Destruyendo las economías de subsistencia tradicionales y proletarizando el trabajo (con la enorme ayuda de la brutal colectivización de la agricultura a costa de decenas de millones de vidas en la Rusia y la China comunistas), explotando la mano de obra barata y amenazando las identidades culturales religiosas, las propias fuerzas del capitalismo global han creado el tráfico subterráneo de drogas, armas, especies animales en peligro, esclavos... Todos, monumentos al espíritu empresarial. Posiblemente, sólo un Gobierno Mundial podría limitar el poder destructivo de estas fuerzas económicas internacionales. Pero, cuando tal gobierno emerja, si es que lo hace, incluso aunque pueda tener alguna influencia mitigadora sobre los desastres globales, lo hará como agente de estas fuerzas, no como su adversario.
La política es el arte de lo efímero. Todo lo valioso para el hombre obtenido a través de la acción política es temporal, ambiguo y corruptible. Esta es la naturaleza del tiempo y de la historia, su esencia misma. La lucha por la justicia social o por salvar el medio ambiente es encomiable. Toda persona que logre evitar ser derrotada por las circunstancias y no llegue a convertirse en un explotador y un opresor de otros es una bendición para la especie humana. Cada especie que pueda ser salvada de la extinción permanece como un incomparable espejo de un único aspecto de la naturaleza Divina, y, puesto que no podemos saber con certeza si el fin de este Eón supondrá o no la total destrucción de la vida en la Tierra (incluso la de toda vida humana -cuanto sabemos es que será el fin para "nosotros"), puede -o no- engrosar la biodiversidad en reserva para el próximo ciclo de manifestación terrestre
Pero la batalla contra el Anticristo se emplaza en un nivel distinto. Aunque para algunos pueda incluir una vertiente política, es esencialmente espiritual. "Mi reino no es de este mundo". Es una lucha por salvar no el mundo, sino el alma humana, empezando -y terminando, si procede- por la propia.
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De acuerdo con Apocalipsis 20: 7-8: "Cuando se terminen los mil años, Satanás será soltado de su prisión y saldrá a seducir a las naciones de los cuatro extremos de la tierra, a Gog y a Magog, y a reunirlos para la guerra, numerosos como la arena del mar". Según El Apocalipsis de San Juan: un comentario ortodoxo, del Arzobispo Averky de Jordanville, el significado de Gog en hebreo es "reunión" o "alguien que se reune", y el de Magog "exaltación" o "alguien que exalta". La palabra "exaltación" me sugiere la idea de trascendencia como opuesta a la de unidad; "reunión", la de unidad como opuesta a la de trascendencia. La relación de esta asociación es que una de los profundos engaños del Anticristo en los últimos días del ciclo será situar estos dos aspectos integrales del Absoluto en oposición entre sí en la mente colectiva y a una escala global -en "los cuatro extremos de la tierra". En cuanto a la expresión política y económica de esta estéril polaridad satánica, la falsa cohesión de la tiranía izquierdista, así como el actual capitalismo global, caerían bajo Gog, en tanto el falso jerarquismo de la tiranía de derechas y el absolutismo violento de los varios movimientos separatistas "tribales" -tanto étnicos como religiosos- opuestos al globalismo advendrían bajo Magog. En términos de religión, esas teologías liberales, historicistas, evolucionistas, cuasimaterialistas y criptopaganas que enfatizan la inmanencia de Dios como opuesta a Su trascendencia son parte de Gog, en tanto las teologías reaccionarias que exaltan la trascendencia sobre la inmanencia, miran al mundo material como un valle de lágrimas, denigran el cuerpo humano y contemplan la destrucción de la naturaleza con indiferencia (si no con aprobación secreta, puesto que lo mejor que podemos esperar es olvidarnos de todo), son parte de Magog. El conflicto entre ambas es precisamente la falsificación satánica del auténtico conflicto entre el Rey de Reyes y Señor de Señores y la Bestia con su falso profeta descrito en Apocalipsis 19: 11-20. Quienes puedan ser atraídos con engaños a una guerra fraudulenta entre elementos que deberían reconciliarse, porque son en esencia partes de una misma realidad vista en un espejo distorsionador, no oirán la llamada a combatir en la verdadera guerra entre fuerzas que ni deberían ni podrían reconciliarse: las de la Verdad y la Mentira (Nota: el Globalismo, por cuanto suministra el escenario para la emergencia de esa "jerarquía invertida" de que hablara Guénon, contiene también la semilla de Magog, en tanto el tribalismo, como herencia común de cuantos están excluidos de la élite global, sostiene la semilla de Gog: en los últimos días, ningún partido, clase ni sector puede mantener su estabilidad ideológica por largo tiempo; la "velocidad de contradicción" se acerca a la de la luz).
En un mundo profundamente polarizado entre el Gog del globalismo sincretista y el Magog del "tribalismo" exclusivista (una palabra -"tribalismo"- que está empezando a denotar lo que solía llamarse "nacionalismo" o "patriotismo" o "fidelidad a la propia religión"), la Unidad Trascendente de las Religiones representa claramente un camino del medio, una tercera fuerza, al menos en el campo religioso. Se opone tanto al universalismo de las élites globalistas como a la autoafirmación violenta de las "tribus" oprimidas y marginadas por dichas élites. Quizá esta es una de las razones por las que grupos e individuos que sostienen esta doctrina han sido sometidos a ese inmenso grado de presión física que algunos observadores en los suburbios de la escuela tradicionalista, como yo mismo, no podemos dejar de advertir. Es razonable conjeturar que nada gustaría más al Anticristo que subvertir y desacreditar a los tradicionalistas, dado que la Unidad Trascendente de las Religiones es una de las pocas visiones del mundo que posiblemente podrían alzarse en el camino del conflicto estéril y terminal entre globalismo y tribalismo que es la tónica de su "sistema" en la arena social.
Si todas las alternativas posibles a la lucha entre globalismo y tribalismo desaparecen de la mente colectiva, el Anticristo habrá ganado. Puede usar el globalismo político y económico y el universalismo de una "espiritualidad mundial" para subvertir y oprimir todas las religiones integrales y las culturas religiosas, forzándolas a estrechar sus visiones y violar la totalidad de sus propias tradiciones como reacción contra ello. Puede conducirlas a excesos terroristas e intolerantes que les harían parecer bárbaras y obsoletas a ojos de aquellos que se debaten entre una identificación global o una tribal y, al mismo tiempo, lanzar a todas al cuello de las demás. Unir para oprimir; dividir y conquistar.
Bajo este prisma, podemos apreciar que el exclusivismo de la Cristiandad conservadora y/o tradicional es su mayor fuerza a la vez que su mayor debilidad. Lo mismo podría decirse, con ciertas reservas, del judaísmo y el Islam. El exclusivismo de estas religiones abrahámicas las permite encastillarse conscientemente frente al sistema del Anticristo. A la Cristiandad, por su "espíritu de catacumba" y su habilidad -derivada en última instancia del monasticismo- para edificar fortalezas espirituales frente el mundo. Al Islam, por el hecho de que dar-el-Islam continúa siendo el mayor bloque de humanidad que, en parte y aunque a niveles muy variados, está aún social y políticamente organizado en torno a la Revelación Divina, como lo estuvieron la Europa Medieval y el Imperio Bizantino. Por otra parte, su propio exclusivismo ha impedido a estas religiones -salvo en contados casos- hacer causa común contra el universalismo globalista y el secularismo. Permanecen vulnerables a las tácticas de "divide y vencerás" del sistema del Anticristo, una fase que -si damos crédito a especulaciones teológicas tradicionales como las contenidas en Las últimas cosas, de Dennis Engleman- bien podría ser el preludio de otra posterior de "une y oprimirás", de capitulación de los exhaustos exclusivistas, anhelantes del fin de un conflicto sin fin, ante el universalismo satánico del Anticristo.
Según Las últimas cosas, el Anticristo se revelará en Jerusalén y se proclamará Rey de los Judíos; la nación judía, así como muchos cristianos, le aceptará. Desde la perspectiva islámica, sin embargo, cualquier regente mundial que fuera inicialmente Rey de los Judíos y al que después se sometieran los cristianos sería reconocido de inmediato y universalmente como el Anticristo. A menos que el Islam tradicional e incluso el Islam fundamentalista vayan virtualmente a desaparecer, es inconcebible que semejante figura pudiera animar a los musulmanes a aceptarla como el Mahdi o el Jesús escatológico. Por tanto, si las predicciones recopiladas por Engleman son en algún sentido exactas, está de hecho presentando como escenario escatológico más probable una masiva apostasía de judíos y cristianos que dejaría únicamente a los musulmanes al tanto de quién es realmente el Anticristo, y listos para presentarle batalla. ¿Cómo, entonces, podría el Anticristo emerger como un verdadero monarca global, aunque satánico? Quizá sea la oposición militante de un Islam desacreditado a ojos del resto del mundo a un "salvador" admirado casi universalmente lo que termine por consolidar el poder de éste. Me apresuro a decir que esto no es de ningún modo una predicción. ¡Dios me libre! Estoy simplemente permitiéndome imaginar varios escenarios basados en las cualidades de autocontradicción e ironía terminal que son la tónica de todas las fuerzas históricas en estos últimos días.
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El Gobierno Mundial en ascenso muestra muchos signos de ser el anunciado régimen del Anticristo. Pero esto, como ya he puntualizado, no es tan simple, pues las fuerzas "tribales" en reacción contra el globalismo son en última instancia parte del mismo sistema. De acuerdo con uno de los muchos escenarios posibles, las fuerzas satánicas operantes en el fin del Eón serían muy capaces de establecer un Gobierno Mundial sólo para construir el escenario necesario para la emergencia del Anticristo como gran líder de una revolución mundial contra ese gobierno, que, si triunfara, sería el verdadero Gobierno Mundial. También el martirio del Anticisto a manos de tal gobierno podría constituir un deliberado e incluso escenificado autosacrificio, farsa escénica de la muerte de Cristo y conducente a una resurrección fraudulenta. No estoy sosteniendo que esto vaya a suceder; no estoy pronosticando. Sólo quiero puntualizar que para edificar su poder -excepto el en último Conflicto Mesiánico, llamado en Apocalipsis Armageddon, que es iniciado y concluido por Dios mismo-, el Anticristo, como falsa manifestación de la universalidad Divina, tendrá la capacidad de usar a todas las partes en todos los conflictos, incluyendo uno global...
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Observando la situación, resulta muy chocante advertir que, aunque ocupadas por fuerzas profundamente diferentes, en la Palestina de hoy existen las mismas "encajaduras" sociopolíticas que hace dos mil años, en los días de Jesús. El gobierno israelí está donde estaban entonces los escribas y fariseos. Los militantes palestinos ocupan el lugar de los zelotes. Estados Unidos y/o la ONU pueden representar al Imperio Romano. Y la posición única de Jesus, en la cruz o cruce donde todas las fuerzas contemporáneas convergen, es ahora ocupado por Yasser Arafat, crucificado en los cuernos de cada contradicción... Pero Arafat, ciertamente, no es Jesús. En ningún sentido trasciende la condición que ocupa; no es más que una marioneta de dichas fuerzas.
Jesús de Nazareth estaba profundamente al tanto de la situación política. Al nivel humano, debía estarlo. Esto no significa, desde luego, que fuera una especie de revolucionario político; de hecho, una cierta sapiencia política le era necesaria para, simplemente, evitar verse forzado a tomar partido a favor o en contra del partido del Templo en su alianza con Roma, a favor o en contra de los zelotes... en un mundo donde se suponía que todos tenían que hacerlo y, en apariencia, todo se precipitaba inexorablemente hacia la revuelta judía de 66 d. C. Por ejemplo, cuando sus oponentes le desfiaron a responder en público si era o no legal pagar impuestos a Roma, creyeron tenerle en sus manos. Si hubiera respondido: "Sí", habría perdido a sus seguidores en el sector zelote, que, puesto que interpretaban el tributo como un acto de la adoración al emperador establecida oficialmente en algunas provincias romanas, lo consideraban una blasfemia contra Yah-weh, especialmente porque el denario romano en que se pagaba el tributo, por llevar la imagen del emperador, era visto por los zelotes como un ídolo, una "imagen de piedra". Habría perdido también su autoridad moral para criticar a los escribas y fariseos que habían llegado a un compromiso con el gobierno colonial romano. Habría sido incluido en el partido de las autoridades del Templo, al menos a ojos del pueblo, lo que le habrían aislado de los zelotes y los esenios. Si, por otra parte, hubiera respondido: "No", habría sido identificado sin más con los zelotes, y habría perdido contacto con su más amplia audiencia. Se habría también visto expuesto a un arresto prematuro o una posible acusación de sedición. Su muerte, pues, no habría significado más que la de, digamos, alguien como Barrabás. Como tantos otros miles, habría muerto como un rebelde "unidimensional" contra Roma, y habría sido olvidado.
Su elección de un camino que sortea las trampas de esta contradicción sociopolítica representa una pieza maestra de "sublimación", y puede darnos una clave de cómo evitar ser incorporados a conflictos falsos o estrechamente definidos y andar -por el contrario- la senda que conduce a la verdadera guerra. Primero, pidió que alguien de la multitud le diera la moneda del tributo, demostrando así que no tenía monedas, que era uno de los "pobres" -en árabe, fuqara, el plural de fakir, que es sinónimo de sufí- a quienes venía a predicar la "buena nueva", y también que la moneda "idólatra" en cuestión circulaba libremente. En segundo lugar, al preguntar: "¿Qué imagen es esta?" - a lo que se le respondió: "La del César"- se estaba distanciando de los zelotes al demostrar claramente que la moneda no podía ser un ídolo, por la sencilla razón de que el César no era Dios, por lo cual uno podía dar al César lo que es del César sin cometer blasfemia. Al mismo tiempo, estaba diciendo, en efecto, que distribuir la imagen del pequeño falso dios de ningún modo era adorar, sino que podría incluso ser un acto de condescendencia por parte de los judíos, que conocían y adoraban al Dios Viviente. Su autopercepción y su privilegiada posición como el Pueblo Elegido no podía en ningún sentido ser violada por seguir la corriente al narcisismo de esos autotitulados césares. Por tanto sin un maravilloso grado de sapiencia espiritual y política, Jesús habría inevitablemente sido incluido en el conflicto político, y su misión habría fracasado (esta, por supuesto, es la situación vista desde el punto de vista de la humanidad de Jesús: desde el punto de vista de Su Divinidad, Su misión, ordenada por Dios; no podía fracasar). Y esta lección sobre cómo evitar verse demasiado involucrado en conflictos políticos prematura y estrechamente definidos que comprometen la percepción espiritual y la disposición a atender la verdadera llamada de Dios tiene también su lado esotérico, como una "parábola activa" de cómo ir más allá de los pares de opuestos y realizar el Absoluto. En la interpretación de los cristianos ortodoxos orientales, "lo que es del César" es el peso de la moneda en oro, y "lo que es de Dios", la forma en ella lacrada del ser humano, creado a imagen y semajanza de Dios. Nuestras vidas pertenecerán siempre, eternamente y de edad en edad, a Dios. Es por esto que, en la resurrección, puede nuevamente "encarnarse" en una substancia gloriosa e incorruptible. La lección es: no es nuestra vida lo que debemos proteger del Anticristo -como ciertos supervivencialistas claramente creen-, sino nuestra forma. En los últimos días, como siempre, la lucha no es por retener nuestras posesiones, ni siquiera nuestras vidas, sino evitar perder nuestras almas. En última instancia, esto es lo único que se requiere de nosotros.
(*) Extractos del libro The System of Antichrist (Sophia Perennis, 2001). Traducción de Joaquín Albaicín. En Amazon. 
Canal de Charles Upton en Youtube.

1 comentario:

Anónimo dijo...

gracias por compartir este extracto