sábado, 11 de abril de 2015

La extraña muerte del marxismo


La extraña muerte del marxismo

 

Paul E. Gottfried




El liberal Paul E. Gottfried ha escrito este libro –La extraña muerte del marxismo- que Izquierda Hispánica recomienda (http://izquierdahispanica.wordpress.com/). Alguno se preguntará, ¿ por qué una página marxista recomienda el libro de un liberal ? Precisamente por eso, porque es necesario leer a tus críticos para saber las fallas de “los tuyos”. Además, ¿ acaso Marx no leyó a Hegel ? ¿ Pasa algo?

Entendemos que es un libro clave porque, a pesar de estar dirigido principalmente a un público conservador, da en el quid de la cuestión de las izquierdas indefinidas: estas nacen en Estados Unidos, son una creación “anti-imperialista” nacida en pleno imperio, no son marxistas aunque han absorbido no la doctrina pero sí la historia del marxismo, y además su éxito monopolizador ideológico es tal que es prácticamente la ideología dominante de medio mundo, aunque se crea ella misma la respuesta a un “pensamiento único” que en realidad son ellos.

En este libro del norteamericano Paul Edward Gottfried, catedrático de Humanidades y descendiente de judíos austriacos exiliados del nazismo, se examina la corriente ideológica que empezó a desarrollarse en la Alemania posterior a 1945: el autor critica la “reeducación” de los alemanes inspirada por psicólogos sociales y que ha fomentado un izquierdismo radical, asociado un complejo colectivo de culpa, como un método para evitar la resurrección del nazismo. Todo se justifica en nombre del antifascismo, término nebuloso que es parte esencial del actual discurso político europeo.

Gottfried señala que la izquierda postmarxista cambió sus planteamientos mucho antes de la caída del muro de Berlín: las transformaciones socio-económicas en Francia e Italia habían debilitado el discurso obrerista de la izquierda. Los consabidos análisis marxistas del capitalismo se desechan al compás de la globalización, aunque esto no supondrá una condena expresa de los regímenes comunistas, para no dar argumentos al fascismo.

Llegará la hora de un “marxismo cultural” heterodoxo, deudor de la Escuela de Frankfurt o de Gramsci,[/b] en el que no se arremete contra la clase dominante por capitalista sino por incitar al odio racial, al antisemitismo, la misoginia o la homofobia.[b] El progresismo postmarxista reviste su causa de moralismo fustigador de la sociedad tradicional burguesa y más que nunca se transforma en religión política, pero no como los autoritarismos de los años treinta, sino en la línea de lo que Tocqueville calificara de “despotismo blando”.

En definitiva, la tesis de Gottfried es que la clase trabajadora ha desaparecido del horizonte de la izquierda postmarxista [/b]–o marxista cualificada según él (aunque en Izquierda Hispánica los calificamos simplemente de Izquierda Fundamentalista, no marxista, progresista y nacida en el Imperio realmente existente– y que ha sido reemplazada por la defensa de unos valores globales y multiculturales que deben servir para una profunda transformación histórica y antropológica.

 En consecuencia, no es incompatible ser un radical en materia de estilos de vida con disponer de una abultada cartera de acciones.[/b] Con independencia de los matices, ¿no es lo que estamos viendo ahora en Europa y en España?

En los años sesenta, el marxismo se convirtió en moda intelectual a las orillas del Sena; ni Merleau-Ponty ni Althuser ni Sartre parecieron interesados tanto en Marx como en adornar sus propias creaciones con una ideología tan criminal como inútil. Convirtieron los soviets en tertulias de café, las barricadas fueron sustituidas por Les Temps Modernes. Mayo de 1968 no fue sino la bufonada criminal que acabó con cualquier vestigio marxista a éste lado de la línea Oder-Neisse. Mientras Sartre arengaba a unos trabajadores que ignoraban de qué se les hablaba, el verdadero marxismo, a fuerza de realista, despreciaba desde Moscú a la decadente Europa.

El postmodernismo se llevó por delante, no sólo la razón práctica o clásica y la razón ilustrada moderna; dentro de ésta, acabó con el poderoso aparato conceptual marxista, convertido cada vez más en moda filosófica en las Universidades. Sus rescatadores no lo hicieron mejor; ni Althuser ni Marcuse ni Sartre aportaron nada al marxismo.

Pero a cambio, si bien entonces la izquierda europea se mostró escasamente rigurosa con los padres fundadores, sí ocurrió un hecho para Gottfried fundamental: los años sesenta marcan para el autor la fecha en que el marxismo declara la guerra intelectual y cultural a Estados Unidos. Es el caso de Wallerstein, pero también de la Escuela de Frankfurt, y su denuncia de la alienación cultural, del cientificismo, del positivismo, de la rigidez social. La opresión económica daba paso a la cultural y estética, a un modo de dominación más sutil pero más poderoso; el de los modos de vida. Desde entonces, no es la lucha de clases, sino la batalla cultural, la que libra la lucha de los desheredados de la tierra.

Pero para escándalo de pacifistas españoles, la primera influencia norteamericana sobre Europa es la que afecta a la propia izquierda; vía años sesenta, las principales ideas que se impondrán progresivamente en Europa tras la guerra fría (prioridad para las minorías, apología del sexualismo, elitismo gay, inmigración ilegal) cruzaron el Atlántico desde América a Europa y no al revés. Fue en Los Ángeles o Nueva York donde el odio antioccidental se adelantó a la orgullosa izquierda europea, culturalmente a rebufo de la norteamericana: “contra la opinión de que las fiebres ideológicas se mueven a través del Atlántico solamente en dirección al oeste, es posible que lo más cercano a la verdad sea precisamente lo opuesto” (p. 27).

Curiosamente, la izquierda comunista tiene hoy menos peso que nunca; pero vive cómodamente instalada en coaliciones progresistas desde las que parasita a una izquierda moderada encantada de ser parasitada (p.15). En Francia, Italia o España, la minoría bolchevique, en virtud de la aritmética electoral, condiciona la vida política. Y es que para Gottfried, lo que caracteriza a la izquierda postmarxista no es el rechazo del marxismo-leninismo por sus fieles, sino la indiferencia y la comprensión de la izquierda “moderada” hacia sus crímenes. Es decir; ha sido el socialismo no marxista el que ha hecho suya la historiografía bolchevique, recorriendo ella el camino en sentido inverso.

Lejos de revisarse a si misma, la izquierda europea alza furiosa el puño antifascista; España lo ha visto durante las últimas fechas. El término fascista, como ha recordado Pablo Kleimann, se repite cada día con machacona insistencia. No sólo en Madrid, Paris o Roma, sino también en Estados Unidos. Pero el fascismo es en España inexistente, y en Europa inapreciable. Las propuestas de Le Pen, no por repulsivas son, por ello, fascistas. En vano encontrará el europeo de hoy el rastro de Mussolini como no sea en grupúsculos ultras italianos o la “Esquerra” republicana catalana.

¿Por qué “fascismo”? Por “fascismo”, la “izquierda postmarxista” entiende la defensa de controles a la inmigración, la defensa del derecho de los cristianos a proponer en público sus principios, la exigencia del cumplimiento de la ley. El fascismo es, para este progresismo, la civilización occidental, la Iglesia, el libre mercado; el hombre blanco que no está dispuesto a avergonzarse de serlo, es, inequívocamente, fascista, lo mismo que el católico o el empresario.

El autor identifica éste fenómeno como característico de una nueva religión, que sin embargo no es tan nueva: “La izquierda postmarxista representa una religión política diferenciada. Por lo tanto, debería considerarse como un supuesto sucesor del sistema de creencias tradicional, parasitario de los símbolos judeocristianos pero equipado con sus propios mitos transformacionales” (p. 164).

 La izquierda contemporánea es marxista de manera residual, pero identifica un bien y un mal absolutos, así como un proceso de liberación de la humanidad; el bien de la sociedad sin clases y el proletariado mundial ha sido sustituido por la era de la democracia universal, tal y como el progresista Fukuyama sigue defendiendo. En esto, afirma el autor, no se diferencia del neoconservadurismo; si acaso, en el sujeto de la mundialización democrática.

En cuanto religión intolerante, el postmarxismo no deja lugar a la disidencia: “en sus tendencias antiburguesas, poscristianas y transposicionales, y en su intolerancia hacia cualquier espacio social al cual no tengan acceso, las nuevas y antiguas formas de la religión política poseen una mutua semejanza que bien vale la pena explorar” (p.43). Ahora, si esto es así, entonces más allá de la izquierda postmarxista quedan sólo dos opciones; unirse a ella o combatirla.

Es aquí donde el libro de Gottfried estalla ante el conservador o el liberal europeo; ¿combate realmente la derecha europea la tarea de destrucción sistemática de la cultura y la moral occidental? ¿Existe un contrapeso ideológico a la izquierda postmarxista capaz de detener la corrupción del continente europeo?

Lo inquietante para el lector español de la obra de Gottfried es la constatación de que la derecha política ha hecho suyos los dogmas de la izquierda postmarxista, y acompaña con mansedumbre los dogmas progresistas: ¿Puede afirmarse, en la España de 2007, ante las vitales elecciones de marzo de 2008, la existencia de un proyecto político que, en lo fundamental, se oponga al proyecto postmarxista? Cuando el Partido Popular elude combatir la apología del sexo salvaje, disimula ante la desnaturalización de la familia, asiste impávido al acoso al cristianismo, y apoya o permite la aculturación occidental, entonces es que la metástasis progresista se ha extendido más allá de los ingenieros de almas, y afecta a su supuesto contrapeso, rendido ante las acusaciones de “extrema derecha” o “derecha extrema”.

¡Sorpresa! La metástasis de la izquierda postmarxista afecta también a la derecha; ¿existe solución, cuando “los que han ejercido el control político de la sociedad y han trabajado en armonía con los educadores y los agentes de los medios de comunicación, han alterado la moralidad social y, lo que es aún más relevante, han logrado imponerse en todas partes” (p. 193)?

En el proyecto actual, los grandes partidos de la derecha europea no parecen diferenciarse de los grandes partidos de la izquierda. Como bien afirma Gottfried, no es en el bienestar económico donde se apoya la estabilidad social occidental. Es la cultura; es la moral a la que la derecha ha renunciado. Por lo tanto, “a no ser que una élite creciente o dominante lidere una campaña contra la agenda multicultural, es difícil visualizar la forma de lograr ese objetivo” (p. 194). Y en tanto el mundo político conservador permanece impasible y a expensas del progresismo, la metástasis se extiende. Y en España, rápidamente.

La extraña muerte del marxismo refuta ciertas ideas acerca de la actual Izquierda europea y de su relación con el marxismo y con los partidos comunistas clásicos existentes hasta hace escasos años. Entre los conceptos reseñados, el libro trata crítica y detalladamente el supuesto de que la Izquierda posmarxista brote de la tradición de pensamiento marxista, y que dicha Izquierda mantenga un rechazo sin reservas de los valores y prácticas implícitos en el capitalismo americano.

Tres ejes explicativos recorren
La extraña muerte del marxismo: El intento por disociar a la presente Izquierda europea del marxismo, la presentación de esta Izquierda como algo que se desarrolló con independencia de la caída de la Unión Soviética y, por último, el énfasis en las raíces específicamente americanas de la Izquierda europea.

Gottfried examina la orientación multicultural de esta nueva Izquierda y concluye que bien poco tiene que ver con el marxismo entendido como teoría histórico-económica. Es deudora, sin embargo, de la ingeniería social que algunos emigrados europeos desarrollaron en Estados Unidos bajo premisas ideológicas pluralistas, así como de la expansión de la cosmovisión americana y de su política multicultural en Europa.

 

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