La corporación romana nos facilita un ejemplo del aspecto viril y orgánico que acompaña amenudo al elemento sagrado en las instituciones verdaderamente tradicionales; jerárquicamente constituida, ad exemplum republicae, estaba animado por un espíritu militar. El conjunto de los sodales se llamaba populus u ordo y, al igual que el ejército y el pueblo, estaban organizados, en las asambleas solemnes, en centurias y decurias. Cada centuria tenía su jefe, o centurión y un teniente, optio, como las legiones. Distintos de los maestres,los otros miembros llevaban el nombre de plebs y corporati pero también de caligati o milites caligati como simples soldados. Y el magister era, no solo el maestro del arte, el sacerdote de la corporación, cerca de su "fuego", sino también el administrador de la justicia y el guardián de las costumbres del grupo([13]).
Las comunidades profesionales medievales, sobre todo en los paises germánicos, presentaron carácteres análogos: al mismo tiempo que la comunidad del arte, un elemento ético‑religioso servía de cimiento a los guías y a los Zünften. En estas organizaciones corporativas, los miembros estaban unidos "por la vida", como en un rito común, antes que en función de intereses económicos y fines exclusivamente orientados hacia la producción; y todas las formas de la existencia cotidiana se encontraban penetradas por los efectos de esta íntima solidaridad que se apropiaba del hombre entero y no solo de su aspecto particular de artesano. Al igual que los colegios profesionales romanos tenían su dios lar o demonio, las guildas alemanas, constituidas también como imágenes en reducción de la ciudad, tenían no solo su "santo protector" o su "patrón", sino también su altar, su culto funerario común, sus enseñas simbólicas, sus conmemoraciones rituales, sus reglas éticas y sus jefes ‑Vollgenossen‑ llamados también a dirigir el ejercicio del oficio más que a hacer respetar las normas generales y los deberes de los miembros de la corporación. Para ser admitido en las guildas, hacía falta un nombre sin tacha y un nacimiento honorable: se descartaba a los hombres que no eran libres y en ocasiones, a los que pertenecían a razas extranjeras([14]). Estas asociaciones profesionales se caracterizan por el sentido del honor, la pureza y la impersonalidad en el trabajo, cualidades bastante próximas de los principios arios de la bhakti y del nishkama‑karma: cada uno se ocupaba silenciosamente de su propio trabajo, haciendo abstracción de su persona, pero permaneciendo activo y libre, y era este un aspecto del gran anonimato propio a la Edad Media, al igual que a cualquier otra civilización tradicional. Además, se separaba todo lo que podía engendrar una concurrencia ilícita o un monopolio y todo lo que de una forma o de otra, podía alterar, por consideraciones económicas, la pureza del "arte": el honor de la guilda y el orgullo que inspiraba su actividad constituían las bases sólidas, inmateriales de estas organizaciones([15]) que, aun no siendo institucionalmente hereditarios, amenudo se convertían en tales, demostrando así la fuerza y el carácter natural del principio generador de las castas([16]).
Así se reflejaba, incluso en el orden de las actividades inferiores ligadas a la materia y a las condiciones materiales de la vida, el modo de ser de una acción purificada y libre, teniendo su fides, su alma viviente, que la liberaba de los lazos del egoismo y del interés vulgar. Además, se establecía un lazo natural en las corporaciones, entre la casta de los vaishas ‑que en términos modernos, equivaldría a los empleadores‑ y la casta de los shudra, que correspondería a la clase obrera. El espíritu de solidaridad casi miliar, sentida y querida, que, en una empresa común, hacía aparecer el vaisha como el jefe y el shudra como el simple soldado, excluían la antítesis marxista entre el capital y el trabajo, entre empleadores y empleados. Cada uno realizaba su función y ocupaba su justo lugar. En las guildas alemanas, a la fidelidad del inferior correspondía el orgullo que extraía el superior de un personal dedicado con celo a su tarea. Aquí también, la anarquía de los "derechos" y las "reivindicaciones" no apareció más que cuando la orientación espiritual íntima declinó, y la acción realizada por sí misma, fue sustituida por los intereses materiales e individualistas, la fiebre multiforme y vana engendrada por el espíritu moderno y por una civilización que ha hecho de la economía un "demonio" y un destino.
Por otra parte, cuando la fuerza íntima de una fides cesa de estar presente, cada actividad pasa a definirse según su aspecto puramente material, mientras que la diversidad de las vías unidas por una misma dignidad, es sustituida por una diferenciación real según el tipo de actividad. Esto explica el carácter de las formas intermedias que revisten algunas organizaciones sociales, como por ejemplo, la esclavitud antigua. Por paradójico que esto pueda parecer a los ojos de algunos, en el marco de las civilizaciones donde la esclavitud fue más ampliamente practicada, era el trabajo lo que definía la condición de esclavo y no lo contrario. Cuando la actividad en los estratos más bajos de la jerarquía social, no fue dirigida por un significado espiritual, cuando en lugar de acción existió solamente trabajo, el criterio material no podía dejar de tomar la iniciativa y estas actividades, en tanto que ligadas a la materia y unidas a las necesidades materiales de la vida, debían aparecer como degradantes e indignas para un hombre libre. El "trabajo podía ser, en consecuencia solo un asunto de esclavos, casi un castigo y, recíprocamente, no se podía contemplar para un esclavo otro dharma que el trabajo. El mundo antiguo no despreció el trabajo porque conoció la esclavitud y porque fueran los esclavos quienes trabajaban, sino al contrario, es por despreciar al trabajo, que desprecia al esclavo; ya que aquel que "trabaja" no puede ser más que esclavo, este mundo quiso esclavos y distinguió, constituyó y estableció una clase social cerrada para la masa de aquellos cuya forma de existencia no podía expresarse más que mediante el trabajo([17]). Al trabajo como pena oscura relacionada con las necesidades de la carne, se oponía la acción: uno, polo material, pesado, animal, el otro, polo espiritual libre, separado de la necesidad, de las posibilidades humanas. En los hombres libres y entre los esclavos, en el fondo, no se encuentra sino la cristalización social de las dos maneras de vivir una acción ‑según su materia o bien ritualmente‑ de la que ya hemos hablado: es aquí donde hay que buscar la base ‑reflejando ciertamente algunos valores tradicionales‑ del desprecio al trabajo y del concepto de jerarquía propias a las constituciones de tipo intermedio de los que se trata aquí y que se encuentran sobre todo en el mundo clásico, donde fueron la actividad especulativa, el ascesis, la contemplación ‑el "juego" en ocasiones y la guerra‑ quienes expresan el polo de la acción frente al polo servil del trabajo.
Esotéricamente, los límites impuestos por el estado de esclavitud a las posibilidades del individuo que nacía en este estado, corresponden a un "destino" determinado, del que el nacimiento debe ser considerado como una consecuencia. Sobre el plano de las transposiciones mitológicas, la tradición hebraica no está muy alejada de una concepción similar, cuando considera el trabajo como la consecuencia de la "caida" de Adán y, al mismo tiempo, como la "expiación" de esta falta transcendental en el estado humano de existencia. En cuanto al catolicismo, busca, sobre esta base, hacer del trabajo un instrumento de purificación, lo que corresponde en parte a la noción de ofrenda ritual de la acción conforme a la naturaleza de cada ser (en este caso, a la naturaleza de un "caido" según el aspecto de la visión hebraico‑cristiana de la vida), ofrenda concebida como vía de liberación.
En la antigüedad, frecuentemente eran los vencidos quienes debían asumir las funciones de los esclavos. ¿Se debió a un puro materialismo de costumbres bárbaras? Si y no. Una vez más, no hay que olvidar esta verdad que impregnaba el mundo de la Tradición: nada sucede aquí abajo, que no sea un símbolo y un efecto concordante de acontecimientos espirituales; entre el espíritu y la realidad (y también la potencia) hay una íntima relación. Como consecuencia particular de esta verdad, ya hemos indicado que la victoria o la derrota no fueron nunca considerados como un mero azar. La victoria, tradicionalmente, implicaba siempre un significado superior. Entre las poblaciones salvajes subsiste aun, y con un relieve particular, la idea antigua que el desgraciado es siempre un culpable([18]): los desenlaces de cada lucha y también cada guerra, son siempre signos místicos, resultados, por así decir, de un "juicio divino", capaces de revelar o realizar, un destino humano. Partiendo de aquí, si se quiere, se puede ir más lejos, y ver una convergencia trascendental de sentidos entre la noción del "vencido" y la noción hebraica del "culpable", de la que acabamos de hablar, uno y otro ligados al destino que conviene al dharma del esclavo, el trabajo. Esta convergencia se evidencia también en que la "falta" de Adán puede referirse a la "derrota" sufrida por él en una aventura simbólica (intento de apropiarse del fruto del "Arbol") que habría podido tener un desenlace victorioso. Existen, en efecto, mitos donde la conquista de los frutos del "arbol", o cosas simbólicamente equivalentes (por ejemplo la "mujer", el "toison de oro", etc...) se consigue y conduce a otros héroes (por ejempo Heracles, Jason, Siegfried), no a la maldición, como en el mito hebraico‑cristiano, sino a la inmortalidad o a la sabiduría trascendente([19]).
En el mundo moderno, se ha denunciado la "injusticia" del régimen de castas, se han estigmatizado aun más las civilizaciones antiguas que conocieron la esclavitud, y se ha considerado como un mérito de los tiempos nuevos haber afirmado el principio de la "dignidad humana". Pero se trata, aquí también, de pura retórica. Se olvida que los europeos mismos reintrodujeron y mantuvieron hasta el siglo XIX, en los territorios de ultra‑mar, una forma de esclavitud a menudo odiosa, que el mundo antiguo casi nunca conoció ([20]). Lo que es preciso poner de relieve, es que jamás una civilización practicó la esclavitud en tan gran escala,como la civilización moderna. Ninguna civilización tradicional tuvo jamás masas tan numerosas condenadas a un trabajo oscuro, sin alma, automático, a una esclavitud que no tiene siquiera en contrapartida la alta estatura y la realidad tangible de figuras de señores y dominadores, sino que se encuentra impuesta de una forma anodina por la tiranía del factor económico y las estructuras absurdas de una sociedad más o menos colectivizada. Y el hecho es que la visión moderna de la vida, en su materialismo, ha restado al individuo toda posibilidad de introducir en su destino un elemento de transfiguración, un signo y un símbolo, y la esclavitud de hoy es la más lúgrube y desesperada que jamás se haya conocido. No es pues sorprendente que las fuerzas oscuras de la subversión mundial hayan encontrado en las masas de esclavos modernos un instrumento dócil, adaptado para la consecución de los fines: aquí donde han triunfado los inmensos "campos de trabajo", se quiere practicar metódica, satánicamente, la servidumbre física y moral del hombre en vistas a la colectivización y al desarraigo de todos los valores de la personalidad.
Para terminar, añadiremos a nuestras consideraciones anteriores sobre el trabajo contemplado en tanto que arte, en el mundo de la Tradición, algunas breves indicaciones sobre la cualidad orgánica y funcional de los objetos producidos. Gracias a esta cualidad constante, lo bello aparecía no como algo separado o limitado a una categoría privilegiada de objetos artísticos, y nada presentaba un carácter puramente utilitario y mercantil. Todo objeto tenía una belleza propia y un valor cualitativo, al igual que tenía su función en tanto que objeto útil. Mientras que, de un lado, se verificaba "el prodigio de la unificación de los contrarios", "las más absoluta sumisión a la regla consagrada, en la cual parecería deber morir, ahogado, todo impulso personal, conciliándose con la más franca manifestación de la espiritualidad, tan duramente comprimida, en una auténtica creación personal", de otro lado se ha podido justamente decir: "Todo objeto no lleva ciertamente la impronta de una personalidad artística individual, como ocurre hoy con los "objetos artísticos", sino que revela sin embargo un gusto "coral" que hace del objeto una de las innumerables expresiones similares, imprimiéndoles el sello de una autenticidad espiritual que impide llamarlo copia([21]). Tales productos atestiguaban una personalidad estilística única desarrollada durante siglos enteros; incluso cuando se ha podido conocer un nombre, real, o bien ficticio y simbólico, esto carecía de importancia: el anonimato no desaparecía([22]), sino que albergaba un carácter no sub‑personal sino supra‑personal. Tal era el terreno sobre el cual podían nacer y proliferar, en todos los dominios de la vida, creaciones artesanales tan alejadas del triste "utilitarismo" plebeyo como de la belleza "artística" extrínseca y afuncional, escisión que refleja el carácter inorgánico de la civilización moderna.
Notas
([13])WALTZING, op. cit., v. I, pag. 257, sigs.
([14])O. GIERKE, Rechtsgeschichte der deutschen Genossenschaften, cit., v. I, pag. 220, 226, 228, 362‑5, 284.
([15])GIERKE, Op. cit., v. I, pag. 262‑5, 390‑1.
([16])En Roma los colegios profesionales se convirtieron en hereditarios en el curso del siglo III a. J.C. Cada miembro transmitió entonces a sus herederos, con la sangre, su profesión y sus bienes, condicionados por el ejercicio de esta profesión. Cf. WALTZING, op. cit., v. II, pag. 4‑5, 260‑265. Pero esto fue realizado por vía de la autoridad, por medio de leyes centralizadas impuestas por el Estado romano y no se puede decir que las castas, así constituidas, hayan sido verdaderamente conformes al esíritu tradicional.
([17])ARISTOTELES (Pol., I, iv, y sigs.) fundaba la esclavitud sobre el postulado de que hay hombres aptos solo para el trabajo psíquico y que deben ser dominados y dirigidos por los otros. Según él, esta relación era la del "bárbaro" frente al "Heleno". Así mismo, la casta hindú de los shudra (los siervos) correspondía en el origen a la raza negra aborigen ‑o "raza enemiga" dominada por los arya‑ a la cual no se reconocía otra posibilidad mejor que la de servir a las castas de "los dos veces nacidos".
([18])Cf. LEVY‑BRUHL, La mentalité primitive, cit., pag. 316‑331.
([19])Cf. EVOLA, La Tradición hermética, cit. introd.
([20])Es preciso señalar, por lo demás, que en América la verdadera miseria de los Negros empezó cuando fueron liberados y se encontraron en la situación de proletarios sin raices en el seno de una sociedad industrializada. Como "esclavos", bajo un régimen paternalista, gozaron en general de una mayor seguridad económica y de una mayor protección. Es por ello que algunos estiman que la condición de los trabajadores blancos "libres", en Europa, fue, en la época, peor que la suya. (Cf. p. ej. R. BASTIDE, Les religions africaines au Brésil, passim.
([21])G. VILLA, La filosofia del mito secundo G. B. Vico, Milán, 1949, pag. 98‑99.
([22])Cf. Ibid., pag. 102.
Revuelta contra el Mundo Moderno (I Parte . 14. La doctrina de las castas)
Julius Evola