Cajas de ahorro
Por Juan Manuel de Prada
En los últimos meses hemos asistido como si tal cosa al desmantelamiento de las cajas de ahorro, víctimas de una desnaturalización que hunde sus raíces en la expansión del capitalismo financiero y en los abusos de la partitocracia; pero, en la hora de su desmantelamiento, nadie se ha preocupado de indagar la razón de su enfermedad, según la consigna predilecta de nuestra época, que consiste en poner tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias. Durante mucho tiempo, las cajas de ahorro fueron instituciones de fomento del ahorro con una vocación social benemérita: captaban depósitos a cambio de un interés razonable; y con el monto de los depósitos captados, efectuaban préstamos a particulares y empresas. Los beneficios que de su actividad pudieran derivarse eran invertidos en fines sociales, paliando la pobreza, socorriendo a enfermos y ancianos, protegiendo la infancia desvalida. Era un invento propio de una economía natural, que redistribuía la riqueza de la comunidad y favorecía los más loables impulsos humanitarios; entre los impulsores encontramos a muchos próceres instruidos en la lectura de las grandes encíclicas papales de León XIII o Pío XI.
Sobre aquellas cajas de ahorro de iniciativa social no tardaron en caer los buitres del control político y el capitalismo financiero. Así, se impuso que sus órganos de gobierno fuesen nombrados por los poderes públicos; y se eliminaron las restricciones legales a su actividad, para que pudieran ofrecer a sus clientes todo tipo de 'servicios financieros', al estilo de cualquier banco convencional, a la vez que se les permitió extender el ámbito de su clientela, tradicionalmente confinada al municipio o región donde las cajas tenían establecida su sede. De este modo, sus consejos de administración se poblaron de politiquillos con mando en plaza; y las cajas de ahorro empezaron a prestar el dinero con una finalidad que ya no era social, sino especulativa, atendiendo los intereses de los politiquillos que las regentaban. Por supuesto, tales préstamos dejaron de efectuarse sobre el monto de los depósitos captados; y, en volandas de los birlibirloques financieros, empezaron a prestar un dinero fantasmagórico, según se postula en el catecismo del capitalismo financiero. El resultado de tal metamorfosis desnaturalizadora lo estamos padeciendo ahora.
Los medios de adoctrinamiento de masas se rasgan las vestiduras, divulgando los sueldos de escándalo que cobraban los directivos de las cajas de ahorro y los agujeros negros que han originado en nuestra maltrecha economía. Leyendo las noticias que
los medios de adoctrinamiento de masas divulgan, diríase que esos directivos voraces que cobraban sueldos millonarios y repartían un dinero fantasmagórico hubiesen nacido por generación espontánea, o hubiesen sido traídos, como las esporas de los hongos, por un viento caprichoso. Lo que los medios de adoctrinamiento de masas no nos dicen es que tales directivos negligentes y codiciosos fueron elegidos por los consejos de administración de las cajas de ahorro, controlados por los politiquillos locales; tampoco nos dicen que los préstamos que concedían y las calamitosas operaciones financieras
que autorizaban eran supervisadas (y estimuladas) por esos mismos politiquillos, que se cuidaron de elegir a las personas más dóciles y permeables a su influencia, las más agradecidas de la mano que les daba de comer, las más dispuestas a participar en el contubernio politico-financiero.
En un país medio normal, los politiquillos que gobernaban estas cajas de ahorro arruinadas estarían en la cárcel, como responsables de una estafa que, dada su magnitud gigantesca y sus efectos arrasadores sobre la economía nacional, bien podría calificarse de alta traición. Pero estos politiquillos que utilizaron en beneficio propio y de sus partidos unas instituciones venerables nacidas de la iniciativa social, que autorizaron las tropelías más groseras para financiar proyectos megalómanos e inviables, que distribuyeron sueldos obscenos entre sus directivos (para pagar su silencio y su complicidad delictiva) se han ido de rositas, protegidos por sus respectivos partidos y blindados por el propio Estado. De esta rapiña institucionalizada nada nos dicen los medios de adoctrinamiento de masas; tal vez porque, para su supervivencia, dependen de los mismos que arruinaron las cajas de ahorro, los mismos que ahora nos piden el voto. ¡Ay qué risa, tía Felisa!
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XLSEMANAL 23 DE OCTUBRE DE 2011
lunes, 24 de octubre de 2011
Dialogo en tiempos de Luis XIV............vamos....en la actualidad.
Dialogo en tiempos de Luis XIV............vamos....en la actualidad.
Diálogo entre Colbert y Mazarino, durante el reinado de Luís XIV de Francia:
Colbert: Para conseguir dinero, hay un momento en que, engañar al contribuyente ya no es posible. Me gustaría, Señor Superintendente, que me explicara cómo es posible continuar gastando cuando ya se está endeudado hasta al cuello...
Mazarino: Si es un simple ciudadano, cuando se está cubierto de deudas va a parar a la prisión. Pero el Estado... cuando se habla del Estado, eso ya es distinto!!! No se puede mandar el Estado a prisión. Por tanto, el Estado puede continuar endeudándose. Todos los Estados lo hacen!
Colbert: Usted piensa eso ? Con todo, precisamos de dinero. ¿ Y como hemos del obtenerlo si ya creamos todos los impuestos imaginables?
Mazarino: Se crean otros.
Colbert: Pero ya no podemos lanzar más impuestos sobre los pobres.
Mazarino: Es cierto, eso ya no es posible.
Colbert: Entonces, ¿sobre los ricos?
Mazarino: Sobre los ricos tampoco. Ellos no gastarían más, y un rico que no gasta, no deja vivir a centenares de pobres. Un rico que gasta, sí.
Colbert: Entonces cómo hemos de hacer?
Mazarino: Colbert! ¡¡ piensas como un queso de gruyere o como el orinal de un enfermo!!. ¡¡
Hay una cantidad enorme de gente entre los ricos y los pobres !! Son todos aquellos que trabajan soñando en llegar algún día a enriquecerse y temiendo llegar a pobres. Es a ésos a los que debemos gravar con más impuestos..., cada vez más..., siempre más! ¡¡ Esos, cuanto más les quitemos, más trabajarán para compensar lo que les quitamos¡¡. ¡¡ Son un reserva inagotable !!.
Diálogo entre Colbert y Mazarino, durante el reinado de Luís XIV de Francia:
Colbert: Para conseguir dinero, hay un momento en que, engañar al contribuyente ya no es posible. Me gustaría, Señor Superintendente, que me explicara cómo es posible continuar gastando cuando ya se está endeudado hasta al cuello...
Mazarino: Si es un simple ciudadano, cuando se está cubierto de deudas va a parar a la prisión. Pero el Estado... cuando se habla del Estado, eso ya es distinto!!! No se puede mandar el Estado a prisión. Por tanto, el Estado puede continuar endeudándose. Todos los Estados lo hacen!
Colbert: Usted piensa eso ? Con todo, precisamos de dinero. ¿ Y como hemos del obtenerlo si ya creamos todos los impuestos imaginables?
Mazarino: Se crean otros.
Colbert: Pero ya no podemos lanzar más impuestos sobre los pobres.
Mazarino: Es cierto, eso ya no es posible.
Colbert: Entonces, ¿sobre los ricos?
Mazarino: Sobre los ricos tampoco. Ellos no gastarían más, y un rico que no gasta, no deja vivir a centenares de pobres. Un rico que gasta, sí.
Colbert: Entonces cómo hemos de hacer?
Mazarino: Colbert! ¡¡ piensas como un queso de gruyere o como el orinal de un enfermo!!. ¡¡
Hay una cantidad enorme de gente entre los ricos y los pobres !! Son todos aquellos que trabajan soñando en llegar algún día a enriquecerse y temiendo llegar a pobres. Es a ésos a los que debemos gravar con más impuestos..., cada vez más..., siempre más! ¡¡ Esos, cuanto más les quitemos, más trabajarán para compensar lo que les quitamos¡¡. ¡¡ Son un reserva inagotable !!.
viernes, 21 de octubre de 2011
¿Cómo la China dominará al mundo?
¿Cómo la China dominará al mundo?
Algunos conocidos volvieron de la China impresionados. Un producto del que Brasil fabrica un millón de unidades, China, en una sola fábrica, produce 40 millones.
La calidad es equivalente y la velocidad de distribución impresionante. Los chinos colocan cualquier producto en el mercado en cuestión de semanas, a precios que son una fracción de los de los brasileños.
Una de las fábricas se está trasladando al interior porque los salarios de la región en que se halla instalada son demasiado altos: 100 dólares. Un obrero brasileño gana 300 dólares mínimo que sumados a los impuestos y otros beneficios equivalen a 600 dólares.
Cuando los comparamos, con los 100 dólares que reciben los chinos sin prácticamente ningún otro beneficio…nos hallamos frente a una esclavitud amarilla, y alimentándola…
¿Horas extraordinarias? En la China…Olvídelas!!! La gente allí está tan agradecida de tener un empleo que trabaja horas extras a cambio de nada…
Detrás de esta “situación” está la gran trampa china. No se trata de una estrategia comercial, sino de una estrategia de “poder” para conquistar el mercado occidental. Los chinos están sacando provecho de la actitud de los “comerciantes” occidentales, que prefieren tercerizar la producción quedándose tan sólo con lo que le agrega valor: la marca.
Difícilmente podrá usted comprar en las grandes redes comerciales de los EE.UU. algún producto “made in USA”. Es todo “made in China”, con una marca estadounidense. Las empresas ganan riadas de dinero comprándoles a los chinos por centavos y vendiendo luego por centenares de dólares. Sólo les interesa el lucro inmediato a cualquier precio. Aún al costo de cerrar sus fábricas y generar una brutal desocupación. Es lo que podría llamarse “estrategia del precio”.
Mientras los occidentales tercerizan sus emprendimientos y ganan en el corto plazo, China aprovecha ese enfoque e instala unidades productivas de alta performance para dominar en el largo plazo.
Mientras las grandes potencias mercantiles se quedan con sus marcas, con el diseño..sus garras, los chinos se quedan con la producción, asistiéndolos, estimulándolos y contribuyendo al desmantelamiento de los escasos parques industriales occidentales.
Muy pronto ya no habrá más fábricas de zapatillas deportivas o de calzados en el mundo occidental. Sólo existirán en China. De modo que en el futuro próximo veremos cómo los producto chinos aumentan sus precios produciendo un “shock manufacturero” como sucedió con el shock petrolero en los años 70. Y entonces será ya demasiado tarde.
Entonces el mundo se dará cuenta de que levantar nuevas fábricas tendrá costos prohibitivos y deberá rendirse al poderío chino. Se dará cuenta de que alimentó a un enorme dragón y se convirtió en su rehén. Un dragón que aumentará gradualmente sus precios, puesto que será quien dicte las nuevas leyes del mercado y será luego quien mande, pues tendrá el monopolio de la producción.
Ya que será también el dueño de las fábricas, de los stocks y de los empleos y quien regulará los precios.
Nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos asistiremos a una inversión de las reglas de juego actuales, lo que producirá en las economías occidentales el impacto de una bomba atómica…china. En ese momento, cuando el mundo occidental se dé cuenta, será demasiado tarde.
Ese día, los ejecutivos occidentales mirarán tristemente las ruinas de sus antiguas fábricas, a sus técnicos jubilados jugando a las cartas en las plazas y llorarán sobre la chatarra de sus parques fabriles destruidos.
Y se acordarán entonces, con mucha nostalgia, del tiempo en que ganaban dinero comprando “fardos de mercaderías de los esclavos” y vendiendo caras sus “marcas registradas” a sus coterráneos.
Y entonces, entristecidos, abrirán sus despensas y almorzarán sus marcas que ya estarán pasadas de moda y que por tanto, habrán dejado de ser poderosas, porque todas habrán sido copiadas…
REFLEXIONEN Y COMIENCEN YA A COMPRAR PRODUCTOS DE FABRICACIÓN NACIONAL, FOMENTANDO EL EMPLEO EN SU PAÍS, POR LA SUPERVIVENCIA DE SU AMIGO, DE SU VECINO Y HASTA DE USTED MISMO… Y LA DE SUS DESCENDIENTES.
Piensen además… Y ¿su poderío bélico-militar?
Quedaremos rehenes y a su merced, es decir, estamos hoy alimentando a la cobra que nos morderá en el futuro!
*Director de marketing de Dana y profesional de la comunicación.
Traducido por Susana Merino para Rebelión
Algunos conocidos volvieron de la China impresionados. Un producto del que Brasil fabrica un millón de unidades, China, en una sola fábrica, produce 40 millones.
La calidad es equivalente y la velocidad de distribución impresionante. Los chinos colocan cualquier producto en el mercado en cuestión de semanas, a precios que son una fracción de los de los brasileños.
Una de las fábricas se está trasladando al interior porque los salarios de la región en que se halla instalada son demasiado altos: 100 dólares. Un obrero brasileño gana 300 dólares mínimo que sumados a los impuestos y otros beneficios equivalen a 600 dólares.
Cuando los comparamos, con los 100 dólares que reciben los chinos sin prácticamente ningún otro beneficio…nos hallamos frente a una esclavitud amarilla, y alimentándola…
¿Horas extraordinarias? En la China…Olvídelas!!! La gente allí está tan agradecida de tener un empleo que trabaja horas extras a cambio de nada…
Detrás de esta “situación” está la gran trampa china. No se trata de una estrategia comercial, sino de una estrategia de “poder” para conquistar el mercado occidental. Los chinos están sacando provecho de la actitud de los “comerciantes” occidentales, que prefieren tercerizar la producción quedándose tan sólo con lo que le agrega valor: la marca.
Difícilmente podrá usted comprar en las grandes redes comerciales de los EE.UU. algún producto “made in USA”. Es todo “made in China”, con una marca estadounidense. Las empresas ganan riadas de dinero comprándoles a los chinos por centavos y vendiendo luego por centenares de dólares. Sólo les interesa el lucro inmediato a cualquier precio. Aún al costo de cerrar sus fábricas y generar una brutal desocupación. Es lo que podría llamarse “estrategia del precio”.
Mientras los occidentales tercerizan sus emprendimientos y ganan en el corto plazo, China aprovecha ese enfoque e instala unidades productivas de alta performance para dominar en el largo plazo.
Mientras las grandes potencias mercantiles se quedan con sus marcas, con el diseño..sus garras, los chinos se quedan con la producción, asistiéndolos, estimulándolos y contribuyendo al desmantelamiento de los escasos parques industriales occidentales.
Muy pronto ya no habrá más fábricas de zapatillas deportivas o de calzados en el mundo occidental. Sólo existirán en China. De modo que en el futuro próximo veremos cómo los producto chinos aumentan sus precios produciendo un “shock manufacturero” como sucedió con el shock petrolero en los años 70. Y entonces será ya demasiado tarde.
Entonces el mundo se dará cuenta de que levantar nuevas fábricas tendrá costos prohibitivos y deberá rendirse al poderío chino. Se dará cuenta de que alimentó a un enorme dragón y se convirtió en su rehén. Un dragón que aumentará gradualmente sus precios, puesto que será quien dicte las nuevas leyes del mercado y será luego quien mande, pues tendrá el monopolio de la producción.
Ya que será también el dueño de las fábricas, de los stocks y de los empleos y quien regulará los precios.
Nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos asistiremos a una inversión de las reglas de juego actuales, lo que producirá en las economías occidentales el impacto de una bomba atómica…china. En ese momento, cuando el mundo occidental se dé cuenta, será demasiado tarde.
Ese día, los ejecutivos occidentales mirarán tristemente las ruinas de sus antiguas fábricas, a sus técnicos jubilados jugando a las cartas en las plazas y llorarán sobre la chatarra de sus parques fabriles destruidos.
Y se acordarán entonces, con mucha nostalgia, del tiempo en que ganaban dinero comprando “fardos de mercaderías de los esclavos” y vendiendo caras sus “marcas registradas” a sus coterráneos.
Y entonces, entristecidos, abrirán sus despensas y almorzarán sus marcas que ya estarán pasadas de moda y que por tanto, habrán dejado de ser poderosas, porque todas habrán sido copiadas…
REFLEXIONEN Y COMIENCEN YA A COMPRAR PRODUCTOS DE FABRICACIÓN NACIONAL, FOMENTANDO EL EMPLEO EN SU PAÍS, POR LA SUPERVIVENCIA DE SU AMIGO, DE SU VECINO Y HASTA DE USTED MISMO… Y LA DE SUS DESCENDIENTES.
Piensen además… Y ¿su poderío bélico-militar?
Quedaremos rehenes y a su merced, es decir, estamos hoy alimentando a la cobra que nos morderá en el futuro!
*Director de marketing de Dana y profesional de la comunicación.
Traducido por Susana Merino para Rebelión
jueves, 13 de octubre de 2011
Vigilados (Juan Manuel de Prada, XLSemanal 13-3-2011)
Vigilados
Por Juan Manuel de Prada
Leo en ABC que ha sido detenida una patulea de pederastas (y van...) de lo más variopinto, entre cuyos miembros figuran un taxista, un electricista en paro, una quiosquera, un inspector de Hacienda, un barrendero, un informático, un jubilado y un mozo de almacén; lo que parece indicar que la plaga de la pederastia se ha hecho endémica y colonizado todas las clases sociales. No hay semana que no se nos anuncie la detención de una patulea semejante, a veces organizada a modo de 'red social' o grupo de intercambio o trueque, a veces formada por individuos que actúan 'por libre'. Y, sin embargo, que tales anuncios o noticias hayan llegado a convertirse en rutinarios no provoca ninguna reflexión de calado en la sociedad, que respira aliviada o satisfecha ante la montaña de detenciones, sin preguntarse la razón de que tales detenciones no sean excepcionales, como se supone que excepcional debería ser la aberración sexual que las provoca. Pero lo cierto es que la pederastia se ha convertido —o se está convirtiendo— en una desviación frecuente, habitual y contagiosa, casi una pandemia colectiva; y las pandemias se combaten diagnosticando sus causas, no persiguiendo sus consecuencias (o persiguiéndolas tan solo después de haber diagnosticado sus causas). Pero las causas de esta pandemia son demasiado injuriosas para una sociedad que ha hecho de la eliminación de los frenos morales una orgullosa 'conquista del progreso'; y así, de conquista en conquista, acabaremos orgullosamente en el fondo del pozo.
Pero este sería el asunto de otro artículo (que, por lo demás, ya he escrito en otras ocasiones, aumentando mi fama de retrógrado); lo que me ha llamado la atención de la noticia que daba cuenta de la detención de esta última (o penúltima, o antepenúltima) patulea de pederastas es el método empleado para 'localizarlos geográficamente'. Se trata de una 'herramienta informática' llamada `Gnuwatch', un programa que «no solo busca y encuentra archivos con nombres de contenido pornográfico, sino que es capaz de rastrear el hash de estos archivos, una especie de ADN o número de serie que individualiza cada foto o vídeo que circula por Internet». La definición no parece del todo cierta, pues en la misma noticia se nos anuncia que uno de los detenidos, un tipejo que grababa a una chiquilla de trece años mientras se bañaba con una cámara oculta, estaba siendo investigado para determinar si tales filmaciones «las había distribuido en la Red». Lo que invita a deducir que la herramienta informática llamada `Gnuwatch' también detecta archivos que se hallan en las tripas de un ordenador, antes de que hayan sido lanzados a las procelosas aguas de Internet.
A cualquier bien nacido le parecerá de perlas que la Policía cuente con un programa informático que busque `archivos con nombre de contenido pornográfico' y que rastree el hash de las fotografías o vídeos que se intercambian los pederastas. E incluso le parecerá de perlas que tal herramienta no se utilice tan solo para localizar geográficamente a pederastas, sino también a otros delincuentes que actúan en comandita o 'por libre'. Pero ¿y si tal herramienta se empezara a usar, no para detectar delincuentes, sino para mantener vigilados a subversivos potenciales, a organizaciones molestas o excesivamente activas en su oposición a la ideología gubernativa, a miembros de tal o cual confesión religiosa? Una herramienta informática que ha desarrollado la habilidad de 'localizar geográficamente' y escudriñar la actividad informática de los pederastas podría, igualmente, con una ligerísima reprogramación, buscar archivos —pongo por caso— 'con nombre de contenido político', o rastrear el hash de las fotografías o vídeos que se intercambian los miembros de tal o cual credo. Incluso se podría justificar tal rastreo caracterizando previamente ante la sociedad a los confesantes de tal credo o a los adeptos de tal o cual ideología como elementos peligrosos que conspiran contra las 'conquistas del progreso'; y la mayoría de esa sociedad, orgullosísima de sus conquistas, no protestaría un ápice, incluso aplaudiría con las orejas. Y así podría alcanzarse el perfecto estado policial, donde la vigilancia preventiva del 'sospechoso' potencial acabe convirtiéndose en caza a calzón quitado del disidente. Y, cuando vengan a buscarnos, como en el poema de Martin Niemóller, no habrá nadie más que pueda protestar.
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XLSEMANAL 13 DE MARZO DE 2011
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Un tiempo borroso (Juan Manual de Prada,XLSemanal 3-4-2011)
Un tiempo borroso
por Juan Manuel de Prada
Un par de amigos, septuagenario el uno, octogenario el otro, me hacen la misma observación: les resulta muy difícil discernir, en la elección de sus lecturas, el grano de la paja, porque tienen la impresión de que en los últimos tiempos se ha producido un fenómeno de plétora o sobreabundancia, sumado —o íntimamente entremezclado— con una tendencia hacia la confusión, cuya consigna parece ser mezclar, embadurnar, exaltar la mediocridad, llamar a lo bueno malo y bueno a lo malo... de tal modo que, a la postre, nada deje poso, nada deje huella, porque el zurriburri todo lo engulle y todo lo vomita, con idéntico afán bulímico, para mantener siempre renovada —siempre cambiante— su provisión de alfalfa. Al principio, tiendo a pensar que mis amigos piensan así porque se hallan en esa edad en la que, por sabiduría acumulada y por conciencia del valor precioso de la vida que nos resta por vivir, abandonamos el tráfago del que hasta hace poco hemos participado, para encaramarnos en una atalaya y contemplar con cierto desapego el sinvivir de quienes aún se debaten en su ruido y en su furia. Pero enseguida reparo en que yo mismo participo de su misma impresión.
Y es una impresión que no se circunscribe a las lecturas que son exaltadas por un día, en mogollón informe, como pienso que deglutimos presurosamente, sin llegar a digerir, para ser sustituidas por otras igualmente efímeras; lo mismo nos ocurre con las películas que vemos, con las aficiones que cultivamos, con la información que recibimos, con los afectos que profesamos... con la pluriforme y avasalladora vida, que parece haberse convertido en algo demasiado semejante a una carrera sin respiro, donde nunca falta avituallamiento, a condición de que sigamos corriendo, corriendo siempre, hasta extraviar la meta, o hasta aceptar que ni siquiera existe meta. De tal modo que la propia carrera —cada vez más veloz y asfixiante— se convierte en sí misma en único fin; y los corredores olvidan que existe otra vida, apartada del frenesí que los incita a seguir adelante, siempre adelante, consumiendo bulímicamente, atiborrándose de sensaciones fugaces, atesorando ansiosamente experiencias que resultan siempre inanes, porque son como añicos de una vida que nunca podrán abrazar en plenitud.
Así, el tiempo que nos toca vivir se torna borroso, como acuciado por una íntima desazón que nos impide entregarnos con denuedo a ninguna causa; porque para que haya entrega a una causa tenemos primeramente que amarla, y solo se aman aquellas cosas que se conocen, y solo se conoce aquello en lo que podemos adentramos con una conciencia de duración y profundidad. Cuando faltan duración y profundidad, todo en nuestro derredor se torna fungible, prescindible, sustituible, sucedáneo; y cuando todo deja de tener valor, nuestra vida se corrompe de acedia, que es como los antiguos llamaban a esa mezcla de flojera y pesadumbre de vivir que es la enfermedad más característica de nuestro tiempo: una enfermedad que, a la vez que agosta el espíritu, trata de encontrar un lenitivo a su dolor mediante la satisfacción compulsiva,
nerviosa, de anhelos apenas formulados, de apetitos imperiosos y estragadores. Por supuesto, tal satisfacción siempre nos sabe a pacotilla, a frustración, a estafa; pero como ya no podemos dejar de correr, como ya nuestra vida carece de un asidero que nos permita descender de esa girándula de artificio y banalidad en la que permanecemos montados, necesitamos sepultar el regusto amargo de aquella frustración primera satisfaciendo compulsivamente otro anhelo, otro apetito, otra 'aventura' (pues así se nos presentan siempre estos lenitivos con los que tratamos de espantar la acedia), o un tumulto de 'aventuras', apetitos y anhelos que no hacen sino excavar más el vacío de nuestra frustración, hasta que el hartazgo acaba reventándonos por dentro, vaciándonos de espíritu, y arrojándonos al vertedero donde se pudren las víctimas de este tiempo borroso.
¿Y hay algún remedio contra este mal tan contemporáneo? Lo hay; aunque con frecuencia exige el tributo de dejar de ser contemporáneo. Y consiste en abandonar la carrera y el zurriburri, el mogollón informe y el carrusel enloquecedor, para vincularse lealmente a las cosas —a las pocas cosas— que ahondan (y elevan) nuestra vida. Consiste en vivir con los pies pegados al suelo y la mirada clavada en el cielo: ardua empresa para un tiempo borroso que nos quiere corriendo, corriendo siempre, hasta extraviar la meta, o hasta aceptar que ni siquiera existe meta.
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XLSEMANAL 3 DE ABRIL DE 2011
por Juan Manuel de Prada
Un par de amigos, septuagenario el uno, octogenario el otro, me hacen la misma observación: les resulta muy difícil discernir, en la elección de sus lecturas, el grano de la paja, porque tienen la impresión de que en los últimos tiempos se ha producido un fenómeno de plétora o sobreabundancia, sumado —o íntimamente entremezclado— con una tendencia hacia la confusión, cuya consigna parece ser mezclar, embadurnar, exaltar la mediocridad, llamar a lo bueno malo y bueno a lo malo... de tal modo que, a la postre, nada deje poso, nada deje huella, porque el zurriburri todo lo engulle y todo lo vomita, con idéntico afán bulímico, para mantener siempre renovada —siempre cambiante— su provisión de alfalfa. Al principio, tiendo a pensar que mis amigos piensan así porque se hallan en esa edad en la que, por sabiduría acumulada y por conciencia del valor precioso de la vida que nos resta por vivir, abandonamos el tráfago del que hasta hace poco hemos participado, para encaramarnos en una atalaya y contemplar con cierto desapego el sinvivir de quienes aún se debaten en su ruido y en su furia. Pero enseguida reparo en que yo mismo participo de su misma impresión.
Y es una impresión que no se circunscribe a las lecturas que son exaltadas por un día, en mogollón informe, como pienso que deglutimos presurosamente, sin llegar a digerir, para ser sustituidas por otras igualmente efímeras; lo mismo nos ocurre con las películas que vemos, con las aficiones que cultivamos, con la información que recibimos, con los afectos que profesamos... con la pluriforme y avasalladora vida, que parece haberse convertido en algo demasiado semejante a una carrera sin respiro, donde nunca falta avituallamiento, a condición de que sigamos corriendo, corriendo siempre, hasta extraviar la meta, o hasta aceptar que ni siquiera existe meta. De tal modo que la propia carrera —cada vez más veloz y asfixiante— se convierte en sí misma en único fin; y los corredores olvidan que existe otra vida, apartada del frenesí que los incita a seguir adelante, siempre adelante, consumiendo bulímicamente, atiborrándose de sensaciones fugaces, atesorando ansiosamente experiencias que resultan siempre inanes, porque son como añicos de una vida que nunca podrán abrazar en plenitud.
Así, el tiempo que nos toca vivir se torna borroso, como acuciado por una íntima desazón que nos impide entregarnos con denuedo a ninguna causa; porque para que haya entrega a una causa tenemos primeramente que amarla, y solo se aman aquellas cosas que se conocen, y solo se conoce aquello en lo que podemos adentramos con una conciencia de duración y profundidad. Cuando faltan duración y profundidad, todo en nuestro derredor se torna fungible, prescindible, sustituible, sucedáneo; y cuando todo deja de tener valor, nuestra vida se corrompe de acedia, que es como los antiguos llamaban a esa mezcla de flojera y pesadumbre de vivir que es la enfermedad más característica de nuestro tiempo: una enfermedad que, a la vez que agosta el espíritu, trata de encontrar un lenitivo a su dolor mediante la satisfacción compulsiva,
nerviosa, de anhelos apenas formulados, de apetitos imperiosos y estragadores. Por supuesto, tal satisfacción siempre nos sabe a pacotilla, a frustración, a estafa; pero como ya no podemos dejar de correr, como ya nuestra vida carece de un asidero que nos permita descender de esa girándula de artificio y banalidad en la que permanecemos montados, necesitamos sepultar el regusto amargo de aquella frustración primera satisfaciendo compulsivamente otro anhelo, otro apetito, otra 'aventura' (pues así se nos presentan siempre estos lenitivos con los que tratamos de espantar la acedia), o un tumulto de 'aventuras', apetitos y anhelos que no hacen sino excavar más el vacío de nuestra frustración, hasta que el hartazgo acaba reventándonos por dentro, vaciándonos de espíritu, y arrojándonos al vertedero donde se pudren las víctimas de este tiempo borroso.
¿Y hay algún remedio contra este mal tan contemporáneo? Lo hay; aunque con frecuencia exige el tributo de dejar de ser contemporáneo. Y consiste en abandonar la carrera y el zurriburri, el mogollón informe y el carrusel enloquecedor, para vincularse lealmente a las cosas —a las pocas cosas— que ahondan (y elevan) nuestra vida. Consiste en vivir con los pies pegados al suelo y la mirada clavada en el cielo: ardua empresa para un tiempo borroso que nos quiere corriendo, corriendo siempre, hasta extraviar la meta, o hasta aceptar que ni siquiera existe meta.
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XLSEMANAL 3 DE ABRIL DE 2011
Se ha liberado un demonio (Juan Manuel de Prada XLSemanal 30-4-2011)
Se ha liberado un demonio
por Juan Manuel de Prada
A ntes de acostarme vi el otro día en la televisión —concretamente en el canal Cuatro— un programejo infecto lamado After hours, cuyo asunto no era otro sino mostrar aberraciones sexuales al modo risueño o buenrrollista. Aparecía un tipo tumbado en una camilla al que una tipa disfrazada de enfermera grotesca le había pinzado las tetillas e introducido un catéter por el pene (en el colmo de la hipocresía, las imágenes de su pene sondado aparecían parcialmente veladas). El presentador del programejo infecto entrevistaba al tipo, con el mismo didactismo desenfadado con que —por ejemplo— en un programa de floricultura se podría entrevistar a una señora amante de la jardinería: el tipo nos desvelaba que tales prácticas monstruosas le proporcionaban inmenso placer, y el presentador inquiría particularidades sórdidas, mientras la tipa disfrazada de enfermera proseguía sus manipulaciones genitales ante el escrutinio de la cámara. Luego el programejo proseguía su itinerario —al parecer se trataba de mostrar las perversiones sexuales más abracadabrantes, para 'ilustrar' a la audiencia—, en busca de otros pobres desgraciados que alcanzasen el orgasmo mediante procedimientos similares. El programejo infecto forma parte, al parecer, de una serie en la que se van exponiendo todo tipo de aberraciones sexuales como quien explica recetas culinarias; y en otros canales no faltan, al parecer, programejos del mismo tenor que compiten con este que yo vi, incrédulo de que puedan emitirse impunemente tales bazofias cochambrosas en canales que operan con licencia administrativa.
Lo más desasosegante del programejo infecto no era, sin embargo, el asunto que trataba (otro día, me comenta un amigo, se dedicaron a encomiar los presuntos gozos del 'intercambio de parejas'), sino el intento de mostrar tal asunto como algo cotidiano, plenamente 'normal' y aceptable. Las cloacas del alma humana, que tienen su desagüe en la sexualidad pervertida, siempre han estado ahí, confinadas en las mazmorras de la clandestinidad; la novedad consiste en sacarlas de su encierro sombrío, para mostrarlas con delectación morbosa, en su exhaustivo repertorio de inmundicia y bestialidad, como si tal cosa. Pero sacar a flote tales cloacas, exponiéndolas a la curiosidad pública como si fuesen aspectos naturales de la conducta humana, tiene un precio muy costoso: es como liberar un demonio que permanecía encadenado; y los demonios, una vez sueltos, son una marea negra que anega las conciencias, un cuchillo que apuñala las sensibilidades, un microbio que infecta los sueños. Y las conciencias anegadas, las sensibilidades acuchilladas, los sueños infectados engendran monstruos que, para ser aplacados, exigen su ración diaria de alimento; ración que, cada día que pasa, se incrementa, hasta acabar engullendo a quien los cobija.
Yo no veo apenas la televisión (y creo que exagero, pues no la veo nada), con lo que ignoro si existen muchos programejos como este execrable After hours en la actual parrilla televisiva. Sí veo, en cambio, mucho cine; y sé que este demonio se ha liberado y campa por doquier, cada vez más presente en películas que brindan alimento a nuestra conciencia enfangada, a nuestra sensibilidad acuchillada, a nuestros sueños purulentos. A veces estas películas no disimulan su propósito depravado y se limitan a mostrar mutilaciones con regodeo nihilista (la celebérrima Hostel podría ser un ejemplo canónico); otras veces disfrazan sus intenciones con una narrativa de vanguardia, con lucubraciones aparentemente sesudas, con un estilo propio de lo que antaño se llamaba 'cine de arte y ensayo', como si sus creadores pretendieran excusar sus excesos con la coartada de una brumosa 'denuncia': Funny games, de Michael Hanecke; Irreversible, de Gaspar Noé; Martyrs, de Pascal Laugier; Anticristo, de Lars Von Trier; A serbian film, de Srdjan Spasojevic, son exponentes de este cine al que me refiero, cada vez más frecuente, cada vez más brutal y descarnado en su exposición de cloacas infernales, en donde el horror de las imágenes (un horror que petrifica, como la contemplación de la Gorgona) se mezcla, en amalgama execrable, con la pornografía más extrema. Es un cine `infiernado' que, a la vez que acuchilla nuestra sensibilidad, la curte y embota, preparándola para el envite final, cuando ese infierno que se atreve a nombrar se enseñoree de nuestras vidas; exactamente igual que hacen —en otro plano más pedestre y 'cotidiano'— programejos como ese infecto After hours al que antes me refería. Se ha liberado un demonio que ya nunca podremos encadenar; y su aliento criminal ya nos corroe, lenta e inexorablemente.
www.xlsemanal.com/prada
www.juanmanueldeprada.com
XLSEMANAL 3 DE OCTUBRE DE 2010
por Juan Manuel de Prada
A ntes de acostarme vi el otro día en la televisión —concretamente en el canal Cuatro— un programejo infecto lamado After hours, cuyo asunto no era otro sino mostrar aberraciones sexuales al modo risueño o buenrrollista. Aparecía un tipo tumbado en una camilla al que una tipa disfrazada de enfermera grotesca le había pinzado las tetillas e introducido un catéter por el pene (en el colmo de la hipocresía, las imágenes de su pene sondado aparecían parcialmente veladas). El presentador del programejo infecto entrevistaba al tipo, con el mismo didactismo desenfadado con que —por ejemplo— en un programa de floricultura se podría entrevistar a una señora amante de la jardinería: el tipo nos desvelaba que tales prácticas monstruosas le proporcionaban inmenso placer, y el presentador inquiría particularidades sórdidas, mientras la tipa disfrazada de enfermera proseguía sus manipulaciones genitales ante el escrutinio de la cámara. Luego el programejo proseguía su itinerario —al parecer se trataba de mostrar las perversiones sexuales más abracadabrantes, para 'ilustrar' a la audiencia—, en busca de otros pobres desgraciados que alcanzasen el orgasmo mediante procedimientos similares. El programejo infecto forma parte, al parecer, de una serie en la que se van exponiendo todo tipo de aberraciones sexuales como quien explica recetas culinarias; y en otros canales no faltan, al parecer, programejos del mismo tenor que compiten con este que yo vi, incrédulo de que puedan emitirse impunemente tales bazofias cochambrosas en canales que operan con licencia administrativa.
Lo más desasosegante del programejo infecto no era, sin embargo, el asunto que trataba (otro día, me comenta un amigo, se dedicaron a encomiar los presuntos gozos del 'intercambio de parejas'), sino el intento de mostrar tal asunto como algo cotidiano, plenamente 'normal' y aceptable. Las cloacas del alma humana, que tienen su desagüe en la sexualidad pervertida, siempre han estado ahí, confinadas en las mazmorras de la clandestinidad; la novedad consiste en sacarlas de su encierro sombrío, para mostrarlas con delectación morbosa, en su exhaustivo repertorio de inmundicia y bestialidad, como si tal cosa. Pero sacar a flote tales cloacas, exponiéndolas a la curiosidad pública como si fuesen aspectos naturales de la conducta humana, tiene un precio muy costoso: es como liberar un demonio que permanecía encadenado; y los demonios, una vez sueltos, son una marea negra que anega las conciencias, un cuchillo que apuñala las sensibilidades, un microbio que infecta los sueños. Y las conciencias anegadas, las sensibilidades acuchilladas, los sueños infectados engendran monstruos que, para ser aplacados, exigen su ración diaria de alimento; ración que, cada día que pasa, se incrementa, hasta acabar engullendo a quien los cobija.
Yo no veo apenas la televisión (y creo que exagero, pues no la veo nada), con lo que ignoro si existen muchos programejos como este execrable After hours en la actual parrilla televisiva. Sí veo, en cambio, mucho cine; y sé que este demonio se ha liberado y campa por doquier, cada vez más presente en películas que brindan alimento a nuestra conciencia enfangada, a nuestra sensibilidad acuchillada, a nuestros sueños purulentos. A veces estas películas no disimulan su propósito depravado y se limitan a mostrar mutilaciones con regodeo nihilista (la celebérrima Hostel podría ser un ejemplo canónico); otras veces disfrazan sus intenciones con una narrativa de vanguardia, con lucubraciones aparentemente sesudas, con un estilo propio de lo que antaño se llamaba 'cine de arte y ensayo', como si sus creadores pretendieran excusar sus excesos con la coartada de una brumosa 'denuncia': Funny games, de Michael Hanecke; Irreversible, de Gaspar Noé; Martyrs, de Pascal Laugier; Anticristo, de Lars Von Trier; A serbian film, de Srdjan Spasojevic, son exponentes de este cine al que me refiero, cada vez más frecuente, cada vez más brutal y descarnado en su exposición de cloacas infernales, en donde el horror de las imágenes (un horror que petrifica, como la contemplación de la Gorgona) se mezcla, en amalgama execrable, con la pornografía más extrema. Es un cine `infiernado' que, a la vez que acuchilla nuestra sensibilidad, la curte y embota, preparándola para el envite final, cuando ese infierno que se atreve a nombrar se enseñoree de nuestras vidas; exactamente igual que hacen —en otro plano más pedestre y 'cotidiano'— programejos como ese infecto After hours al que antes me refería. Se ha liberado un demonio que ya nunca podremos encadenar; y su aliento criminal ya nos corroe, lenta e inexorablemente.
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XLSEMANAL 3 DE OCTUBRE DE 2010
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Ultraderechismo y fundamentalismo (Juan Manuael de Prada, XLSemanal 7 -8-2011)
Ultraderecha y fundamentalismo
por Juan Manuel de Prada
Se ha repetido hasta la náusea, entre el popurrí lisérgico-periodístico desplegado con ocasión de las matanzas de Oslo, que el tarado que la perpetró, el infausto Anders Behring Breivik, es «ultraderechista» y «fundamentalista cristiano», según la conocida táctica del calamar, que mientras huye alocadamente trata de ocultar su miedo en una nube de tinta. A poco que uno escarba en la biografía de Breivik, descubre que la etopeya urgente trazada por la prensa es rocambolesca e inverosímil; y que su inverosimilitud nace del temor que las sociedades occidentales tienen a enfrentarse con los monstruos nacidos y alimentados en su seno, en quienes íntimamente se reconoce. Todo intento de caracterizar a un perturbado por sus 'adscripciones' resulta siempre desquiciado: Breivik, al parecer, regentaba una «granja ecológica», lo cual no puede llevarnos a concluir que quienes se dedican a la agricultura ecológica son propensos a perpetrar matanzas; pero caracterizar a un perturbado por adscripciones ficticias resulta, desde luego, de un desquiciamiento traumático que reclama una explicación freudiana.
Y esto es lo que se adivina tras el intento de caracterización de Breivik como 'ultraderechista' y 'fundamentalista cristiano': el desquiciamiento traumático de las sociedades occidentales que, ante los frutos hediondos de su descomposición, no pueden hacer otra cosa sino 'echar balones fuera', proyectar su culpa sobre un enemigo imaginario, para evitarse el juicio sobre su propia degeneración. Como 'fundamentalista cristiano', desde luego, Breivik es más bien rarito: aunque bautizado en el seno de la iglesia luterana, en su célebre manifiesto- mamotreto de 15oo páginas se define como «cristiano cultural» (esto es, como alguien que no profesa los dogmas de la fe) y aboga por una alianza de «cristianos, cristianos-agnósticos y ateos-cristianos» que reconozca «la importancia de las raíces europeas cristianas, pero también judías e ilustradas, así como paganas y nórdicas». En realidad, los únicos aspectos que Breivik salva del cristianismo son los que tienen un origen pagano; y concluye que, tras la Edad Media, el cristianismo se ha convertido en una amenaza para Europa «peor que el marxismo». A este barullete new age —que es exactamente lo contrario de lo que defendería un `fundamentalista cristiano'— se suman vituperios contra Benedicto XVI —«un papa cobarde, incompetente, corrupto e ilegítimo»— y proclamas sionistas (pues considera que sólo «una gran alianza de los pueblos nórdicos y los judíos» puede salvar a Europa de ser colonizada por el Islam), que mezcla con una exaltación de los caballeros templarios, entendidos al modo pachanguero-esotérico.
Breivik, además, era miembro de la masonería noruega, cuyo gran maestre, Ivar A. Skar, se apresuró a divulgar tras la matanza un comunicado por el que anunciaba su expulsión fulminante. No se nos ocurriría afirmar que la masonería es semillero de psicópatas y asesinos de masas (como tampoco lo hacemos de la agricultura ecológica); pero se nos ha de conceder que la pertenencia a la masonería no es muy propia de `ultraderechistas' y 'fundamentalistas cristianos'. Tampoco lo es, por cierto, citar al pensador liberal John Stuart Mill como autor de cabecera, que es lo que Breivik hacía en su cuenta de Twitter; licencia que a cualquier `ultraderechista' y 'fundamentalista cristiano' comme faut pondría los pelos como escarpias. También se los pondrían las reiteradas afirmaciones de fe en una «democracia multipartidista» contenidas en el manifiesto-mamotreto de Breivik; complementadas, además, con condenas fervientes del fascismo y, en especial, del nazismo, al que acusa de «imperialista» y considera responsable del deplorable estado actual de Europa. «Si hay una figura que odio —concluye Breivik— es Adolf Hitler». Tales pronunciamientos no parecen los propios de un extremista de derechas, ni de un integrista cristiano; y podrían ser suscritos por cualquier político europeo, liberal o socialdemócrata, en plena recolección de votos. Breivik no es, a la postre, sino el recuelo, las escurrajas podridas de una sociedad en plena descomposición: borracho de su mismo zurriburri sincrético, de su misma pachanga relativista, de su misma petulancia ignara y neopagana; y que, al final de la borrachera, despierta enfermo de resaca, convertido en un inadaptado. No basta, desde luego, la náusea provocada por la resaca para explicar que se liase a tiros; para eso hace falta ser un tarado de tomo y lomo. Pero tratar de explicar la genealogía de su tara con adscripciones tan rocambolescas e inverosímiles es la estrategia típica de quienes no se atreven a mirar al monstruo a la cara, tal vez porque se toparían con rasgos demasiado familiares.
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XLSemanal 7 agosto 2011
por Juan Manuel de Prada
Se ha repetido hasta la náusea, entre el popurrí lisérgico-periodístico desplegado con ocasión de las matanzas de Oslo, que el tarado que la perpetró, el infausto Anders Behring Breivik, es «ultraderechista» y «fundamentalista cristiano», según la conocida táctica del calamar, que mientras huye alocadamente trata de ocultar su miedo en una nube de tinta. A poco que uno escarba en la biografía de Breivik, descubre que la etopeya urgente trazada por la prensa es rocambolesca e inverosímil; y que su inverosimilitud nace del temor que las sociedades occidentales tienen a enfrentarse con los monstruos nacidos y alimentados en su seno, en quienes íntimamente se reconoce. Todo intento de caracterizar a un perturbado por sus 'adscripciones' resulta siempre desquiciado: Breivik, al parecer, regentaba una «granja ecológica», lo cual no puede llevarnos a concluir que quienes se dedican a la agricultura ecológica son propensos a perpetrar matanzas; pero caracterizar a un perturbado por adscripciones ficticias resulta, desde luego, de un desquiciamiento traumático que reclama una explicación freudiana.
Y esto es lo que se adivina tras el intento de caracterización de Breivik como 'ultraderechista' y 'fundamentalista cristiano': el desquiciamiento traumático de las sociedades occidentales que, ante los frutos hediondos de su descomposición, no pueden hacer otra cosa sino 'echar balones fuera', proyectar su culpa sobre un enemigo imaginario, para evitarse el juicio sobre su propia degeneración. Como 'fundamentalista cristiano', desde luego, Breivik es más bien rarito: aunque bautizado en el seno de la iglesia luterana, en su célebre manifiesto- mamotreto de 15oo páginas se define como «cristiano cultural» (esto es, como alguien que no profesa los dogmas de la fe) y aboga por una alianza de «cristianos, cristianos-agnósticos y ateos-cristianos» que reconozca «la importancia de las raíces europeas cristianas, pero también judías e ilustradas, así como paganas y nórdicas». En realidad, los únicos aspectos que Breivik salva del cristianismo son los que tienen un origen pagano; y concluye que, tras la Edad Media, el cristianismo se ha convertido en una amenaza para Europa «peor que el marxismo». A este barullete new age —que es exactamente lo contrario de lo que defendería un `fundamentalista cristiano'— se suman vituperios contra Benedicto XVI —«un papa cobarde, incompetente, corrupto e ilegítimo»— y proclamas sionistas (pues considera que sólo «una gran alianza de los pueblos nórdicos y los judíos» puede salvar a Europa de ser colonizada por el Islam), que mezcla con una exaltación de los caballeros templarios, entendidos al modo pachanguero-esotérico.
Breivik, además, era miembro de la masonería noruega, cuyo gran maestre, Ivar A. Skar, se apresuró a divulgar tras la matanza un comunicado por el que anunciaba su expulsión fulminante. No se nos ocurriría afirmar que la masonería es semillero de psicópatas y asesinos de masas (como tampoco lo hacemos de la agricultura ecológica); pero se nos ha de conceder que la pertenencia a la masonería no es muy propia de `ultraderechistas' y 'fundamentalistas cristianos'. Tampoco lo es, por cierto, citar al pensador liberal John Stuart Mill como autor de cabecera, que es lo que Breivik hacía en su cuenta de Twitter; licencia que a cualquier `ultraderechista' y 'fundamentalista cristiano' comme faut pondría los pelos como escarpias. También se los pondrían las reiteradas afirmaciones de fe en una «democracia multipartidista» contenidas en el manifiesto-mamotreto de Breivik; complementadas, además, con condenas fervientes del fascismo y, en especial, del nazismo, al que acusa de «imperialista» y considera responsable del deplorable estado actual de Europa. «Si hay una figura que odio —concluye Breivik— es Adolf Hitler». Tales pronunciamientos no parecen los propios de un extremista de derechas, ni de un integrista cristiano; y podrían ser suscritos por cualquier político europeo, liberal o socialdemócrata, en plena recolección de votos. Breivik no es, a la postre, sino el recuelo, las escurrajas podridas de una sociedad en plena descomposición: borracho de su mismo zurriburri sincrético, de su misma pachanga relativista, de su misma petulancia ignara y neopagana; y que, al final de la borrachera, despierta enfermo de resaca, convertido en un inadaptado. No basta, desde luego, la náusea provocada por la resaca para explicar que se liase a tiros; para eso hace falta ser un tarado de tomo y lomo. Pero tratar de explicar la genealogía de su tara con adscripciones tan rocambolescas e inverosímiles es la estrategia típica de quienes no se atreven a mirar al monstruo a la cara, tal vez porque se toparían con rasgos demasiado familiares.
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XLSemanal 7 agosto 2011
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